En realidad, hace algo más de diez años que empecé a escribirlas. Fue el 4 de septiembre de 2013, recién aterrizado yo en Londres, a donde me había trasladado a vivir y donde permanecería casi dos años y medio. Bauticé aquel blog Corónicas de Ingalaterra, utilizando, para alumbrar el nombre —titular siempre es difícil, salvo que uno tenga una iluminación—, un viejo fenómeno fonético que se me había dado a conocer con aquel fantástico título de un libro de caballerías, el Palmerín de Ingalaterra. Con aquellas primeras corónicas, quería recoger mis andanzas y vivencias en la Pérfida Albión. Aquello, pensaba, me ayudaría a adaptarme a mi nuevo lugar de residencia, haciéndome entender mejor la vida en Inglaterra al obligarme a ordenar mis ideas sobre ella, dado que tenía que ponerlas por escrito, y a combatir, quizá, la melancolía del (voluntariamente) exiliado: Inglaterra es un lugar donde la melancolía puede abrumar. Tanta fue la presión que me impuse por abordarlas, porque tanto era el efecto terapéutico que esperaba que tuvieran, que decidí probar a escribir una al día, sin excepción, al menos durante un año. Y así lo hice, en efecto, durante mis primeros 365 días de estancia. La primera que colgué, aquel 4 de septiembre de 2013, era muy breve y sensorial, y se titulaba “Olores”. En ella daba cuenta de eso: de los olores que había percibido al pisar el aeropuerto de Heathrow a mi llegada, el 30 de agosto de 2013. Luego siguieron 353 más (solo hubo una pausa involuntaria: unos días de vacaciones que pasé con mi familia, como unos ingleses más, en Lanzarote, y que, por las circunstancias de la estancia, me impidieron dedicarme al blog), hasta que decidí que el experimento de escribir una entrada diaria era estupendo, pero también extenuante. Tener que escribir algo públicamente, con algún interés, todos los días de la vida escapaba de mis posibilidades, o más bien de mi voluntad: a la vez que un estímulo, era una esclavitud. Así que decidí publicar una corónica cada cinco días, un plazo que me parecía adecuado para que el blog se mantuviera vivo, pero suficiente también para que el autor y los lectores descansaran. Esa es la frecuencia de publicación que he mantenido, sin rigideces, hasta hoy mismo, en que aquellas Corónicas de Ingalaterra se han convertido en unas Corónicas de Españia. La bitácora inglesa, en efecto, me permitió procesar mejor mis experiencias en el nuevo país (y también en el mío, que veía, a la vez, desde la distancia e interiormente): con diligencia y espíritu constructivo, crítico pero bienhumorado; o, al menos, así lo intenté. Publiqué en las Corónicas de Ingalaterra 561 entradas, y las mantuve hasta que volví a España a mediados de febrero de 2016, para incorporarme como director de la Editora Regional de Extremadura, en Mérida. La última que publiqué en aquel blog, el 16 de febrero, se titulaba, muy previsiblemente, “Goodbye”. Ese mismo día creé estas Corónicas de Españia y apareció la primera entrada, titulada “Bienvenidos”. Cuando esta que ahora redacto vea la luz, habré colgado 595, que llevan algo más de 364.000 visitas (la bitácora inglesa cuenta ya con 411.000: aunque duró mucho menos que la española, lleva más tiempo que esta en Internet, e Internet es el registro eterno). La razón por la que continué el blog en España fue la misma por la que lo creé en Inglaterra: ayudarme a vivir en una tierra nueva. A pesar de los muchos vínculos familiares y literarios que mantenía con ella, Extremadura aún era muy desconocida para mí, sobre todo después del bienio largo pasado en la hiperbórea Albión. La etapa emeritense de las Corónicas de Españia duró lo que duró mi estancia allí, dos años y dos meses. Al volver a Barcelona, descubrí que el blog no solo me ayudaba a vivir en una tierra nueva, sino que me ayudaba a vivir. Me permitía permanecer conectado con el mundo, decirle al mundo: “¡Estoy aquí! ¡Aún no me he muerto! ¡Existo!”. Sé que eso puede tener muy poco o ningún interés para el mundo, que es asombrosamente indiferente a nuestras cuitas, pero a mí me servía para sentirme unido a él, para creer que seguía hablando con los amigos desperdigados por los países, para pensar que, pese al silencio con el que siempre responde la pantalla del ordenador, el planeta recibía mis monólogos y, calladamente, los convertía en diálogos. Y también para continuar sintiéndome escritor, que no es nada más (y nada menos) que una persona que escribe y que se comunica con los demás por medio de la escritura. Me pase lo que me pase, si escribo en el blog y alguien me lee, estoy salvado. Así pienso ahora, y esa es la razón última de que estas corónicas pervivan. Aunque debo confesar que, a veces, siento la tentación de abandonarlas. El cansancio nos amenaza siempre, y el tiempo es un gran irradiador de cansancio. También, en ocasiones, pienso que el tiempo de los blogs ha pasado (yo suelo llegar tarde, ¡ay!, a casi todo) y que el interés que puedan tener estas entradas es modesto, o acaso mínimo, o quizá nulo. O que mis seguidores (treinta y tres beneméritas personas, en estos momentos) y mis lectores (la media de visitas de las entradas se sitúa entre 100 y 150) ya me conocen lo suficiente —mis muletillas, mis chistes, mis prejuicios— y que deben de aburrirse con lo que cuento. Pero siento que aún no he llegado al final del camino, y todavía encuentro útil y placentero sentarme delante del ordenador y ordenar las ideas escribiendo, con la esperanza de que el resultado de esa tarea le dé a alguien un rato de placer o entretenimiento, como me lo ha dado a mí. Las corónicas también han tenido algunas consecuencias positivas más. Han sido una forma dilatada de escribir libros. He comprobado que, sin tener un plan establecido, algunos temas y algunas preocupaciones se repetían. Y que, sin intención de componer un libro, el libro se componía solo. De este modo, al cabo de cierto tiempo, sumando todas las entradas que trataban de un mismo asunto, me encontraba con un volumen prácticamente hecho. Dos diarios sobre mi vida en Inglaterra (Corónicas de Ingalaterra. Un año de vida en Londres y Corónicas de Ingalaterra: una visión crítica de Londres), uno sobre mi vida en Extremadura (El paraíso difícil), uno sobre mi vida en Sant Cugat (La ciudad encontrada) y otro sobre las exposiciones que he visitado en los museos del mundo (Expón, que algo queda) son el fruto de mis blogs. Las corónicas, last but not least, me han permitido mantenerme en contacto con personas a las que quería, conocer a otras a las que he llegado a querer e indisponerme, o incluso enemistarme, con algunas. Por fortuna, muy pocas. Pero esto forma parte del intercambio humano, por más que con mis entradas nunca haya pretendido ofender a nadie. Descontando los inevitables comentarios anónimos insultantes, y alguna pelotera con desagradables interlocutores con nombres y apellidos, estoy muy contento de que la gran mayoría de mis corresponsales hayan sido atentos y afectuosos. Muchas gracias, pues, a todos los que me hayan seguido o hayan concedido a estas bitácoras alguna atención por estos diez años de compañía y escucha. Sin ellos, esto no tendría sentido.
Aquí estoy desde el primer día y pocas cosas me gustan más cuando abro el ordenador que encontrarme una nueva 'corónica': buena literatura, de la que cumple la máxima de enseñar deleitando. Muchísimas gracias.
ResponderEliminarFelicidades
ResponderEliminarEnhorabuena
ResponderEliminarEduardo, en primer lugar enhorabuena por el blog que no cae en saco roto como se suele decir. Aprecio además tu poesía también (yo mismo soy poeta), y tus entradas no solo sobre poesía sino sobre los distintos temas que tratas. Aparte de los viajes me interesa mucho cuando hablas de traducción pues yo mismo intento traducir poesía. Te ánimo a seguir con el blog. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Pedro, Luis y anónimos, por vuestras palabras y, sobre todo, por estar ahí. Un escritor sin lectores es como un monologuista ante una pared. Un abrazo grande a todos.
ResponderEliminarGracias por ser y por estar!
ResponderEliminarPor otros diez años de Corónicas. Gracias por todo Eduardo. Fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias, querido Jonás. Y que tú los veas. Un abrazo grande de vuelta.
ResponderEliminarFelicidades, Eduardo. Sigue escribiendo estas crónicas, hazlo por nosotros, tus lectores. Leer hasta que todo acabe, es nuestra única manera de llevar estos tiempos. Un abrazo grande. 🫂🫂💙💙💙
ResponderEliminarLeer hasta que todo acabe. Sí, eso pensaba hacer. Muchos besos y feliz Navidad, Blanca.
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