Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) lleva dos décadas construyendo una obra excepcional, tanto por su calidad como por sus dimensiones y su ambición: abarca todos los géneros y no rehúye ningún problema. Aunque eso que se suele llamar éxito puede atribuirse, en su caso, a sus novelas –cuya última y brillante entrega fue, en 2018, Trilogía de la guerra–, sus cimientos, su raíz, ha sido siempre la poesía, que impregna cuanto escribe. Ahora vuelve al ensayo –tras Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma, publicado en 2009– con un volumen en el que analiza cuanto atañe a la cultura contemporánea y propone un modelo alternativo tanto al realismo tradicional –y fosilizado– como al relativismo y la deconstrucción posmodernos. La idea de la que parece surgir Teoría general de la basura –que las mejores creaciones no nacen del meollo, sino de los residuos; no de lo que otros han edificado, sino de lo que han descartado–, siendo importante en el conjunto, no es sino un pretexto para la presentación de un pensamiento sistemático, que pretende un gran orden, un modelo omnicomprensivo, una estructura global, y que excede con mucho una idea seminal. Esta búsqueda de una totalidad orgánica es permanente en la obra de Fernández Mallo: su aparente fragmentación, sus paradojas, sus excursos, son hebras firmes de una coherencia que, no obstante serlo, escapa siempre a toda noción común y aun a toda estabulación conceptual.
El pensamiento de Fernández Mallo obedece en todo momento a pautas poéticas, es decir, metafóricas. Que sea físico, y que utilice con amplitud y solvencia el lenguaje del empirismo, no desdice de esa tarea, sino que la refuerza: también la ciencia es una metáfora. Y esa labor relacional –de urdimbre de analogías, de orgía de nexos– con que analiza la realidad acaba definiendo la realidad, y acaso transformándola. La obra entera del autor de Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus es una incansable busca de lo agazapado en los intersticios y los márgenes, de lo difuminado en las tierras de nadie, de lo híbrido, oblicuo y residual. Fernández Mallo escarba en las ruinas con la misma fruición con que ahonda en lo líquido. Y en todo persigue la subversión: a todo, o a casi todo, le da la vuelta. Pero fundir nociones, con frecuencia muy alejadas entre sí, no las diluye, sino que, por el contrario, las refuerza. Y poner patas arriba nociones preconcebidas, por asentadas que estén, no conlleva el caos intelectual, sino la regeneración intelectual, algo de lo que estamos siempre muy necesitados (aunque sí comporta cierta incomodidad, pero la incomodidad es igualmente saludable: sin incomodidad aún viviríamos apiñados en cuevas, calentándonos con fogatas). La metáfora, como afirma Fernández Mallo, es una metáfora de la necesaria fusión de conceptos.
En Teoría general de la basura, Agustín Fernández Mallo, con un ejemplar (y crítico) conocimiento del pensamiento posmoderno, analiza qué es la realidad y cómo llegamos a conocerla (y a construirla), en qué consiste el acto creativo y, en definitiva, cómo elaboramos la cultura (y cómo deberíamos elaborarla en el futuro, si queremos que siga viva). Y en cada uno de estos grandes ámbitos impulsa constantes ramificaciones, que escrutan desde la velocidad de la luz de las cosas (y de los residuos) hasta la museística como religión, pasando por los durmientes de Éfeso, el absoluto hegeliano, la epifanía del azar, la exonovela y el fin de la espectacularidad en las artes, entre muchos otros asuntos. Se trata, pues, de un ensayo sobre la concepción y el tratamiento, epistemológico y estético, de lo real, que Fernández Mallo define como «la problematización de la realidad».
Frente al realismo ingenuo, a la concepción lineal de la historia –alentada por el motor falaz del progreso–, al hombre-sustancia de la Ilustración, al vacío que introducen, en el arte del s. XX, los coletazos románticos que supone el posmodernismo –Foucault, Derrida, Lyotard, Deleuze– y, sobre todo, frente a la acomodación, el adocenamiento y la vulgaridad, Fernández Mallo reivindica el nomadismo estético, el apropiacionismo, el realismo complejo, los sistemas en red y la docuficción: todo aquello que amplía lo real, que extiende, por vías fértilmente anómalas, la incertidumbre y el desconcierto, que promueve lo orgánico en lugar de lo pétreo, que nos adentra en territorios inexplorados, en penumbras, incluso en tinieblas, pero vivas, pulsátiles, iluminadas. En la poesía, y en todas las artes, afirma Fernández Mallo, lo que debe guiarnos, y adonde hemos de orientar nuestras fuerzas y las técnicas que empleemos para su elaboración –con la metáfora, esto es, la transfusión significativa y existencial, como eje de nuestro empuje–, es lo inusitado, lo improbable, lo imprevisto.
Una aproximación de estas características se me antoja profundamente democrática, y esta es una de sus mayores virtudes, que hoy debería ser apreciada más que nunca. Fernández Mallo es relativista, pero no insensato. Siempre plantea los dos (o múltiples) polos de las cuestiones que aborda y busca, hegelianamente, una suerte de síntesis. Y así lo afirma en algunos pasajes: «Hay que lanzar una mirada a la realidad bajo el prisma de la complejidad, de los sistemas complejos, definidos, entre otras cosas, por el abandono del pensamiento en términos de dialéctica, para verlos como un espacio donde las partes en juego se atraen y se repelen a fin de buscar un equilibrio inestable, activo. Este equilibrio inestable no es detención o estatismo, sino realimentación, flujos continuos entre las partes en juego». Niega la esencia de las cosas, pero esta negación no las despoja de entidad, porque, al mismo tiempo, subraya su dependencia de otras cosas, su integración en la maquinaria, por borrosa o fluctuante que sea, de un sistema articulado, o que nosotros podemos articular. Fernández Mallo pretende lo ecléctico, lo que supera las jerarquías y las dicotomías, como quien pretende encontrar un regato numinoso en el páramo de lo consabido.
Teoría general de la basura es una obra mayor del pensamiento español reciente, escrita con vigor lírico y pulso narrativo, cuya fuerza radica tanto en la originalidad como el sincretismo de sus propuestas.
[Esta reseña se publicó en Turia, nº 131, junio-octubre 2019, pp. 429-431]