lunes, 25 de septiembre de 2017

Una lectura en Madrid

Hoy leo poemas de Muerte y amapolas en Alexandra Avenue, mi más reciente poemario, publicado por Vaso Roto, en la galería de arte David Bardía, en Madrid. Lo hago con mi ya viejo amigo Javier Pérez Walias, que leerá de W, aparecido en la misma editorial. Llego, contra mi costumbre y contra mis principios: la puntualidad es una cortesía inexcusable, con algún retraso: como me dice Jordi Doce cuando por fin arribo, voy con la hora canaria. Pero exagera. Lo que más me incomoda aunque no se lo confiese a nadie es que el retraso se daba a unos calcetines. Al cambiarme para ir a la lectura, me he dado cuenta de que se me había olvidado meter calcetines en la maleta. Maldigo mi torpeza: si me hubiera olvidado los calzoncillos, nadie se percataría si fuese a la lectura, digamos, más ligero que nunca, pero los calcetines son una prenda visible y, como todavía no he alcanzado, ni creo que alcance nunca, la condición de hipster que me permita vestir sin ellos, no me ha quedado más remedio que buscar una tienda de ropa cercana en la que hacerme con un par (de calcetines, digo). Temía acabar comprando en un chino, o en algún bazar todavía más deleznable, pero he tenido la suerte de encontrar una tienda Inside al lado. A causa del retraso, apenas hay prolegómenos en la galería, y Javier, nuestro común amigo José Antonio Llera, que fungirá de presentador, y yo entramos en la sala de la galería habilitada para la lectura. Al pasar, solo me da tiempo a saludar a José Luis Gracia Mosteo y a Marta Agudo, que están entre el público. Cuando ocupo mi lugar, reparo en lo que nos envuelve: cuadros llenos de color, de Juan Pita, y esculturas llenas de sobriedad, de Borja Barrajón. Me siento entonces en un espacio placentario: un refugio de las turbulencias cotidianas (y mundiales), en el que un grupo de seres extravagantes, amantes de la poesía, se reúnen una tarde de viernes para escuchar a otros aún más raros, que la escriben, rodeados de obras de arte, cuyos colores y volúmenes se enmarcan en las paredes impolutas de la galería con una elegancia que sosiega. La elegancia siempre sosiega. Leemos sin tropiezos, con intervenciones pautadas por la batuta de José Antonio. Javier expone algunas muestras del álbum familiar que es W, y yo hago lo propio con otras del álbum del exilio que es Muerte y amapolas... Como señalará Jordi, con su buen ojo crítico habitual, en el coloquio posterior a la lectura, W intenta traer personajes y escenas al mundo, recuperarlos del pasado y de la muerte, mientras que Muerte y amapolas... refleja un movimiento de alejamiento, rechazo o incluso expulsión de lo circunstante. Mientras leo, procuro no mirar al público. Nunca lo hago: si reparo en las caras, me aturullo: la expresión de tedio o incluso de antipatía de alguno me desalienta hasta el punto de perder el hilo (e intensidad la lectura). Así que me curo en salud fijando la vista en algún punto de la pared del fondo, o en el horizonte, si la lectura es al aire libre y no hay pared, lo que tiene la ventaja adicional de darle a la expresión un matiz enigmático, aventurero, como si oteara un paisaje ilimitado. No obstante, es muy difícil, si no imposible, evitar la contemplación del público, y entre sus filas veo a alguien dormir: es R., que descabeza un sueñecito tras el circunspecto parapeto de los caballeros que lo preceden. El mismo R. que, en la charla posterior, dirá, despejado ya, que este es mi mejor libro, porque en él he dejado de poner dificultades al lector. Yo le respondo que, desde el culteranismo, ningún poeta que se tome en serio escribe para poner dificultades (ni tampoco para dar facilidades) al lector, sino para decir lo que tenga que decir según su íntimo sentir y su razón estética. Prolongamos el piscolabis con que nos obsequia la galería queso manchego y cava con una cena de raciones en una tasca vecina, en la que nos reunimos Javier, José Antonio, Jordi, Marta, Gema una amiga extremeña que ha querido asistir también a la lectura, R. y yo. Allí caen y desaparecen pronto: el manchego nos ha despertado el hambre platos de pulpo, pixín (así se llama en Asturias a unos deliciosos bocaditos de rape), boquerones fritos, carne en salsa y unas croquetas que no se las salta un pertiguista (antes habría dicho que no se las salta un gitano, pero hay que oponerse a las sevicias del lenguaje), todo regado con abundante cerveza (y un ballantine's doble, a cargo del siempre entusiasta R.). Hablamos algún rato de los diarios y de lo que puede decirse, o no, en ellos. Javier me reprocha con jovialidad (pero con esa jovialidad que camufla una reprobación verdadera) que, en una entrada de este blog, diera a conocer que Teresa, su mujer, se había hecho un esguince en un pie. (En el fragor de la batalla dialéctica, me echo, sin querer, una rodaja de chorizo en la cerveza). Por su parte, Jordi me cuenta que Marta le ha dejado traslucir alguna vez cierta decepción por que no la mencionara en la bitácora. José Antonio (autor, por cierto, de un diario excelente: Cuidados paliativos, premio Café Breton & Bodegas Olarra, que acaba de publicar Pepitas de Calabaza) revela que algunos le pedían a Andrés Trapiello, el diarista más conspicuo de este mundo y seguramente también del otro, que hablara de ellos en su diario, aunque fuese mal. Pero el entusiasmo existencial de R., al que he aludido antes, lo convierte, aquí y en todas partes, en el centro de las conversaciones, tanto si quieren sus interlocutores como si no. Y R. nos regala, a voz en grito, algunas observaciones preciosas, aunque no sobre el complejo mundo de los diarios, en el que no parece interesado: por ejemplo, que a Celan no lo lee nadie (a la objeción de que todos los que estamos en esa mesa lo leemos responde con un concienzudo lingotazo de ballantine's); que a Bergman se lo pasa por el culo; y que mi libro está bien, a pesar de esa mariconada de los haikus y poemas breves que incluyo en la sección "Estampas del destierro". También insiste en que lo he despojado del "plumaje" de otros poemarios míos, lo que, sumado a su juicio sobre mis haikus y poemas breves, me lleva a considerar la posibilidad de que me tenga por homosexual. La perspicacia crítica de R. brilla también en otros asuntos: un comentario sobre Lorca le merece un gorrazo físico, no dialéctico de Marta, sentada estoicamente a su lado (sospecho que también José Antonio, que va a publicar una espléndida reunión de trabajos sobre Poeta en Nueva York, desearía asestárselo, pero le pilla al otro lado de la mesa). En cualquier caso, no podemos dejar de admirar la sutileza de R., que no solo resplandece en el ámbito literario, sino asimismo en el personal, cuando nos informa de que ha tenido dos poluciones nocturnas, aunque sin especificar cuándo ni dónde. Poco después, levantamos la sesión: tememos que nos lo especifique.

4 comentarios:

  1. Aunque no es la sección del libro que más me gusta, tengo mis "Estampas" favoritas. Tal vez R. las leyó ballantine's en mano, la mirada y el ánimo turbios, incapaz de ver su transparencia.

    "En la hiedra pululan los insectos, se tienden los amantes,
    corren las pelotas, crecen los narcisos.
    Debajo hay tumbas".

    "¿Qué gota, de todas las gotas que caen,
    cae en el centro del mundo?"

    "La lluvia no apaga el arce:
    arde empapado"

    "La hojarasca entierra el camino,
    pero el camino late en los pies".

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  2. Recién veo en la programación de la Tardor literària de Tarragona que acudirá en noviembre a presentar Muerte y amapolas en Alexandra Avenue. Alegre, destaco en la agenda la fecha para asistir al acto.

    Mentrestant, bona tardor!

    Xavi

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  3. ¡Qué bien os lo pasáis!

    Un abrazo grande.

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