martes, 28 de noviembre de 2017

Extraor(di)n(ario)

Los diarios, cuando son buenos, están mucho más cerca de la vida, son más vida, que cualquier obra de ficción, por brillante que esta sea. La literatura importa en la medida en que nos permite intensificar la conciencia, experimentar con mayor hondura el dolor y la maravilla de vivir: sentir más, ser más. Con Cuidados paliativos, ganador del XXIII Premio Café Bretón & Bodegas Olarra y publicado por Pepitas de Calabaza en 2017, el poeta y ensayista José Antonio Llera (Badajoz, 1971), consigue despabilar la conciencia mortecina con una sucesión de apuntes sin ubicación ni fecha, de extensión variable (desde el equivalente diarístico del monóstico, una frase: «Más Heráclito y menos Prozac», hasta apuntes de varias páginas), sostenidas por un fuerte espinazo crítico, un no menos vigoroso espíritu lírico y una prosa afilada, elegante y expresiva. La falta de datación, el mero sucederse de las entradas –solo agrupadas en una sección liminar y seis partes sin título, que quizá correspondan a seis años–, las sitúa en un espacio ambiguo, felizmente indeterminado, en el que pueden leerse como crónica e incluso como relato, pero también, a veces, como poema en prosa. Los temas en los que Llera pone el foco –aquello de lo que quiere hablar, porque el diario no obliga a contarlo todo, ni siquiera a ser sincero– son múltiples. Una parte importante está dedicada a la rememoración autobiográfica, con escenas de una infancia recordada, para su nostalgia o (regocijada) deploración. Otra se ocupa de la reflexión sobre la literatura y sobre el mundo de la literatura, que es una cosa muy distinta, con juicios siempre personales e iluminadores: «¿La poesía de Paul Celan? Un butrón en lo más difícil de la piedra, en el lóbulo que no se ve, y acupuntor». Otra, en fin, ausculta la realidad inmediata, la cotidianidad, si se quiere, de alguien que trabaja, y tiene familia, y ve la televisión, y va al cine, y le gusta el baloncesto: la panoplia de observaciones es aquí amplísima y sorpresiva. Reducen –o represan– la heterogeneidad de este caudal de anotaciones dos rasgos estilísticos. El primero es el impulso poético –el último libro de versos de José Antonio Llera es Transporte de animales vivos, publicado por Aristas Martínez en 2013–, que impregna muchas entradas de una polisemia y una potencia insólitas. Pero no se trata solo de que lo poético cincele la dicción; es que todo Cuidados paliativos aparece punteado de analogías perturbadoras, de radicalidad lingüística, de afán transgresor: «Todo lo que no puede ser, lo imposible, lo que se desnuda y se cierra, eso que nos da la mano, niña en el bosque que nos conduce al cadáver de Rilke, moscas sobre sus bigotes rubios, moscas que juegan a un arte adivinatorio desconocido. Y no pudo ser la parra de las uvas verdes, porque lo imposible se ha parado en medio de las peluquerías y los bingos, en mitad del látex y de la fortuna. Si lo posible llevara máscara o tachuelas, me vestiría de soldado eterno». Por otra parte, Llera gusta de la ironía y, en ocasiones, se da a la sátira –su interés por la comicidad se ha plasmado en sendos estudios sobre el humor en La Codorniz y en la obra de Julio Camba–. El humor recorre Cuidados paliativos, aun sus entradas más melancólicas, que son muchas, pero nunca se desborda: cierta retranca anglófila, cierto pudor sutil, impiden el exceso. Escribe, por ejemplo: «Hace unas semanas, en la cafetería de la UCM, me topé con el que fue mi profesor de Filosofía en la Universidad de Extremadura, Isidoro Reguera (…). Tenía un color saludable, como de codillo alemán. Es de agradecer que no haya terminado como Javier Sádaba». Las palabras de Llera siempre parecen las más adecuadas para decir lo que dice, y ese es un indicio inequívoco de calidad. Hay un esfuerzo –pero un esfuerzo ingrávido, natural– por proscribir toda cartilaginosidad, por que la imprecisión y la flaqueza no minen un pensamiento coagulado en palabra. Uno lee este diario y ve lo dicho. La exactitud repuja la idea hasta casi lo insoportable. Pero es una insoportabilidad hipnótica. La verdad de una existencia única, sangrante, asombrada, se nos viene encima como un alud de alfileres. Y, clavándosenos, nos vivifica.

[Reseña publicada en Quimera, nº 407, noviembre de 2017, p. 63].

1 comentario:

  1. Una, mucho más prosaica, comentó esto en las redes hace unos quince días. Con tu permiso, me animo a copiarlo para sumarme vívamente a tu recomendación.


    No sé muy bien cómo describir mis sensaciones tras la lectura de "Cuidados paliativos". La voz de estos diarios nos captura en su extraña burbuja. Dentro, el cuerpo se aquieta y observa. La realidad (recuerdos, encuentros, lecturas, cuadros, películas, sueños...) atraviesa esa membrana envolvente e inmediatamente se transforma: es de otro modo gracias a esa voz. Los encuentros se vuelven pensamientos; las películas dejan de verse y se leen; los libros adquieren rostro; los sueños caminan...La burbuja, sin embargo, permanece intacta. La carga que es vivir queda amortiguada, como cuando uno se sumerge bajo el agua; está ahí, pero no pesa.



    La carta a Pizarnik, la glosa al soneto de Garcilaso, las recomendaciones "no para tener éxito en la prueba de la vida, sino para amortizar el desastre venidero, cualquiera que sea", la definición de la belleza...

    Extraordinario, sí.

    "TOMA UNA PIEDRA al rojo vivo y enciérrala en el puño. En la otra mano, atrapa el vacío. Que nadie pueda saber, si observa ambas manos, cuál te abrasa más la piel"(p.127).

    Un beso.

    ResponderEliminar