sábado, 20 de enero de 2018

El mundo es ancho y diverso

Acaba de ver la luz mi segundo libro de viajes, El mundo es ancho y diverso, publicado por Baile del Sol (lo hace en la colección "Dando Pata", con el nº 18, tras títulos de Robert Louis Stevenson, Henry David Thoreau, Antonio Cordero, Enrique Mercado y Bruno Marcos, entre otros). El primero fue La pasión de escribil, que apareció en La Isla de Siltolá en 2014. Aunque hay quien también ha visto crónicas viajeras en mis Corónicas de Ingalaterra, yo las considero, en esencia, diarios. El mundo es ancho y diverso para cuyo título no me inspiré en el de Ciro Alegría, que, para mi vergüenza, desconocía: El mundo es ancho y ajeno; la cercanía de ambos es completamente fortuita, y demuestra que los caminos de la sensibilidad y de la imaginación pueden confluir, o aproximarse mucho, a pesar de la distancia en el tiempo y el espacio recoge tres relatos de mis andanzas: "En la isla de la luz", que escribí cuando, con mi familia, visitamos Lanzarote en 2014 (salvo mi hijo mayor, vivíamos entonces todos en Londres, y fue toda una experiencia desembarcar en las Canarias como si fuésemos unos ingleses más, casi borrachos ya al bajar por la escalerilla); "Escapada a Túnez", que cuenta la visita que hice al país norteafricano en 2016, invitado por la Unión Europea a un encuentro hispano-magrebí de escritores, y en la que conocí, entre otros, a Chris Stewart, exbatería del grupo Genesis, ahora reconvertido en trasquilador de ovejas y escritor de éxito internacional (autor de la descacharrante saga que empezó con Entre limones) y residente en la Alpujarra granadina, como lo fue también su paisano Gerald Brenan; y "Si hoy es martes, esto es Polonia", en el que doy cuenta de mi participación en un ciclo de lecturas de autor por Centroeuropa, que me llevó a Chequia, Eslovaquia, Polonia y Ucrania, también en 2016, y que me permitió hacer una buena amistad con otros poetas españoles, como la vasca Miren Agur Meabe y el catalán Xavier Farré, el mejor traductor del polaco de nuestro país. El nexo de unión, pues, no es otro que el viaje, sin más: esa experiencia anómala pero imprescindible que tiene la virtud, al menos en mi caso, de vivificar la percepción y enriquecer la conciencia, que se ensancha gracias tanto a lo que recibe del exterior como a lo que averigua en el interior. Aunque ya se lo he agradecido personalmente, quiero dejar constancia aquí también de mi gratitud a Tito Expósito, el editor de Baile del Sol, que confió en el libro desde el principio y que ha obrado a lo largo de todo el proceso de edición con cortesía y profesionalidad.

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La información sobre el libro se encuentra en:

https://bailedelsol.org/index.php?option=com_booklibrary&task=view&id=837&catid=0&Itemid=427
 
Y así empieza:  

El microcosmos de los aviones y nunca mejor dicho, dada la pequeñez de todo nos obliga a vecindades incómodas. La mayoría de las veces resultan desagradables porque la intimidad forzosa nos revuelve contra lo que solo debería sernos indiferente, pero en ocasiones nos intrigan. Siempre me han fascinado esos viajeros que, incrustados en asientos microscópicos, rodeados de desconocidos y maltratados por tripulaciones maquinales, encuentran en ese espacio, precisamente, un lugar apropiado para disfrutar de los placeres de la vida: piden licores, bromean con las azafatas y hasta compran productos de lujo del duty free de a bordo. Y eso es exactamente lo que hace la pareja de sesentones que se sienta delante de nosotros. Él es el inglés grandote y semialbino acostumbrado a viajar por el mundo, rodeado de otros ingleses. Ella es una alemana con más arrugas que un sharpei, pero que aún enseña pierna, con una diadema de flores en el pelo. Entre las carcajadas de aquel y los mohínes geriátricos de esta, ambos se cruzan besos y magreos, solo refrenados por la presencia de otros ciento cuarenta viajeros, que auguran una lujuriosa estancia en Lanzarote. Piden ginebra y hasta especifican la marca deseada y examinan los relojes puestos a la venta por las solícitas aeromozas. Por fin, dan cuenta del gin, pero no se deciden a comprar nada. En cuanto pierden de vista el catálogo que les han proporcionado, vuelven a los arrumacos aeronáuticos, que no cesarán hasta que aterricemos en Arrecife. Cuando llegamos, tras más de cuatro horas de vuelo, observo que no solo nuestro avión vomita ingleses: varios aparatos más han descargado, o están descargando, batallones adicionales de hijos de la Gran Bretaña, que se acumulan en la terminal de llegada como una masa de insectos no demasiado sociales. Resulta extraño llegar, con esa muchedumbre de extraños, a tu propio país, pero algunas cosas no me sorprenden: el policía del control de pasaportes no mueve ni un músculo y nos deja pasar a todos sin comprobar ni un documento. La gente se apresura a franquearlo, como si le hubieran permitido la entrada en un local sin pagar (...).

3 comentarios:

  1. ¡Ehorabuena! Otro más en mi lista de deseos.

    Un abrazo grande.

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  2. Lo estoy leyendo, lo estoy disfrutando...

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  3. "Me gustan los libros de viajes: leerlos y escribirlos. Es una forma singularmente directa de obtener lo que persigo en la literatura: ser otros, vivir más, ser más. La experiencia del viaje me acerca a esa existencia ajena que desearía hacer mía con una viveza que los libros de ficción no suelen contener. En los libros viajeros, siento que la entidad única del individuo que ha hecho el viaje es más nítida y accesible, y yo la experimento con mayor intensidad." (pág.131)

    Me gustan (también) tus libros de viajes.

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