No dormir. Que los colores palidezcan. Caminar más despacio. Que cueste abrir un libro. Que cueste leer un libro. No leerlo. Que cueste sonreír. Sonreír pese a todo. Sentir barro dentro. Pasar horas sentado en el sofá. No atarse los cordones de los zapatos. Salir de casa con ropa ligera cuando hace frío o abrigado cuando hace calor. No salir de casa. No dormir. Que la conciencia sea un páramo por el que vago como si me ahogara. Que ahogarme no me preocupe. No comer. Comer demasiado. No dormir. Que irrite una puerta que se cierra de golpe, una palabra bienintencionada, mi nombre repetido. Saber que debo amar a alguien, pero no poder hacerlo. No disfrutar con dos huevos fritos o un película de Woody Allen. No saber quién está haciendo lo que hago. Dejar de hacerlo. La pastilla de sertralina. No dormir. Que las horas se alarguen como lombrices. Tener la culpa de mi mal. Ver sin ver. No dormir. No ir al gimnasio. Que no se me levante, o que se me levante a destiempo. Sentir el punzón de la melancolía labrándome la piel por dentro. Creer que la oscuridad es el estado natural de las cosas. Sentir que la conciencia, purulenta pero invencible, siempre está ahí, en las horas espesas del día, en las horas eternas de la noche. Ser inexorablemente yo. Olvidarme de regar las plantas. Sentir una permanente opresión en el estómago. Dormirme cuando no debo. No dormir. Sentir que todo tiene una densidad lacerante y que no hay caminos para sortearla. Barruntar que sí hay un camino. No oler. Responder sin ganas a un amigo que quiere saber cómo estoy. Que una telaraña cubra la mirada. Saludar cortésmente al vecino que ya no recuerdo cómo se llama ni en qué piso vive. Recordar la claridad esperanzadora de otras mañanas. Que el cansancio sea axial. La pastilla de lorazepam. Salir a pasear con la esperanza de desprenderme del yo como la serpiente se desprende de la piel muerta. No conseguirlo. Que la noche se acelere; que sea ubicua. No dormir. Caer en un sueño erizado solo de madrugada, cuando el cansancio se vuelve un láudano atroz. Admirar —y apenas comprender— que el corazón no deje de latir. Morderme las uñas. Olvidarme de cargar el móvil. Forzarme a seguir, aunque no sepa a dónde. Que cueste escribir. Que el futuro se amontone en una sola masa gris; que guarde silencio. Que el supermercado quede muy lejos, mucho más lejos que antes. Que las cosas tiendan a no existir. Que la música sea, en realidad, silencio. No dormir. Esperar que pase el tiempo. Que el tiempo no pase. Sobre todo, no olvidar el día en que he de volver a ver al médico. Ver caras que no se pueden tocar. Que los gestos de los demás sean un laberinto en el aire. Que todo tenga forma de laberinto. Que las cosas se reblandezcan, pero sigan siendo impenetrables. Que los desayunos no auguren nada bueno. Que la realidad sea implacable; que sea excesiva. Que, cuando por fin me duermo, tenga un sueño a trompicones, pedregoso, como si recorriera un aulagar. Que me haya costado recordar la palabra “aulagar”. Estar enfadado conmigo mismo. Aprender que la razón no sirve contra la tristeza: que confiar en uno mismo significa encomendarse a un fantasma. Que me dé igual que el Barça gane la liga, quién gane las próximas elecciones, qué derramas haya que pagar en la comunidad. No saber. Hablar poco. No dormir. Que me moleste el entusiasmo de los demás. Respirar ceniza. Que la negrura sea mi compañera de cama. Enfadarme con las cosas: reñir a una percha por que no suelte la ropa que tiene colgada, a un cinturón porque se ha enganchado con un saliente, a unas gafas por haberse perdido. Continuar, aunque fatigue, aunque agote.
Excelente. Este texto, ¿por qué no este poema, pues un poema es?, podría pertenecer a alguno de tus libros editados. Tal vez pertenecerá a alguno de los libros por editar.
ResponderEliminarBuenos días. Sí, el texto es muy bueno, como siempre, amigo Eduardo, pero la experiencia de la depresión es muy jodida, "quien lo probó lo sabe".
ResponderEliminarA mí me fue muy bien la psicoterapia gestalt, el trabajo con el cuerpo, la atención a los sentidos, cuidar la alimentación, la meditación, las relaciones sociales, con los amigos, etc. En fin, todas esas cosas que a un deprimido le cuesta un mundo hacer, pero que no hay otra manera de salir.
Un fuerte abrazo
Me siento totalmente identificada. Es la enfermedad más cruel.
ResponderEliminarUn abrazo lleno de cariño.
Quisiera poder darte ánimos y decirte que seguro que superarás ese terrible mal que es la depresión, pero me da miedo soltar alguna tontuna buenista e inútil que en vez de aliviarte te ponga de peor humor. Admiro tu trabajo de introspección y tu manera de expresarlo. Una puede llegar a sentir lo que dices.
ResponderEliminarSí te mando un abrazo enorme y apretado y mucho cariño.
Mucho ánimo Eduardo. Tus muchos lectores te admiramos y aunque sea en la distancia y de esta manera intelectual, te queremos y esperamos que te recuperes muy pronto. Como dice Gregorio, te toca obligarte a hacer todos los hábitos saludables para encontrarte mejor. Es cierto ¡qué importante es dormir bien! Más abrazos
ResponderEliminarGracias a todos, Sergio, Gregorio, Blanca, Isabel y Alejandra, por vuestras palabras. Os mando un abrazo grande.
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