El poeta José Ignacio Montoto murió el pasado 8 de enero, a los 37 años de edad. Yo nunca lo conocí. En marzo recibí un mensaje de la red social linkedin que me instaba a felicitarlo por su 38º cumpleaños. El mensaje ha permanecido varias semanas en la página de linkedin.
Yo llegué tarde a la poesía: la empecé a escribir con veintibastantes años y publiqué mi primer libro en 1994, cumplidos ya los treinta y dos. Y, cuando llegué, me encontré con que la poesía que triunfaba en España –porque, al parecer, vendía más que ninguna– era la denominada de la experiencia, vigente desde principios de los 80, con la que la mía no solo no tenía nada que ver, sino que estaba radicalmente enfrentada: en 1995, por ejemplo, ganó el Nacional de Poesía Luis García Montero y, al año siguiente, Felipe Benítez Reyes. También llegué tarde a los blogs: tras unos cuantos años de proliferación, casi de explosión planetaria de bitácoras digitales, yo no creé la mía hasta 2013, al irme a vivir a Londres, y una segunda, esta en la que escribo, heredera de la anterior, en 2016, al establecerme en Extremadura. Para entonces, casi todo el mundo decía, y sigue diciendo hoy con mayor rotundidad aún, que el blog es una herramienta obsoleta, pasiva, inútil, a la que muy pocos acuden ya. Lo que se lleva ahora es la inmediatez vertiginosa, la síntesis demolera de facebook, twitter y otras redes sociales todavía más veloces. Yo no estoy en ninguna de ellas. Un joven poeta extremeño al que he leído recientemente se jacta por escrito de que él "no lee blogs". También he llegado tarde a la literatura de viajes. Empecé a publicar crónicas de los míos –a Hispanoamérica, a Gran Bretaña– en 2014, hace dos días, como quien dice. Hace un par de sábados leí un largo y bien documentado artículo en Babelia cuya tesis era que la literatura de viajes está en decadencia: ha sido sustituida por tripadvisor. Según el articulista, muy pocos la leen ya y menos aún la escriben, o, si lo hacen, es sin el vigor y la persuasión de antaño. También llegué tarde a Londres, con casi 50 años, una edad que lo deja a uno automáticamente fuera del mercado laboral (y de casi todo), y más en una sociedad tan áspera y competitiva como aquella. Y también he llegado tarde, a los 53, a un trabajo que me gusta, como el que hago ahora, después de 28 dedicado a aburridísimas tareas funcionariales. Y como no acabe pronto esta entrada, voy a llegar tarde al supermercado, y casi no me queda nada ya en la nevera.
Hoy han dado la noticia en el Telediario de la presencia de la Reina, doña Letizia, en un foro público para subrayar la importancia del lenguaje claro en la comunicación. Ha leído unas palabras muy bien leídas sobre un asunto esencial para garantizar el acceso de los ciudadanos a la información y la cultura. Tras la edificante escena, el intrépido reportero que cubría la noticia ha cerrado su intervención resaltando la necesidad de expresarse "con rigurosidad".
También han dicho que el Plan de Fomento de la Lectura que acaba de aprobar el Ministerio de Cultura para el periodo 2017-2020 cuenta con un presupuesto, solo para el primer año, de 7,2 millones de euros. Pienso en el presupuesto del que dispone el Plan de Fomento de la Lectura en Extremadura y me sumo en la melancolía.
Hace no mucho colgué una entrada en este blog sobre la estupidez. Así se titulaba, sin más: "La estupidez". Sentirse cercado por ella es algo que me pasa cada vez con más frecuencia. Será que me hago viejo (o más vanidoso aún de lo que soy: creer que a uno lo rodea algo de lo que no participa, es una vanidad estúpida). Entre muchas otras muestras de imbecilidad multitudinaria, otra vez se acerca Eurovisión, y por doquier, dedicándole muchos minutos en informativos de máxima audiencia, entrevistan a un joven con el pelo largo y una expresión que parece indicar cierto retraso mental, que ha sido elegido al alimón por la gente y algunos críticos musicales para representar a España en ese concierto del Pleistoceno, un honor cuya concesión no le impidió dedicar a quienes contribuyeron a su elección un elegante corte de mangas. En el continente, cientos de miles, si no millones, de fans de Eurovisión jalean cuanto tiene que ver con el concurso y se aprestan a saborearlo por tierra, mar y aire. Una gran mayoría de ellos sufrirá mucho por que su representante no gane. Creo que el joven español, rubio y atontado, se llama Manel.
"Más vale tarde que nunca" reza el refrán, y en tu caso se cumple.Los buenos blogs nunca quedarán obsoletos, insisto, los buenos, y van muy buscados. Gracias por llegar, aunque sea tarde( como tú dices)a la poesía, a los libros de viaje, gracias a ellos esta vida es más llevadera.
ResponderEliminarBlanca.
¡País!, que decía Forges.
ResponderEliminarUn abrazo cómplice, Eduardo.
¡País! ¡ Qué pena!
EliminarUn beso, Elías.
Blanca.
Tarde pero bien a gusto. Al final siempre se acaba llegando.
ResponderEliminarDices que llegas tarde porque, deduzco, hubieras querido llegar antes. Ese pluscuamperfecto de subjuntivo no es más que eso, un tiempo verbal desiderativo pero engañoso, como la mayoría de los deseos, especialmente aquellos que proyectamos hacia atrás. Llegamos tarde pero tal vez recibimos, acompañamos y damos a tiempo. A mí me han llegado tus palabras tan a tiempo que casi agradezco (y perdóname) la demora.
ResponderEliminarAquí una que frecuenta Facebook y twiter y no conoce al tal Manel, ni me preocupa. Lo que sí me preocupa seriamente es el rugido de tripas de tu nevera.
Besos de aliento.
Se me olvidó enlazarlo en el comentario anterior.
ResponderEliminarhttp://eduardomoga1.blogspot.com.es/2016/07/la-estupidez.html
Querido Eduardo, usted no llega tarde, usted llega después. Y además llega bien.
ResponderEliminarHas acertado. Hemos quedado los últimos en Eurovisión. No nos merecemos esta muestra de imbecilidad multitudinaria. No.
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