He estado varias veces en Villanueva de la Serena, pero siempre me sorprende el aspecto limpio y ordenado de la ciudad (con el alumbrado público encastrado en el asfalto, por ejemplo, y no desperdigado en cables caóticos por las fachadas) y la calidad de sus iglesias y monumentos. Hoy no es una excepción. Veo a gente salir de una capilla engalanada con flores y luces, y a niños jugar en las plazas, y a tres adolescentes que gritan: "¡Eduardo!", pero no a mí, sino a algún tocayo de su edad que anda, un poco más abajo, por la misma calle. Llego a la plaza de España, cuando ya está anocheciendo (y empezando a llover), para ver la exposición La mirada poética. Retrospectiva, de Juan Ricardo Montaña, que se inaugura hoy en el espacio cultural Rufino Mendoza, y que estará abierta al público hasta el próximo 30 de noviembre. He quedado a la puerta con Antonio Reseco, buen amigo y comisario de la exposición, aunque a él, como a todos los comisarios de exposiciones del mundo, no le agrade la palabra. Antonio viene acompañado por la pintora Pilar Molinos, con la que enseguida me encuentro cómodo. Juan Ricardo, que estaba dentro de la sala, no tarda en aparecer. Viene, como siempre, pero en esta ocasión más, hecho un pincel, o, mejor, tratándose de él, hecho una plumilla. Luce en la solapa de una chaqueta fina de pata de gallo la insignia de oro del ayuntamiento de Don Benido (él es dombenitense; luego nos contará que se la impusieron a traición: cuando estaba en el acto de concesión recibiendo el galardón en nombre de otro que no había podido asistir. Ya se iba a bajar del estrado, cuando le dijeron que se quedara y se la otorgaron también a él. Hoy la porta con orgullo y distinción, y no me extraña, porque no solo es de oro, sino que parece llena de brillantes) y por el bolsillo de la americana despunta un pañuelo de colores fríos, a juego con la policromía del conjunto. La Sala Rufino Mendoza es espléndida, aunque no muy grande. No obstante, basta para acoger esta muestra de la obra de Juan Ricardo, compuesta por las 40 piezas seleccionadas por Antonio. El autor me acompaña, con gentileza, en el recorrido, aunque permanentemente interrumpido por quienes quieren saludarlo y felicitarlo, y me explica algunas claves de su obra y de los poemas expuestos. Porque son poemas, desde luego, aunque no visuales, como yo erróneamente sugiero al principio, sino objetuales, esto es, cosas manipuladas, transformadas, para que susciten un efecto poético. El primer poema de la exposición se titula "Libertad de expresión": en él, una flecha, de madera de bambú, cuya punta es una plumilla, se superpone a un arco, de madera de olivo, el árbol de la paz. Sin más. Ni menos. La pieza revela uno de los principales rasgos de la poesía de Juan Ricardo Montaña: la sutileza, atravesada por la ironía. Si algo no encontramos en sus composiciones es grandilocuencia: todo se resuelve con los elementos mínimos —por eso admite, en mi opinión, el calificativo de minimalista—, pero suficientes para transmitir, con eficacia, el efecto estético —y crítico— deseado. Porque esto también ha de ser subrayado: la delicadeza del trabajo no le resta espíritu crítico. La impugnación de comportamientos sociales denostables es recurrente en su producción: en La mirada poética encontramos poemas antibelicistas (una "Granada desgranada", por ejemplo); o contrarios a la censura, como el así titulado "Censura", en el que solo vemos la mina de un bolígrafo, con su muelle, encerrado en una cajita de plástico transparente; o contra la basura de la corrupción, como "Mantenga limpia España". Hay otra constante temática en su obra, de carácter metapoético: la literatura. Muchos poemas, en los que Juan Ricardo utiliza plumas o plumillas, aluden a la creación literaria: el cálamo suele representar entonces el tronco del que brotan las hojas o los libros. En uno, "Crítica literaria", se representa un pequeño coso en el que el torero, armado con una plumilla, entra a matar al toro, un libro. Otro es una camiseta con la figura, hecha con letras, de un toro, la bestia a la que se han de enfrentar los escritores; así se titula: "Toro de lidia del escritor". Juan Ricardo me explica que le fascina la liturgia del toreo, pero que no soporta la sangre. La camiseta, que se expone sin enmarcar, podría ser un buen negocio si dejara de considerarla solo un poema y la utilizara como producto de moda. Pero los poetas, o al menos Juan Ricardo, son así: prefieren renunciar a un buen capital que a un buen poema. El estampado del cornúpeta es un caligrama, como también lo son los tres poemas visuales que se encuentran a su lado, y que representan, con versos, árboles, labios y palomas. El ojo puede recorrer esos versos en todas direcciones: siempre tienen sentido. Gráciles, alados, casi incorpóreos, los poemas de esta serie suscitan una adhesión inmediata. Más allá —y si uno supera dos piezas que son sendas calabazas pintadas con motivos íberos, y que, colgadas del techo de hilos casi invisibles, parecen suspendidas en el aire, pero con las que cualquiera podría pegarse una calabazada; a mí está a punto de pasarme—, encontramos un conjunto de piezas dedicadas a otros poetas y autores. Me sorprende el motivo central de la que tiene a Elías Moro por destinatario, el café, cuando de todos es sabido que Elías es un adorador de la cerveza. La de Antonio Reseco presenta una balanza cuyo platillo de las letras pesa más que el de los números, una atinada metáfora visual de su personalidad multifacetada, simbióticamente mercantil y literaria. La de Santiago Castelo, una deliciosa miniatura, representa una fachada florida, cuyos tiestos son los diferentes libros del llorado escritor de Granja de Torrrehermosa, en la que se demuestra, una vez más, el interés de Juan Ricardo Montaña por la caligrafía. La dedicada a Ada Salas abunda en símbolos feéricos, y la de Concha Espina, estrictamente jeroglífica, es decir, compuesta por una concha y una espina, es considerada "dadaísta" por un ex concejal de Cultura de la comarca con el que charlamos un rato. Pero no hay nada de dadaísta en la composición de Juan Ricardo: el dadaísmo no reflejaba ninguna articulación racional, es más, aspiraba a destruir toda articulación racional. Y en este "A Concha Espina" los elementos compositivos guardan una evidente relación lógica con el sujeto del poema, como por otra parte sucede en todas las creaciones de Juan Ricardo. Él mismo sostiene que un buñuelo de líneas titulado "Sin título" o "Paisaje" —algo que sí podría ser calificado de dadaísta— no tiene para él ningún atractivo. Mucha gente ha acudido a la inauguración: saludo, entre otros, a Diego González y a su mujer; a Yolanda Regidor y a su marido; al alcalde de Don Benito; y a Mónica Calurano, ex concejala de Cultura del ayuntamiento de Villanueva de la Serena y ahora responsable de Igualdad. Distingo, entre el gentío, unos estimulantes stilettos de color rojo pasión, que rematan unas piernas deliciosamente constreñidas por unos vaqueros rotos, y eludo las correrías de un grupo de niños a los que, supongo, se ha traído aquí con el loable propósito de que aprendan a amar el arte, pero que están a punto de destrozarlo: "Mantenga limpia España", otra pieza no enmarcada, sufre su agitada cercanía, y el propio Juan Ricardo tiene que interponerse entre ellos y el poema para evitar la catástrofe. Nos marchamos, por fin, aunque sin un catálogo que recoja la muestra. Antonio me explica que en la sala Rufino Mendoza nunca se hacen catálogos, y yo lo lamento. Juan Ricardo, Antonio, Pilar, el pintor Luis Ledo, su compañero Paco y yo cenamos en "El Rodeo", un lugar tranquilo cuando llegamos, pronto todavía, pero estruendoso después, cuando las mesas y la barra se han llenado. Aunque la cocina es buena —los huevos rotos con gulas son admirables, y los chipirones a la plancha, fastuosos—, el servicio deja mucho que desear. Juan Ricardo está indignado. Que solo nos hayan servido un cuchillo (para seis tenedores) es inaceptable; y que la mesa esté tan sucia como está, aún más. La tolerancia de Juan Ricardo, que es proverbial en todos los aspectos, se estrecha hasta casi desaparecer en la mesa: "La mesa es un espacio sagrado", nos recuerda. "Así me lo enseñaron mis padres, y así me gusta que sea a mí". La compartimos con mucha conversación y risa, a pesar de las insuficiencias del servicio. Cuando salimos del restaurante, nos espera, en lo alto, una luna llenísima, que parece un poema objetual.
Me la perdí a la fuerza, Eduardo, estaba de viaje en León presentando mi "Álbum de sombras". Juan Ricardo es un viejo y gran amigo por el que siento enorme afecto. Y lo del café tiene su aquel: si bien adoro a cerveza no siento menos aprecio por un buen café en una buena compañía, como bien sabes. Por cierto, aver cuándo echamos uno. O una cerveza. Abrazotes.
ResponderEliminarEl poema- objeto es una explosión.El poeta juega con el uso del objeto arrancándolo de su contexto para que hablen,cuenten y sorprendan. Por ejemplo:si hubiera puesto como objeto la cerveza(al que dedica a Elías)no te hubiera hecho pensar como al ver la cerveza. No sé si me explico bien. El poema- boleto, toda la poesía visual es un reto para nuestros principios concebidos. Te hace despertar de un golpe.Me ha encantado cómo has descrito alguno de sus poemas;los he podido vivir.
ResponderEliminarGracias por estas maravillosas lecturas.
Un abrazo grande.
Al releer mi comentario he visto que el teclado de mí smartphone me traiciona. La pantalla es demasiado pequeña, y mi vista está demasiado cansada para ir repasando al momento, lo que mi corrector piensa y transcribe. No lo voy a corregir, sé, Eduardo, que has entendido perfectamente, incluso con las erratas, lo que te quería decir.
EliminarSolo me queda pedirte disculpas.
Otro abrazo grande.
La mezcla de códigos en el arte siempre es interesante, entraña un riesgo y demuestra, además de creatividad, inconformismo con lo establecido, transgresión, búsqueda... Además, apela al espectador sin miramientos, le hace dudar, pensar y hasta tomar partido.
ResponderEliminarAl leer tu recorrido por las obras he pensado que los jóvenes (deformación profesional manda) suelen interesarse mucho por estas formas rompedoras. Por ejemplo, les gusta mucho descubrir los happenings dadaístas, los "Ceci n'est pas une pipe", los "cadavres exquis" de los surrealistas, los Boccioni y "La fuente" de Duchamp (imprescindible). De modo que pienso en lo bien que estaría que estas muestras fueran itinerantes.
Los taconazos rematando esas piernas son, desde luego, dignos de ser enmarcados. Aunque, claro, quién no se quedaría contemplando (incluso al raso) la generosa luna.
Un beso.