domingo, 3 de abril de 2016

Ya nadie se llamará como yo + Poesía reunida (1998-2012), de Agustín Fernández Mallo



Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967) encabeza la vanguardia española, aunque lo hace con matices singulares: los propios de esta era posmoderna, en la que, diluidos los grandes relatos y no pocas certidumbres, la inquietud —expresada en elipsis y fragmentos— se convierte en la única certeza. Fernández Mallo, físico de profesión, ha volcado en la poesía —la base de su obra literaria, aunque sea un narrador virtuoso y de éxito, como demuestra su trilogía Nocilla: Dream, Experience y Lab— su convicción de que, si las demás artes humanas han incorporado en el último siglo los hallazgos de la ciencia, la poesía también puede —y debe— hacerlo. El hecho de que el lenguaje empírico se haya utilizado en la literatura occidental desde antiguo no desmiente la pertinencia de su propósito: la vanguardia es una actitud —de acuidad en la captación de cuanto defina la sensibilidad contemporánea, primero, y de ruptura con las convenciones que la constriñan, después— que resulta siempre necesaria; la vanguardia, entendida como impulso palingenésico, vivifica el objeto artístico y la sensibilidad de su contemplador, y nos obliga a mirar de otro modo, es decir, a sentir, es decir, a pensar de otro modo. Fernández Mallo cree en la necesidad de que la ciencia imbuya la poesía, en última instancia, porque también la ciencia es metáfora: «toda ciencia es ficción», ha dicho. Para ello acude al lenguaje de la física y las matemáticas —que se incorporan como fórmulas, principios o teoremas a sus versos—, y, de hecho, a cualquier disciplina, realidad o situación que le proporcione materiales aptos estéticamente, capaces de suscitar la emoción poética: es el apropiacionismo, que ha teorizado en su ensayo Postpoesía, hacia un nuevo paradigma (2009), y que ha llevado a la práctica en El Hacedor (de Borges), Remake (2011), un homenaje, precisamente, a quien ejecutó esa hibridación de lenguajes, preocupaciones y sistemas de pensamiento antes que nadie, y con admirable precisión. La obra poética de Fernández Mallo incluye Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (2001, reeditado en 2012), Creta lateral travelling (2004), Joan Fontaine Odisea (2005), Carne de píxel (2008), Antibiótico (2012) y Ya nadie se llamará como yo, su último poemario, que publica ahora Seix Barral en un solo volumen con sus demás títulos, configurando, así, una Poesía reunida (1988-2012), con un lisérgico frontispicio de Antonio Gamoneda. En todos ellos se expresa un yo inquisitivo y trunco, sumido en una constelación de quebraduras, y fascinado por los espacios difusos, intermedios —arcenes, fronteras, linderos—, que constituyen la metáfora de su estar impreciso en el mundo, pero, a pesar de ello (o por eso mismo), dedicado a una afanosa busca de simetrías y correspondencias, aunque resulten desconcertantes: a una enloquecida, pero intelectualmente estimulante, casi salvífica, elaboración de redes, que abarcan todo cuanto integra nuestra sensibilidad: el lenguaje —con el diamantino positivismo que quiso insuflarle Wittgenstein—, pero también la publicidad, las artes visuales, la cultura popular y la cultura digital. Es, también, un yo sentimental, esto es, alguien que relata siempre, bajo su fluencia analítica y su vocabulario numérico, un itinerario emocional; una paradoja —la fusión de la abstracción y el amor— que caracteriza bien su propuesta: todo verdadero inventor es paradójico; todo verdadero inventor formula una antítesis con lo que existe, incluso con aquello que él mismo crea. En Ya nadie se llamará como yo se renuevan estas características, aunque enmarcadas en un contexto que el propio Fernández Mallo considera particularmente narrativo y autobiográfico. En efecto, con la experiencia reciente de la muerte del padre, el poeta recuerda a su familia y su niñez —«el edredón de la infancia»— e indaga en la muerte —«una fiesta de la objetividad»—, pero no como hecho lineal, como desenlace euclidiano, sino como arborescente posibilidad de renacimiento, un renacimiento plural y contradictorio, como todo en su poesía. La evocación de los más cercanos y queridos se subsume en «el laberinto de las permutaciones» que son sus versos: el sentimiento se agazapa, aquí como en toda su producción, en la ciencia de la literatura. Todo en Ya nadie se llamará como yo engarza con otras cosas: todo es lo que es y, además, otra cosa. Si la inteligencia puede definirse como la capacidad para establecer relaciones —entre objetos, entre hechos y entre realidades—, la poesía de Fernández Mallo es una orgía de la inteligencia. Sus versos —sus ideas— están en movimiento continuo: las sinapsis nunca cesan. Quizá por eso el protagonista del poemario va a menudo en coche, como iba su padre, viajero, y narra lo que desfila ante sus ojos: la infinitud de lo existente, que se desdobla —o ramifica— en una nueva infinitud: la de eso otro que todo lo que existe guarda dentro de sí. Entre paradojas y asombros, entre antítesis e imprevisibilidades, Fernández Mallo dialoga incansablemente con la tradición literaria e intelectual de Occidente, a menudo para subvertirla, es decir, para reavivarla: «el mar carece de memoria», dice en un poema, y uno recuerda el «recuerda el mar a todos sus ahogados», de García Lorca. También abunda en el viejo motivo de la oscuridad como luz, revelador siempre del espíritu de ruptura, y habla, por ejemplo, de «cosas / que solo pueden ser vistas en la oscuridad». Ni siquiera hace falta estar de acuerdo con él para convenir en su impulso transgresor: «El lenguaje de la ciencia es tremendamente preciso en cuanto a los sustantivos», dice, «pero espectacularmente metafórico en cuanto a los verbos. ¿Cómo es posible que un gas sufra una expansión? ¿Cómo (…) que una partícula sienta una fuerza? ¿O que un gen se exprese?». Sin embargo, precisión y metáfora no se contraponen, antes bien, se identifican: para ser preciso, hay que ser metafórico. Algunas recurrencias, como corresponde a un buen orfebre, puntúan el desarrollo acezante y fractal del poemario: la repetición de ciertos motivos —«son las 4.30 de la madrugada…», «no obstante agosto»— o de esa oración que le da título, «ya nadie se llamará como yo», establece un sutil pero resistente armazón mántrico que encauza la atención del lector. La estructura elegida orienta asimismo el crecimiento del relato. Tres bloques que se inician con esta especificación, «Al mismo tiempo, a 1 500 kilómetros de distancia, en otra isla yo también escribía…», solapan las cronologías y, a la vez, multiplican el yo: acrecen la identidad disociándola, como la palabra acrece el mundo. Y una sección final, «Veo un bosque y algo más vivo dentro (oración)», en la que ese título se repite también como una letanía o una endecha, se presenta como una despedida en la que conviven el dolor y la impasibilidad, el sufrimiento y la inteligencia, la hipótesis y la fantasía. 

(Publicado en Turia, nº 117-118, marzo-mayo 2016, pp. 450-452)

1 comentario:

  1. Yo lo tengo, dedicado por el autor, pero de la editorial Seix Barral(Los Tres Mundos,Poesía,2015).Quedé perpleja ante un libro de poesía como este.Poco a poco fui comiendo de su estilo para llegar a mí, cierto es,pronto me llevó a su cotidiano entorno y me hizo suya,como todo buen poeta debe saber hacer.Y te inundas de sus inmensas y nuevísimas metonimias,o versos que llegan a ser verdaderas sentencias filosóficas, casi a modo de aforismo:"por qué la nada y no algo"
    Lo deja así, abierto,y cierras la página sin parar de pensar en ello.
    Un libro lleno de geneliales sopresas.Sigo releyéndolo.Jamás se cierran para siempre los buenos libros.Me ha encantado tu reseña,Eduardo.Muchas gracias por tu ilustada aportación. Me la subo a facebook.Besos.

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