En estas últimas semanas, han aparecido sendas reseñas de dos libros míos, ambos publicados en 2023: Americaneando. Un viaje por los Estados Unidos después de Trump, en Hojas de Hierba (Sevilla); y Lector que rumia, en Polibea (Madrid). Las firman Luis Castellví Laukamp, ensayista y traductor, profesor de la Universidad de Mánchester, y José Ángel Cilleruelo, poeta y escritor, respectivamente. Y las dos han constituido una sorpresa, porque los libros de viajes y las recopilaciones de artículos literarios, como todos los volúmenes que no encajan en la, digamos, línea principal de nuestra actividad, con la que nos identifica el magro público que nos conoce (y que acaso nos lea) —y que en mi caso es la poesía—, suelen pasar sin pena ni gloria, por no decir completamente inadvertidos. En atención, pues, a este inesperado y muy bienvenido eco, y como forma de agradecer su dedicación y la calidad de sus trabajos a los autores de las reseñas, las transcribo a continuación.
La primera, sobre Americaneando, titulada “Estados Unidos por dentro”, se ha publicado en la revista digital El Cuaderno el 11 de abril de 2024, y puede leerse en el siguiente enlace: https://elcuadernodigital.com/2024/04/11/estados-unidos-por-dentro/.
Escribir un libro de viajes es difícil. A poco que uno se descuide, puede acabar contando anécdotas de escaso interés fuera de su círculo. También se corre el riesgo de ofrecer descripciones de postal. No es el caso de Eduardo Moga (Barcelona, 1962), cuyo Americaneando: un viaje por los Estados Unidos después de Trump (Hojas de Hierba, 2023) se nutre no solo de una estancia estival en 2022, sino también de un conocimiento profundo de Estados Unidos. Por eso Americaneando no es un mero libro de viajes: es una antología literaria, un ensayo sobre literatura y traducción, una reflexión sociológica, e incluso un diario de autoexploración. Todo en poco más de 200 páginas.
El viaje comienza en Nueva York. Como buen poeta y traductor, Moga tiene una prosa depurada. Sus descripciones de la ciudad dan siempre con el adjetivo preciso. Por ejemplo, el paisaje humano neoyorquino es descrito como «derramado y hormigueante». El retrato se enriquece con una cita de Juan Ramón Jiménez, de quien luego se recomienda Diario de un poeta recién casado sobre su experiencia americana. Hay que leer Americaneando con lápiz y papel para tomar nota de las sugerencias. Algunas son conocidas (Poe, Lorca), pero otras no lo son tanto (Thomas Merton, Harold Norse). La estancia neoyorquina termina con un homenaje a Salman Rushdie poco después del atentado que sufrió, donde Moga coincide con escritores legendarios como Paul Auster y Gay Talese.
El viaje continúa con una parada en Carolina del Norte, donde el autor explora la casa de Thomas Wolfe, un interesante escritor que Americaneando me ha descubierto. También visita la universidad de Carolina del Norte, en lo que constituye la primera de sus descripciones de campus. Dado que menciona la expedición de Hernando de Soto, hubiera podido resultar útil alguna cita de La Florida (1605) del Inca Garcilaso, pero tampoco puede pedirse a Moga que lo abarque todo, y ya bastante hace. De hecho, pese a las numerosas referencias culturales, Americaneando es un libro accesible, ameno y divertido. En ocasiones, el autor reproduce inscripciones de letreros que encuentra en caminos y bares (por ejemplo, una cerveza «brewed until surreal»), con traducciones ingeniosas [surrealista, de tan elaborada]. El humor apunta tanto hacia la realidad norteamericana como (sobre todo) hacia el propio autor, quien no se toma del todo en serio a sí mismo y se muestra vulnerable. Hay pasajes emocionantes, de una honestidad comedida, lacónica, como la llamada a su hijo desde Atlanta o las reflexiones sobre rupturas, propias y ajenas.
Al visitar la ciudad de Martin Luther King, Moga reproduce, analiza y comenta pasajes de discursos del célebre activista, y reflexiona sobre la historia y la persistencia del racismo en Estados Unidos. El tema, que devino global tras el asesinato de George Floyd (2020), no es fácil de tratar. De hecho, en España estamos mucho más habituados a reflexionar sobre el terrorismo y el nacionalismo, dos de nuestros traumas históricos, que sobre la esclavitud y el racismo, los grandes traumas norteamericanos. Pero Moga comparte consideraciones certeras tanto sobre el racismo como sobre el trumpismo, y la relación entre ambos. Ahora bien, puede que el subtítulo del libro («después de Trump») quede pronto desfasado, en función del resultado de las elecciones de noviembre…
El viaje continúa en West Palm Beach (Florida), donde Moga ofrece una descripción de Mar-a-Lago que no tiene desperdicio. Me refiero a la mansión kitsch de Trump, que al autor le recuerda «al estilo de Jesús Gil y Gil, aquel despechugado precursor de Vox». La visita al museo Norton es menos divertida, pero más didáctica, y obliga a tomar nota de nuevas recomendaciones. Moga tiene buena mano para retratar museos en un par de páginas. En el Norton brilla con luz propia Sacando el barco (sol de la tarde) (1903), una joya de Sorolla que gracias a la descripción de Moga podemos visualizar en la mente.
La siguiente parada es Hastings (Nebraska), en cuya universidad (puntualmente retratada) el autor pronuncia una conferencia sobre la traducción de poetas estadounidenses. Moga ha vertido al español a numerosos autores, desde Walt Whitman hasta Charles Bukowski, pasando por William Faulkner. Su crónica de la preparación de la charla es deliciosa: «A partir de cierta edad, y si uno ha trabajado un poco, las ideas se amontonan en el cerebro como trastos en un desván, y solo hay que extraer una de ellas para que muchas otras salgan también, enganchadas a ella, como un manojo de cerezas». Quizás por modestia, son pocas las páginas que el autor dedica a sus compromisos académicos, pero dejan buen recuerdo. Aunque en muchas de sus librerías la literatura hispánica esté representada por pocos autores (Borges, Neruda, Lorca…), Estados Unidos es un país donde el español importa e interesa.
La estancia termina en la costa oeste, donde Moga comienza visitando San Francisco. Dedica cinco páginas a City Lights, y no es para menos, pues se trata de una de las librerías célebres de Estados Unidos (los retratos de librerías, bibliotecas y libros son otro de los encantos de Americaneando). Las páginas sobre el Chinatown de San Francisco también tienen su punto, pero Moga se luce aún más como escritor en la posterior visita a la «espesura catedralicia» del Calaveras Big Trees State Park. Doy un par de ejemplos: las raíces levantadas de una secuoya caída «semejan una ola enfurecida o una llamarada de madera»; y las libélulas «adornan de transparencia» las matas y las ramas. Es un lujo de pasaje, lleno de hallazgos de este tipo.
El viaje termina en Point Reyes, el cabo más occidental de Estados Unidos. Al visitar la zona del faro, Moga nos recuerda que lighthouse significa literalmente «la casa de la luz». Podría añadirse que el término explica su propio sentido, como las palabras compuestas del alemán (Morgenrot, «el rojo de la mañana», es el alba). Lo del lighthouse puede parecer una cuestión menor, pero detalles como este revelan la mirada y el oído de poeta de Moga, quien encuentra belleza no solo en la realidad circundante, sino también en las palabras que la describen.
En definitiva, si bien el autor es leído y será recordado sobre todo por su poesía, su prosa viajera también tiene un gran interés. Bien escrito y documentado, dotado de una calidez y una bonhomía que desarman, Americaneando es un libro indispensable para cualquiera interesando en la cultura, la literatura, la historia y la política de Estados Unidos, así como en su relación con España y lo hispánico. Si Trump vuelve a la Casa Blanca, nos quedará el consuelo y la esperanza de que Moga regrese a Norteamérica para escribir una segunda parte.
La segunda, sobre Lector que rumia, “Contra la crítica depredadora”, de José Ángel Cilleruelo, ha visto la luz en el núm. 149-150 de la revista Turia, correspondiente a marzo-mayo de 2024, y dice así:
La escritura de Eduardo Moga (1962) se ha consolidado en torno a tres géneros literarios. En el eje central se alza, evidentemente, la poesía, que es el motor de toda su actividad creativa. Una veintena de títulos certifican la intensidad e inquietud de su propuesta estética. En paralelo, de una manera más intermitente al principio y más constante después, la prosa memorialista ha acabado por completar la identidad literaria del autor. Se ha publicado esta prosa, en general, como diarios de viaje, hecho que mantiene un reparto de géneros inicial donde la poesía —en verso o en prosa— indaga en el universo de la vida cotidiana, y la prosa narrativa sigue los pasos del descubrimiento de lo desconocido. La peripecia biográfica de Moga, que le ha llevado a vivir largas temporadas muy lejos de su domicilio habitual, ha desdibujado no el reparto de géneros, sino el sentido mismo del viaje, puesto que en los años vividos en Londres o en los años transcurridos en Extremadura, el territorio antes cotidiano se convertía en lo desconocido. Y aunque en las publicaciones suele mantener las constantes de un diario de viajes —con una cronología y un lugar concreto mencionado en el título—, la actividad regular en su cuaderno de bitácora Corónicas de Españia lo ha convertido en el hábitat natural de su escritura diarística.
Junto a estos dos pilares de su obra literaria, y a lo largo de las tres décadas por las que se extiende, desde 1991, Eduardo Moga se ha dedicado con constancia a la crítica literaria, tanto la inmediata que se escribe para interpretar las novedades como la paciente que investiga en una monografía los signos de una obra entera; con alguna excursión también a la crítica de arte. Lector que rumia pertenece al primer grupo, a la recopilación de artículos literarios que regularmente realiza en libro. Los que corresponden al presente volumen han sido publicados entre 2020 y 2023, tanto en revistas especializadas, suplementos literarios o periódicos digitales como en su propio blog. Incluso algunos eran inéditos hasta el presente. El interés prioritario del crítico Eduardo Moga es, sin duda, la literatura actual, de la que se ocupa en el 44% de los artículos reunidos y la mitad de las páginas del libro. A los clásicos, tanto del siglo XX como anteriores, dedica un 22% del conjunto, y el resto lo forman artículos literarios no vinculados a una obra, sino a un motivo o hecho cultural.
Desde 2004, cuando Eduardo Moga comenzó a recopilar sus trabajos críticos en volúmenes, hasta este Lector que rumia, se aprecia una clara evolución. En sus inicios primaba el análisis estilístico de los textos, con una atención minuciosa a los aspectos formales. En el presente se advierte una comprensión más humanística de los libros, incluso aproximaciones a su contenido desde recursos que proceden de la escritura creativa, como las comparaciones expresivas (“mezcla fragmentos... de obras de la literatura universal...., como un incesante sirimiri intertextual”) o la evocación impresionista (“la escritura de La pobreza es exacta, crujiente, entera, expresiva, sin languideces ni blanduras, sin cartilaginosidades”). A este proceder se suma el gusto por incluir en la reflexión la propia biografía o las sensaciones subjetivas de lectura. “Cuando la estaba leyendo, no podía evitar sentirme abrumado por el desbordamiento del lenguaje”. Efecto que, por cierto, transmite a su vez al lector de sus reseñas.
Un aspecto importante de la labor analítica es la selección de libros sobre la que se decide hablar. Es tal vez este el aspecto más singular y característico del Moga crítico. Cabría definirlo, con sus propias palabras, por aquello que es convencional y él no sigue en absoluto: “La acostumbrada desidia de la crítica, que solo se preocupa por lo vistoso, por lo publicitado, por lo conocido: por lo que es fácil y no inquieta”. La elección de títulos se realiza, en su caso, por el método opuesto al acostumbrado: autores marginales y con frecuencia de generaciones posteriors a la que él pertenece, editoriales periféricas o minúsculas, estéticas inhabituales, difíciles e inquietantes (y también sin vínculos con la suya como poeta). Entre la treintena de escritores analizados en los veintiséis artículos sobre “la literatura actual” —algunas piezas incluyen la lectura de varios libros— se podría establecer un canon alternativo al que rige en la costumbre editorial de las últimas décadas, con nombres poco citados como los de Christian T. Arjona, José Antonio Llera, Mario Martín Gijón, José Antonio Martínez Muñoz, Miren Agur Meabe —antes de que recibiera el Premio Nacional—, María Ángeles Pérez López, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán o Jonás Sánchez Pedrero, entre otros. Y todos ellos acompañados por una valoración literaria de crítico clara, valiente y rotunda.
El acercamiento a los clásicos, en los trece artículos que les dedica, sigue los pasos críticos de la exégesis de los contemporáneos: “Pero mi aproximación... [a Quevedo ha sido]... la ordenada del filólogo, aunque cada vez ejerza menos la filología”. Afirmación en la que tarda poco en imponerse la adversativa: “Quevedo era un cabronazo, sentía yo, pero un cabronazo genial”. La distancia que le separa de sus clásicos la ocupa por completo el escritor, a veces el diarista, otras el cronista, otras el lector cuya memoria comparece constantemente al leer, y en no pocas ocasiones el poeta: “El triunfo de la vida siempre se ha tenido por un poema oscuro, pero su oscuridad es, en realidad, una explosión de luz, que se derrama por los pentámetros, gracias al encabalgamiento, como una cascada ardiente”. El último capítulo del libro lo conforma una miscelánea espléndida de veinte artículos sobre asuntos culturales dispares, desde los tan secretos como interesantes dilemas de la traducción literaria, como la brillante evocación de un jovencísimo poeta ahogado a los veintiún años, Jorge Folch, pasando por la recreación de los múltiples preocupaciones intelectuales o intereses del escritor, que ofrece, bajo el amparo del viaje a la lectura y a la memoria, el espléndido diarista de lo insólito y de lo excepcional, y también, con ácida mirada, de lo anómalo.
Si el lenguaje literario y humanístico caracteriza la escritura crítica del Moga de Lector que rumia en relación a sus inicios dentro de la estilística, cabe añadir también en el capítulo de la actualidad la absoluta libertad de apreciación. De uno de los libros que comenta afirma: “Es un libro friqui”, y se explica: “Pero eso no tiene nada de malo. Al contrario: la literatura avanza gracias a los libros friquis. El Quijote es un libro friqui; y las Iluminaciones, de Rimbaud; y la Guía espiritual, del quietista Miguel de Molinos...”. No me atrevería a decir que la crítica de Moga es friqui, pero sí que la crítica como género literario avanza gracias a su salirse de todos los cauces que la costumbre ha abierto en la lectura contemporánea. Y la clave de su pequeña revolución quizá esté cifrada en el propio título del libro. Se ha impuesto en los medios críticos una lectura depredadora (inmediata, irreflexiva, clónica, seguidista), frente a la cual Eduardo Moga propone “masticar por segunda vez” lo leído antes de describirlo, analizarlo y valorarlo, aunque no solo eso, sino también redactarlo por segunda vez, es decir, después de reflexionado, no antes, y con la ayuda de la segunda escritura, la meditada, la literaria.
Qué atinadas reseñas. Enhorabuena
ResponderEliminarSin lugar a dudas dos fantásticas reseñas que van acercar más al lector que todavía no conozca la magia que surge de tu corazón y viaja hasta tus manos. Felicidades, mi estimado Eduardo, por estas merecidísimas reseñas. Un abrazo, cuídate mucho. :)
ResponderEliminar¡ Una pasada! Eduardo, enhorabuena. Besos.
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