sábado, 21 de abril de 2018

945 km

Las dehesas verdes y amarillas de Cáceres. El cielo azul, arañado por cigüeñas y rapaces. Una furgoneta que invade el carril rápido por el que voy a adelantarla y me obliga a un frenazo brusco. El conductor de la furgoneta invasora al que por fin adelanto, que está hablando por el móvil. El apiñamiento pétreo de Trujillo. Teresa, de la que me despedí ayer. Gema, de la que también me despedí ayer. Un camión que va a salir por una salida, pero que se da cuenta de su error cuando ya ha iniciado la maniobra y vuelve de golpe al carril por el que circulo. Cuerpos de animales muertos en la calzada. Peones rellenando los boquetes del firme. El sol. El olor a gasolina en la estación de servicio. El olor cáustico de los retretes. Los muchos camiones en la carretera: cuando uno adelanta a otro, todo parece inmovilizarse. Almazaras. Fábricas y almacenes de productos del campo. La muralla azul de Gredos, encrestada de nieve. The Golden Gate Quartet, que enamoraba a mi padre. El parador de Oropesa, donde tantas veces hemos comido, enfrentado a las montañas de aristas blancas. Coches que pasan a 160 o 180 km por hora. Una patrulla de la Guardia Civil de tráfico que llega a la autovía y hace que todos reduzcamos: a su alrededor vamos en procesión, durante muchos kilómetros, sin que nadie se atreva a superar los 120 km. Un café con leche en un establecimiento atendido por una ucraniana y una dominicana: mientras me lo tomo, respondo a los correos de quienes me dicen adiós. La M-40. Mi error en la última salida y mi confusión en las calles de Madrid: he de actualizar el GPS. Los kilómetros y kilómetros en los que se mezclan los campos pelados, las instalaciones fabriles y las empresas high-tech. El concierto para piano núm. 23 en la mayor, K488, de Mozart. La ciudad dormitorio, apenas visible, de Guadalajara. El Área 103, un camarero que me pregunta cuando me da la carta "¿postre o café?" y unos canelones metafísicos. Castillos. Santa María de Huerta. Los que llegan a más velocidad que yo cuando estoy adelantando y circulan a pocos centímetros del parachoques trasero. El que adelanta por la derecha, aunque intento impedírselo acelerando todo lo que puedo: como su BMW es más potente que mi Toyota, se cuela como una exhalación entre mi morro y el vehículo de su carril. The Chordettes y el concierto para oboe en re menor, opus 9, número 2, de Albinoni. Las casas marrones de Calatayud, donde nació Marcial (el poeta latino, no el jugador del Barça). El parque eólico de La Muela, cuyos aerogeneradores me recuerdan a bestias prehistóricas. Un toro de Osborne entre los neomolinos blancos. (La Muela, uno de los ayuntamientos más corruptos del país: 29 personas fueron condenadas en 2016 a más de cien años de cárcel por delitos urbanísticos: el maná de la energía eólica ha resultado en una intoxicación masiva). El nudo viario de Zaragoza, que estrangula al Ebro, monstruoso y aceitunado. El meridiano de Greenwich y el arco con que se hace visible por sobre la autovía. Las estepas torturadas de los Monegros, invadidas de repente por la huerta —por el oasis— del Cinca y su tributario, el Alcanadre, en los que tantas veces me he bañado. Fraga, a poca distancia del pueblo de mi madre. La dependienta de un área de servicio que habla por el móvil y —ahora me doy cuenta— lo hace en catalán. El sol declinante. La espalda dolorida. Los cúmulos rocosos (y, para algunos, sagrados) de Montserrat. La espesura del tráfico. El peaje de Martorell y los túneles de Vallvidrera. Las esteladas y las pintadas independentistas aquí y allá. Sant Cugat. Ya estoy en casa.

2 comentarios:

  1. 945 kilómetros es la distancia perfecta: estás ya en casa y en nuestros corazones, siempre.

    Muchos besos.

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  2. Vertiginoso.

    Bienvenido a casa.

    Un abrazo grande.

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