miércoles, 14 de junio de 2023

Traducir poesía en castellano y catalán: breve historia de un desequilibrio

La poesía contemporánea en catalán (la del siglo XX y lo que llevamos del XXI) ha sido razonablemente bien traducida al castellano. Y, cuando digo bien, me refiero tanto a la cantidad como a la calidad de las traducciones. En realidad, la traducción de la producción literaria en catalán a otras lenguas de la península tiene una larga tradición, como ha acreditado, entre otros investigadores, José Antonio Sabio Pinilla. La traducción entre lenguas peninsulares es un fenómeno documentado desde el siglo XIII, aunque no se generalizará hasta el siglo XIV. Del catalán al castellano destaca la traducción del Llibre del gentil e dels tres savis (h. 1274-1276), de Ramón LIuII, en versión del cordobés Gonzalo Sánchez de Uceda, Libro del gentil y de los tres sabios, concluida en 1378. En el siglo XV se documentan algunas traducciones de obras castellanas al catalán, que no tendrán continuidad en el siglo XVI: por ejemplo, el valenciano Bernardí de Vallmanya tradujo la Cárcel de amor (1492), de Diego de San Pedro (Barcelona, 1493). Del catalán al castellano, encontramos el Llibre dels Àngels (1392), de Francesc Eiximenis, traducido por Miguel de Cuenca y Gonzalo Ocaña como Libro de los santos ángeles (Burgos, 1490), y la primera traducción, anónima, del Tirant lo Blanch (Valencia, 1490), de Joanot Martorell, que apareció en Valladolid en 1511, con el título de Tirante el Blanco.

Si las traducciones de obras castellanas al catalán son casi inexistentes en el siglo XVI, en la otra dirección, del catalán al castellano, encontramos notables excepciones, como las traducciones de las poesías de Ausiàs March. La primera, del valenciano Baltasar de Romaní, apareció en Valencia en 1539. La segunda, del portugués Jorge de Montemayor, el autor de Los siete libros de la Diana, también en Valencia, en 1560. Esta traducción influyó decisivamente en el barcelonés Juan Boscán, en Garcilaso de la Vega y en Fernando de Herrera, con lo que eso supone de impulso a la instauración del Renacimiento en España.

A muchos de estos clásicos de la literatura medieval en catalán los tradujo el poeta barcelonés en castellano Enrique Badosa, miembro de la generación del 50 y recientemente fallecido. En 1966, publicó La lírica medieval catalana, en la muy católica editorial Rialp, con la presencia destacada de Ramon Llull, Jordi de Sant Jordi, Ausiàs March y Joan Roís de Corella, entre otros autores, que conoció una segunda edición, ampliada y revisada, en 2006, en la editorial Comares.

Pero decía que la poesía contemporánea en catalán ha sido razonablemente bien traducida al castellano. Todos los nombres importantes, por una u otra razón, de la poesía catalana de estos 122 últimos años han sido vertidos al castellano, desde Verdaguer hasta Martí i Pol, algunos de ellos muchas veces, como Salvador Espriu, cuya poesía, entendida como expresión de la necesidad de reconciliación entre los pueblos y las lenguas de España y proclama de fraternidad, heredera de aquellas otras propuestas de entendimiento defendidas por Joan Maragall, fue muy bien acogida en España en un momento álgido de oposición a la dictadura franquista, y de tránsito y apertura cultural y política. Espriu invoca a Sepharad, una España acaso utópica, a la que insta: «Fes que siguin segurs els ponts de diàleg / i mira de comprendre i estimar / les raons i les parles diverses dels teus fills…» [‘haz que sean seguros los puentes del diálogo / y trata de comprender y de estimar / las diversas razones y hablas de tus hijos’], como dice el poema 46 de La pell de brau (traducido por José Agustín Goytisolo, La piel de toro). 

También Joan Margarit ha sido copiosamente vertido al castellano. Su reiterada presencia entre los lectores españoles (sancionada con el premio Cervantes en 2019) se explica, en mi opinión, por una conjunción de factores: el hecho de que escribiera sus primeros libros en castellano (como Pere Gimferrer), lo cual lo entronca naturalmente con el corpus de la poesía española; la frecuente autotraducción de su obra posterior, que ahonda en esa vinculación; y, sobre todo, su encaje estilístico —y existencial— en la denominada «poesía de la experiencia», el neorrealismo socialdemócrata finisecular que ha sido dominante en el panorama poético español durante treinta años (1982-2012), al que también se han adscrito —no sé si seguirán ahí— otros poetas catalanes y valencianos en catalán, como Àlex Susanna, Enric Sòria y Miquel de Palol (que ha publicado en la madrileña editorial Bartleby, en 2021, Desdoblament/Desdoblamiento, con traducción de Isabel Pérez Montalbán y Francisco Fortuny). 

Joan Brossa ha sido el tercer autor más traducido al castellano: Gimferrer lo ha hecho en Fuego en el cántaro (1965 y 2001) y Teatro. Poesía escénica  (1968); José Batlló, aquel atrabiliario poeta, editor y propietario de la librería Taifa de Barcelona, en Me hizo Joan Brossa (1989) y Poemas civiles (1990); Andrés Sánchez Robayna, también en Me hizo Joan Brossa (1973) y Viaje por la sextina (1992); y el hispanoargentino Carlos Vitale, en Añafil 2 (1995), El tentetieso (1998), Teatro Brossa. Poesía escénica (2003) y Día de viento. También. Olga sola [Poesía escénica] (2004), entre otros títulos y traductores.

(...)

No estoy seguro, en cambio, de que el momento actual sea tan propicio como las décadas anteriores para la traducción de la poesía catalana al castellano. Me parece observar una retracción tanto del interés entre los lectores españoles por conocer lo que se escribe en Cataluña como de los poetas catalanes por dar a conocer su obra entre los lectores españoles, en movimientos introyectivos y solipsistas. Y, si esto es así, quizá algo tenga que ver una situación política que ha acentuado la lejanía del otro a los ojos de quien mira, a uno y otro lado del Ebro. Los puentes de diálogo que propugnaban Maragall y Espriu, y que han defendido tantos otros, se han tambaleado, todavía se tambalean, y todavía vibran bajo el paso –y el peso– de los partidarios de la ruptura política (asilvestrada) con España, por un lado, y de la indisoluble unidad de la patria (española), por otro. La traducción es un termómetro muy fino de la temperatura de las relaciones entre las culturas y las lenguas, y no puede ser ajeno a las sacudidas ideológicas ni a las turbulencias, internas o externas, de los Estados que las acogen. 

Por otra parte, si la poesía catalana se ha traducido ampliamente al castellano en España (y en el extranjero), no sucede lo mismo con la poesía española en castellano en Cataluña. La razón de esta omisión solo puede ser una realidad sociolingüística: todos los catalanoparlantes son también castellanoparlantes, y por lo tanto se da por hecho que pueden leer y entender la literatura en castellano sin necesidad de traducirla. (Lo que tiene una dimensión económica: difícilmente un editor de poesía, habituado a batallar con las minorías lectoras del género, asumirá una traducción que considere innecesaria y cuyos lectores constituyan solo una fracción aún más exigua del reducidísimo mercado poético). Daré un ejemplo sangrante: acaba de publicarse, traducido al catalán por el mallorquín Miquel Llull, Poeta en Nueva York: Poeta a Nova York (Edicions Documenta Balear, 2022). Un clásico entre los clásicos de la poesía española contemporánea como ese no se había traducido en ochenta años al catalán. Es la primera vez que se hace. 

Traducir obras a un idioma cuyos hablantes conocen el idioma en el que están escritas tiene, no obstante, sentido: acrece el caudal de la lengua a la que se traducen, dilata sus fronteras expresivas y aporta significados y valores, culturales y estéticos, acaso ausentes o menos presentes en ella. La traducción de poesía en castellano al catalán enriquece el catalán y el pensamiento que se articula en catalán. Los idiomas y las culturas se nutren de lo que crean sus miembros, sus integrantes autóctonos, pero también de cuanto estos incorporan de otros paisajes, de otras sensibilidades. Yo no sería el escritor —ni la persona— que soy si no hubiera expandido mi experiencia literaria, y la relación no siempre amable que mantengo con mi propio idioma, con las traducciones, incluso —o sobre todo— de las lenguas originarias que conocía, ya porque fuesen también mías, como el catalán, o porque las manejara razonablemente bien, como el inglés o el francés. Aunque entienda el catalán, leer el poema en castellano me mejora. Del mismo modo pienso que, aunque los catalanes entendamos el castellano (o incluso tengamos el castellano como lengua materna y lengua de creación, como es mi caso), leer los poemas en catalán nos mejora. Cabe defender, además, que los poemas traducidos a otro idioma se incorporan a la literatura de este idioma: son artefactos nuevos, creaciones inaugurales, que quedan vinculados, por derecho propio, a la lengua de destino, y se integran —o arraigan—  en su flujo con singularidad única. Si la traducción es un puente, hay que construirlo y ha de serlo en los dos sentidos, aunque haya un pantalán a ras de agua que permita cruzar de una orilla a otra con cierta facilidad. 

Pere Joan i Tous, el prologuista de Poeta a Nova York, aporta otra razón, complementaria de la anterior, de carácter sociolingüístico, para traducir poesía —literatura— del castellano al catalán. Es una razón plausible. Para él, y dados los déficits históricos que ha padecido, y que todavía padece, la lengua catalana (en el arraigo y el uso social, en la estimación colectiva, en la configuración de una urdimbre de tradiciones literarias, en su proyección internacional, en su universalización), «traduir al català obres del cànon universal és recrear virtualment en aquesta llengua una experiència que la Història li va negar. És, en última instància, apropiar-se d’una obra aliena per anar escrivint una cosa semblant a una història ucrònica de la literatura catalana. Ergo, traduir al català obres del cànon literari en castellà es també necessari per apuntalar una llengua i una cultura que van perdent presència social i, per tant, capital simbòlic» [‘traducir al catalán obras del canon universal es recrear virtualmente en esta lengua una experiencia que la Historia le ha negado. Es, en última instancia, apropiarse de una obra ajena para escribir algo parecido a una historia ucrónica de la literatura catalana. Ergo, traducir al catalán obras del canon literario en castellano es también necesario para apuntalar una lengua y una cultura que van perdiendo presencia social y, por lo tanto, capital simbólico’]. Esta es la misma razón que el propio Joan i Tous recuerda que alegó Antoni Bulbena i Tosell (nacido en 1854) para traducir el Lazarillo de Tormes y El Quijote al catalán: consolidar el capital simbólico del catalán, porque, si ambos libros estaban traducidos a todas las lenguas cultas, era lógico y necesario que también lo estuvieran al catalán, «instrumento de expresión de todo un pueblo». A esta razón, Bulbena añadía otra: se trataba de «catalanizar el castellano» y de «descastellanizar el catalán», una expresión que acaso nos recuerde a aquella otra, infausta, del ministro conservador José Ignacio Wert, para quien el objetivo de la educación en Cataluña era españolizar a los niños catalanes, pero que, en este caso, es legítima y tiene sentido: se trata de recrear un catalán literario que no ha podido existir por la falta de un campo literario catalán en los largos siglos de la Decadencia. Esta voluntad de «catalanizar el castellano» sigue siendo válida hoy, y su puesta en práctica no puede sino fortalecerlo frente al desahucio social y cultural, y, como dice Joan i Tous, «inscriure’l en la seva memòria ucrònica i, amb això, assentar una tradició que la Història li va negar» [‘inscribirlo en su memoria ucrónica y, con esto, asentar una tradición que la Historia le ha negado’]. 

Hay algunos escasísimos antecedentes de traducción de poesía en castellano al catalán, tan escasos y tan leves que casi da vergüenza enumerarlos. Del propio Lorca, se habían traducido dos poemas, «Els negres» y «Ciutat sense son», en versiones musicadas de Lluís Llach y Salvador Jàfer. Miquel Forteza tradujo a Rubén Darío y Vicente Aleixandre en 1960; Xavier Benguerel, a Pablo Neruda en 1974; Marià Villangómez, a Góngora, Quevedo, Alberti, Cernuda, Claudio Rodríguez o Antonio Colinas en 1991; y Miquel Àngel Riera a Rafael Alberti: Poemes de l’enyorament (Casa de Cultura de Manacor-Caixa d’Estalvis, 1972), una antología de catorce poemas de varios libros del gaditano. Excepto esta última, ninguna de las otras ha aparecido en forma de libro independiente: son versiones de poemas sueltos. Del mismo modo, hay que citar la versión abreviada de Blanquet i jo (Platero y yo), de Juan Ramón Jiménez, que Miquel Solà i Dalmau pergeñó en 1976 como felicitación navideña –fotocopiada– para familiares y amigos, y que publicó en 1989 el Centre d’Estudis Comarcals d’Igualada.

Mi propia experiencia (...) ilustra lo que acabo de decir. Como poeta catalán en castellano, en ejercicio desde 1994, nunca había sido traducido al catalán. Lo fui por primera vez gracias al seminario de traducción de Farrera de Pallars, organizado por la Institució de les Lletres Catalanes desde 1998, al que fui invitado en 2018, apenas un año antes de que se clausurase. Pero eso significa que habían tenido que pasar veinte años, desde que el seminario se inaugurara, para que el castellano, una lengua hermana y cooficial en Cataluña, fuese la lengua invitada y, por lo tanto, traducida al catalán. Fue una experiencia espléndida, en la que trabajé con algunos de los mejores poetas y traductores en catalán de la actualidad, como Àlex Susanna, Francesc Parcerisas y Marta Pessarrodona, y de la que resultó mi primer libro en catalán, una antología bilingüe, titulada De vegades sento ganes de cridar, publicada en 2020 por una editorial ya desaparecida, La Garúa, fundada y dirigida por el poeta Joan de la Vega. 

Suscribo, pues, lo que le dijo Gabriel García Márquez a Avel·lí Artís-Gener, según este refirió en un artículo de 1982: «Para celebrar la venta del ejemplar un millón de Cien años de soledad, Antoni López-Llausàs, el editor de Edhasa, le había preguntado al colombiano qué quería como obsequio», a lo que este había respondido: «La traducción al catalán. Me jode tener el libro en quince idiomas y que no esté el de la ciudad que he escogido para vivir», como ha recordado Montserrat Bacardí,  con el agravante de que, en mi caso, Barcelona no solo es la ciudad en la que he escogido vivir, sino también la ciudad en la que he nacido y me he criado, y donde espero morir. 

Leo en Poeta en Nueva York:

Asesinado por el cielo.
Entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.

Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.

Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!

Y en Poeta a Nova York:

Assassinat pel cel.
Entre les formes que van cap a la serp
i les formes que cerquen el cristall
deixaré créixer els meus cabells.

Amb l’arbre de monyons que no canta
i el nin amb el blanc rostre d’ou.

Amb els animalets de cap romput
i l’aigua esparracada dels peus secs.

Amb tot el que té cansament sordmut
i papallona ofegada en el tinter.

Travelant amb la meva cara diferent de cada dia.
Assassinat pel cel!

Un buen amigo y buen poeta, Juan Luis Calbarro, zamorano, residente muchos años en Palma de Mallorca, ha tenido la osadía de traducirse una antología de su poesía, Perill d’extinció. Antologia personal, y un editor renacentista que tenemos, oculto en las montañas de Girona, Christian Tubau, al mando de Libros de Aldarán, la temeridad, rayana en el suicidio, de publicarlo. 

En su poesía completa, Caducidad del signo. Poesía reunida 1994-2016, Calbarro ha escrito:

Ni el sabor de la sangre que escurría,
prez para el Jabalí, desde mi yelmo,
ni los vítores roncos, sudorosos,
de los hombres en pie tras la batalla
enajenaron nunca mis sentidos
como el fragor aleve de tus labios
una noche de agosto.

I en Perill d’extinció:

Ni el sabor de la sang quan escorria,
ofrena per al Porc, des del meu elm,
ni els víctors roncs, suosos,
dels homes a peu dret després de la batalla
alienaren jamai els meus sentits
com la fragor feréstega dels teus llavis
aquella nit d’agost.

Hace poco, Calbarro me confesó que, habiendo mencionado que acababa de publicar su libro en catalán a un amigo en Madrid, donde ahora vive, este le preguntó: «¿Por qué?». Para esta pregunta he intentado sugerir alguna respuesta en este artículo.

[«La traducción de la poesía contemporánea en castellano y catalán: ausencias y presencias», ponencia impartida en les X Jornades sobre Traducció Literària, en la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona, el 20 de octubre de 2022, y publicada, íntegramente, en Quaderns. Revista de Traducció, vol. 30, 2023, pp. 85-93 (https://revistes.uab.cat/quaderns/article/view/v30-moga/101-pdf-es)].

2 comentarios:

  1. Abatido o no, escribes extraordinariamente bien.

    Visca el Barça!

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  2. Está bien que me cites a mí, pero a Lorca... :P

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