martes, 2 de mayo de 2023

Lector que rumia

La crítica literaria, es decir, la reflexión pública, por escrito, sobre lo leído, es una de las patas de mi dedicación a la literatura, que se parece mucho a un ciempiés. Pero no es una más, sino una de las principales, junto con la creación poética, por supuesto, y la traducción. A las tres he dedicado la mayor parte del tiempo que llevo vivido, y la crítica quizá sea a la que más, porque, para ejercerla, primero hay que leer (a menos que uno haga como aquel reseñista escocés del siglo XIX, que nunca leía el libro que criticaba para que no le creara un prejuicio) y el tiempo de esa lectura se integra también, inevitablemente, en el de la escritura. Desde hace muchos años ya, sigo un procedimiento para dar a ese trabajo mío —que ve la luz, habitualmente, en revistas culturales, periódicos como El Norte de Castilla o mi propio blog— una segunda y más longeva oportunidad en forma de libro: reúno las reseñas y artículos publicados en esos medios durante un trienio o cuatrienio —nunca un quinquenio, que me suena franquista, y menos aún un plan quinquenal, que es soviético— y se los ofrezco a un editor que me merezca respeto. Hasta el momento, he tenido suerte y siempre he encontrado a alguno lo suficientemente temerario —con una temeridad rayana en el suicidio, debo precisar— como para acogerlo en su catálogo. Así ha sido también con mi última entrega, este Lector que rumia, que se asoma al mundo desde la ventana limpia de la editorial Polibea, gracias a la confianza que ha depositado en mí su editor, Juan José Martín Ramos, al que debo gratitud. Pero él, con ser el primero, no es el único al que tengo que dar las gracias. Para que el libro adquiriera cuerpo y ser, no solo he contado con su imprescindible apoyo, sino también con la ayuda de personas a las que quiero: Antonio Ortega, excelente crítico, que firma el prólogo; Blanca Ruiz Narváez, autora de la fotografía del autor; y mi hijo Pablo, que ha diseñado las cubiertas y guardas del volumen. El título, en fin, no pretende tener connotaciones agropecuarias, sino evocar una cita que juzgo muy acertada: la del romántico alemán Friedrich von Schegel, que encabeza el volumen: “Un crítico es un lector que rumia. Por eso debería tener más de un estómago”.

Lector que rumia se presentará el próximo viernes, 5 de mayo, en la librería Alberti de Madrid. El propio Antonio Ortega me acompañará en el acto. Ambos mantendremos un diálogo sobre la crítica y sobre el libro.

Este es el enlace de la librería con los datos e información sobre el acto: https://www.libreriaalberti.com/agenda/eduardo-moga-lector-que-rumia-polibea/2425/


Cuando estudiaba, me imaginaba un Gombrowicz, un Bloom, un Paz, alumbrando reveladoras teorías sobre la mejor literatura y guiando al lector, con la antorcha de mi ingenio, por los vericuetos en penumbra de tantos libros admirables. Hoy hago reseñismo. Esta cura de humildad, que algunos rebajarían incluso a la categoría de descensus ad ínferos, no me mortifica, al contrario, me consuela y hasta me entusiasma. Porque he descubierto que el reseñismo constituye un arte sutil, y no el pedestre ejercicio al que nos tienen acostumbrados los plumillas menos aventajados; y que escribir una buena reseña es una tarea afiligranada que requiere criterio propio y juicio ecuánime, prosa educada y persuasiva, pulso narrativo y, sobre todo, elegancia, que es tanto una virtud de la forma como un valor moral; y tampoco le viene mal una pizca de ironía. El crítico, en realidad, solo necesita educar el gusto y controlar el humor. Pero ambas son labores titánicas, que lleva una vida culminar, y muchas veces ni con una vida tenemos bastante, como aquel pintor chino que se regocijaba de que, siendo ya centenario, estuviera por fin aprendiendo a pintar. Para escribir una buena reseña, primero hay que elegir un buen libro (es más divertido, y quizá más útil, escoger uno malo, pero deja un extraño sinsabor, una turbulenta melancolía) y luego hay que subrayar con delicadeza, transitar por lo leído con reciedumbre pero con cuidado de no romper nada, razonar sin abrumar, y sugerir, siempre sugerir. Una buena reseña debe dar ganas de leer el libro, o de no leerlo, si hemos tomado la controvertible decisión de hablar de algo que nos ha disgustado. Todo eso he intentado hacer yo en estas reseñas, y algunos artículos, que he publicado en diversos medios culturales y en mi blog Corónicas de Españia en los últimos tres años. Ojalá se lean como lo que siempre han pretendido ser: literatura.

(De la contracubierta)


Lo que esperamos, lo que se espera de la crítica, de la escritura crítica, es que sea capaz, como propone Eliot, de alcanzar esa diferencia que dé integridad a la escritura, aunque sea de prestado. El trabajo de escritura de Eduardo Moga se materializa en una red de labores y de lenguajes no solo simultáneos sino subsidiarios: poeta, crítico de referencia, ensayista, antólogo, traductor y columnista, el flujo de tensión de sus palabras delimita un movimiento personal y un pensamiento literario que alcanza diferencia e integridad. Es en el desarrollo de su propio y personal trabajo donde alcanza a ponerse de manifiesto la entidad y el rigor material de una escritura de profundo calado y consistencia existencial, fruto de una conciencia celosa y vigilante. La escritura crítica de Eduardo Moga constituye una parte determinante de su obra literaria porque viene a reafirmar con certeza la aseveración que Ricardo Piglia hiciera en su libro Formas breves, cuando con su personal convicción declaró que “La crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas”. Todos los libros de Eduardo Moga poéticos, ensayísticos, de crítica literaria, traducciones, sus escritos periodísticos— dan razón de una vida que se escribe, a su manera, en cada uno de ellos, y que, al mismo tiempo, instauran una poética que se ordena y se modela en todas y cada una de sus páginas.

Y eso es Lector que rumia, además de un soberbio libro de crítica literaria, un “testimonio” personal de vida y de poesía. Aunque parte de discursos ajenos y exteriores, de un relato crítico construido sobre preferencias y afinidades poéticas, el lector atento podrá comprobar cómo esas lecturas y esos autores, de algún modo, han contribuido a dibujar y recrear su mundo existencial, verbal y poético, en un territorio literario que ha hecho que esas escrituras en origen diversas o foráneas, y que parecerían ajenas— se hayan convertido en espejos de pensamiento, pues quien sobre ellas escribe las ha hecho también suyas. Volviendo de nuevo a Piglia, estas lecturas y ensayos críticos, no pueden ser considerados sino como “una forma de registrar una forma de vida”, una versión de lo que estas obras y escrituras reseñadas significan en su propia obra y en su autobiografía. Un retrato hecho de otros retratos porque, en última instancia, en toda crítica se cifran las obsesiones, las vacilaciones y las señas, tanto presentes como futuras, de quien la escribe. Es la vida de un lector que, como acierta a definir Graciela Speranza, “cuando habla de los libros de los otros no puede sino hablar al mismo tiempo de los propios”.

(Del prólogo de Antonio Ortega, “Un testimonio de legalidad: la escritura crítica de Eduardo Moga")



2 comentarios:

  1. Enhorabuena buena. Un saludo.

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  2. Enhorabuena, otra vez, Eduardo. Espero hacerme pronto con el libro. Gracias por elegir la fotografía que te hice. La cámara te quiere pero, yo más.
    Un abrazo lleno de cariño y ternura.

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