miércoles, 15 de febrero de 2017

Ni una sola línea de literatura

Una noticia del Hoy de ayer, 14 de febrero, firmada por J. A. Bravo, me llamó la atención. Se titulaba "Unos correos 'demoledores sin una sola línea de literatura'", y daba cuenta de la afloración, en el juicio sobre los delitos presuntamente cometidos en la gestión de Bankia, de una serie de correos y notas internas de los inspectores del Banco de España que supervisaban a la malhadada entidad financiera. Al parecer, esos mensajes reflejaban una situación patrimonial y una cuenta de resultados desastrosas especificaban, en concreto, que se trataba de "unas cuentas de mierda", que hacían inviable a la entidad y auguraban la catástrofe económica que finalmente ha sido. Según la noticia, los magistrados que están juzgando la cuestión han calificado los informes de "demoledores" y, para subrayar su validez y su contundencia, han añadido: "No hay en ellos ni una sola línea de literatura". Hoy no me interesa considerar un ejemplo más del calamitoso, si no delictivo, uso del dinero público que han hecho nuestros responsables políticos con Rodrigo Rato, exministro de Aznar, a la cabeza en estos últimos años, sino el juicio formal que ya han dictado los magistrados del caso: los informes de los inspectores son contundentes y precisos, y para lograr esa contundencia y esa precisión ha desempeñado un papel fundamental que "no hubiese literatura". No es la primera vez que oigo una valoración semejante: "lo demás es literatura", "uf, cuánta literatura", o "no hay que echarle literatura", afirman a veces algunas personas cuando quieren descalificar lo que no se atiene a los hechos, al meollo del asunto, a la verdad estricta de las cosas. Para los magistrados del caso Bankia y para esas personas que desmerecen la literatura sin saber nada de ella (o, mejor dicho, porque no saben nada de ella), esta es solo relleno, floritura, palabrería, paja: algo, como decía mi abuela, desustanciado o, como sostiene hoy Arguiñano, sin fundamento. Y es exactamente al revés: lo más exacto, lo más preciso, lo más capaz de arrancar toda la significación de un hecho, es la literatura, cuando está bien escrita. Sin haberlos leído, me atrevería a afirmar que esos informes elogiados por los jueces lo son también: literatura técnica, tan desnuda y desgarradora como, salvando las distancias, el Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein, que es un ejemplo extraordinario de poesía, siendo también, y radicalmente, filosofía. La literatura aspira a despojar a las palabras de las capas de uso y deformación con que los hablantes las envolvemos y a acceder otra vez al núcleo significativo de las cosas: decirlas como si se dijeran por primera vez y, por lo tanto, como si lo que designan viniese a la existencia también por primera vez. La literatura insisto, la buena: como en todas las artes, como en todas las actividades humanas, la calidad de la ejecución no siempre condice con la altura de su naturaleza es lo más preciso que hay. La polisemia, tan definitoria de su esencia, no quiere decir indeterminación. La vaguedad es detestable en literatura. Lo que se escribe ha de ser prieto, exacto, minucioso: palabras como cosas. Y las metáforas que a sus señorías les deben de parecer ejemplos insuperables de vaciedad, de cacareo inútil, son también ejemplos de precisión, más aún, son sus mejores ejemplos, porque muchas veces, para ser preciso, hay que ser metafórico: solo la metáfora renueva nuestra percepción de ese fragmento de realidad contenido o creado por la palabra; solo gracias a ella renace nuestra visión del mundo. Carlos Bousoño, el injustamente olvidado poeta y teórico de la literatura, da una clarividente explicación del fenómeno en su imprescindible Teoría de la expresión poética. Dice que, si uno se pasa mucho rato acariciando a alguien en el brazo, este dejará, al cabo de un tiempo, de sentir ese roce. Sin embargo, si cambia la dirección de la caricia y la hace a contrapelo, la sensación surgirá de nuevo. Eso es la metáfora: el cambio que despierta otra vez la percepción. Y eso es también la literatura: lo que revela, acariciándonos a contrapelo, cuanto existe; lo que nos da el ser exacto de las cosas con el nombre exacto de las cosas. Nuestros jueces, y todos los que opinan como en ellos en este tema, harían bien en leer más y, sobre todo, en leer mejor. El engrudo verbal, la enunciación deshilachada o imperita, la prolijidad vacua, la ñoñez estomagante, la pedantería insapiente, que son lo que a menudo pasa por literatura, incluso aquella escrita por no pocos afamados jornaleros de la industria editorial, no tiene nada que ver con el arte de la palabra, ni con la emoción estética que ha de procurar, ni con el enriquecimiento intelectual que supone. Y hay que recordar también que precisión no significa laconismo ni simplicidad. En el océano de posibilidades expresivas que es la literatura porque siempre son muchas las formas de decir bien las cosas, se puede ser inequívoco sin resultar parco o superficial. La poesía culta de Góngora no es sencilla, pero es irreprochablemente exacta (lo que, por paradoja, la vuelve oscura: Chesterton ha escrito al respecto páginas luminosas sobre la fosquedad de Robert Browning); el barroquismo de Lezama Lima es fluido, meticuloso y natural; Faulkner no puede decir las cosas mejor de lo que las dice; Celan acierta a expresar su quebradura interior con un rompimiento escrupuloso de las formas. Los ejemplos son innumerables. La literatura es esto: lo que dice la verdad de lo que pasa, de lo que nos pasa. Y es una verdad desnuda, sin aderezos ni superfluidades. Ojalá los jueces (y todos) lo entendieran. Entonces dirían, con toda razón: "Estos informes son congruentes y definitivos: están llenos de literatura".

2 comentarios:

  1. Magistral,Eduardo. Siempre es y será un placer aprender de ti. Abrazos.

    Blanca.

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  2. No entendemos que el extrañamiento reside precisamente en desvelar lo esencial. Tal vez, no sé, por un exceso narcisista: lo sabíamos, era evidente. No, lo sabemos porque el lenguaje nos lo lanza a los ojos, con exactitud, si sabemos leerlo. Lo literario convierte en aprensible lo inasible, que es (casi) todo lo importante en la vida.
    Un gusto leer sus reflexiones y permitirnos estas glosas.

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