miércoles, 20 de octubre de 2021

Con amar no alcanza

Es verdad: con amar no alcanza. Para que alcance, hay que saber amar. El amor no puede ser solo una construcción mental: ha de implicar actos; supone tomar decisiones; tiene que hacerse realidad, presencia, cuerpo. Quien solo piensa el amor, no ama. El que ama lucha por que el amado ocupe en su vida el lugar que ocupa en su corazón. El que ama no dice nunca que no; o solo lo hace cuando ese «no» beneficia al amado. El que ama no rehúye al amado, no lo arrincona, no lo descarta. El que ama recorre todos los caminos posibles para llegar al amado, o al menos se asoma a ellos: no se resiste a explorarlos. El que ama no es inflexible, sino que considera todas las posibilidades, y se afana por multiplicarlas, para encontrar al amado. Incluso cuando al que ama lo cerca un muro, se esfuerza por hacerlo poroso, por subvertir sus límites, por reblandecerlo o saltarlo o abatirlo. El que ama no incumple sus promesas: no crea ilusiones para luego desbaratarlas. El que ama no es cruel: sus palabras nunca persiguen el menoscabo, sino la confianza; sus actos no buscan herir, sino compadecerse. No es menester que el que ama sea perfecto: basta con que su imperfección congenie con la del amado, que sabrá hacer de ella otra razón para amarlo. El que ama debe satisfacer antes las necesidades del amado que las suyas propias: debe desear su bien, aunque su bien suponga un contratiempo y hasta una catástrofe. El que ama ha de entregar su cuerpo al amado como quien se abandona a las turbulencias de un río o a las llamas de un incendio. En el que ama conviven la lucidez de quien sabe que el amor que lo posee es la razón de todo, y la confusión de las pasiones y las contradicciones que ese amor levanta. Pero la confusión es su mayor contribución a la armonía universal: el desorden que causa lo justifica. El que ama debe querer en todo momento unirse al amado, acariciar sus palabras, lamer sus raíces y sus esquirlas, sentirlo en el aire y en las yemas de los dedos. No hay goce sin el amado, ni amor sin tacto: sin el barro del beso y la posesión. El que ama siempre le coge al teléfono al amado: no lo abandona a la angustia de la incomunicación. El que ama acepta por igual las razones y las locuras del amado. El que ama reconoce los sacrificios del amado y procura que cesen. El que ama, ama la paciencia del amado, pero no la desea: trabaja por que sea innecesaria. El que ama ha de ver el mundo con los ojos del amado, o, por lo menos, entrever sus fracturas y sus sombras como este lo hace; igualmente, tiene derecho a que el amado lo vea con los suyos. El que ama no guarda silencio, no se arrebuja en ruinas, no prolonga lo destruido, no desmerece de la pasión que suscita, no tropieza consigo mismo. El que ama sabe romper cadenas para crearlas con el amado y alzar el vuelo con ellas. El que ama ejerce la autocrítica: sabe que sus errores lastran al amado. El que ama nunca se desembaraza del amado, ni rehúsa que se le acerque, ni soslaya sus ansias: solo se opone a cuanto se opone al amado. El que ama se enorgullece de amarlo, y de que se sepa que lo ama. El que ama apoya al amado, lo defiende de quienes lo atacan, le da una mano firme para sostener su mano vacilante. El que ama no conoce desfallecimientos: su andadura hacia el amado, o con él, nunca se interrumpe; todos sus pasos pronuncian su nombre. El que ama no desconoce que, pese a todas sus grandezas, el amor no lo puede todo, ni sobrevive a la muerte, como han escrito algunos desesperados por amar. El que ama sabe, pues, que el amor se acaba. Pero ese acabamiento es otro motivo para abrazarlo: para que no decline en la certeza de lo imperecedero. El amor rara vez consiente dilaciones: necesita futuro, pero ese futuro ha de ahincarse en el presente, desplegarse, siquiera fugazmente, en el ahora. El amor vivifica cada instante, y los instantes que no se viven con amor son instantes desperdiciados. El que ama no humilla al amado, ni permite que se humille. El que ama sabe que el tiempo es breve y que no cabe derrocharlo con privaciones y malandanzas. El que ama pone la alegría por sobre todas las cosas. El que ama no excita las bajezas del amado, sino que fortalece sus virtudes. El que ama no ignora que el amor es garantía de dolor, pero sabe transformar esa certeza sombría en estímulo para el placer. El que ama no se rinde, ni se resigna, ni desaparece: siempre está ahí, dispuesto a construir el amor. El que ama ha de estar listo para empezar una nueva vida con el amado: el amor es la vida nueva.

5 comentarios:

  1. Un hermoso texto, Eduardo, muchas gracias, me encantó!
    Un abrazote

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  2. El amor es fe.
    Qué hermosísima entrada en el blog. Qué placer leerte, Eduardo.

    Un beso lleno de ternura.

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  3. Hola Eduardo, me gustaría publicar este texto en mi blog: Grego.es, para lo que solicito tu autorización. Un abrazo

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    1. Puedes republicar la entrada en tu blog, desde luego, Gregorio. Será un placer verla reproducida allí. Y gracias por tu interés. Un abrazo.

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    2. Buenos días, Eduardo, muchas gracias.
      Acabo de publicar tu entrada:
      https://grego.es/?p=9905

      Un abrazote

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