Unas piernas huesudas. Un calvo con guedejas desde el occipital hasta más allá de los hombros. Unos pies con chanclas. Un hombre tapizado de tatuajes. Una mujer tapizada de tatuajes. Uno con un aro en la nariz. Otra con un clavo en la lengua. Unas uñas fluorescentes. Un traje demasiado holgado. Un culo gigantesco, aprisionado por unas mallas al borde del estallido. Unas uñas sucias. Unas orejas de soplillo. Una nariz de boxeador. Unos labios naranjas. El nudo torcido de una corbata demasiado larga (o demasiado corta). Unos pechos enormes, que cuelgan hasta la cintura. Una barriga como una barrica. Los muñones que exhibe un mendigo. Unos pantalones que dejan ver los calcetines (o los tobillos). Unas piernas celulíticas, realzadas por una minifalda. Los pelos como cuerdas de guitarra que asoman por la nariz o las orejas. El babero de una papada. Dedos de los pies que divergen. Unos dientes amarillos. Unos codos como puñales. Los tríceps colgantes. Las bubas, las verrugas, los angiomas, los vitíligos. Una chica con botas de pocero. Un señor con tacones como Sarkozy (para parecer más alto, como Sarkozy). Una voz estridente, o gangosa, o arrastrada, o pija. Un punki. Uno con barba bayeta. Una maquillada como un oso panda. Uno con pelo en el pecho, los hombros y la espalda en camiseta de tirantes. Una adolescente con acné. Unos dientes separados. Unas piernas peludas. Una mujer con barriga (sin estar embarazada). Los músculos hipertrofiados de un (o una) vigorista. La palidez mortal de alguien. El vecino del metro que huele a muerto. Un bigote a lo Aznar. Una mora cubierta de los pies a la cabeza. Un gordo armilar. Una como una sandía. Alguien vestido con ropa de camuflaje y una pulserita con la bandera de España. Unas cejas como orugas procesionarias. Una cara sin cejas. Unos pechos inflados de silicona. Unos labios inflados de silicona. Unos pómulos inflados de silicona. La que pasa con uno de los parietales rapados, aunque con la sombra ominosa de lo que hubo, y todo el pelo echado sobre el otro. Un jipi de geriátrico. Una anciana pizpireta. El michelín que asoma entre el final de una camiseta sucia y el principio de un bañador viejo. Más pies con chanclas. La que come de un táper en el autobús y mastica con la boca abierta. Pantalones como trapos de cocina. El que se rasca la entrepierna. El que se tira pedos mientras hace cola en la farmacia. Unas ojeras abultadas y sombrías. Unas gafas de azafata del Un, dos, tres. El que se laca el pelo. La que se lo carda. Unas medias con carreras. El que lleva una gorra de Supermercados Pérez y un reloj de oro que parece un despertador. El pelo verde. El turista con calcetines y sandalias. El unicejo. El hombre con anillos como pelotas de pimpón. Una mujer con bozo. Un belfo caído. El que tiene los dedos amarillos de tanto fumar. La perilla ridícula. Cadenas colgando por el cuerpo. El que se puebla las orejas de pendientes brillantes. Una mujer con el sobaco como un bosque. Al que le apesta el aliento. El que no para de sudar. El que se peina como Iñaki Anasagasti. La que usa pestañas postizas. Un hombre con tetas. Una mujer patizamba. Expresiones imbéciles. La que bosteza sin taparse la boca. El joven que lleva los tejanos por debajo de los glúteos y tiene que caminar con las piernas arqueadas para que no se le caigan hasta los tobillos. El que calza unas zapatillas deportivas de tres tallas más de la que le corresponden. La que lleva un sujetador demasiado pequeño para lo que necesita y de cada pecho hace dos. El que marca paquete. El que escupe al suelo. La que se hurga la nariz. El que lleva la raya en medio. El sesentón con melenita de adolescente. Al que, cuando habla, se le hacen pelotitas de saliva en los labios. La que no se depila. El que lleva manchas o restos de ceniza en la ropa. Un cuerpo fofo. Otro esquelético. Sudaderas, chándales, camisetas del Barça. Una mujer, casi negra, con la piel apergaminada por haber tomado demasiado el sol. Un arco supraciliar propio de un neandertal. Una boca sin dientes. Una nariz de Cyrano. Unos ojos saltones. Unos ojos separados. El que va descalzo por la calle. El que se hace trenzas en la barba y las remata con un lacito rosa. La que pasea con unos shorts que no alcanzan a cubrir toda la nalga. El que anda siempre con el ceño fruncido. La de gafas de culo de vaso. El que pasea con un perro horroroso. La que se ha tatuado una mariposa en una teta. El que se ha tatuado un águila con las alas desplegadas en la espalda, debajo del cuello. Una que tiene bocio. Un legionario al que se le nota que ha sido legionario. Mechones entrecanos, desperdigados, enloquecidos. La que padece un abultamiento en el cráneo. El que no se quita nunca la colilla de un caliqueño de la comisura de los labios. Una bragueta abierta. El que se peina como Elvis. Una otaku. El señor que lleva los pantalones a la altura del pecho. Mi cara en el espejo.
Y son feos los que no saben sonreír y comen y cenan por hora de Nueva York.
ResponderEliminarNo hay ni un perro feo.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Otro para ti, Blanca,no solo grande sino también largo.
EliminarPienso en que otros, en alguna parte, suspiran por cada uno de esos feos, de modo que la fealdad se convierte en admiración, ternura, compasión, complicidad o amor.
ResponderEliminarEn amor, queridísima Gema. Un abrazo grande.
ResponderEliminarY lo que te rondaré, Morena.
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