A viva muerte, el penúltimo poemario de David Trashumante (heterónimo de David Moreno, Logroño, 1978), publicado por Baile del Sol, no es ninguna novedad: apareció en febrero de 2015, aunque conoció una segunda edición, algo siempre insólito en poesía, en noviembre de ese mismo año. Como la capacidad que uno tiene de leer, y de conocer todo lo que pasa en el mundo poético español (y no digamos ya nada del mundo poético a secas), es limitada (y más limitada cada día que pasa, por la propia decadencia biológica, pero también por el incesante aumento de lo publicado), no he sabido de este libro hasta que el propio David ha tenido la gentileza de regalármelo en el último encuentro de Voces del Extremo, en Moguer. Y me ha sorprendido muy gratamente. A viva muerte, que parte del principio estoico, luego quevediano y por fin existencial –es decir, que atraviesa toda la historia de la literatura occidental– de "la muerte viva" ("Vivir es caminar breve jornada / y muerte viva es, Lico, nuestra vida...", escribió Quevedo), constituye un vasto tratado sobre la muerte, poliédrico y multitudinario. Porque A viva muerte es una acerada reflexión sobre el fin, una metódica indagación en la conciencia individual, pero también, y sobre todo, un asedio plural, objetivo, comprometido en la realidad, que atiende a los muchos ángulos de la cuestión, y que subraya la dimensión social de la muerte. (El énfasis comunitario del libro se refleja asimismo en los ochos prologuistas, desde Raúl Zurita hasta Antonio Orihuela, que firman en el "libro de condolencias", en el panegírico de Eddie [J. Bermúdez] y en el epílogo de Enrique Falcón). La constante preocupación por la muerte como hecho colectivo se plasma en poemas contra la industria farmacéutica, cuyos productos, o la falta de cuyos productos, causan muertes por doquier; contra los envenenamientos masivos provocados por las industrias contaminantes; contra los desmanes ecológicos; contra las empresas e instituciones que promueven la violencia y la destrucción, y se lucran con ellas; contra las dictaduras que asesinan a los opositores; y contra la Iglesia, que no podía faltar en esta nómina de organizaciones execrables ("Iglesia, / administradora del miedo, / mejor muérete tú sola, / como solos nos moriremos todos, / solos y al fin excomulgados / de tu gobierno de cementerio"). Esta crítica combativa, fruto de la militancia anticapitalista, detergente en muchos aspectos, conduce en ocasiones, no obstante, a piezas demasiado téticas, como "Este poema pueda perjudicar seriamente la salud" o "S. I. D. A.", que simplemente reza: "Síndrome / de inmunodeficiencia / adquirida / por los laboratorios / para lucrarse", cuyo contenido, además, es muy endeble, si no conspiranoico. Pese a ello, A viva muerte es un libro rico y vigoroso, cuyas virtudes sobrepasan con creces a sus defectos. Señalo dos méritos principales. Por una parte, como todo memento mori, transmite una gran pasión por la vida. En la oscuridad del acabamiento subyace, para Trashumante, la luz de la esperanza, el deseo abrasador de justicia, el placer y la alegría que nos proporciona cuanto perdemos al morir. Por otro lado, dotado de una admirable fuerza expresiva, que a veces deriva en un tono lapidario, el poeta sabe moverse en una plétora de registros, formas y temas para dilucidar esa muerte que lo recorre a él y nos recorre a todos. La coherencia, en este libro, no excluye la ductilidad: la obsesión que constituye su hilo conductor se multifaceta y entrega una muchedumbre concorde de asuntos y preocupaciones. Trashumante nomadea, como sugiere su heterónimo, y se muestra, según convenga, macabro, coloquial, lírico, lúdico, autobiográfico, narrativo, salmodiante, metalingüístico, moralista, experiencial, épico o satírico, entre otros sesgos; suele practicar el verso libre, pero no duda en recurrir al versículo y al poema en prosa; escribe poemas muy largos y muy cortos, incluso haikús ("ehaikuciones": "Una cabeza / en la horca se enhebra. / La muerte cose"); también utiliza lo visual, con juegos tipográficos, poemas visuales –como los de "Esquelas", una sección en la que las composiciones aparecen, literalmente, en forma de esquelas– y remisiones a youtube; y, en fin, no contento con adaptar la propia voz a la textura y propósito de cada poema, adopta otras, como en "La danza de los espíritus", el canto a Manitú de quien, encerrado en una reserva, recuerda a las numerosas tribus indias y su aplastamiento por los "rostros pálidos"; o en "La reencarnación", en el que alguien narra, en cada estrofa, las crueles circunstancias de su muerte, con técnica parecida a la de Edgar Lee Masters en Antología de Spoon River: "Morí gritando viva Atahualpa, gritando viva Tupac Amaru, / gritando viva Simón Bolívar y viva Zapata, cabrones, / antes de que al galope me desmembraran vivo dos caballos". Las enumeraciones, que maneja con gran solvencia, ayudan a David Trashumante a articular muchas piezas: el propio empuje de la dicción, que en A viva muerte –y sospecho que en toda su poesía– resulta imperioso, conduce al catálogo y al pormenor, dispuestos a menudo anafóricamente. Las enumeraciones suelen desembocar, además, en resoluciones impactantes, como en "El cáncer", el cual, tras una larga relación de actividades vitales y un diagnóstico de cáncer, concluye así: "Y cuando sientes con cada dosis / las náuseas partirte las costillas, / 16.767.216 mitosis después, / comprendes de repente / que donde ellos decían vida / en realidad / lo que querían decir / era / veneno". A viva muerte acaba con un largo poema contra la poesía y los poetas, "Aniquilación de lxs (sic) poetas caracoles zombis", acaso el mejor del libro, que conjuga el dictum gombrowicziano (perdón por el sintagma) con una virulencia empapada de verdad, con un conocimiento atormentado de las contradicciones y miserias, pero también de la fuerza y la belleza revolucionaria de la poesía. A viva muerte es una concisa enciclopedia sobre la muerte, plagada de pensamiento, dolor, reivindicación y combate. Pero su expresión es tan flexible, su espíritu tan heterogéneo, su aire tan irónico, que, si no fuera gravemente contradictorio, diría que, además de ser un libro circunspecto sobre el gran escándalo de la existencia, es un libro divertido. A mí, al menos, me ha afligido, pero también me ha exaltado; también me ha hecho reír.
Transcribo el poema "Cont(r)a mi nación":
Contamíname, mézclate conmigo
Pedro Guerra
todos tenemos la misma sangre:
glóbulos rojos, glóbulos blancos, plaquetas y plasma.
Pero si naces en Matanza-Riachuelo (Argentina)
además tendrás toluol, si vives
en Hazaribagh (Bangladés)
también tendrás cromo,
y si eres oriundo del vertedero
de Agbogbloshie (Ghana), tu sangre
será tremendamente pesada
al ingerir con la comida
plomo, cadmio y mercurio.
(Te recuerdo que la comida es necesaria para la vida).
El mismo peso que si tuvieras que vivir
a las orillas del río Citarum (Indonesia).
Los cuerpos de sus pobladores son
90 por ciento agua, como tú y como yo
y como tú y como yo beben de sus vasos,
sin saber que los suyos rebosan
de agua y pesticidas.
(Te recuerdo que el agua es necesaria para la vida).
Si vives en Níger (Nigeria) tu sangre
bien serviría para llenar el depósito
de tu coche, podrías pegarte una escapadita,
por ejemplo, a Dxershink en Rusia
y respirar un poco de aire “puro”
enriquecido con sarín y fenoles.
(Te recuerdo que el aire es necesario para la vida).
En Chernobyl (Ucrania) el sol
daña la sangre de los que lo habitaron,
sangre que aún brilla por las noches.
Y en Kabwe, Zambia, las montañas
de basura tapan el cielo. Basura
que llega desde nuestros países
en descomunales contenedores flotantes.
(Te recuerdo que el sol es necesario para la vida).
En mi nación,
todos tenemos la misma sangre:
glóbulos rojos, toluol, plomo, glóbulos blancos,
cadmio, mercurio, sarín, plaquetas,
fenoles, pesticidas y plasma.
Somos la sangre que hace brillar tu mundo.
Debe ser un provocador nato.Lo buscaré. Gracias por acercármelo.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.