sábado, 3 de septiembre de 2016

Breve diario de viaje: Colombia (I)

En El Dorado, que no es solo un país legendario, sino también el actual aeropuerto de Bogotá, casi se nos pierde Manuel Simón Viola. De hecho, se nos perdió. Estaba con nosotros en el control de inmigración y, de repente, ya no estaba: Viola se había violatilizado. Lo esperamos, lo buscamos por los pasillos, hasta hicimos que lo llamaran por megafonía (que aquí se llama perifonear, algo que suena vagamente a perversión sexual). Pero nada. Por fin apareció, con aspecto relajado. Quienes estábamos histéricos éramos nosotros: José Manuel Díez, Susana Martín Gijón y yo. El funcionario le había preguntado en qué hotel iba a alojarse en Manizales, y él no lo recordaba. Aquello bastó para que lo llevaran a una habitación (moderadamente siniestra, según nos dijo) y lo interrogaran, no sabemos si con la potente luz de un flexo apuntándole a la cara. Lo curioso (y absurdo) del caso es que a José Manuel también le preguntaron lo mismo y él tampoco lo sabía, pero a él lo dejaron pasar; y a mí ni siquiera me lo preguntaron. (Susana era la única que había hecho los deberes y recordaba que nos íbamos a hospedar en el hotel Varuna). Una contradicción semejante se llevó por delante mi querido desodorante Medicis, sin el cual me siento desnudo en la vida. En el último control de acceso, para hacer el abordaje (así llaman aquí a embarcar) a Manizales, una celosa vigilante comprobó que era inflamable y que no podía pasar. De nada sirvió que le dijera que acababa de pasar dos controles como aquel en el mismo aeropuerto de Bogotá en el que nos encontrábamos (y en varias docenas más de aeropuertos de todo el mundo, incluyendo el de Madrid, desde el que habíamos volado a Colombia) sin que se me hubiera puesto ningún impedimento: el desordorante acabó en la basura. En el avión a Manizales coincidí con una compañera de asiento singular, una actriz y periodista uruguaya, que volaba en avión por primera vez. En la aproximación a la ciudad, en la que el piloto no se demostró un as del pilotaje, y en la que tampoco ayudaba que el avión casi se llevara por delante las coladas que la gente había colgado en los tejados de las casas, la chica se retorcía de angustia y hasta me agarraba el hombro, sin que nadie nos hubiera presentado. A mí no me importaba. De hecho, era tan guapa que no me habría importado que me hubiese abrazado entero. Manizales es una ciudad caótica, enclavada en un paisaje bellísimo. Se dispone, anélidamente, a lo largo de una avenida principal, la Santander, en uno de cuyos extremos se levanta el centro histórico y comercial. Y no es pequeña: con casi 450 000 habitantes, bulle de gente y de comercio. Además, el 20% de esa población es universitatria: Manizales alberga 17 universidades. El tráfico es difícil (en los pasos de peatones, me siento como uno de esos ñúes que cruzan un río africano infestado de cocodrilos; los cocodrilos son los coches), pero los zumos y el café son espléndidos. En el hotel me acomodé adecuadamente, una vez conseguí una habitación que tuviera agua caliente: la que me dieron primero no la tenía (aunque descubrí que esa falta me ayudaba a combatir el jet lag de forma inmejorable: el agua helada de la ducha de la mañana me despertaba de la modorra como un puñetazo). Además, tiene buena cocina. Los representantes de la delegación extremeña hemos empezado ya a actuar en el programa de actos de la Feria del Libro. Ayer, Susana Martín Gijón abrió el fuego con su participación en una mesa redonda sobre el género negro, en el que ella se ha prodigado hasta el momento, y que resultó algo accidentada: el moderador llegó tarde, cuando la charla ya se había iniciado, y otro de los invitados hubo de irse antes de que acabara, porque tenía que coger un avión. Pero el debate resultó interesante, si bien algo deshilvanado. Luego, Antonio María Flórez, José Manuel Díez, el poeta colombiano Uriel Giraldo y yo leímos poemas en el auditorio Tulio Gómez Estrada, en el que se congregó mucho público, sobre todo joven. 

Transcribo a continuación uno de los poemas que leyó Giraldo, perteneciente a su libro Fe de erratas:

El autor
advierte que
estas vainas
no riman
no metran
no figuran
no metaforan
no alegoran
no sonetan
no alejandran
no yambican
no deciman
no sinalefan
no epopeyan
no lirican
no draman
no odan
no loan
no elegian
no elogian
no versan
(sobre nada)
no prosan
no poeman
no nadan

1 comentario:

  1. Magnífica entrada,Eduardo.No te puedes llegar a imaginar cuánto la he disfrutado,vivido.Sorprendete poema a modo de tantra. Es de los míos. Gracias por tan buenos ratos. Abrazos.

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