Villa Vizcaya es una de las grandes atracciones de Miami, que compite sin complejos con otras, más populares, como Miami Beach o Coconut Grove. Es una villa en estilo neorrenacentista italiano, construida entre 1914 y 1916 por el multimillonario James Deering, que, con una salud precaria, necesitaba un clima cálido para seguir disfrutando de sus millones. Estados Unidos está lleno de lujosas mansiones, edificadas por empresarios a los que les salía el dinero por las orejas y que, a falta de una tradición propia, reproducían los estilos arquitectónicos europeos, la mayoría en la llamada «Edad de Oro», entre el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX, cuando el país pasó de ser un mundo nuevo en construcción –es decir, en expansión: frente a indios, mexicanos y antiguos imperios en decadencia, como España– a primera potencia planetaria, cuajada de oro, energía y desigualdades.
Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, que vivieron exiliados en la cercana Coral Gables entre 1939 y 1942, visitaron varias veces Villa Vizcaya, pero no como turistas, que es como lo hace hoy el común de los mortales, sino como invitados de la familia Deering, que los tenía por amigos. Aquellos eran buenos tiempos para los poetas, pese a las desdichas que sufrieran (y los Jiménez-Camprubí sufrieron muchas): por serlo, eran acogidos por los privilegiados y poderosos, que aún veían en la poesía una fuerza espiritual digna de integrarse en la vida mundana. Juan Ramón conoce Villa Vizcaya y la funde en el recuerdo —el recuerdo de España que lo persigue en el exilio— con otra noble mansión, Maricel, en Sitges, empinada sobre otro mar: el Mediterráneo, semejante en luz y color al contemplado en la Florida. El mar, una presencia constante en su obra desde su infancia en Moguer, y que constituye asimismo un personaje esencial en su primer libro americano, Diario de un poeta recién casado, ese mar ahora doble, bífido, único, español y floridano, es cantado al principio del fragmento tercero de Espacio: «¡Qué estraño es todo esto, mar, Miami! No, no fue allí en Sitjes, Catalonia, Spain, en donde se me apareció mi mar tercero, fue aquí ya; era este mar, este mar mismo, mismo y verde, verdemismo; no fue el Mediterráneo azulazulazul, fue el verde, el gris, el negro. Atlántico de aquella Atlántida. Sitjes fue, donde vivo ahora, Maricel, esta casa de Deering, española, de Miami, esta villa Vizcaya aquí de Deering, española aquí en Miami, aquí, de aquella Barcelona. Mar, y ¡qué estraño es todo esto! No era España, era La Florida de España, Coral Gables…» (Tiempo y Espacio, edición de Arturo del Villar, Madrid, EDAF, 1986).
Uno de los muchos jardines que rodean la propiedad es el Jardín Secreto. Rodeado de robles bicentenarios, de los que cuelgan espesas matas de musgo español, y de banianos, cuyas ramas se entrelazan caóticamente, este delicioso rincón fue concebido para albergar orquídeas. Pero las orquídeas, tan delicadas, no resistieron el apabullante clima subtropical y perecieron. Hoy han sido sustituidas por una amplia colección de suculentas, que lucen pimpantes y voluminosas. Las suculentas, ya se sabe, aguantan lo que les echen.
[Este artículo se publicó en La Sombra del Ciprés, suplemento cultural de El Norte de Castilla, el 28 de abril de 2023]
No hay comentarios:
Publicar un comentario