Vicente Luis Mora es un hombre de letras en toda la amplitud de la expresión: es poeta, novelista y crítico, una condición, esta última, que desarrolla en varios medios, pero sobre todo en su blog Diario de lecturas, un infatigable explorador de la literatura española y extranjera contemporánea. He dicho crítico –y lo es–, pero quizá sea más exacto considerarlo investigador literario, esto es, alguien que no se limita a la presentación epidérmica de las novedades, con una apresurada valoración de sus contenidos, sino que ahonda en las razones y corrientes que atraviesan la literatura y levanta una construcción crítica condigna de los fenómenos analizados. El más reciente fruto de esas indagaciones –tras su excelente La cuarta persona del plural, la antología de poesía española contemporánea publicada por Vaso Roto en 2016– es El sujeto boscoso. Tipologías subjetivas de la poesía española contemporánea entre el espejo y la notredad (1978-2015), un poderoso ensayo que ha merecido el I Premio Internacional de Investigación Literaria "Ángel González", convocado por la cátedra homónima de la Universidad de Oviedo, con un jurado compuesto por Francisco Javier Blasco Pascual, José Enrique Martínez, Juan José Lanz, Leopoldo Sánchez Torre y Araceli Iravedra. (Es muy posible, por cierto, que tanto La cuarta persona del plural como El sujeto boscoso se hayan retroalimentado o incluso generado a la vez: la coincidencia de las fechas que ambos abarcan [1978-2015] induce a pensar que la lectura de los poetas aportó, además de la nómina de los antologados, la información que ha permitido construir el ensayo). El sujeto boscoso analiza las formas en que el yo lírico se deshace, duplica o multiplica –en un sentido general, se altera o desaparece: abandona los límites de la subjetividad marmóreamente cincelados por la elocución cartesiana– en la poesía española posterior al franquismo. El análisis que Mora hace de esta realidad me recuerda, en su planteamiento y también, en buena parte, en su ejecución, a los estudios clásicos de Gaston Bachelard sobre el aire, el agua, el fuego y la tierra, aunque el suyo se ciña a nuestra poesía actual y los del crítico francés se extiendan a la poesía occidental contemporánea: todos son hilvanes minuciosos de algunos elementos comunes –simbólicos, ideológicos o retóricos– a la práctica poética de un espacio y un tiempo determinados. Hace falta una gran capacidad de visión para detectarlos, filtrarlos por la razón y reunirlos en una plantilla crítica coherente. Para un lector avezado, no es difícil reconocer los rasgos expresivos de un poeta o un grupo de poetas; lo es mucho más identificar los de un conjunto innumerable de autores: los de un país o una época. La inteligencia crítica se demuestra así, como la personal: estableciendo (o rompiendo) relaciones, tanto más significativas cuanto más alejados estén entre sí los elementos que las componen. Vicente Luis Mora hace en El sujeto boscoso un recorrido exhaustivo y cabal por la poesía de casi todos los escritores españoles relevantes (y algunos que no lo son) de los últimos cuarenta años, hasta el punto de configurar un verdadero centón de nuestra lírica, con el fin de filiar y clasificar los procedimientos que revelan esa disgregación, supresión, desdoblamiento o multiplicación del sujeto poemático, trasunto, acaso, de la licuefacción de la identidad en el cosmos de relatividad e incertidumbre que ha alumbrado la posmodernidad (aunque ese derretimiento, como toda fuerza, genere una reacción, o fuerza contraria, hecha de endurecimientos colectivos y terrores nacionales). El principal motivo que acredita el fenómeno, y que Mora desmenuza en El sujeto boscoso, es el espejo, lo que supone un examen no menos detallado de la figura mitológica de Narciso y sus ramificaciones psicológicas en la modernidad, así como de la figura del doble, representativa del laberíntico conflicto de la otredad. El repaso que el ensayista hace de este complejo cosmos simbólico se sustenta en una amplísima documentación, con citas constantes –acaso demasiado constantes– de los autores y casos estudiados, y, lo que es aún más importante, se plasma en un estilo persuasivo, cuyo ritmo no se ve entorpecido por el lenguaje crítico, que, pese a su altura, no incurre en las arideces de la prosa filológica, y que a menudo se atempera con ironías, consideraciones extraliterarias, apuntes filosóficos o excursos sobre la actualidad poética. Esta es una de las principales virtudes de El sujeto boscoso: que se lee como un relato. Y tiene mucho mérito: componer una obra de estas características sin vulnerar las leyes de la narración implica una comprensión muy profunda de las estrategias retóricas. La presencia de tantísimas voces de poetas, superpuestas o entremezcladas con la del propio ensayista, configura una obra polifónica, coral, muy acorde con el tema tratado y la tesis sustentada: la disolución o pluralidad del yo se corresponde con la disolución o pluralidad de las voces que contiene el libro. En el amplio abanico de temas al que Mora se asoma en su estudio, destacan algunos especialmente vinculados al debate estético aún vigente en España, por más que uno de los interlocutores –la poesía de la experiencia– se haya refugiado en el epigonismo más aborrecible o haya abrazado –tras descubrirlo como quien descubre la sopa de ajo– la causa de Claudio Rodríguez y del mismísimo José Ángel Valente, con el propósito de prolongar su protagonismo mediático, en un nuevo ejercicio de la vieja estrategia lampedusiana de que todo cambie para que todo siga igual. Vicente Luis Mora repasa, en el marco del tratamiento del yo, la génesis y evolución del neofigurativismo en nuestra poesía más reciente, y concluye la descripción de su reaccionarismo estético y político con una de sus observaciones mordaces: "Por un enfrentamiento a las poéticas de vanguardia (habitual en posiciones posmodernistas [...]), estos poetas combaten o matizan hasta la reducción el concepto de 'originalidad', no considerándolo necesario, aunque sin llegar su combate contra los derechos de autor -que sí respetan, aunque la 'originalidad', según la legislación vigente, es la razón de que esos derechos sean amparados". Muy interesante es también la aproximación de Vicente Luis Mora a la subjetividad femenina en la poesía contemporánea, que atiende lúcidamente a las singularidades de la poesía escrita por mujeres –después de la procelosa tarea de identificarlas– y examina en particular la obra de dos de sus principales representantes, Olvido García Valdés y Concha García. Mora no elude aquí el espinoso asunto de la existencia de una poesía femenina reconocible como tal, esto es, con unas características que no se den, o que se den de forma muy distinta, en la poesía masculina, como no eludía, en La cuarta persona del plural, el reto de definir la "calidad literaria", esa cosa asimismo tan escurridiza y difícil de conceptualizar, pero a la que todos acudimos para descalificar a unos autores y elogiar a otros. Vicente Luis Mora es un pensador valiente, que no teme entrar en las discusiones más arduas y peligrosas: la repulsa, críticamente razonada, de la poesía de la experiencia le ha valido las previsibles coces de sus abanderados; y su adentramiento en la poesía femenina le podría haber dado también algunos disgustos. Si no lo ha hecho, ha sido porque ha abordado el asunto con cautela -demasiado visible, quizá, en algunos pasajes de El sujeto visible–, pero también con una perspicacia y una ecuanimidad encomiables. Así resume las diferencias que, tras una larga demostración, advierte en la poesía escrita por hombres y la poesía escrita por mujeres: "El hombre vuelca la coseidad en la teoría, mientras que la mujer la riega de identidad, entendiendo que lo femenino es parte nuclear de la subjetividad; los varones, por su parte, no apelan casi nunca a su masculinidad como parte de su yo en el mundo. Como es lógico, esto se advierte de prístino modo en la realización objetiva del poema, y en tanto el escritor masculino prefiere abordar los temas de la disolución acudiendo a categoría formales y códigos ya establecidos (el yo es otro rimbaudiano, la tradición literaria del doble, los códigos culturales y no psicológicos del yo dividido), la mujer poeta crea todo un mundo de complejas relaciones sintácticas y semánticas enter las palabras yo y tú que, en un proceso inverso, elevan a categoría la identidad, en vez de partir de ella". El sujeto boscoso, en suma, constituye un valioso ensayo literario, panorámico, riguroso, atrevido, bien articulado y escrito, que halla su razón en los textos y no en elucubraciones indocumentadas, y persigue la iluminación verdadera del lector y del mismo autor: la que surge de la interpretación individual y el pensamiento propio, frente a la espesura inane de los tópicos y las inercias; de la pereza intelectual, en suma.
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