Asisto hoy, con Ángeles, a la lectura de Jesús Aguado en el Aula Literaria Enrique Díez-Canedo, de Badajoz. Tengo muchos motivos para hacerlo: el primero y principal, que Jesús es un excelente poeta; el segundo y no menos importante, que es un buen amigo; y el tercero, last but not least, que Enrique García Fuentes y José Manuel Sánchez Paulete, los responsables del Aula, realizan una labor admirable, que me parece imprescindible apoyar: los 151 autores que, a fecha de hoy, han invitado a Badajoz, empezando por Antonio Gamoneda, sin distinción de credos poéticos ni agitación de banderías aldeanas, reúnen a lo mejor de la poesía extremeña y española de los últimos 20 años. Todavía hay otro motivo, que tiene que ver con el agradecimiento: el Aula Enrique Díez-Canedo, es decir, Quique y Paulete, son los únicos que me han invitado a leer antes de ser director de la Editora Regional de Extremadura, es más, antes de conocerme siquiera; dicho de otra manera, son los únicos que ha tenido un interés exclusivamente literario por mí. Y eso, que se nos reconozca como poetas, es lo que más nos gusta a los poetas, aunque nos dediquemos a otros menesteres creativos o desempeñemos, durante un tiempo necesariamente y por fortuna limitado, tareas administrativas o institucionales. La lectura, como todas, se hace en el salón de actos del MEIAC, donde hace pocos días se presentó el último número de la revista Turia, dedicada a Luis Landero y, por extensión, a la literatura extremeña actual. El salón, no muy grande –en la presentación de Turia tuvieron que ponerse sillas en el vestíbulo que lo antecede para que cupiera todo el mundo–, está concurrido. Jesús viene encantado por el trato que le han dado los estudiantes del instituto que ha visitado esta mañana, como parte del programa que ofrecen las aulas literarias. Pero también me confiesa que va a necesitar una liposucción en Barcelona, porque desde que llegó ayer –por las cosas de las conexiones aéreas– sus anfitriones lo han tenido de comilona en comilona. Antes de que empiece la lectura, saludo a Eduardo Achótegui, antiguo colaborador del Aula, hombre afable y gran conocedor de la poesía; a Manuel Chacón, profesor de esos chicos que tan bien han tratado a Jesús, y hombre asimismo encantador; y a Fernando de las Heras, uno de los jóvenes poetas incluidos en la antología Piedra de toque. 15 poetas emergentes en Extremadura, que ha preparado Daniel Casado, y que muy pronto publicará la Editora Regional de Extremadura. Sobrepuesto a los avatares gástricos, Jesús se desenvuelve de perlas en la lectura. Jesús siempre puntúa alto en los actos públicos: lee bien, razona con pulcritud, se expresa con naturalidad, tiene sentido del humor y, además, ha llevado una vida interesante, que, después de haberse casi iniciado en Sevilla y transcurrido varios años en la India, prosigue ahora en Barcelona. Jesús es, probablemente, el autor español que mejor conoce las tradiciones culturales y literarias del fascinante subcontinente asiático, de las que ha sabido extraer influencias en su propia obra; porque las influencias no se reciben: se eligen. Por esos conocimientos y la calidad de su prosa, DVD ediciones publicó La astucia del vacío. Cuadernos de Benarés 1987-2004. (Cuando alguien le pregunte, en el coloquio posterior, por su lugar de nacimiento y esa biografía tan viajera, Jesús dirá que él no se siente de ninguna parte, pero que, si tuviera que elegir un lugar, se quedaría con Benarés, una ciudad asfixiante para el turista, pero llena de sosiego para él). Una buena parte de la lectura está dedicada a su último libro, Carta al padre, publicado hace pocos meses por la Fundación José Manuel Lara, en el que él desgrana, poéticamente, una relación espinosa con un padre ya fallecido. Algunos poemas son estremecedores; otros suscitan una sonrisa, quizá amarga, pero sonrisa al fin. Jesús acompaña la lectura de los poemas con acotaciones y contextualizaciones que amplían, si cabe, su horizonte y sus ecos. Y este apartado de las observaciones al hilo de los versos es, a veces, tan conmovedor como los propios versos, porque Jesús reconoce ásperas intimidades, y hasta las explica, sin perder la compostura, sin trémolos ni pedantería, con lúcida desenvoltura. Es importante dirigirse al público con la misma espontaneidad, o la más parecida posible, a la que practicamos en el diálogo con los más cercanos, y considerarlo tan inteligente como el público más inteligente imaginable. El coloquio da pie a algunas preguntas sagaces, a alguna confesión entre literaria y sentimental ("eres un encantador y me has enamorado poéticamente", le reconoce una asistente; "¿personalmente no?", le pregunta Jesús, que antes ha dedicado uno de los tres bloques de su lectura a algo de lo que se dice especialista: los amores imposibles) y a las inevitables interpelaciones insondables: alguien de las últimas filas no solo quiere que Jesús explique el complejo de Edipo (y el de Electra), sino también que lo sintetice en un haiku. Él se evade con elegancia de asuntos tan inabordables: esa elegancia también forma parte del utillaje de un buen conferenciante. La lectura y el debate han sido largos, pero a mí no me lo han parecido. A la salida del acto, nos espera un picoteo en un bar cercano. De pie, seguimos charlando, mientras los camareros, siguiendo las expertas indicaciones de Quique García Fuentes, nos traen cerveza, cecina, chipirones y pulpo. La liposucción de Jesús va a ser de órdago.
Transcribo uno de los poemas incluidos en el cuadernillo publicado por el Aula y leído por el poeta en el acto; pertenece a Carta al padre:
Transcribo uno de los poemas incluidos en el cuadernillo publicado por el Aula y leído por el poeta en el acto; pertenece a Carta al padre:
Aunque los perros te aterrorizaban, me conseguiste uno: un pastor alemán muy noble al que llamé King. La única condición era que tenía que estar atado cuando llegaras del trabajo. King era un hermano para mí: la fuerza que yo no tenía, la velocidad que yo no tenía, la valentía que yo no tenía, la lejanía que yo no tenía. Al poco comenzaste a golpearle sin que te diera motivos, quizás para demostrarnos que el único rey eras tú. Con el mango de la escoba, con la raqueta de tenis, con las botas de montaña, con la lata de las galletas rellenada de tierra prensada, con un lío de cuerdas: le golpeabas con rabia y con angustia hasta que el sudor hacía que se te resbalara de la mano el arma que esa noche hubieras elegido. King aullaba y me miraba suplicante y atónito. Yo aullaba en silencio y vomitaba en un rincón oscuro del jardín. El perro, mi hermano, mordía la cadena hasta que las encías le sangraban y los dientes, despedazados, se le caían. En las heridas abiertas de su cabeza y de su cuerpo desovaban las moscas y bebían las garrapatas. Alrededor de su caseta siempre había manchas parduzcas de sangre seca que no borraban ni la lluvia ni la lejía. Un día envenené la comida de King para que no siguiera sufriendo. Luego pensé: por qué no habré echado el veneno en tu comida, padre.
Has escogido el poema que yo he compartido tantas veces en las redes sociales. Es profundísimo y estremecedor. Lo he releído una infinidad de veces, le he podido sacar, en mi pobre entender, mil lecturas de carácter social.Creo que has descrito a Jesús Aguado, perfectamente. Y te diré más, tiene un corazón lleno de gratitud y amor.Lo admiro como poeta,sí, por supuesto, pero como persona, calidad humana, no tienes límites.Eduardo, me has emocionado.Hoy empiezo el día con tu lectura.Me siento feliz.
ResponderEliminarBlanca.
No es difícil amar a un padre, tampoco odiarlo. Lo difícil es ver, hablar, escribir al hombre que es, aunque o a pesar de que sea nuestro padre.
ResponderEliminar¡Cuanto lamenté no pooder ir en el último momento! Cuestiones laborales lo impidieron y me hicieron bien la puñeta. Tenía muchas ganas de volver a ver a Jesús, a quien conocí, junto a José Ángel Cilleruelo (otro poeta que habría que invitar al aula), en mi único viaje a Barcelona hace ya unos años. ¡Y ese libro de Carta al padre! Uf.
ResponderEliminarTremendo. Lo que duele no es el dolor. Lo que duele es recoger los pedazos de quien se queda.
ResponderEliminar«Carta al padre», a cuya presentación en la Alberti de Madrid pude asistir (Jordi y Marta fueron los embajadores), es un libro extraordinario. Incluso me atrevería a decir que supera en intensidad la obra homónima de Kafka: los problemas del muchacho judío parecen vacuos comparados con los que este libro cuenta. Y, sí, en la obra de Jesús Aguado ha una veta muy profunda de sabiduría oriental.
ResponderEliminarHacia tiempo que no venía por acá. Hoy me estoy desquitando. Y veo que se mantiene el habitual buen pulso. Mis respetos.