domingo, 19 de noviembre de 2017

En Málaga, con Gerald Brenan y Rafael Pérez Estrada

La Fundación Rafael Pérez Estrada, de Málaga, me ha invitado a leer poemas hoy en el II seminario "La imaginación" que coordina Jesús Aguado. Lo haré en la misma sesión en que hable Juan José Millás sobre su última novela, Mi verdadera historia. Cuando llego a la sede de la Fundación, en la casa de Gerald Brenan, en Churriana tras una carrera por una de esas feas autopistas que, en todas las ciudades del mundo, unen el aeropuerto con los núcleos de población, aún está cerrada. Hago tiempo tomándome un café con leche y una tartaleta de frutas puede parecer gula, pero es que hoy no he comido en una pastelería cercana. Para los seres lingüísticos como yo, cualquier lugar, por humilde que sea (o quizá, precisamente, por ser humilde), es bueno para experimentar los placeres y anfibologías del lenguaje. Cuando la camarera, una señora opulenta, me pregunta qué tartaleta prefiero, le señalo una de las que se exponen en el escaparate, con dos enormes fresas emergiendo de la nata, y le respondo: "Esa, la que las tiene más grandes". Solo cuando ya lo he dicho reparo en lo equívoco de la contestación. Ya sentado en la mesa, masticando aún la mirada suspicaz que me ha lanzado la camarera, leo un cartel pegado en la pared: "Salón de ocio infantil. Autoservicio (previo pago anticipado)", como si pudiera haber un pago previo posterior. La Fundación abre por fin a las seis: lo hace gracias a un conserje que llega sin aliento de otro trabajo que tiene en Cártama. En el muro, cerca de la entrada, hay una hornacina con la imagen de una virgen orlada de flores. El amable conserje me permite dejar el equipaje en un despacho que está en la azotea del edificio, y luego espero a Jesús y Millás visitando la casa de Brenan. Aquí vivió el autor de El laberinto español desde 1935 hasta 1969, más que en ningún otro lugar de España. Hoy esto es un barrio populoso, pero, cuando Brenan se estableció entre estas paredes, aquí solo había campo. Y desde ellas oyó el fragor de la batalla de Málaga en la Guerra Civil, a la que siguió la masacre de la carretera que iba a Almería, en la que los bombardeos franquistas mataron a 5 000 personas, la mayoría civiles, que huían del conflicto. Veo en una sala la máquina de escribir marca The Society con la que escribió Al sur de Granada y El laberinto español y el tocadiscos en el que le gustaba escuchar ópera y jazz. (Jesús me hará notar luego que en una vitrina-librería se conservan algunos ejemplares valiosísimos sobre la India y las culturas orientales. Lo hace con el mismo brillo en los ojos que refulge en los de Drácula cuando divisa el cuello de porcelana de una joven, entrecruzado de venas azules). Jesús y Millás llegan poco después. Me abrazo con el primero y le estrecho la mano al segundo, que no se acuerda de mí, aunque nos conocimos y comimos juntos en el encuentro anual de clubes de lectura del año pasado en Villanueva de la Serena; tampoco, claro está, de los dos libros que le regalé. Como aún falta un rato para que empiece el acto, decido visitar la exposición de dibujos de Pérez Estrada que ha comisariado Jesús. Una gran fotografía del poeta preside la sala. Bajo su mirada levemente guasona, enmarcada por unas de aquellas gafas cuadradas de pasta que se desmoronaban por toda la cara, típicas de los 70 y 80, me envuelven enseguida su explosión imaginativa y su delicado surrealismo, plagado de animales fabulosos, como el tucán estilográfico, el pájaro mesa o el cagalunas o perro astral, personajes imposibles, como el intrépido domador de caracoles, y sus detergentes variaciones sobre la figura del obispo: uno ofrece martinis; otro tiene una pata de cangrejo; otro es un lepidóptero episcopal. Ya en el acto, Jesús y Millás charlan sobre el libro de este. Juan José Millás responde con ingenio e impasibilidad, a lo Buster Keaton. Su contenida ironía suscita la contemplación embelesada de algunas señoras del público. (Pienso, por cierto, cuántas personas de este público se marcharán cuando acabe la intervención de Millás y empiece la mía. Pero Jesús se ha anticipado a mi preocupación y ha diseñado el acto de forma que se pase sin pausa de uno a otro escritor: es listo). Me llama la atención que, en el libro del que trata la conversación, Mi verdadera historia, un hijo escriba porque su padre lee, y para ganar su aceptación: es mi caso. Tendré que leerlo, aunque lo que me gusta de Millás son sus artículos, no sus novelas. Observo también que este calza zapatos MBT, como yo, aunque con una curva menos pronunciada: otra coincidencia, que no sé si significa algo. Mientras habla, leo algunas inteligentes frases de Brenan impresas en las paredes: "Los poetas y los pintores están fuera de la sociedad y forman una clase social propia, como los gitanos o la gente de circo". Leo yo después un puñado de poemas, con razonable aceptación por parte del público, me parece; saludamos tras el acto a la familia de Pérez Estrada, que nos ha escuchado a todos desde la primera fila de butacas; me presentan a Ángelo Néstore, un encantador joven italiano que acaba de ganar el premio Hiperión (después de haber aprendido español con 20 años; ahora tiene 31); y, por fin, Jesús, Cristina, responsable de la Fundación, y yo nos vamos a cenar. Millás prefiere hacerlo por su cuenta. Pedimos chipirones con arroz, ensaladilla rusa, croquetas y un buen tinto de la tierra en una terraza justo delante de la casa natal de Emilio Prados (Strachan, 7), que sigue siendo una nota a pie de página de la generación del 27, pero que es uno de mis poetas favoritos de ese grupo sin parangón. Hago constar que Jesús, al que he mencionado varias veces en este diario como un notable zampador, me desmiente hoy y come poco y como con reticencia. Pasa por la calle una negra inmensa con una bandeja llena de pulseras y abalorios en la cabeza: la lleva sin sujetarla, solo con el cimbreo de su cuerpo lorzoso, como hacían las mujeres antiguamente o todavía hoy en África con los fardos de ropa o los cántaros de leche o agua. Tras la colación, acompañamos a Cristina a su casa y luego regresamos Jesús y yo al hotel, que es también un bingo. Desde la recepción se oyen los números. Por fortuna, desde las habitaciones no. A la mañana siguiente, pienso en visitar el museo Picasso de la ciudad, pero cambio de idea en el último momento. Llevo tiempo sin visitar Málaga, así que opto por pasearla y callejear. Me agrada comprobar que el paseo del Parque, lleno de palmeras altísimas, que conforman una densa cubierta vegetal, rinde homenaje a los poetas: al premodernista Salvador Rueda, que era del terruño; al universal Rubén Darío; y a Juan Ramón Jiménez mediante una estatua de bronce de su inmortal Platero, en una zona de juegos para niños. (El tributo a los poetas se extiende a alguno que me es completamente desconocido, a pesar de su condición de ilustre, según la placa que lo conmemora, como Narciso Díaz de Escovar, al que Santa Wikipedia cataloga de "polígrafo y cronista oficial de Málaga"). La Fuente de los Amorcillos, con un alegre rumor de agua, se dispone entre los bustos y monumentos. En Málaga, como en Mérida, conviven un teatro romano y una alcazaba árabe; y, también como en Mérida, el legado cristiano se afirma taxativo y barroco: delante del teatro y la alcazaba se encuentran dos hermandades de la ciudad: la del Santo Cristo Coronado de Espinas y Nuestra Señora de Gracia y Esperanza, y la Real Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de la Soledad. Además de hermandades de nombres laberínticos, en Málaga abundan los restaurantes y tiendas para turistas, aunque en noviembre no estén muy concurridas: en algunas zonas, no hay otra cosa. (También menudean las banderas españolas en los balcones y fachadas, pero sospecho que esta es una erupción transitoria y general). Paseo por la hermosa plaza de la Merced, con su monolito central en homenaje a los liberales ejecutados tras el pronunciamiento de Torrijos en 1831, paso por delante del museo Picasso (y me ratifico en la decisión de no visitarlo: rebaños de turistas esperan para entrar) y arribo a la plaza del Obispo, frente a la catedral, con su bellísimo palacio episcopal, rojo, amarillo y gris. Me resisto a entrar en la seo, porque no me gusta pagar por visitar los templos (además de que este está inacabado, con lo que me parece que no me están dando el producto en condiciones por el dinero que aporto), pero esta vez cedo. Dentro, descanso de la caminata las iglesias sirven al reposo, ciertamente, pero, en mi caso, nunca es espiritual, sino físico y disfruto de la contemplación del altar mayor y, sobre todo, del coro y la deslumbrante carpintería barroca de Pedro de Mena. Luego, compro El País me cuesta encontrarlo: en todo el recorrido de hoy solo he dado con un quiosco, refugiado en el portal de una vivienda, en la calle Larios: la prensa escrita está desapareciendo y me despido de la mañana, de una buena mañana, leyéndolo en una terraza de la calle Bolsa, mientras chupo una cerveza XXL debajo de un magnolio.

7 comentarios:

  1. Me has traído tantos recuerdos... Mi Málaga.¿No pudiste ver la estatua del Cenachero? Eduardo, poder estar junto a Millás. El olor de Málaga aún me llena por completo todos mis recuerdos, los recuerdos más antiguos. La Alcazaba de Málaga es majestuosa. Qué no hubiera dado por estar allí ese día. Se me acumulan los sentimientos: literatura y tierra añorada. Una pregunta: ¿ la cerveza era Victoria? Seguro.

    Un abrazo grande.

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    1. No sabía de tu íntima vinculación con Málaga, querida Blanca, pero celebro haber acertado a llevarte recuerdos e impresiones de la ciudad. Me temo que no vi la estatua del Cenachero y que la cerveza que me tomé no era Victoria. Pero lo disfruté todo mucho igualmente. Málaga es una ciudad muy hermosa.

      Un porrón de besos.

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  2. Fue un placer asistir a tu lectura de poemas, y a la excelente contextualización con que los acompañaste, y que a quienes lo comentamos después nos pareció fundamental, porque así nos permitió conocer mejor la entraña del acto poético, que siempre corre el riesgo de parecer tan abstracto y ensimismado. Como profesor en el cercano Instituto Jacaranda de Churriana, me pareció además una magnífica ocasión para mostrar que en Málaga este tipo de actos también se hacen, y con gran nivel, en las barriadas, fuera de su entorno céntrico más habitual. Por cierto, que no se encuentren puntos de venta de prensa en el centro ya es un grave problema: acaba de cerrar hace nada uno de los últimos que quedaba. Comprar el periódico o alguna otra publicación y leerla tomando un café o una cerveza cada vez es más difícil (por lo primero, afortunadamente no por la seegundo).

    Un abrazo y gracias de nuevo. Estos días vuelvo a recorrer Londres con nostalgia gracias a tus dos volúmenes editados de "Corónicas de Ingalaterra".

    José Miguel.

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    1. Gracias, José Miguel, por tu mensaje y tu presencia el pasado lunes en la lectura en Churriana. Fue un placer conocerte, y lo es también saber que mis libros siguen proporcionándote algún consuelo. En el fondo, se trata de consolarnos.

      Te mando un gran abrazo.

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  3. Buenos días desde Churriana -un barrio malagueño cada vez más cerca de ser declarado Patrimonio de la Humanidad gracias a los fenicios y a mi pericia como profesor de Filosofía-. En el siguiente enlace te ofrezco mis impresiones sobre la conferencia. Espero que sean de tu agrado. Salud y alegría.

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  4. https://www.homonosapiens.es/el-azar-o-la-necesidad/

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  5. Muchas gracias, querido Rafael, por tus mensajes y tu crónica. Me alegro de que mis palabras y mis versos contribuyeran a suscitar estas reflexiones que haces con tanta cordialidad como acierto. Espero que haya nuevas ocasiones para el encuentro. Dale un beso grande a tu mujer de mi parte, y recibe tú un abrazo igualmente monstruoso.

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