La de antólogo es una profesión de riesgo. José Antonio Llera, excelente poeta y ensayista, y responsable de la más reciente antología de poesía joven española, La noche es un pájaro azul (Boo de Piélagos [Cantabria]: Libros del Aire, 2024), lo sabe bien, y lo demuestra citando al Cervantes de Viaje al Parnaso: «Yo no sé cómo me avendré con ellos: / los puestos se lamentan; los no puestos / gritan; yo tiemblo destos y de aquellos». Sin embargo, el peligro no es tanto, me parece, la enemistad de los no puestos como la indiferencia de todos. Así, los incluidos piensan: «Si sabe de poesía, tenía que incluirme por fuerza»; y los excluidos razonan: «Como no tiene ni idea de poesía, me ha dejado fuera». Y, una vez deducido esto, se olvidan del antólogo. España ha sido siempre un país pródigo en antologías, porque ha sido siempre pródigo en batallas estéticas y de las otras. Y las antologías constituyen una eficaz arma de combate. En los años 80 y 90 predominaron las recolectoras de los profusos practicantes de la llamada «poesía de experiencia», entre cuyos hacedores destacaron José Luis García Martín, ese adalid de la literalidad, y un algo menos militante pero no menos insustancial Luis Antonio de Villena; una poesía que ha ingresado ya, por fortuna, en los venerables anaqueles de la historia de la poesía. José Antonio Llera ha huido de la tentación de configurar una antología programática y ha preferido, sabiamente, ofrecer una selección panorámica, una muestra plural de veintitrés autores menores de cuarenta años, todos cuyos libros han aparecido en el siglo XXI. El autor de más edad es María Salgado, nacida en 1984, y el de menos, Laura Rodríguez Díaz, en 1998. Son catorce hombres y nueve mujeres.
La noche es un pájaro azul —una imagen tomada de La muerte en Beverly Hills, de Pere Gimferrer, aunque el «pájaro azul» revolotea en muchas otras obras de la literatura universal: en Rubén Darío, en Maurice Maeterlinck, en Charles Bukowski, entre otros— es una antología metodológicamente impecable. Se compone de un estudio introductorio, en el que José Antonio Llera hace un repaso de las antologías precedentes desde finales del siglo pasado —la mejor de las cuales es, a su parecer, la realizada por Álvaro López Fernández, Raúl Molina Gil y Ángela Martínez Fernández para la revista digital Kamchatka en 2018—; de un atinado mapa estético de la poesía española actual, con cinco corrientes fundamentales (el posvanguardismo, la poesía de herencia silenciaria o minimalista, la poesía realista, la poesía de la conciencia crítica, y el simbolismo y neosurrealismo); de una reseña crítica de cada uno de los veintitrés escritores seleccionados, todas de notable extensión y perspicacia, y escritas con una prosa limpia y reveladora, sin jerigonzas abstrusas ni vaguedades de aficionado; de una amplísima bibliografía sobre la joven poesía española; y, lógicamente, de los poemas de los antologados, precedidos por una fotografía, una nota biobibliográfica y, en el caso de quienes han querido aportarla, una poética.
En la primera corriente estética, la poesía de raíz vanguardista o del lenguajeo, sitúa Llera a María Salgado, Berta García Faet, Ángela Segovia, Carlos Bueno Vera y Ruth Llana. Para el antólogo, estos autores entienden «la escritura como tensión y exploración, renunciando a la univocidad del signo lingüístico y poniendo de relieve la interrupción, el extrañamiento y la discontinuidad como ejes compositivos, lo que se traduce en rupturas morfosintácticas e innovaciones formales que apuntan hacia lo tachado o negado». La poesía de María Salgado es detonante y perturbadora; la de Berta García Faet, de una gran riqueza tanto conceptual como imaginística; Carlos Bueno Vera articula un sostenido discurso hipnótico que persigue el trance y la elevación; Ángela Segovia demuestra una gran amplitud visionaria y una asimismo brillante ductilidad formal; y Ruth Llana escribe poemas en prosa multifacetados, prietos y luminosos.
Entre los herederos de la poesía del silencio, que ya no se inclinan por la mística o el orfismo predominantes en la poesía del padre de la corriente, José Ángel Valente, sino por una condensación lingüística radical que refuerce la vibración emocional del conjunto, figuran Lucía Boscà y Laura Rodríguez Díaz.
Por su parte, el figurativismo ha evolucionado y se ha ramificado, desde el tronco experiencial, en una pluralidad de formas y asuntos; se ha hecho, en palabras de José Antonio Llera, «más “sucio”, corporal y político». Para el antólogo, el realismo no ha crecido, sino que «se ha agrietado; incorpora temáticas queer o de género; olvida o difumina el clasicismo (el endecasílabo y el heptasílabo); pone en escena a un sujeto que sufre las secuelas del derrumbe económico o de la anhedonia, alejándose de la melancolía elegíaca que dominaba en los moldes figurativos; e introduce espacios rurales frente al casi inevitable urbanismo anterior». En esta corriente, que es la que cuenta con más representantes en La noche es un pájaro azul, se encuentran Ben Clark, Martha Asunción Alonso, Elena Medel, Ángelo Néstore (el único nacido fuera de España —en Italia— y español de adopción; también ha publicado poesía en italiano), Rodrigo García Marina, Ismael Ramos (que escribe asimismo en gallego), Carlos Catena, Juan Bello y Pablo Fidalgo.
La poesía de la conciencia crítica, felizmente cultivada por autores tan prominentes como Enrique Falcón, Jorge Riechmann, Antonio Orihuela, Isabel Pérez Montalbán, Antonio Méndez Rubio o Fernando Beltrán, no presenta en La noche es un pájaro azul a cultivadores específicos. Llera señala que el compromiso ético-político asumido por estos poetas se observa en las obras de María Salgado, Lucía Boscà y en el primer libro de Carlos Catena, con el cual, «en su desnudez formal o en sus largas tiradas sin puntuación, iconiza tanto la precariedad material producto de las políticas austericidas que se introdujeron tras la crisis de 2008 como la ansiedad que asfixia al sujeto lírico».
Por último, el regreso al simbolismo y lo onírico lo protagonizan Su Xiaoxiao, neosurrealista; Javier Fajarnés, proclive al irracionalismo; Juan Ángel Asensio y Xaime Martínez (escritor también en asturiano), que manejan lo fantástico y recurren a la ciencia ficción; y Enrique Morales, expresionista. Un conjunto que demuestra los múltiples matices que puede exhibir la poesía gobernada por la analogía re-creadora y la lógica subconsciente.
Sin adscripción a una escuela concreta quedan Gonzalo Hermo y David Leo García. Y hay que señalar que Gonzalo Hermo no escribe en castellano, sino en gallego, aunque dos de sus tres libros compuestos en este idioma han sido traducidos al castellano y, por él mismo, al catalán.
Haré una observación final, que tiene que ver con otro de los criterios que suelen manejarse para evaluar las antologías de alcance nacional y que, si bien carece de relevancia estética, sí descubre algunas disfunciones en la circulación y, sobre todo, en la recepción de la poesía que se escribe en España: entre los veintitrés poetas antologados, no hay ni un solo catalán. José Antonio Llera revela en la nota sobre «Esta edición» que, aunque aprecia mucho la poesía de Unai Velasco —nacido en Barcelona—, «no fue posible llegar a un acuerdo con él para que formara parte de esta selección». Velasco habría sido, convengo en ello, un representante adecuado (y sé también, por experiencia propia, cuánto frustra que alguien a quien uno quiere antologar no quiera ser antologado). Sin embargo, otros escritores o, mejor, otras escritoras habrían podido testimoniar que sigue habiendo poesía joven de calidad en castellano en Cataluña, como Laia López Manrique, Laia Noguera o Lola Nieto (a la que se menciona en el estudio introductorio al hablar de la lírica vanguardista). La soberanía del antólogo, no obstante, es y ha de ser absoluta, y José Antonio Llera ha demostrado que, además de esa soberanía, consustancial a su labor, cuenta con una despejada inteligencia crítica, que sostiene con juicios razonados y razones juiciosas. La noche es un pájaro azul es un compendio ejemplar de los más representativos poetas jóvenes de nuestro país.
[Este artículo se ha publicado en Nayagua, III época, núm. 37, mayo de 2024, pp. 324-327].
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