lunes, 23 de septiembre de 2019

Noticias literarias

Mario Martín Gijón ha dedicado su columna de hoy en El Periódico de Extremadura a la reseña de dos de mis últimos libros: el ensayo El sonido absoluto. Un análisis de Cortejo y Epinicio, de David Rosenmann-Taub, publicado por RIL, y el poemario Mi padre, que ha visto la luz en Trea, ambos aparecidos hace unos meses. Celebro especialmente que le haya prestado atención al primero, a lo que sin duda ha contribuido su propia condición profesional: Mario es un destacado filólogo e investigador de la Universidad de Extremadura y uno de los mejores ensayistas literarios del país. Los libros de crítica literaria no suelen ser objeto de crítica literaria en España, con muy raras excepciones, como esta. Y eso me tiene intrigado y decepcionado, porque la crítica literaria puede —debe— constituir una pieza de creación tan sugerente y placentera para el lector como cualquier novela o poemario. Las reseñas de Jorge Luis Borges, como he señalado muchas veces, aunque no haga ninguna falta, son auténticas obras de arte; Octavio Paz y Pere Gimferrer revelan, en sus prólogos y ensayos, una lucidez alarmante, casi insoportable; Julio Torri escribió un delicioso manual de literatura española; y recuerdo, en fin, un libro de Bitzoc, Críticas ejemplares, que reúne un puñado de ellas, firmadas por los mejores escritores —Juan Benet, Marcel Proust, George Steiner, Lytton Strachey, entre otros—, y que me deparó, hace años ya, una de las más agradables lecturas que haya tenido nunca. Estos trabajos —y no los horrísonos papeles de los funcionarios de la academia, escritos con una inconfundible jerga burocrático-jeroglífica— son los que han iluminado la composición de El sonido absoluto, aunque mis fuerzas se hayan quedado, fatal e inevitablemente, muy lejos de mis aspiraciones (y de las obras que lo inspiran). El espíritu de esos trabajos excelentes es también el que impulsa a Mario Martín Gijón, cuya labor crítica (y poética) derrocha hondura y precisión.

Otro autor que se caracteriza, desde hace muchos años, por un trabajo crítico exhaustivo e iluminador es Vicente Luis Mora, asimismo poeta y novelista. Por correo electrónico me ha enviado hoy el enlace de su más reciente artículo, El conflicto producido por la llegada de la poesía pop tardoadolescente, publicado en su blog Diario de lecturas, en el que hace un atinado análisis de las reacciones suscitadas por la aparición de la poesía youtuber o instagramer (o como se llame: los fenómenos nuevos tardan, a veces, en tener un nombre en el que todos convengan) en España, y, al hilo de ese análisis, formula un juicio personal sobre esta lírica, si es que puede llamársele así, pueril y analfabeta. Yo he hablado también del fenómeno en una entrada de esta bitácora, Interpoetas o poetanautas, de 11 de junio de 2018, y de ella ha extraído Vicente algunas citas para su trabajo: en una critico, precisamente, la falta de oficio de estos sedicentes poetas. Aunque toda labor de investigación es encomiable, y más aún una como, en este caso, la de Vicente Luis Mora, especialmente preocupado por que se diluyan el juicio del gusto y las jerarquías estéticas, de forma que todo valga y Defreds aparezca a la misma altura que César Vallejo, yo opino que no hay que dar mucha importancia al fenómeno de la poesía pop tardoadolescente: es un borborigmo del mercado, como ha habido tantos en la historia de la literatura, que se disolverá, antes pronto que tarde, en su propio e implacable flujo. Los que no la practicamos, es decir, los que creemos en la poesía como un arte verbal que sirve a la indagación y el descubrimiento, a la transformación de la conciencia y de la realidad, y, en último término, al placer estético, hemos de seguir el consejo que nos dio el malogrado Eduardo García en uno de sus mejores versos: Nosotros, a lo nuestro: hacia alta mar.

En El País aparece también hoy un artículo sobre Andreu Navarra, autor del reciente Devaluación continua, que acaba de publicarse en Tusquets, y que contiene un demoledor análisis de la situación actual de la enseñanza no universitaria en España. Se trata de un análisis introspectivo: Andreu, además de doctor en Filología e historiador, es profesor de Lengua y Literatura de Secundaria desde hace seis años. También ha publicado varios libros —excelentes, por cierto— de poesía, ensayo y novela. Tuve el placer de contratar uno de ellos para la Editora Regional de Extremadura, donde acaba de aparecer: Piedra y pasión. Los viajes extremeños de Miguel de Unamuno. Andreu vino a Mérida, cuando yo vivía en la ciudad, para investigar las deambulaciones del autor de El sentimiento trágico de la vida por la región, y lo hizo como suele abordar todos sus trabajos: sin prejuicios y con pasión. Andreu Navarra es la persona que conozco con mayor capacidad para descubrir material inédito o desconocido en los archivos y bibliotecas españoles, y para sacarle partido literario. No he leído todavía Devaluación continua, pero las opiniones que vierte en el artículo de El País condicen con su personalidad radiográfica y desbordante: Los profesores queremos crear ciudadanos autónomos y críticos, y en su lugar estamos creando ciberproletariado, una generación sin datos, sin conocimiento, sin léxico. Estamos viendo el triunfo de una religión tecnocrática que evoluciona hacia menos contenidos y alumnos más idiotas. Estamos sirviendo a la tecnología y no la tecnología a nosotros. Y el profesor está exhausto, devorado por una burocracia para generar estadísticas que le quita energía mental para dar clase”. Cuando Andreu está convencido de algo, nunca se abstiene de exponerlo, y lo hace siempre con alegría, por crítico que resulte, y vigor torrencial: “Hemos conocido varios capitalismos y ahora mismo estamos en el capitalismo de la atención, en una economía de plataformas que mercantilizan tu atención. Si estás viendo unos mensajes, alguien gana dinero, y, si ves otros, lo gana otro alguien. No podemos repensar la educación si no pensamos cómo devolver la atención a las aulas, el regreso del mundo virtual. Ahora no podemos ensimismarnos, como defendía Ortega, porque todo es ruido, la política es gritos, eslóganes, nadie piensa, nadie escribe, todo es tontería y eslogan, y eso ha llegado a las aulas: lo simplista, lo binario, el bien y el mal (...) Hasta que arreglemos la sociedad, no podremos arreglar el sistema educativo”.

Otra noticia del día son los nombramientos de Luis Sáez como nuevo director de la Editora Regional de Extremadura y de Virginia Aizkorbe como coordinadora del Plan de Fomento de la Lectura. Celebro que Luis haya sido designado para ocupar el cargo, cuyas responsabilidades ya ostentó entre 2008 y 2011: es un hombre de indudable valía intelectual autor de un ensayo sobresaliente, Animales melancólicos, entre otros títulos reseñables— y que conoce bien el negocio. Y celebro especialmente que se haya desdoblado el puesto que yo mismo ocupé en los dos que históricamente lo habían configurado: director de la ERE y coordinador del PFLEX, cada uno con su propio responsable. La fusión de ambos, consecuencia, según me dijeron, de los recortes impuestos por la crisis económica, suponía una carga de trabajo excepcional, a la que había que atender con equipos asimismo menguados, que necesariamente disminuía la eficacia de la acción pública. En mis dos años largos de trabajo para la Junta no dejé de reclamar, entre otras mejoras, que se recuperara la división entre la edición y el fomento de la lectura. Mi petición fue pertinazmente desatendida, pero me alegro de que finalmente con la lentitud, eso sí, que caracteriza a la administración pública— alguien haya reparado en la conveniencia de recuperar esa división en el organigrama. Ojalá Luis Sáez sea capaz de resolver los muchos desafíos que sigue teniendo planteados la Editora Regional de Extremadura, el principal de los cuales quizá sea, a mi juicio, la definición del modelo al que quiere responder: un pequeño sello obligado a fajarse en el mercado literario con las herrumbrosas herramientas de la administración pública, o un proyecto real de apoyo a los autores y ciudadanos de Extremadura. Tanto a él como a Virginia Aizkorbe, a la que no conozco, les deseo toda la suerte en su gestión y el mejor de los desempeños.

[Todas estas noticias me han llegado el mismo día, el 15 de septiembre. Hay jornadas en que, sin duda, se acumulan las informaciones felices].

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