miércoles, 14 de marzo de 2018

La tarde libre, de Anxo Carracedo

Conocí la escritura de Anxo Carracedo gracias a su blog, Arte floral para rumiantes, que enlacé sin demora con los míos, Corónicas de Ingalaterra primero y Corónicas de Españia después. No recuerdo ya cómo di con él –ni falta que hace: en el océano de Internet todos podemos recalar en una isla florida, por el azar de la derrota, en cualquier momento–, pero sí que me cautivó enseguida la riqueza de su imaginación, la sutileza de su mirada y la calidad de su prosa. Aquel autor desconocido, uno más entre los millones de blogueros del planeta, demostraba un admirable pulso narrativo y un no menos ejemplar gusto por la palabra necesaria y exacta, eso mismo que la mayoría de escritores del planeta –también yo– persigue, no solo sin alcanzarlo casi nunca, sino sin tener aptitudes siquiera para lograrlo. En aquella prosa magnética, pero no por ello indelicada, yo advertí, también de inmediato, el bullir de lo poético. En las imágenes eléctricas, en las metáforas siempre oportunas, en la ductilidad sintáctica, que conducía sin error a la multiplicación del sentido, percibía el aliento lírico: la voluntad de trascender la denotación, por bien articulada que estuviese, y alcanzar otro nivel de significación, más hondo, más vibrante, más inquisitivo.

La tarde libre, con el que ahora Anxo Carracedo ingresa formalmente en el proceloso mundo de la poesía –aunque poeta ya lo era desde las memorables páginas de Arte floral para rumiantes–, amplía y desnuda aquellas fulguraciones poéticas que subyacían, y asomaban como luminosas emanaciones, en las entradas de su bitácora. Las imágenes siguen estando ahí, exentas de constricciones informativas, entregadas solo a la edificación de la emoción: «En aquella época», dice uno de los primeros poemas, «mis vecinas tenían las tetas tristes / como platos de polenta tibia / y yo caminaba / con cuchillos en los ojos». Las analogías de Anxo Carracedo abrazan siempre lo sensorial: se yerguen como fenómenos corporales. Por eso abundan las aliteraciones, que colorean musicalmente el verso («esbeltos como los lebreles / tristes como los lebreles»), y las sinestesias, ese desarreglo de los sentidos que reclamaba Rimbaud y que reproduce la confusión de la percepción, el caos de las sensaciones, la maraña del pensamiento, los sueños y la vida. Con imágenes –el buen poeta ve, y escribe lo que ve– alza un poemario cuyos tres pilares, que guardan una íntima relación, son el amor, el recuerdo y la contemplación del mundo.

Muchas de las piezas de La tarde libre se dirigen a un «tú» que a veces es el propio poeta, en un desdoblamiento de la identidad frecuente en la poesía contemporánea, pero que también se puede identificar con la amada. Se canta en esas composiciones lo que se tuvo y acaso se haya perdido; se evoca cuanto dio felicidad, o cuanto demostraba que se estaba vivo, y ya solo subsiste en la memoria. Ese «tú» está bajo la piel en el hermoso poema así titulado, «Tú / bajo la piel…», de la tercera parte. Las apelaciones negativas, que subrayan la pérdida, lo recorren de principio a fin, y conviven con la obsesión carnal, plasmada en la enumeración reiterativa y sintácticamente caótica de «pezón»: «teta orlada de pezón oscuro // (…) pezón rosáceo / pezón ágata / pezón luna / pezón sábana santa / pezón gato arqueado / pezón ¿geo? localizado / pezón acepto las condiciones del servicio / pezón de todas las materias y sustancias no mencionadas en el presente documento…». El recuerdo, y la melancolía que suscita, se erigen en la argamasa del ser. La conciencia de que lo pasado se ha extinguido y solo perdura como fósil intangible, como cristalización abstracta, se evidencia en el primer poema de la parte III, en el que el poeta afirma –y desarrolla después– que «nada vuelve a ser». Dos composiciones más allá, apostrofa a la añoranza, a la que establece como personaje capital del libro: «Añoranza / eres ya serenidad calcárea / sé bienvenida / (…) Añoranza / te quise / con todo el frío que cupo en mi mano / con la blanda piedad de los pulmones abiertos / y la tibieza interina de las alcobas de arena». Algunos rasgos estilísticos de Anxo Carracedo se revelan con especial intensidad en estos poemas. En el primero, habla de vómitos en el espejo, y dice que el miedo de ayer cría malvas en el cepillo de dientes, y que el de hoy «llena las estanterías / de los grandes almacenes». Vómitos, espejos, cepillos de dientes, grandes almacenes: cosas cotidianas, espacios comunes, realidades vulgares. La poesía de La tarde libre, como lo mejor del arte contemporáneo, arraiga en lo diario, incluso en lo feo o desagradable: en los aspectos más impuros de la vida. En otros poemas, Anxo Carracedo alude también a la Ley de Costas, conculcada por la voracidad inmobiliaria, o a los chaperos del parque, o a la publicidad que nos atosiga («aplicación también disponible para sistema operativo Android»), o a la implacable diligencia de los camareros madrileños, que tiran cañas con pericia y sirven platos de gambas con gabardina con no menor solicitud, mientras el televisor atruena el local. El poeta acredita un interés constante por integrar la realidad plural, desde lo más encumbrado a lo más escondido, en la red crítica que es siempre la poesía, y por despojar a esta de toda inmanencia, de toda etereidad.

Una señalada fórmula retórica de La tarde libre que se pone de manifiesto en poemas como «Añoranza / eres ya serenidad calcárea / sé bienvenida…» son las repeticiones, que musculan y dan ritmo y coherencia al conjunto. Las anáforas constituyen la modalidad preferida, de la que este poema es una buena muestra, aunque no necesariamente la mejor. En el poema que abre la parte II, «Hay tanta lluvia en la calle…», el amplio abanico de anáforas, paralelismos y duplicaciones se alía con los poliptotos, que son otra manera de reiterar y, por lo tanto, de ahondar en la idea: «voy a achatarme por los polos / y a llover la lluvia en la calle // voy a llover lo llovido / lloviendo // (…) solo la lluvia / que lo ocupa todo // llueve sobre lo llovido / lloviendo». La lluvia es, precisamente –y acaso no sea inadecuado considerar que la condición de gallego del poeta ha podido pesar en su elección–, uno de los tópicos recurrentes del poemario. Tampoco las imágenes rurales, frecuentes, escapan, sospecho, a esa condición.

Anxo Carracedo suma a estos procedimientos algunos de clara filiación vanguardista, como la omisión de los signos de puntuación, salvo el punto final, que marca el paso de un poema a otro, junto con la mayúscula inicial del siguiente, o la siembra de referencias culturales e intertextualidades. La tarde libre incorpora citas o alusiones a Rafael Sánchez Ferlosio, Marcel Proust, Charlie Parker, Julio Cortázar y Roberto Bolaño, entre otros.

Anxo Carracedo demuestra en La tarde libre un manejo libérrimo del lenguaje, que lo emparienta con los grandes escritores gallegos del siglo XX: Camba, Cunqueiro, Torrente Ballester, Cela. Su concepción dilatada y flexible de la creación poética, unida a un pulso firme y minucioso, y a una cultura literaria tan vasta como bien asimilada, le permiten dibujar, con una voz singular, un cosmos poético lleno de ironía, melancolía y verdad. El autor de La tarde libre se sienta en las páginas del libro a contemplar lo que ha sido, a recordar lo que ha amado, y a ver pasar el mundo. Solo intenta recuperar la felicidad, como nos gustaría a todos: atraparla en sus apariciones fugaces, bajo la especie de recuerdo o de placer momentáneo. Anxo Carracedo, como escribe en el poema «Así quiero descansar…», de la segunda parte, quiere «darle la tarde libre al Ángel Exterminador». Si lo consigue, quedará una conciencia laxa, limpia y vacía, no perturbada por el yo, ni por los yos del pasado, en la que las cosas del mundo se imprimirán con la fuerza de la inocencia y volverá a circular la sangre de lo vivido.

[Prólogo de La tarde libre, de Anxo Carracedo, ilustraciones de Juan Carlos Mestre, Sevilla, Ediciones en Huida, 2018]

No hay comentarios:

Publicar un comentario