viernes, 8 de septiembre de 2023

Ser escritor no es fácil ni romántico (y 2, aunque podrían ser muchísimas más)

Quevedo era putero, borracho (Góngora lo llamó Francisco de Quebebo), misógino, racista, antisemita, pendenciero e insultador. Adriano del Valle saqueó la biblioteca de la revista y editorial Cruz y Raya cuando su director, José Bergamín, partió al exilio, y Félix Ros hizo lo propio con la de Juan Ramón Jiménez cuando este y su mujer, Zenobia, abandonaron España. A Gregorio Martínez Sierra le escribió todas sus obras —más de un centenar— su esposa, María de la O Lejárraga. Pedro Luis de Gálvez iba por las tabernas de Madrid sableando a los amigos con el cadáver de su hijo en una caja de zapatos. Al estallar la guerra civil, Camilo José Cela se ofreció por carta como delator al comisario general de Investigación y Vigilancia. Jorge Folch murió ahogado en un conducto subterráneo de Barcelona en el que le gustaba sumergirse. Antonio Machado, huyendo de Franco, cruzó a pie la frontera con Francia, con su madre octogenaria y enferma, y murió en Colliure dos días antes de recibir una carta de la universidad de Cambridge en la que se le ofrecía un puesto de profesor. Reinaldo Arenas fue internado en campos de trabajo en Cuba por ser homosexual, se sumó al Éxodo del Mariel haciéndose pasar por Reinaldo Arinas, y se quitó la vida en Nueva York. Jack London fue vagabundo, estuvo preso, trabajó en un molino de yute, hizo jornadas de doce a dieciocho horas en una fábrica de conservas, robó ostras, cazó focas, traficó con opio, porteó carga en la fiebre del oro de Alaska, padeció escorbuto y acabó suicidándose. Osamu Dazai intentó matarse cuatro veces, hasta que a la quinta lo consiguió. Lucia Berlin, con cuatro hijos a su cargo, fruto de tres matrimonios diferentes, fue recepcionista en un consultorio de ginecología, ayudante de enfermería en la sala de urgencias de un hospital y limpiadora. Max Jacob murió en el campo de concentración nazi de Drancy, e Irène Némirovsky, en Auschwitz. Verlaine le pegó un tiro a su amante Rimbaud en una mano y pasó dos años en la cárcel. César Vallejo fue encarcelado en Perú por orden de un juez venal que defendía los intereses de las compañías agrícolas y mineras contra cuyas injustas condiciones de trabajo protestaban Vallejo y otros jóvenes socialistas. A Saint-John Perse las autoridades de Vichy lo privaron de la nacionalidad, y la Gestapo allanó su domicilio en París y destruyó cinco poemarios manuscritos inéditos. Roberto Saviano vive desde 2006 amenazado por la mafia, lo protegen las veinticuatro horas cuatro guardaespaldas y ha de cambiar constantemente de domicilio. Unamuno fue desterrado a Fuerteventura por el general Miguel Primo de Rivera. Walter Benjamin se suicidó en Portbou, cuando, huyendo de los nazis, la policía española no le permitió cruzar la frontera. Ángel Ganivet se tiró desde un barco al mar del Norte, junto al puerto de Riga, pero fue rescatado por los tripulantes de otro barco; no obstante, en un descuido de estos, volvió a arrojarse al mar, esta vez con éxito. Miguel Servet fue quemado vivo en la hoguera por los seguidores de Calvino. Giordano Bruno y Diego de Enzinas fueron achicharrados en Roma por el Santo Oficio. Saint-Exupéry cayó al mar en un vuelo de reconocimiento en la Segunda Guerra Mundial. Antonio Gamoneda, huérfano de padre, empezó a trabajar con catorce años como meritorio y recadero en un banco de León. Dalton Trumbo pasó once meses en la cárcel y tuvo que exiliarse en México porque no se le permitía trabajar en Hollywood por sus ideas supuestamente comunistas. Salvador Dalí le mandó a su padre, notario, una carta con una mancha de semen y la siguiente frase: «Te devuelvo todo lo que te debo». Pietro Aretino y Julián del Casal murieron de un chiste: los ataques de risa que sufrieron le produjeron al primero una apoplejía y al segundo, un aneurisma. Christopher Marlowe murió en una reyerta de taberna (le clavaron un cuchillo en el ojo, que le alcanzó el cerebro). Sherwood Anderson, por una peritonitis causada por un palillo de dientes (de un martini) que se había tragado. Julien Offray de la Mettrie, por un atracón de paté de trufas. Esquilo, descalabrado por un caparazón de tortuga que un águila dejó caer sobre su cabeza. Li Po, ahogado en el Yangtzé cuando, borracho, intentaba abrazar el reflejo de la luna. Thomas Merton y Rosario Castellanos, electrocutados por un enchufe en su casa. Stieg Larsson, por un infarto causado por subir corriendo los seis pisos de un edificio en el que el ascensor no funcionaba. A Hipatia hordas cristianas la desnudaron, la golpearon con tejas hasta descuartizarla y pasearon sus restos por el pueblo. A Gustav Kobbé le cayó encima un hidroavión. Emily Dickinson pasó los últimos quince años de su vida recluida, por voluntad propia, en casa de su padre. François Villon, ladrón y asesino, fue torturado y condenado a la horca, pero se le conmutó la pena de muerte por la de destierro y no volvió a saberse de él. Raymond Radiguet murió a los veinte años; Thomas Chatterton, a los diecisiete; Félix Francisco Casanova, a los diecinueve; John Keats, a los veintiséis; Alain Fournier y Georg Trakl, a los veintisiete; Anna Frank, a los quince; el conde de Lautréamont y Manuel Acuña, a los veinticuatro; Bernardo Couto Castillo, a los veintidós. Knut Hamsun le regaló su medalla del premio Nobel a Joseph Goebbels y fue recibido por Hitler. Leopoldo Panero pegaba a su mujer y a sus hijos. Anne Perry mató, con quince años, a la madre de su mejor amiga golpeándole cuarenta y cinco veces la cabeza con un ladrillo envuelto en una media. Josep Pla fue espía de Franco. Alfredo Bryce Echenique fue condenado por plagiar dieciséis artículos periodísticos y Arturo Pérez Reverte, por hacer lo propio con el guion de la película Gitano, de Antonio González-Vigil. A Lucía Etxebarria la denunciaron por presentar versos de Antonio Colinas como propios en uno de sus libros. Gerard Manley Hopkins destruyó una buena parte de su obra, escandalizado con ella, tras una conversión religiosa. A Garcilaso de la Vega lo descalabraron de una pedrada en el asalto a la fortaleza de Le Muy, y a José Cadalso le reventó la cabeza la metralla de un obús en el asedio a Gibraltar. Miguel Delibes daba clases en la escuela de peritos mercantiles. Jesús Galíndez fue raptado en Nueva York y asesinado en la República Dominicana por orden del dictador Rafael Leónidas Trujillo. Santa Teresa de Jesús, Molière, Thoreau, Bécquer, Éluard, Katherine Mansfield, Novalis, Chéjov, Tristan Corbière, Aloysius Bertrand, Jules Laforgue y Màrius Torres murieron de tuberculosis. Dan Anderson falleció por inhalar el cianuro de hidrógeno con el que habían fumigado el hotel en el que se alojaba. Valérie Valère sufría anorexia. Un gato se comió el corazón del cadáver de Thomas Hardy. El frasco que contenía el cerebro de Walt Whitman se le cayó al médico que lo estaba manejando y los sesos del poeta se espachurraron contra el suelo. Gógol arrojó al fuego la segunda parte de Almas muertas antes de dejar de comer y morir de inanición. Juan Ramón Jiménez compraba (y robaba) todos los ejemplares que podía encontrar de sus dos primeros libros, Ninfeas y Almas de violeta, de los que se sentía avergonzado. Robert Musil falleció antes de acabar Historia de las ideas, en la que llevaba trabajando veinte años. También Virgilio murió antes de terminar la Eneida (y le pidió al emperador Augusto que destruyera lo que había escrito; por suerte, el césar no lo hizo). Marcel Proust se batió en duelo con Jean Lorrain, que había dicho que su libro Los placeres y los días era pestilente y que Proust era homosexual. Vicente Huidobro viajó a París en barco con su familia y la vaca Jacinta para disponer en Francia de leche fresca y de confianza; a su vuelta a Chile, embarcó 300 ruiseñores con los que quería alegrar los cielos de Sudamérica, ninguno de los cuales sobrevivió a la travesía. María Kodama, la viuda de Borges, obligó a retirar del mercado El hacedor (de Borges). Remake, de Agustín Fernández Mallo, un homenaje al escritor argentino. Gustave Flaubert fue denunciado y juzgado por la inmoralidad de Madame Bovary. Philip Roth, William Wordsworth, Scott Fitzgerald, José Antonio Ramos Sucre, Susan Sontag, Vladimir Nabokov y Percy B. Shelley fueron insomnes. Fernando Villalón se arruinó intentando criar una raza de toros bravos de ojos verdes. André Chenier fue guillotinado durante el periodo del Terror de la Revolución Francesa. Stalin y Mao Tse Tung escribieron poemas. Hitler, un libro. Franco, el guion de una película. Ted Hughes conoció el suicidio de su mujer, Sylvia Plath, y, seis años después, el de su segunda mujer —con la que había engañado a Plath—, Assia Wevill, que también asesinó a la hija, de cuatro años, que había tenido con él. José Rizal fue condenado por traición en Manila y fusilado por la Guardia Civil. Victoria Amelina murió por un misil ruso lanzado contra Kiev durante la Guerra de Ucrania. Rafael Sánchez Mazas sobrevivió a un fusilamiento en masa en la guerra civil española. Demóstenes se afeitaba la mitad de la cabeza para que le diera vergüenza salir a la calle y pudiese seguir escribiendo. Dickens hacía lo mismo, pero con la barba. Philip K. Dick tenía alucinaciones y visiones místicas. William Blake hablaba con los ángeles. John Steinbeck fue empleado de una piscifactoría. Stephen King hacía turnos de hasta veinte horas en una fábrica textil. Dionisio Ridruejo, Manuel Machado y Eduardo Marquina escribieron poemas en alabanza de Franco; los tres, junto con Gerardo Diego, Eugenio d’Ors, Luis Rosales, Álvaro Cunqueiro y Pedro Laín Entralgo, también loaron en verso a José Antonio Primo de Rivera. Fernando Arrabal acudió a una tertulia de televisión completamente borracho. Francisco Umbral tiraba los libros que no le gustaban a la piscina de su casa. Ramón Gómez de la Serna daba conferencias subido a un trapecio o a una farola, o se comía una vela. Nicolás Chamfort, perseguido durante el periodo del Terror, se intentó matar de un pistoletazo, pero no lo consiguió; luego, se apuñaló repetidamente con un cortapapeles, por cuyas heridas falleció al cabo de cuatro meses. Arthur Cravan se enfrentó en Barcelona al campeón del mundo de boxeo de los pesos pesados, Jack Johnson, que lo derribó en el sexto asalto, aunque habría podido hacerlo en el primero si no hubieran pactado una duración mínima del combate para que pudieran filmarlo y exhibirlo comercialmente (meses después, se enfrentó al francés Franck Hoche, pero Cravan, que se había presentado borracho al combate, abandonó en el primer asalto). Mário de Sá-Carneiro se tomó, con veintiséis años, cinco frascos de arseniato de estricnina.

5 comentarios:

  1. Muy didáctico, algunos casos los conocía y otros no. Un saludo.

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  2. Y podrían ser, sí, muchísimas más... Me gusta la acusada multiformidad de hechos, colores ideológicos, circunstancias vitales, que contrastan con la uniformidad del tema de la enumeración, y pueden darle un aire de enumeración caótica, muy surrealista, muy real.

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  3. Eduardo, aunque me duela el alma, deja de escribir, aún estás a tiempo. Besos mil.

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  4. Me han encantado las dos entradas. Por cierto, comenta el caso de Robert Musil, quien falleció antes de acabar "Historia de las ideas". Desconocía ese dato y no he sabido encontrarlo (no soy un experto en el autor y tampoco lo he investigado a fondo). Sí que sé con certeza que algo parecido le pasó con "El hombre sin atributos" (novela inacabada a la que dedicó una parte importante de sus últimos quince años de vida).

    Gracias!

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  5. Fantástico, Eduardo como siempre. Solo espero que tu salud no corra peligro, porque si no tendrás que dejarlo ya que tú eres de los muy buenos. Algunos datos los conocía, pero el de la vaca y los gorriones de Vallejo me ha sorprendido mucho, aunque no hay ni uno que no sea caótico como poco. Gracias por este deleite, poeta. Un abrazo amigo mío.

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