lunes, 27 de marzo de 2023

Tocoloro, de Terence Dooley

La independiente y amazónica editorial Los Papeles de Brighton, creada y dirigida, desde hace ocho años ya, por el poeta y escritor Juan Luis Calbarro, acaba de publicar Tocoloro, una antología bilingüe del poeta inglés Terence Dooley, cuya traducción al español y prólogo han corrido a mi cargo. Terence es más conocido como traductor de poesía española. Experto en la cultura y la literatura españolas, y visitante habitual de nuestro país, ha vertido al inglés obras de Mariano Peyrou, Mario Martín Gijón, Mercedes Cebrián, Jordi Doce y el argentino Daniel Samoilovich, entre otros autores, así como dos libros míos: Selected Poems (2017) y My Father (2021), y la antología que preparé de poemas sobre la ciudad de Londres escritos por poetas españoles de los dos últimos siglos, Streets Where To Walk Is to Embark (2019), todos ellos publicados por la editorial Shearsman. Pese a esta sobresaliente labor como traductor, que le ha valido reconocimientos en su país su versión de Mi padre fue la Translation Choice de la Poetry Book Society el mismo año de su publicación, su tarea como poeta es asimismo destacable, y Tocoloro así lo demuestra.
  
Transcribo a continuación mi prólogo del libro:

Terence Dooley es un traductor distinguido, uno de los más diligentes en verter poetas españoles y en español a un inglés bruñido y dúctil como una plancha de cobre. Pero también —y me atrevo a decir que fundamentalmente, pese a su dilatada labor como traductor— es poeta. Un poeta minucioso y libérrimo, que construye poemas con la precisión de un calígrafo japonés, pero sin renunciar a la ironía, como buen inglés, ni al misterio, como buen poeta. 

En Tocoloro, esta antología de su poesía reciente, muchos poemas hablan de los pequeños sucesos que componen la realidad cotidiana: mirar un escaparate, visitar al dentista, subir a un autobús, curiosear en un mercadillo, echar una siesta. Sin embargo, Dooley se mete en cada uno de esos modestos acontecimientos como por un túnel que condujera a la luz. Tras los gestos domésticos y las breves hazañas de todos los días, se esconde lo inesperado, lo desconocido, lo fantástico; y un caudal de sentimientos, como una corriente subterránea, al que el poeta accede —y al que permite que nosotros accedamos— como un espeleólogo que se deslizase por las galerías en penumbra de una espelunca. En esa investigación entrañada, su mayor descubrimiento es la condición incierta, contradictoria, de la intimidad, en la que se abrazan el entusiasmo y la indiferencia, el rapto y el sueño, la negrura y la luz. Así concluye «La pinacoteca de los viejos», que se desarrolla en el Museo del Prado: con el deseo del yo poético de andar por «el museo nunca visitado del pasado» y asomarse al «claroscuro del corazón». 

Dooley practica ejemplarmente la inducción: pasa de lo concreto a lo general, siendo lo general lo singular de su espíritu y lo irrepetible, lo perecedero, de cuanto sucede. Entonces encuentra, y encontramos también los lectores, una conciencia que se interroga; o que se reviste de añoranza; o que escruta el amor pasado, o perdido, o presente; o que critica, con humor sutil y británico estoicismo. Una conciencia que desea alcanzar «el porqué de ello», como se titula uno de los poemas (y el libro, The Why of It, que Dooley publicó en 2016), pero que no está segura de lograrlo. Un agujero en los pantalones, por ejemplo, le suscita una acuciosa reflexión sobre el tiempo y el desmoronamiento del ser. O un viaje en autobús (el 73) le permite vislumbrar un amor y lamentarse por no haberlo vivido. Las viñetas se suceden, pues, acarreando la realidad exterior y también la realidad interior que su contemplación y su análisis desvelan. Son instantáneas verbales cuyo ángulo se amplía conforme nos adentramos en ellas. Y una incertidumbre sobrecogedora, que se desprende no solo de un juicio inevitablemente suspenso, sino también de las elipsis con las que gusta de construir su pensamiento, envuelve los versos, que no esconden su fragilidad, sino que la exponen, desnuda, casi amniótica: son obra de alguien que tiembla al descubrirse y tiembla al mirar el mundo, como temblamos todos.

En Tocoloro, lo percibido se desmenuza en una multitud de facetas, como si las cosas se descompusieran en cristales al recibir la mirada de quien las contempla. Terence Dooley es un gran descriptor: exacto y detallista, pero sin que ni la exactitud ni el detalle le impidan comprender los rasgos esenciales de lo que describe. En sus manos, la realidad se revela compuesta por innumerables piezas, o teselas, o aristas, todas caótica pero hermosamente articuladas por la mirada interrogativa del poeta. Una articulación que pasa por una sintaxis insumisa, algo no demasiado frecuente en la poesía inglesa, que es mayormente pragmática y considera descorteses los inconformismos sintácticos. Terence Dooley, en cambio, acentúa a veces los giros anómalos, las torceduras expresivas, para subrayar el dolor o el desconcierto de lo dicho. En algunas series de Tocoloro, como «Siberian Violets», la sintaxis, intrincada pero nunca hostil, refuerza el timbre experimental. El poeta se dirige a menudo a un tú que es la amada, pero que también puede ser él mismo, duplicado, enajenado. Y le gusta pormenorizar paisajes: de la campiña inglesa, de las ciudades en las que vive y ha vivido, de lugares en Francia y de lugares, sobre todo, en España, de la que tratan varios de los poemas de Tocoloro. El mar, tan importante en la cultura y la historia de las islas Británicas y en la propia vida del autor, que vive en Cornualles, un rincón marítimo, es otro asunto de la poesía de Dooley. A todo acude con el escalpelo de un discurso escrupuloso. Su mirada barre la anodinia circunstante y desnuda lo que ha enterrado en las honduras del yo el aluvión sucesivo de los años. El paso del tiempo y la melancolía que procura —los relojes abundan en Tocoloro— ocupan los versos de Terence Dooley, como ocupan la poesía occidental desde hace siglos. Pero en su contemplación no hay alarma; es discreta, templada, analítica, estremecida. Sus palabras descorren el velo de un alma guarecida en el lenguaje, pero arrebatada por el asombro y la turbación de vivir.

Este es el primer poema del libro:

HABITACIONES ROJAS

He llegado a preguntarme dónde guardo el corazón,
cuántas cicatrices tiene, cuánto pesa,
si aún transporta la maravillosa carga
de los sentimientos que he grabado en él, su forma
de perseguir lo inalcanzable
o de quedarse atrás, desanimado por la carrera,
con el extraño dolor de perder el aliento, y, sí,
he llegado a preguntarme qué hace
cuando me ausento de él, esclavo del sueño,
o al despertarme, por qué lo cojo y lo miro
y recorro sus habitaciones rojas, palpitantes,
y cuento cuatro, y luego cinco:
la quinta habitación del corazón, la que nadie observa,
la habitación invernal, el corazón del vacío.

RED ROOMS

I came to wonder where I keep my heart
how scarred it has become, how much it weighs
and if indeed it bears the lovely freight
of feeling I have etched in it, the ways
it scurries after what it cannot have
or lags behind discouraged by the chase
with this strange ache of breathlessness, and yes
I came to wonder how my heart behaves
when I am absent from it, slave to sleep
or waking why I grasp it and I prove
and peer into its red pulsating rooms
and count to four, then reckon up to five:
the heart’s fifth room, the watch that no-one keeps
the winter room the heart of emptiness.



https://lospapelesdebrighton.com/2023/03/14/terence-dooley-tocoloro/

2 comentarios:

  1. Enhorabuena buena una vez más. Un saludo

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  2. Maravilloso el poema "Habitaciones rojas" Ahora ya sabré qué contestar cuando me pregunten porqué en ocasiones las habitaciones que pinto en mis cuadros son rojas. No tienen tanto que ver con la sensualidad sino con el corazón y sus escondidos recovecos

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