martes, 25 de abril de 2017

El Premio de Poesía Meléndez Valdés

Nos han convocado hoy en el Hotel Bodega El Moral, en la carretera de Los Santos de Maimona a Hinojosa del Valle, para fallar el I Premio de Poesía Juan Meléndez Valdés, convocado por el Ayuntamiento de Ribera del Fresno. Hasta allí me lleva Melitón, uno de los estupendos chóferes de la Secretaría de Cultura, lo cual me asombra y hasta me conmueve, porque, si hubiera tenido que llegar yo por mis propios medios, aún estaría dando vueltas por Tierra de Barros. El Moral es un antiguo cortijo rehabilitado en alojamiento rural, cuyas habitaciones se disponen en un patio rectangular, alrededor de una fuente. Lo rodea un paisaje roturado de viñedos, pulcramente geométrico. No hay aquí ni una pizca de naturaleza abandonada a su propio y desmesurado crecer, sino un trabajo minucioso de poda y alineación que se me antoja muy adecuado para conmemorar, como haremos esta tarde, la poesía igualmente refinada y metódica de Juan Meléndez Valdés. Preside el jurado Álvaro Valverde, poeta y amigo. Sus vocales somos los también poetas Juan Ramón Santos, presidente de la Asociación de Escritores Extremeños, Olvido García Valdés, que ha sido la primera en llegar a El Moral, Irene Sánchez Carrón, que, por el contrario, llega después de comer, y yo mismo; Elisa Moriano, en representación de la Diputación Provincial de Badajoz; y Piedad Rodríguez, alcaldesa de Ribera del Fresno, que trasladará el voto de sus conciudadanos, que anoche eligieron su libro favorito. Actúa como secretario, con voz pero sin voto, José María Lama, que ha diseñado el premio y coordina su desarrollo. Debemos fallar entre seis candidatos finalistas, elegidos por un prejurado compuesto por siete destacados críticos, cuatro de ellos extremeños: Nuria Azancot, Javier Rodríguez Marcos, Jaime Siles, Álex Chico, Miguel Ángel Lama, Enrique García Fuentes y Francisco Javier Irazoki. Confieso que, en un primer momento, me planteó alguna prevención un premio que, por su compleja estructura y amplia composición, parecía dudar de sí mismo, como si no creyera en la capacidad de un jurado reducido y fuerte para tomar la mejor decisión, y así se lo transmití al propio José María Lama. Ahora debo reconocer que el funcionamiento del galardón ha sido óptimo, y la decisión final, justa y, desde mi punto de vista, inmejorable. Pese al buen funcionamiento del premio, quedan algunos asuntos por pulir. Por ejemplo, la paridad entre hombres y mujeres que presenta el jurado (aunque no el prejurado, donde predominan los varones) no se ha trasladado al conjunto de finalistas, todos los cuales son hombres. No tengo por qué pensar que haya otra razón para ello que el hecho de que los prejurados, aplicando su libre juicio y un criterio estrictamente literario, han decidido que los seis mejores candidatos eran los que han elegido. Al fin y al cabo, hace algunos meses fui jurado de otro premio, el Dulce Chacón, cuyos cuatro finalistas eran mujeres (asimismo elegidas por un prejurado en el que predominaban los hombres), sin que nadie se sorprendiera por ello. Sin embargo, quizá no fuera irrazonable disponer algún requisito en las bases del Meléndez Valdés que garantizara la presencia femenina en la selección final. Y no solo porque así lo demanda un elemental principio de igualdad, sino porque habría complacido a Juan Meléndez Valdés, que lo reclamaba también para la sociedad de su tiempo. Tras la comida que, por desgracia, no está a la altura del emplazamiento ni de la categoría del hotel: la carne, en particular, falla estrepitosamente, deliberamos. El intríngulis de las deliberaciones de los jurados literarios da para muchos relatos (algunos, de terror). Todo depende, claro, de la personalidad de quienes los compongan, y se sabe de algunos debates que han sido poco menos que asaltos de ultimate fighting (otros, en cambio, parecen una apacible reunión de la famiglia). El nuestro discurre por los cauces de la moderación. De hecho, la discusión apenas muestra aristas y no se prolonga en exceso, aunque la decisión no sea unánime. No puede serlo: el libro mayoritariamente votado por los vecinos de Ribera del Fresno no es el preferido del jurado, y Piedad, la alcaldesa, debe atenerse a lo decidido por el pueblo. Tomada la resolución, nos entregamos al asueto, si es que lo que llevamos ya hecho no lo es. El ayuntamiento ha previsto una visita guiada por el pueblo, que iniciamos en la Plaza de España, de la mano de Carmen, una encantadora guía local (que nos confiesa, al principio del paseo, que su sueño es dedicarse plenamente a este trabajo), junto al monumento a Meléndez Valdés, un enorme busto en bronce de Luis Martínez Giraldo (que los vecinos, me desliza alguien, conocen por el cabezón; el busto, digo, no Martínez Giraldo). Carmen nos informa de los datos principales de la vida y obra del poeta, aquel autor al que, en el colegio (donde, asombrosamente, aún se estudiaba en mis años de bachillerato) y en la Facultad de Filología, se le asignaba automáticamente el calificativo de "anacreóntico". Meléndez Valdés era anacreóntico como Tristán Tzara era dadaísta o los incendios, pavorosos. Quedaba la duda de si alguno sabía lo que significaba "anacreóntico" (o "dadaísta"), pero no importaba: el adjetivo lo hacía esdrújulo y enigmático, como debía ser un escritor del Setecientos. En cualquier caso, y a pesar de sus éxitos literarios e intelectuales, Meléndez Valdés no tuvo una vida fácil. Quedó huérfano de madre a los siete años y de padre, a los 20; y Esteban, su hermano mayor y guía personal, murió cuando Juan apenas había cumplido 23. Poco después se casó con María Andrea de Coca, una mujer que Carmen, nuestra guía, define diplomáticamente como "una mujer de carácter fuerte", lo que, en realidad, quiere decir que era una arpía de mucho cuidado, que hizo de su vida un infierno. Cuando Napoleón invade España, el ilustrado Meléndez Valdés apoya a José Bonaparte al que llegó a componer una oda y entra en la, para muchos, oprobiosa categoría de afrancesado, que aún hoy, y para nuestra vergüenza, lo continúa persiguiendo. Sus deseos de que el ocupante francés ayudara a instaurar en España un régimen liberal y benéfico, del que estuvieran ausentes la incultura, el fanatismo y la Inquisición, formas todas de la misma miseria, se vieron frustrados pronto: sus compatriotas no tardaron en echar del país, a golpes de faca y trabucazos, a Pepe Botella, y con él se marchó Meléndez Valdés, que peregrinó por varias ciudades del sur de Francia hasta que, tras empeorar su salud y caer en la depresión, murió en Montpellier en 1817. Meléndez Valdés, que fue un fino jurista, además de un exquisito poeta, representa lo mejor de una España tenebrosa, y su literatura encarna algunos de los valores que merecen ser reivindicados en la literatura y la España de hoy: delicadeza, libídine, humanidad, empaque civil y reciedumbre ética. En su casa natal, una placa en la fachada lo define como sigue: "Del patrio foro fúlgida lumbrera, / orgullo de las musas y ornamento, / justo es que en alas de su amor Rivera / te consagre este noble monumento". Ah, ya no se escriben dedicatorias así. Seguimos nuestro paseo por Ribera del Fresno, guiados por la siempre sonriente aunque cada vez más apresurada, porque el tiempo apremia Carmen. Admiramos las fachadas de algunas de las hermosas casas solariegas del pueblo, de aire andaluz, y entramos en la de Vargas-Zúñiga, sede la Casa de Cultura del Ayuntamiento. Llegamos hasta el amplio patio trasero, con un pozo en el centro, y descubrimos a un gatazo blanco en una de las salas, que nos mira con ojos desconfiados. Dedicamos un rato también a la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, la única de Extremadura con torres gemelas. En su interior se conserva, amén de un retablo barroco de fines del s. XVII, del maestro Alonso Rodríguez Lucas, el púlpito de piedra que, cuenta la leyenda, entregó Isabel la Católica a Ribera del Fresno por haberse llevado el fresno de la ribera ("¡qué fresna!", exclama José María Lama al enterarse), y la pila bautismal en la que se bautizó a Meléndez Valdés. Por fin, volvemos a la Casa de Cultura, en una de cuyas salas se va a dar a conocer el fallo del premio. Antes, José María Lama lee "Prosperidad aparente de los malos", la oda XVIII de Meléndez Valdés, y los cinco miembros poetas del jurado, composiciones propias que tratan del libro, la lectura y la literatura: el Día del Libro está cerca y todos queremos celebrarlo. (Yo leo un poema sobre Cioran, de Insumisión, con el habitual apuro: es largo, y siempre temo aburrir al público). El libro premiado es No estábamos allí, de Jordi Doce, publicado por Pre-Textos, que, por cierto, yo reseñé en este blog en diciembre de 2016 (http://eduardomoga1.blogspot.com.es/2016/12/no-estabamos-alli.html). Siguiendo la costumbre, que se está generalizando, de comunicar públicamente el premio al premiado, el presidente del jurado lo llama al móvil, y Jordi confiesa estar en una librería de El Escorial, aturdido, como es natural, y alegre por la noticia. Álvaro le pide que lea un poema suyo a todos los que lo escuchamos, y él recita, entrecortadamente, uno de memoria. Esas vacilaciones nos transmiten su emoción y hacen más hermosa todavía la lectura. La poesía, aun mediatizada por un teléfono y el ruido ambiental, es eso: temblor, pálpito, insurgencia. El Ayuntamiento recompensa aún más nuestro trabajo con un busto en escayola de Meléndez Valdés (aunque de tamaño, por fortuna, mucho más reducido que el de la Plaza de España), obra de Carmen Goga, modelado a partir de la única imagen que conservamos del poeta, el óleo de Goya de 1797, hoy en la Biblioteca Nacional, y acompañado por un certificado de la artista que acredita su autenticidad. Luego ya solo nos queda cenar. De hecho, y acaso para compensar la flojera del almuerzo, aquí no dejan de traernos fuentes de comida, como si la cocina del establecimiento fuera una enorme y neoclásica cornucopia. Sobran tantas croquetas que me atrevo a pedir que me las metan en una fiambrera para llevárnoslas a casa. Aunque antes le pido permiso a Piedad: técnicamente, son propiedad del Ayuntamiento. Ella me lo concede, con la misma rectitud y generosidad con la que ha actuado hasta ahora.

3 comentarios:

  1. "[...]Dios supone la esperanza del hombre de que haya certidumbres, unas certidumbres que secuestren balsámicamente nuestro tiempo y nuestra existencia. Pero no hay ninguna: vivir -y morir- exigen, si queremos hacerlo con dignidad, aceptar que nada es cierto, que nada es permanente, que nada es estable, que nada es, aunque nos abrumen las cosas del mundo y no seamos capaces de desembarazarnos de tanta realidad, y que en ese no ser, en su precariedad y su vacío, radica nuestra esencia."

    ¿Aburrir? ¿Demasiado largo? ¡Hombre de poca fe!

    Parece que el jurado disfrutó; el trabajo y esfuerzo que conlleva organizar y poner en marcha un premio como éste en un lugar como éste (que diría la canción) merece que así sea. Ojalá el futuro, con sus vaivenes políticos y económicos, sea benévolo con él permitiéndole cumplir años.

    Lo de la "cuota" femenina en las bases es, como poco, delicado ( a mí, personalmente, no me gusta). Lo que sí he echado en falta es el nombre de una mujer entre los finalistas, porque siendo yo una humildísima lectora, que no se atrevería a poner en duda la autoridad, conocimientos y lecturas de los críticos del prejurado, si me atrevo a decir que "Fiebre y compasión de los metales" debía( sin "de") haber estado entre ellos. Me hubiera gustado, como lectora y como mujer, ver su nombre ahí.

    ¿De verdad te llevaste las croquetas? Jajajajaja.

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  2. Sí, me las llevé, Gema. Créeme, estaban de muerte; era un crimen dejarlas en la mesa.

    En cuanto a la presencia de poetas mujeres entre los finalistas, tienes razón: "Fiebre y compasión de los metales", de mi buena amiga María Ángeles Pérez López, es un libro excelente y debería haber estado ahí. De hecho, tres prejurados la votaron, y uno de ellos hasta lo eligió como el mejor libro de todos, pero no sumó los puntos suficientes como para meterse en la final. Una pena. Espero que, si la iniciativa que se ha inaugurado este año prospera, tengamos la oportunidad de votar a mujeres en la final.

    Besísimos.

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  3. No iba a comentar nada,la entrada me ha parecido perfecta, como siempre. Voy a inmiscuirme, con vuestro permiso, Gema y Eduardo,en vuestra conversación. Primero:
    Vivir y morir no implican NADA. Todo es mucho más sencillo. No hagamos cábalas de lo inexplicable, eso lo dejamos para Coelho( hay que estar muy mal para recurrir a su lectura buscando respuestas).Vivir es vivir, y morir su opuesto,PUNTO. En medio, pasan cosas que tú decides cómo tomártelas. Segundo:
    Me aterroriza que nombren a la mujer como CUOTA; o es buena o no.Tercero:
    Me alegro muchísimo por Jordi Doce. Su poemario es más que eso. Este libro da un salto a nueva manera de leer poesía. Es una tensión constante.Un sinvivir en cada poema. Qué pena no saber expresarme bien...Tercero, y último:
    Sí, está de moda pedir lo sobrante del menú, lo inventaron " los progres", yo lo encuentro de muy mal gusto, perdóname, Eduardo, pero te soy muy sincera. Y bueno, hasta aquí llego. ¡A ser felices!

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