Anhelante como estoy de contemplar, igual que cada año, las estupefacientes imágenes de las masas agrediéndose para encaramarse a la imagen de la Virgen —la blanca paloma, creo que la llaman— en la procesión del Rocío (años ha habido en que los rocieros se han liado a guantazos por ser los primeros en subirse al paso, o tocar la imagen, o saltar la reja; no sé muy bien cuál es el objetivo de la algarada, pero sí que es lo más grande del mundo y que es una cosa que no se puede aguantar, como explican con pericia los asistentes), una noticia me sale al paso, y nunca mejor dicho, adelantándose a mi deseo. El Telediario informa hoy de que, en la procesión del Rocío de Terrassa, ciudad catalana donde la nutrida comunidad andaluza reproduce desde hace 40 años las celebraciones religiosas de su tierra, uno de los peregrinos ha muerto, arrollado por una de las carretas participantes en la procesión. Se conoce que el caballo que tiraba de la tartana, alegremente engalanada con flores, ha hecho un movimiento brusco, por razones que se ignoran, y se ha llevado por delante al peregrino. Dos personas más han resultados heridas, leves, por fortuna. Tanto el fallecido como el carromato y el jamelgo pertenecían a la Hermandad Rociera Pastora del Alba, de Sant Adrià del Besòs, otro localidad catalana. La Pastora del Alba, que supongo la Virgen, pese a sus poderes celestiales y su poético nombre, no ha pastoreado adecuadamente a su grey, y la consecuencia ha sido la muerte de un hombre de 41 años, probablemente ciudadano honrado y padre de familia. El trágico suceso me ha recordado otros casos en los que Dios recompensa con una muerte dolorosa a quienes lo adoran. Por ejemplo, aquella iglesia que se hundió en un país andino a causa de un terremoto, hace algunos años, y mató a las muchas docenas de feligreses, incluyendo no pocos niños, que se habían reunido en ella para oír misa. No puede decirse que los seísmos sean producto del hombre: son obra de la naturaleza, cuyas leyes ha fijado Dios. No hay aquí responsabilidad humana ninguna: la horrible desaparición de aquella multitud de hijos de Dios es solo atribuible al Padre, que debía de tener un mal día, o estar cansado de atender a sus obligaciones tutelares (hay que reconocer que la criatura le ha salido difícil), o, como casi siempre, miraba para otro lado. (O quizá sintiera un irresistible deseo de llamarlos a su lado, para que gozaran ya de la felicidad inenarrable de su contemplación eterna, en cuyo caso habría que considerar el desplome una bendición). Lo más desconcertante del asunto es que los muertos sean fervorosos católicos que estén practicando su credo: rezando, comulgando o procesionando. Dios los castiga en su casa, en lugar de recompensarlos por su fe. Es lo que, utilizando una expresión que creo haber leído por primera vez en un artículo de otro antirreligioso conspicuo, Juan José Millás, me gusta llamar milagro inverso: en lugar de un beneficio maravilloso para sus criaturas, que Dios proporciona alterando las leyes de la creación que él mismo ha establecido, irroga a sus fieles un perjuicio inesperado, e incluso la muerte, mientras (y porque) ejercitan la fe. Los milagros inversos no son privativos del cristianismo. También abundan en otras religiones, aunque carezcan del concepto de milagro. Verbigracia, los miles de musulmanes que mueren cada cierto tiempo en las monstruosas aglomeraciones de creyentes en La Meca, a donde el Islam les obliga a peregrinar al menos una vez en la vida para dar siete vueltas alrededor de un meteorito y apedrear tres veces unos pilares de mampostería, entre otras pintorescas obligaciones. Dos millones acuden cada año a la ciudad saudí para cumplir con tan sensato precepto. Alá, entonces, con su infinita sabiduría, retribuye su veneración haciendo que se desate una estampida que aplaste a los más débiles o inadvertidos. El ser humano sigue enterrando infinidad de energías —inútiles, dañiñas, a menudo homicidas— en la creencia religiosa, cuando la única creencia a la que debería entregarse es la del propio ser humano: la de su finitud y su incertidumbre, pero también la de su compasión y su capacidad de amar. Lamento la desgracia de Terrassa, pero no tengo esperanzas de que los milagros inversos despierten la duda de nadie: la sinrazón trascendente, si está bien afincada, es inmune al discernimiento. A mí, al menos, me sirven para ratificarme en mi odio a la divinidad.
Yo, sinceramente, tampoco entiendo estas manifestaciones irracionales de fervor popular. No entiendo que se adoren imágenes. No entiendo los arrebatos histéricos, con llantos ( también histéricos ) incluidos, los gritos tipo : " guapa, guapa " o " al cielo con Ella "..no entiendo nada de nada. Si por mi fuese, le quitaba la custodia a todos esos padres que son capaces de alzar, dentro del gentío, a sus bebés al paso del palio de la Blanca Paloma. Sus caritas de terror y lágrimas, lo dicen todo. Y se permite...
ResponderEliminarEl otro día hablaba de esta manifestaciones primitivas con un amigo mío que está " al este del oeste": es apóstata y comparto sus opiniones, aunque soy creyente. Pero hay una cosa que si me preocupa: mi amigo puede estar en el punto de mira de la ira de Dios.Tiene todas las papeletas. Frecuenta iglesias, catedrales, ermitas, por amor al arte y a la música pero no tiene el miedo de Abraracúrcix: que el cielo se desplome sobre su cabeza. Es valiente y si de da el caso, buscará refugio en un confesionario, seguro. Se salvará y Dios no lo cogerá confesado. No. El infierno (al que está seguro que irá)...puede esperar.
He recordado el milagro de Berceo, el de La imagen respetada por el incendio, algo "sui generis" porque el protagonista no es un pecador, sino un monasterio. El altísimo es tan, tan piadoso que libra la imagen del achicharramiento, no sin antes destruir todo lo demás. Seguimos en la Edad Media, eso sí, muy tuneados de laicismo y modernidad, que es lo que mola.
ResponderEliminarAmén.
Cuando el vacío te invade lo tienes que llenar,el mecanismo de defensa que posee nuestro cerebro busca alternativas para allanar el sufrimiento psicológico, y así el ser humano se agarra a lo primero que alivia su mente. Las religiones han sabido aprovechar muy bien estas carencias.Pasa igual con el fanatismo en el mundo del fútbol. Me es dificilísimo entender comportamientos así.Lo que mola es estar lo mejor posible con uno mismo, sí,sin tener que buscar fuera de ti lo que llevas dentro.Besos.
ResponderEliminarBlanca.