De Agustín Calvo Galán puede decirse algo que no cabe predicar de muchos otros poetas españoles actuales: que cada libro suyo es mejor que el anterior. En todos se produce un progreso, una decantación, un afinamiento, por sutil que sea, de los mecanismos expresivos, los recursos estructurales, el calado del proyecto y, sobre todo, la autenticidad de la voz. Lo normal en el recorrido de un poeta —y lo sé, ay, por experiencia propia— es que haya desfallecimientos o llanuras entre libros más cuajados, aunque, en el caso de algunos que yo me sé, a partir de un logro determinado ya solo hay una hondonada inacabable, en la que incluso se empeñan en escarbar. Trazado del natural es el cuarto poemario de Agustín Calvo Galán, un, por otra parte, sobresaliente poeta visual. Para quien conozca el entorno en el que vive, este libro no puede sorprender, es más, lo sorprendente es que no lo haya escrito antes. El polo que lo centra es el paisaje, un paisaje mediterráneo, áspero pero también benigno, en el que abundan los pinos, los olivos y los árboles frutales, y una luz metálica lo baña todo de transparencias carnales. Pero centrarse en el paisaje no quiere decir ser paisajístico. Agustín Calvo Galán no traza estampas de interés, si acaso, turístico, sino que, como el poeta inquisitivo que es, utiliza ese paisaje exterior para proyectar sus paisajes interiores. Trazado del natural supone un esforzado diálogo entre el afuera y el adentro, no exento de conflictos e incertidumbres. La palabra, como emanación sustancial del yo, atrapa lo descrito y se acopla a ello, como una mano que lo envolviese; o mejor: lo crea. Los versos del libro ciñen y a la vez cincelan el paisaje: uno percibe la voluntad del poeta de que las palabras que dicen el paisaje también sean el paisaje: que lo construyan, que alumbren lo que ya existe, pero aún no se ha transformado en la realidad propia y distinta que supone enunciarlo. En esa voluntad de factura, de hacimiento, se observa también el ansia por crearse: el yo se delimita con lo que percibe y con lo que hace suyo diciéndolo. Por esta confluencia, que es a la vez un resquicio, se cuela el recuerdo del yo que se ha sido —los poemas "Veo a mi madre..." y "Vivo en el campo..." son conmovedores evocaciones de un niñez humilde— y también uno de los elementos constitutivos de la personalidad, objeto asimismo de reflexión en Trazado del natural: la escritura y su sentido; la literatura y su razón de ser. La relación de Agustín Calvo Galán y la palabra poética es polémica, y lo es desde su origen: "Soy un perdedor y (...) por eso escribo", dice uno de los versos más inquietantes del conjunto (un autodesprecio que se prolonga en uno de los últimos poemas: "Soy presa del miedo (...) daría mi posibilidad de vivir a cambio de levantarme del sueño para escupirles desde mi terror desarmado, para rugirles desde mi piel de gallina"; no obstante, hay que ser muy valiente para reconocer que se tiene miedo). Si esa relación es tan conflictiva, es porque es dolorosamente estrecha: el yo y la palabra aparecen unidos en Trazado del natural, hasta el punto de que acabar con uno es acabar con la otra, como se dice en "Paisaje II". Pero la palabra también ofrece la posibilidad de vivir más, de ser más, uno de los deseos primordiales de todos los que llevamos cobijándonos en ella desde Homero. Agustín Calvo Galán proclama en este poemario la necesidad de despojarse de los trabajos del yo, de las tribulaciones de la identidad, tan fatigosos siempre, y refugiarse en la realidad límpida, musical, transparente, de los mundos dichos, aunque esos mundos conduzcan, a su vez, por imitación, al fardo asfixiante del decir, a la pesantez metafísica del escribir para ser. El yo de Trazado del natural que se derrama en el paisaje, y que lo construye, es un yo angustiado por graves preocupaciones existenciales, pero también celebratorio: los viajes y la cultura son sus lenitivos fundamentales. Ambos son otras formas de edificar paisajes, cosmopolitas y urbanos, que se vierten en las páginas en formatos diversos, acordes con la permanente inquietud expresiva de Agustín Calvo Galán: hay discretos juegos tipográficos, estampas breves seguidas o precedidas por textos dilatados, como "El camino termina aquí", un largo relato lírico, y poemas en prosa enmarcados por sendos poemas versales, que abren y cierran el poemario. Transcribo, a continuación, "No entro en la imagen", uno de los mejores, que Agustín Calvo Galán me ha hecho el honor de encabezar con una cita de El desierto verde: "El paisaje es una lenta masticación de piedra":
No entro en la imagen, entro en la realidad. No entro en la imagen que veo, entro en lo que tengo delante respirándolo al avanzar, al dar un paso y abrazar, al dar una bocanada: aprehendiendo lo que tengo frente a mí, para que lo que tengo frente a mí entre en mí y se convierta en mí, en yo mismo, en el material que me materializa, en la corporeidad que me incorpora y me crece, en la encarnación de mi cuerpo germinado, sangre de mis ojos, raíces, espasmos y piel, piel que ya no es piel: no delimita solo lo que contiene -me contuvo en algún momento, eso es seguro-, pero ahora ya no lo consigue, sino que es una frontera por la que entra y sale el aire, una frontera que no asfixia ni atenaza, un cedazo por el que la realidad se cuela, acuosa, humeante, y es en mí y soy yo un cartílago poroso, una argamasa que, sin cuajar -aún en su lenta cocción-, se abre: una celosía arrellanada por la primera luz del día,
una granada en dos mitades.
Es todo un honor de nuevo, encontrarme en tu blog, -en esta época de malos tratos-, tan bien tratado... Muchísimas gracias, de corazón! el paisaje y la estima, ya lo sabes, es mutuo!
ResponderEliminarQué tarde te respondo, querido Agustín. Perdóname. Gracias a ti por tu libro, que es lo más importante de todo este asunto, y por tu fidelidad a mi blog.
EliminarUn gran abrazo.