lunes, 5 de febrero de 2018

Por qué no estoy en las redes sociales

Algunos me lo preguntan, entre sorprendidos e incrédulos. La expansión planetaria de las redes y la generalización de su uso han hecho que los pocos que no las utilizamos seamos vistos como unos anticuados o, con la agresividad propia de esas mismas redes, unos vejestorios, incapaces de adaptarnos a los tiempos modernos o unos bichos raros, empecinados en despreciar lo que fascina a la inmensa mayoría. Si todo el mundo, y sobre todos los más jóvenes, está en Facebook, Twitter, Instagram o cualesquiera de las muchas y superferolíticas plataformas digitales que campan en la sociedad, y que ya se han convertido, por lo que dicen, en una forma insustituible de relacionarnos con los demás, ¿por qué nosotros no? Curiosamente, en estos últimos meses no dejo de leer en la prensa (y en Internet) testimonios de personas que han estado muy vinculadas a algunas o a todas ellas y que ahora, habiéndolas conocido a fondo, abjuran de ese pasado y afirman haberse desenganchado para siempre de ellas. Más aún: no pocas de esas personas han tenido cargos de responsabilidad en las empresas que las han creado o desarrollado, y eso los ha hecho especialmente conscientes de sus peligros y de los perjuicios que causan. Chamath Palihapitiya, por ejemplo, un alto ejecutivo de Facebook entre 2007 y 2011, ha afirmado que las redes sociales "están desgarrando a la sociedad" y "programando el comportamiento de la gente". Sean Parker, uno de los primeros directivos de la compañía, ha reconocido haberse convertido en un «objetor de conciencia» de las redes sociales, y sostiene que Facebook y otras redes sociales explotan las vulnerabilidades de la psicología humana, algo por otra parte evidente, pero a veces es necesario (y también triste) que alguien nos recuerde lo evidente. Muchos otros Tristan Harris y James Williams, de Google; Justin Rosenstein, de Facebook; Roger McNamee, de Google y Facebook; Loren Brichter, de Twitter, entre otros reconocen que el uso inmoderado de las redes (pero siempre es inmoderado: ellos han contribuido a diseñarlas para que lo sean) secuestra el cerebro, reduce la inteligencia y genera aislamiento, dependencia e infelicidad. Pese a ello, no seré yo quien niegue ni se niegue a los beneficios de la cultura digital, que ha aportado avances fundamentales en la comunicación, el arte y, en suma, la sociedad humana. De hecho, estoy escribiendo esto en una de sus herramientas a mi juicio más destacadas: un blog. Las bitácoras digitales han abierto una nueva ventana para la información y, aún más importante, para la literatura: son una forma viva, directa, de abordar la creación, con la frescura de la proximidad y de la rapidez, y también una nueva manera de editar, esto es, de dialogar con el lector (aunque los gurús del silicio llevan tiempo diciendo que los blogs son una antigualla y que están condenados a la desaparición: lentos, pasivos, unidireccionales, no pueden competir con la velocidad abracadabrante de la comunicación, esa sí, inmediata; los blogs son los dinosaurios de la web). Soy, asimismo, una apasionado usuario del correo electrónico, que me parece uno de los grandes inventos de la humanidad, junto con la cama, la novocaína y el jamón serrano. También estoy en linkedin, aunque esto no me haya proporcionado hasta ahora ninguna oferta de trabajo, sino solo un fatigoso goteo de gente, la mayoría desconocida (aunque de lugares muy exóticos: son divertidas las universidades tan remotas en las que trabajan los que quieren hacer un linkedin conmigo), que desea establecer contacto con uno. Hasta figuro en Facebook, pero por decisión del sistema, que se conoce que toma sus propias decisiones, como al parecer harán muy pronto todos los ordenadores. Me han dicho que aparezco en una página, pero no la he creado yo, sino el propio Facebook, que atrapa a los personajes cuyo nombre tenga alguna circulación en el cosmos digital, por pequeña que sea, y se los apropia. La ubicuidad, la voracidad y la capacidad reproductiva del sistema te apresan, aunque tú no quieras. Quizá al sistema también le parezca inconcebible que alguien con alguna presencia pública no disfrute de los beneficios de la red ni participe de sus prodigios. Esa página existe, pues, pero yo no la he visto nunca, ni sabría utilizarla; ni siquiera sabría cómo entrar. Salvadas las utilidades que lo digital ofrece, que no son pocas, quedan las redes propiamente dichas. Y ahí es donde no he dado el paso, ni creo que, tal como pintan las cosas, lo dé nunca. Me disgustan las muchedumbres, y muchedumbres, siempre prestas a convertirse en jaurías, son las que constituyen las comunidades digitales. Me disgusta la superficialidad, definitoria de todas las redes y de las relaciones que propician: para consignar algo interesante en los 140 caracteres que permite Twitter, hay que ser un perito aforista, y la desalentadora realidad es que ni siquiera los aforistas profesionales son peritos siempre. Me disgusta la anonimia (o la heteronimia maliciosa), permitida y hasta estimulada por las redes: la anonimia es siempre una demostración de cobardía. Me disgustan los patios de vecinos: los cotilleos vacuos, la banalidad militante, el chismorreo estúpido, la ignorancia sin fin. Me disgustan el odio, la crueldad, la sobrecogedora capacidad para insultar que tiene la especie humana, que se vuelca, incontenible, en los comentarios y, por llamarlos algo, los debates de las redes: ese odio las impregna de un regusto tenebroso, del sabor ácido de lo más reptiliano y peor de la condición humana. Me disgusta la imbecilidad, que recorre las redes (y, ay, el mundo entero) a la velocidad de la luz. Me disgusta todo aquello que nos somete al escrutinio y al control tácito de la masa, que nos subordina a su aceptación o su rechazo, a su beneplácito o a su detestación. Me disgusta lo que nos vuelve adictos sin enriquecernos: lo que nos esclaviza, lo que nos roba el tiempo, el bien más valioso, lo que nos ata psicológicamente a esperanzas y relaciones irreales, que no nos dan ni placer ni consuelo, ni nos ayudan a enfrentarnos a las dificultades de la vida. Me disgusta, en fin, sacrificar mi intimidad, ofrecerla a desconocidos y a canallas, a cambio de un "me gusta" o un retuit (creo que se llama así). No sé si estas son razones suficientes, o solo motivos para confirmar que soy un anticuado —un vejestorio— o un bicho raro, pero me bastan.

4 comentarios:

  1. Arturo Pérez-Reverte, en una entrevista realizada el pasado mes de mayo, ha manifestado que "las redes sociales están llenas de gente con ideología, pero sin biblioteca". Y es verdad.

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  2. Utilizar las redes sociales no nos hace menos vejestorios, anticuados o bichos raros. Lo somos (o no) igualmente. Son una herramienta sencilla con distintos usos, como una navaja suiza (con la que siempre me hago daño:¡cómo me cuesta sacar los chismes tirando de las pequeñas hendiduras!).

    Facebook y Twitter son muy diferentes (Instagram no la conozco). La mayor ventaja que me ofrecen es seguir a personas que me gustan o me interesan y estar al tanto de lo que piensan sobre mis variopintos intereses (y cómo lo piensan en español, en francés o en inglés), de lo que escriben y publican, dónde y cuándo lo presentan, qué cosas ajenas les han interesado y que, de rebote, puedan interesarme. En general, son perfectos desconocidos en lo personal. Yo contribuyo, como aquí, comentando; a menudo, compartiendo poemas cuya invisibilidad me duele, libros cuya lectura me removió, artículos incendiarios sobre temas que me preocupan e, incluso, alguna broma (en serio, parezco sosa pero no lo soy, jajaja).
    Me parece absolutamente necesario usarlas cuando uno aspira a mostrar su trabajo. Es la forma más rápida y eficaz de darlo a conocer pero, también, de recibir,con la misma inmediatez, una opinión, que no siempre será positiva ni, sobre todo, respetuosa. Que eso genere debate o polémica poco constructiva e insustancial depende de las personalidades de ambas partes, y de los filtros que uno haya establecido para elegir a las personas con las que se relaciona.

    En cuanto al uso de las redes para buscar relaciones en lo afectivo, hay mucha tela que cortar. A los jóvenes les funciona, conocen a mucha gente con la que después tienen contacto real, se cumplan o no las expectativas previas. En otra franja de edad las motivaciones son más complicadas (o menos, según se mire) y, por lo poco que conozco, diría que generan más sufrimiento que otra cosa.

    Mucha gente utiliza las redes como escaparate. Es otra forma más del consumismo que nos consume (valga la cacofonía). Contrariamente a lo que pudiera parecer, todas esas estampas y detalles de la vida íntima de la gente constituyen, más que fragmentos de su historia, capítulos de su "desnarración" (no sé qué sociólogo lo nombró así, en inglés, claro). Esta vertiente nos habla de vacío, de frustración, de soledad...de tantas cosas que nos pasan (y que nos han pasado siempre). Solo ellos saben (o tal vez no) si les proporciona placer o consuelo lo que para nosotros es ausencia de uno mismo y esclavitud de la mirada de los demás (no sé si esto último está expresado correctamente).

    Que invertimos tiempo, desde luego. ¡Menudo rato llevo leyendo tu entrada y escribiendo esta parrafada pesadísima!

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  3. Igual aqui está la clave:www.elgrupoinformatico.com/facebook-enlazara-wikipedia-para-combatir-las-noticias-falsas-t39002.html si estás en uno estás en ambosdos

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  4. Eduardo,lo que yo no puedo entender es cómo escritores que los tenemos por buenos, llegan a estar en estas redes sociales. Facebook, por poner un ejemplo, es un nido de escritores mediocres en busca de un " me gusta" para calmar su exacerbado ego. Sus " palmeros " lo alaban y ellos se crecen, es penoso.Los supuestos " amigos virtuales " son eso: virtuales, pero el usuario se siente acompañado y llenan sus vacías vidas, y creen aliviar diversas carencias. Yo,fui activa en Facebook, hasta que me di cuenta de la cantidad de tiempo que me robaba sin aportarme nada. Ahora sigue mi cuenta porque te puedo asegurar que es más fácil divorciarse que darte de baja en estos sitios.Prefiero gastar mi preciado tiempo en leer blogs.

    Un abrazo grande.

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