sábado, 17 de junio de 2017

En las ferias del libro (1): Lisboa

Se celebra en Lisboa el segundo Encuentro de Editores Portugueses y Editores Extranjeros, en el marco de la Feria del Libro de la ciudad. Durante dos días, está previsto que los editores invitados se reúnan con sus homólogos portugueses y también con las instituciones culturales que contribuyen a la actividad editorial con ayudas a la traducción o a la edición. De hecho, en cuanto llego al hotel, en la avenida de la Libertad, junto a la plaza del Marqués de Pombal, una simpática señorita de la organización me está esperando ya para llevarme al primero de esos encuentros, con el Instituto Camoês, cuya sede está prácticamente enfrente del alojamiento. Apenas tengo tiempo de dejar las cosas en la habitación y cambiar los pantalones cortos con que he llegado por otros largos, más acordes con la naturaleza de la visita. Ya en el palacete que aloja al Instituto, un noble edificio decimonónico empotrado entre construcciones modernas y bastante desangeladas, como la del Diario de Noticias, me presentan a los representantes de otras dos editoriales que también participan en el Encuentro: M., de la francesa Actes Sud, y Manuel Ramírez, de la española Pre-Textos. Mi sorpresa irá en aumento cuando conozca a los demás participantes: de Gallimard, Flammarion y la italiana Il Urogallo. La Editora Regional de Extremadura ha sido invitada, pues, junto a algunas de las casas editoriales más importantes del continente. No me incomoda, antes bien, me enorgullece, pero también me desconcierta un poco: es la única editorial pública del grupo, la única de carácter regional y, con diferencia, la más pequeña de todas. Yo pensaba que a este tipo de encuentros estaban pensados para sellos como Planeta o Anagrama, pero me complace comprobar que nuestros vecinos portugueses también se acuerdan de editoriales sin ánimo de lucro, sociales y mucho menos elefantiásicas. En el Camoês, las responsables de las ayudas a la edición de obras portuguesas en editoriales extranjeras, todas mujeres, nos dan cumplida información sobre las subvenciones. Y lo hacen con gran familiaridad y en muchas lenguas: aunque hemos decidido comunicarnos en inglés, pasamos ellas y nosotros, a menudo sin darnos cuenta, al francés, al portugués e incluso al español. También nos enseñan algunas salas nobles del palacio, desde las que hay excelentes vistas de la vecina plaza del Marqués de Pombal, presidida por una enorme estatua en la que el aristócrata mira al Tajo, acompañado por un león, al que parece haber sacado a pasear, y que representa, supongo, todos los enemigos a los que sometió: los jesuitas, la nobleza, el terremoto. Para significar el imperio del marqués, su melena es mayor que la del león. Cumplido el primer trámite, Manolo, de Pre-Textos, y yo nos vamos a dar una vuelta por la ciudad hasta la hora de la cena. Recorremos la espina dorsal de la ciudad, desde la plaza del Marqués de Pombal hasta la del Comercio, por la avenida de la Libertad, Restauradores y Rossio, y la famosa calle Áurea. Queda poco de la Lisboa decadente de la que ambos nos acordamos, por lo menos en estos barrios centrales: ahora predominan las tiendas y las franquicias internacionales, como en cualquier otra capital del planeta. Pagamos el óbolo debido al dios del turismo, y también al de la mitomanía literaria, en A Brasileira, la cafetería en cuya terraza se sienta todavía, en bronce, Fernando Pessoa. Tomamos un café y una cerveza, mientras admiramos el barroquismo de las maderas y de los pasteles. A Brasileira está bien conservada, pero en su misma pulcritud hay algo falso, manipulado. Este es y no es el café en el que Pessoa pasaba las tardes. Como el bar Zúrich de Barcelona, que mantiene el aire de local prebélico, pero que ha perdido la autenticidad mugrienta de sus orígenes, sustituida hoy por un aliño entre escandinavo y vintage. Llegamos luego a la plaza del Comercio, que en mis visitas de los últimos años estaba siempre en obras. Hoy luce limpia y despejada. Ha recuperado la amplitud que le dio nuestro amigo el marqués de Pombal al reconstruirla después del terremoto de 1755: donde se levantaba el Palacio Real de la ciudad, él dispuso este gran espacio delimitado por señoriales edificios con arcadas y el Arco Triunfal de la calle Augusta, que da entrada, por el sur, al barrio de la Baixa. De hecho, el conjunto pretendía ser, y fue, además del principal núcleo portuario del imperio, un majestuoso lugar de bienvenida a la ciudad: aquí llegaba todo el tráfico marítimo de Lisboa y desembarcaban los embajadores y dignatarios que recalaban en Portugal. En el centro de la plaza, otra estatua, la del rey José I, de quien Pombal fue primer ministro, protector y protegido. Es verde, como la neoyorquina de la Libertad. Las construcciones que rodean la plaza están ocupadas hoy por ministerios e instituciones oficiales. Entre ellos se encuentra también, extrañamente, el Museo de la Cerveza, que no solo me gustaría visitar ahora está ya cerrado, sino en el que me gustaría vivir. La plaza huele a río. Y ya atardece: una bandada de grises dorados se posa mansamente en las colinas y los tejados de ambas orillas del Tajo. Manolo y yo nos acercamos al borde mismo del agua por los escalones de mármol por los que desfilaban las personalidades que arribaban a Lisboa. Admiramos el imponente puente del 25 de Abril y el Cristo que lo flanquea, con los brazos extendidos, en la ribera opuesta, y nos encaminamos ya al restaurante O Bastardo, un lugar cuyo nombre despierta inquietud, pero que se revela magníficamente ubicado: en una de las esquinas meridionales de la plaza del Rossio, con excelentes vistas del lugar, cuyo centro ocupa la estatua de otro rey, que también fue emperador: Pedro de Alcântara Francisco António João Carlos Xavier de Paula Miguel Rafael Joaquim José Gonzaga Pascoal Cipriano Serafim de Bourbon e Bragança; en corto y por derecho: Pedro I de Brasil y IV de Portugal. Mientras el crepúsculo que habíamos visto deflagrar a los pies del Tajo se derrama por la plaza, haciendo cada vez más voluminosas, más blancas, las farolas, atacamos una cena desigual y que tarda en llegar, con un ceviche flojo y unos linguini con langostinos aceptables, pero un blanco seco digno de recordación. Al grupo compuesto por las personas de la organización, Manolo, M. y yo, se ha sumado P., de la editorial Flammarion, y Ma., de la italiana Il Urogallo, cuya facundia transalpina vuelve un monólogo la conversación. Cuando el diálogo es tan poco fluido, por no decir inexistente, tiendo a aislarme. Esta noche me refugio en una charla despreocupada con Manolo, con el que he quedado encarado en uno de los extremos de la mesa. Por otra parte, es agotador tener que parecer siempre inteligente, con comentarios ingeniosos, chanzas cosmopolitas y apostura cultivada, como se diría que ha de ser siempre en esta reunión. Después de un rato de artificios verbales en varios idiomas, a cuál más saleroso, prefiero parecer lo que soy y que me tomen por tonto o por un sieso: es mucho más descansado. Acabada la cena, la organización nos propone asistir a una fiesta privada, en un local sobre el Tajo, con la actuación de una importante estrella portuguesa del rock. Yo, a quien nunca se le han desgarrado las entretelas por las músicas que consistan en aullar, las únicas estrellas que deseo ver ya son las que me marquen el camino de regreso al hotel, así que me despido educadamente y enfilo al refugio, donde me espera, por lo que he podido atisbar cuando he dejado las cosas en la habitación, una cama que está diciendo túmbate. P. y Ma. este, sin dejar de hablar acuden, regocijados, a la fiesta privada y musical.

3 comentarios:

  1. Compartido en https://www.facebook.com/avidabrevefans/posts/1934220180196457. Mirese también http://bit.ly/2rEh5Gp.

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  2. Todo un logro recibir la invitación a un encuentro internacional, con colegas de tanto postín. Enhorabuena a ti y a tu equipo por el trabajo, que es lo que suele propiciar estas gratas sorpresas; que sirva también como argumento para solicitar esas manos que os faltan en la tarea.
    Lástima que no te animaras a la fiesta, a buen seguro hubiera dado para una crónica divertidísima. Me río solo de imaginarte tomando notas mentales entre aullido y aullido.
    No tardes con la segunda entrega.

    Un abrazo.

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  3. Entiendo perfectamente tu actitud en la cena. "Con una falta tal de gente con la que coexistir, como hay hoy, ¿qué puede un hombre de sensibilidad hacer,sino inventar sus amigos,o cuando menos,sus compañeros de espíritu?". Fernando Pessoa.

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