La guerra de Ucrania no ha terminado. Sigue. En las praderas altaicas, siguen masacrándose unos y otros. Pero ahora ya no oímos, ni casi leemos, nada de ella. Un nuevo —en realidad, viejísimo— conflicto, un cáncer que no deja de producir metástasis, ocupa la atención del mundo: la guerra entre Israel y sus enemigos árabes, hoy encarnados en Hamás. El horror del choque ha opacado las atrocidades ruso-ucranianas. Nuestros ojos siempre miran hacia donde brota la sangre.
Desde que tengo uso de razón, el conflicto entre israelíes y árabes está ahí. Ha desaparecido todo lo demás: ha caído el muro de Berlín, desaparecido la URSS y fenecido la Guerra Fría (salvo coletazos); se ha acabado con el terrorismo y los regímenes asesinos de izquierdas de la segunda mitad del siglo (Brigadas Rojas, Baader Meinhoff, ETA, jemeres rojos); también con las siniestras dictaduras de derechas, militares, que asolaron el Cono Sur americano y Brasil, y muchos otros países del mundo, como Grecia o Turquía; hasta el enquistado enfrentamiento en Irlanda del Norte ha concluido, tras mucha sangre derramada. Pero el conflicto árabe-israelí, un monstruo con muchas cabezas, ahí sigue. Fresco como el primer día. Pimpante y aromático como una rosa. Acumulando muertos, destrucción, exiliados, hambre y dolor.
Hamás es una organización terrorista, que se declara islamista y yihadista, y que pretende borrar el Estado de Israel y echar al mar a los judíos que no haya podido matar, para luego fundar un Estado palestino sometido a la ley coránica, la tétrica sharia. Desde su fundación en 1987 por un jeque integrista, ciego y tetrapléjico, Hamás se ha hartado de matar a judíos, occidentales y, sorprendentemente, también palestinos. Ha puesto bombas, ha cometido atentados suicidas, ha tiroteado, secuestrado, extorsionado y torturado a infinidad de personas, soldados y civiles, hombres y mujeres, adultos y niños. Ha sido denunciado en múltiples ocasiones por Human Rights Watch y Amnistía Internacional por crímenes de guerra y contra la humanidad y un abrumador abanico de barbaridades, que Hamás ha actualizado, para indescriptible solaz de los fanáticos, el 7 de octubre pasado, con el asesinato de más de 1.400 personas en territorio israelí y el secuestro de otras 222. Tanto entre los muertos como los secuestrados se cuentan muchos niños. Las imágenes grabadas por los propios terroristas y difundidas, a puerta cerrada, por el ejército israelí muestran atrocidades sin cuento: disparos en la nuca, decapitaciones, ametrallamientos de familias enteras y de cientos de jóvenes que asistían a un festival de música, granadas en las casas, heridos implorantes que son rematados...
Hamás cuenta también con un nutrido historial de asesinatos de palestinos. Ha secuestrado, torturado y dado matarile a quienes consideraba colaboracionistas con Israel, a los críticos, disidentes y denunciantes de su organización, y a los miembros de Fatah, otra banda terrorista palestina con la que se enfrentó en 2007 por el control de la franja de Gaza. Hamás tiene secuestrado y sometido a su propio pueblo, al que dice defender, y lo utiliza para sus propios y sangrientos fines. Sabiendo que Israel no deja golpe sin responder, y de hacerlo con creces, ha perpetrado el mayor ataque contra el país desde la guerra de 1948, y, en consecuencia, ha condenado a su gente, apiñada en la franja, indefensa, a sufrir la temible venganza israelí, esto es, a morir o ver destruidas sus familias y sus casas, y a ahondar en su miseria y su sufrimiento. Pero esto a Hamás no le ha importado. Si le hubiera importado, no habría lanzado el ataque del 7 de octubre. Los terroristas de Hamás se mezclan deliberadamente con la población y la utilizan de escudo humano para dificultar la respuesta israelí. Su muerte, a la que han conducido derechamente sus acciones, les sirve también para denunciar la barbarie judía, que se superpone a la suya. Cuando el ejército israelí pidió a la población del norte de Gaza que huyera al sur para no ser víctima de los bombardeos, Hamás intentó impedirlo físicamente: quería que los gazatíes siguieran en el campo de batalla para que continuasen muriendo y los terroristas pudieran camuflarse mejor.
Recibo estos días un reguero de manifiestos y peticiones en favor del cese de los bombardeos y el fin de la guerra. Todos, de momento, impulsados o promovidos por palestinos u organizaciones palestinas que dicen estar a favor de la paz. Curiosamente, en los documentos que pasan a la firma no se menciona o solo se hace alguna alusión circunstancial a la violencia de Hamás, y, entre las muchas reclamaciones que se elevan, nunca figura la de que los yihadistas liberen a los más de 200 israelíes secuestrados que tienen en su poder.
Israel, por su parte, lleva años incumpliendo la legalidad internacional y siendo también denunciado por las organizaciones internacionales de derechos humanos. De hecho, Israel solo ha cumplido la resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, de 29 de noviembre de 1947, de creación del Estado de Israel mediante la partición de la Palestina histórica en dos Estados (un acuerdo que los países árabes rechazaron; muchos de ellos, coaligados, invadieron, con toda su potencia militar, al recién nacido Estado hebreo y fueron derrotados por los supervivientes del Holocausto, que acababan de establecerse allí. Lo que rechazaron entonces, los dos Estados, es lo que casi todos reclaman ahora. Pero, como dijo Abba Eban, “los palestinos nunca pierden una oportunidad de perder una oportunidad”). Todas las demás decisiones de la ONU, sin excepción, han sido desdeñadas por los judíos. Desde 2007, luego de no reconocer el resultado de unas elecciones limpias en Gaza, que habían dado el poder a Hamás, Israel bloquea la franja de Gaza, impidiendo o dificultando la entrada de alimentos, medicinas, materiales de construcción y, en general, los bienes imprescindibles no ya para el bienestar, que eso preocupa poco en Israel, sino para la supervivencia de los gazatíes. Gaza es, desde entonces, una suerte de cárcel al aire libre, donde la gente vive un pasado doloroso (la mayoría son refugiados o descendientes de refugiados de la Nakba, la gran expulsión de palestinos de sus tierras subsiguiente a la guerra del 48: suman, pues, horror al horror que llevan viviendo desde hace varias generaciones), un presente desgraciado y una completa falta de futuro.
En su respuesta al ataque del 7 de octubre, mediante bombardeos, Israel ha causado ya más de 6.000 muertos, entre ellos 2.000 niños. Y es muy previsible que, cuando acabe la operación que ha diseñado, los muertos sean muchísimos más, también de menores de edad. (Gaza, por la juventud de sus habitantes, es un gigantesco jardín de infancia). Los bombardeos y la inminente ofensiva del ejército israelí han obligado a desplazarse a cerca de un millón de personas, que saturan, entre penalidades sin cuento, las localidades del sur de la franja. El bloqueo a que el Tsáhal somete ahora mismo a Gaza, y el cierre de todos los pasos fronterizos por donde podría entrar ayuda humanitaria, menos uno, casi estrangulado, supone que el territorio carezca de luz, agua, alimentos y combustible, y eso implica que la gente muera, además de por los bombazos, de sed, inanición, heridas o enfermedades, que los hospitales ya no pueden atender. Los neonatos, los ingresados en unidades de cuidados intensivos o los sometidos a diálisis van a perecer irremediablemente. Israel es hoy, también, terrorista, un Estado terrorista, que viola la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Convención de Ginebra, el Estatuto de la Corte Penal Internacional, el Reglamento de La Haya de 1907 y la Carta de las Naciones Unidas, entre muchas otras normas del derecho internacional. No se puede responder a la matanza de 1.400 con la matanza de 6.000 (que serán muchos más). De hecho, no se puede responder a una matanza con otra matanza. En algo debería notarse que Israel es un país democrático y Hamás, una banda terrorista.
Un factor relevante quiero subrayar aquí, que, como es habitual, no es suficientemente reseñado en las noticias que se dan sobre la nueva carnicería, ni suele presentarse como causa última del conflicto: la religión. Judíos y árabes están enfrentados desde hace milenios por sus fes irreconciliables (si una fe es buena, es irreconciliable con todas las demás), pero también unidos por la invocación divina que ambos hacen: sus derechos sobre la tierra, que es la misma para los dos, se los ha otorgado Dios. Jerusalén es la capital espiritual de unos y otros (y también de los cristianos, para más inri, y nunca mejor dicho), y en sus mezquitas, muros de las lamentaciones y templos de distinto pelaje se pelean todos, ad maiorem Dei gloriam, con la certeza de poseer la verdad y el mejor derecho, y de asegurarse así la eternidad. Hamás promueve la Yihad, la guerra santa contra los infieles, y no pocos países árabes son teocracias, el peor régimen político imaginable. El líder supremo de Irán, donde matan a las mujeres que no llevan el velo bien puesto, entre muchas otras lindezas, se reunió anteayer con los líderes de la Yihad islámica y de Hamás para ofrecerles su apoyo (que seguramente Hamás ya ha recibido para perpetrar su atentado del 7 de octubre). En Israel, los ortodoxos, al amparo de los derechos inscritos en la Biblia, impulsan la colonización de los territorios palestinos, y los ultraortodoxos defienden la judeificación estricta de Israel, sin palestinos ni árabes, por supuesto. Aunque, al menos, ellos se niegan a alistarse en el ejército, con lo que no participan directamente en la sangría.
¿Acabará alguna vez esta bestialidad?
Estimado Eduardo: felicitarte por la publicación de tú libro de crónicas estadounidenses, los que seguimos el blog tuvimos el privilegio de poder leerlas en primicia. Sobre el conflicto israelí -palestino, poco importa mí opinión. Los países árabes hace tiempo que abandonaron a sus hermanos palestinos. Por otro lado Israel hace tiempo que dejó de ser una democracia liberal, si es que lo fue alguna vez. Un abrazo y que sepas que estoy por aquí. Diego.
ResponderEliminarGracias, Diego. Celebro que sigas por aquí. Un gran abrazo.
EliminarEstimado Eduardo, tú para mí eres tal vez mi mejor y entrañable amigo de infancia y juntos creamos la revista juvenil bilingue "Nosaltres i el Món" cuando estudiábamos en "El Pare Manyanet" (Barcelona). Pues ya me ves en el mundo y en la misma boca del dragón apoyando y evaluando las consecuencias de las atrocidades cometidas por Hamás ese fatal y fatídico 7 de octubre ( en calidad de psicólogo israelí que soy) en la población civil ( especialmente niños y niñas judíos) y sobre el terreno expuesto a las bombas que Hamás nos sigue lanzando día y noche. Es este un enfrentamiento que no tiene marcha atrás pues de ello depende nuestra continuidad como pueblo y en nuestra tierra recuperada con sacrificios inimaginables.Me puedes contactar a través de "haviv.termens@gmail.com". 🤗
ResponderEliminarMe alegro de saber de ti, Xavier. Y de que tú y tu familia estéis bien, tras el horror del 7 de octubre. Te mando un abrazo grande.
EliminarEstimados compañeros:
ResponderEliminarNostalgia. Nostalgia es lo que he sentido al saber de vosotros, Xavier y Eduardo. Y admiración por vuestra trayectoria y logros en todos estos años. Os recuerdo en algunos momentos dormidos de mi infancia, algunas pinceladas lejanas en el tiempo. Una clase, un colegio y un patio de cemento repleto de sotanas. Compartimos la infancia, la inocencia y el despertar a la vida. Esa vida que gira caprichosamente al azar y nos arrastra hacia lugares distantes del camino.
Presencio atónito y con enorme tristeza todo lo acontecido desde el 7 de octubre, eso sí, desde la lejanía y la confortable seguridad de mi hogar. Lamento en el alma los momentos por los que estás pasando Xavier, imagino tu angustia, tu rabia y tu miedo. Es difícil posicionarse, mantenerse imparcial y comprender una situación que nos supera. Atroz y sin sentido. Necesitamos respuestas, echamos mano a la historia, a la religión, a los medios de comunicación e informativos o seguramente desinformativos. Tenemos la imperiosa necesidad de diferenciar a los buenos de los malos. Tantas preguntas y una sola conclusión: no hay respuesta. No hay respuesta a la barbarie, al odio y a esta maldita condición humana a la que es imposible combatir y que forma parte de todos nosotros, a esta lucha por la supervivencia.
Me satisface enormemente el poder compartir un breve instante con vosotros después de tantos años, y reitero mi apoyo hacia ti y hacia toda tu familia, Xavier, en estos momentos tan difíciles.
¡Un abrazo muy fuerte para ambos!
JUAN MANUEL ABAD HERRERO.
Muchas gracias por tu comentario, Juan Manuel. Sí, eras Abad, como Xavier era Termens y yo era Moga, pero a nuestra edad creo que es mejor abandonar aquellos hábitos curescos y llamarnos por nuestro nombre de pila. También te mando un abrazo fuerte, y ojalá sigamos en contacto.
EliminarSaludos cordiales "Abad" pues en esa época a finales del franquismo en Cataluña nos dirigíamos el uno al otro por los apellidos ( es decir : yo era Termens y no Xavier ) pero también yo no te he olvidado 😉 y como ves cada uno se ha abierto sus propios horizontes en un intento desenfrenado a la autorealización. Los míos en Israel y con mucha honra me siento orgulloso de combinar catalanismo y sionismo siempre respetando al prójimo y alejado de cualquier visión impositiva y ofensiva hacia quien no comparta mis opiniones en la línea de la tolerancia y comprometido al 100 por 100 a mi profesión (la psicología educativa) orientada en estos turbios días en pro de la población judía alrededor de la franja de Gaza y que ha sufrido atrocidades nunca vividas desde el nazismo.
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