miércoles, 8 de mayo de 2019

Mi padre

Acaba de aparecer en Ediciones Trea mi más reciente libro de poesía, Mi padre, un conjunto de poemas en prosa muy breves algunos tienen una sola línea; el más largo, once, cada uno de los cuales recoge un recuerdo de mi padre, muerto hace 30 años. Sé que no son todos los que guardo de él, pero sí una gran mayoría. Después de tanto tiempo, ignoro si son muchos o pocos. Tampoco quiero averiguarlo. Igualmente, sé que es un libro de poesía, aunque a veces crea que no lo es. Álvaro Díaz Huici, el editor de Trea, al que agradezco su labor y su hospitalidad, lo ha publicado en la colección de poesía, aunque a veces —sospecho tampoco crea que lo sea. Hablar del padre, aun en la forma literaturizada de un libro de poemas, nunca es fácil. Freud lo tenía claro. No obstante, la literatura española y me parece que también otras está conociendo un auge de lo que podría denominarse "literatura filial", esa con la que los escritores ajustan cuentas a veces con la crítica, a veces con el ensalzamiento con sus progenitores. Manuel Vilas ha obtenido un éxito clamoroso con Ordesa, en el que, al parecer —yo no lo he leído—, hace un retrato de su padre en la España de los años 60 y 70. Jesús Aguado publicó en 2016 un extraordinario Carta al padre, calcando el título del, probablemente, mayor clásico de esta singular modalidad autobiográfica, escrito por Franz Kafka. Y María Baranda, en México, ha dado a conocer en 2018 un brillante poemario, Teoría de las niñas, en Vaso Roto, cuya figura central es asimismo el padre, figura solar, dibujante y filósofo, creador de la risa y el lenguaje. Son unos pocos ejemplos de esa reviviscencia que me parece advertir, y que acaso crezca en años venideros. Mi padre se aleja, radicalmente, de todo lo que he escrito hasta ahora. Y tampoco sé por qué. Quizá lo más íntimo, lo más desnudamente arraigado (y supurante) en nuestra psique, exija una desnudez igual de las palabras, que refleje todo su peso, todo el amor y la suciedad que lo constituyen. Escribí el libro en Mérida, a principios del año pasado. Vivía solo y me sentía solo. Lo pergeñé en unos pocos días, yo, que tardo meses y meses en alumbrar y, sobre todo, en corregir los versos que escribo. Otro hecho insólito en mí. Mi padre quiere ser poesía de los hechos, poesía objetiva, de tiralíneas (por sinuosas o quebradas que sean las líneas), sin follaje, bulliciosamente seca. Lo extraño es que esta astringencia recaiga en algo tan contradictorio, tan claroscuro y laberíntico como la relación con el padre. En la composición del libro, he eludido el pudor. El pudor es uno de los grandes enemigos de la literatura. Y lo he hecho porque necesitaba la crudeza para desprenderme del dolor, o de la vergüenza. Aunque no del todo, claro. Nunca abatimos del todo nuestros sentimientos, ni construimos relatos sin veladuras. El solo hecho de construirlos ya es una veladura: la selección de lo narrado y la retórica, toda retórica, incluso la muy delgada, la casi transparente (ninguna lo es del todo), queratinizan y ensombrecen. Por despojada que sea la exposición, o que haya querido serlo, exponer es disfrazar. De lo que se trata es de que el disfraz sea fidedigno: un artificio que transmita verdad. Mi padre fue un hombre modesto, hijo irremediable de su época: bélica y sórdida, pero también esperanzada. Inteligente, sin estudios pero muy lector, machista (como la sociedad en la que se crio), desclasado (fue, como tantos, un proletario que aspiraba al bienestar burgués y se identificaba con los valores de quienes lo explotaban), bienhumorado, malhumorado, frágil pese a su corpulencia y su rotundidad, locuaz, desventurado. Siempre durmió bien, a pesar de las estrecheces de la familia. Ejerció la paternidad responsable y solo tuvo un hijo, porque no podía mantener a más, aunque habría preferido que fuera una niña, porque, como dice uno de los poemas del libro, las niñas cuidan mejor a sus padres cuando son viejos. Pero él no llegó: murió joven, a los 63 años. Yo tenía 26. 

Estos son algunos de los poemas del libro:

Mi padre me llevaba al mercado de San Antonio los domingos por la mañana a comprar libros viejos. Siempre regateaba con los vendedores. Los puestos, cochambrosos, olían a ceniza. Luego, nos tomábamos unos boquerones en un bar.

Mi padre gastaba Floïd.

Mi padre me llevaba a la ermita de Chalamera por un camino pedregoso, que apenas era ya camino. Entre jaras y romeros, me hablaba de la bóveda de cañón, del arco de medio punto y de los pantocrátor. Prefería el románico al gótico.

Me pregunto si mi padre tuvo amantes. 

Mi padre conservaba con orgullo un libro de Álvaro de Laiglesia, Una larga y cálida meada, que el autor le había dedicado sin preguntarle siquiera el nombre: «A mi amigo el del bar, con afecto». Entonces mis padres tenían un bar. Luego tuvieron una papelería. Yo he heredado el libro.

Mi padre recordaba que uno de los oficiales que le mandaba en la mili, el teniente Lamarca, voluntario en la División Azul, había saltado de la trinchera nevada en Krasni Bor y atacado a los rusos con un palo. 

Mi padre guardaba algunas revistas pornográficas suecas en lo alto de un armario.

Por mucho que me esfuerce, no consigo recordar nada más de mi padre.

Mi padre se llamaba Abel.




Mi padre 
Eduardo Moga 
Ediciones Trea
Colección: Poesía
Edición en papel 
Formato: 12 x 16,7 
Páginas: 120 
Peso: 0.1 
ISBN: 978-84-17767-33-4 
Año: 2019 
Precio: 14,00 €

4 comentarios:

  1. Enhorabuena, Eduardo. Compré el libro directamente a la editorial. Su precio final es de 20e ( 6e en concepto de gastos de envío). Es impactante. En un primer momento no lo reconocí como tuyo;se aleja muchísimo de los demás libros que has escrito: me has descolocado,y lo celebro. Me impresionó en especial este poema:

    A mi padre le gustaban los toros. Solo me llevó a la plaza
    una vez,con cinco años. En cuanto salió la res,me eché a
    llorar.

    Atrapa.Te obliga a leerlo mil veces. Difícil tarea que un escritor consiga sorprender a un lector, tú lo has conseguido.

    Un abrazo grande.

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  2. Hola Eduard
    no soc amant de la poesia
    pero els comentaris en el teu blog m'han fet reflexionar doncs he suportat una situació semblant
    ja el tinc
    gràcies

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  3. Poemas breves que dejan mucho espacio de páginas en blanco. Y es que el silencio, también se lee.

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