Vuelve a publicarse Poemas de la última noche de la Tierra (1992), de Charles Bukowski, con mi traducción. Lo hace en Visor, después de que viera la luz en castellano por primera vez, en 2004, en DVD ediciones. Aquella edición, auspiciada por el olfato y la sabiduría de Sergio Gaspar, alcanzó cinco ediciones, vendió miles de ejemplares y recibió, en general, buenas críticas. Bukowski era, y sin duda sigue siendo, un poeta muy popular, uno de los pocos que leen —o que al menos conocen— los que no leen poesía. Para gozar de este raro privilegio, Buko tuvo la inteligencia de convertirse en personaje, una de las medidas más refinadas que cabe adoptar para afamarse. Con su vida asendereada y su carácter atrabiliario, el norteamericano fue capaz de perfilar una historia y proyectar una imagen, y ese caparazón lo amparó —y lo hizo célebre— hasta el fin de sus días, y hasta hoy mismo. Ciertamente, Bukowski
había desempeñado toda suerte de trabajos temporales y mal pagados, y vagado
por los Estados Unidos de pensión en pensión; había protagonizado
borracheras y peleas; se había embarcado en idilios tormentosos y propiciado rupturas
huracanadas; había ingresado en hospitales a causa del alcohol y dormido en
bancos públicos; había rehuido el alistamiento en el ejército durante la
Segunda Guerra Mundial e ingresado en la cárcel por ello; había merecido la
reprobación de sus supervisores cuando era empleado de Correos —"su categoría
moral deja mucho que desear", rezaban los informes sobre él— y había sido investigado por el FBI por su
trayectoria disoluta y sus artículos lujuriosos. Todas estas circunstancias —la mayoría, desdichadas— cesaron cuando John Martin, un empleado de una empresa de artículos de oficina, decidió crear una editorial, Black Sparrow Press, para publicar sus libros y pagarle un sueldo de 100 dólares semanales durante toda su vida para que se dedicara exclusivamente a escribir (un acuerdo que, desde aquí, abogo por generalizar, aunque actualizando el estipendio). Pero la seguridad económica, que lo alejaba de la errancia, no alteró el carácter que se había forjado. Siguió siendo mujeriego, peleón, bebedor e inconformista; y nunca dejó de apostar a los caballos. Su figura –que ha inspirado sendas películas de Barbet Schroeder (El borracho, protagonizada por Mickey Rourke) y Marco Ferreri (Ordinaria locura)– cobró dimensiones legendarias con su participación en Apostrophe, el no menos memorable programa de libros de la televisión francesa, dirigido y presentado por Bernard Pivot, en el que insultó a los contertulios, se bebió una botella de vino —libación que se sumó a las que había hecho antes de entrar en el plató—, desquició
a Pivot y abandonó, tambaleante, el programa, para esgrimir, a la salida de los
estudios, un cuchillo de considerables dimensiones. Su poesía está muy alejada de la que yo practico, y también de mis intereses como lector. Sin embargo, traducirlo fue una experiencia muy estimulante, porque me obligó a abandonar el onanismo literario en el que todos tenemos tendencia a recluirnos y a adentrarme en terrenos creativos y, si se me permite el término tratándose de Bukowski, espirituales por los que rara vez había transitado. Practicar la lectura radical, extrema, que supone una traducción, de un autor tan diferente de mí como Bukowski me forzó a examinar —y entender— estrategias, inquietudes, técnicas y perspectivas en las que había reparado poco o nada, y eso ensanchó mi propia visión del proceso creador y de la factura de la poesía. Por esa razón considero saludable afrontar —de vez en cuando al menos— a autores muy distintos a uno, incluso desagradablemente distintos. Cuando uno profundiza en ellos (y toda traducción, insisto, es un acto de abismamiento), descubre que están mucho más cerca de uno —o uno de ellos— de lo que nunca había imaginado. Además, a Bukowski no le faltan virtudes literarias. Su poesía es imperfecta y nudosa,
desaliñada y hasta harapienta, pero está dotada de un vigor animal. La verdad que impulsa al poeta se traspasa al poema y lo impregna de sequedad, y ahí quedamos atrapados, seducidos por su aridez sin dobleces, por su agrio
desabrigo, por su descarnadura. Admiro también la voluntad ciega de ser escritor que animó a Bukowski. Pasara lo que pasara, estuviese donde y como estuviese, la necesidad de escribir se imponía a todo. Y esa necesidad desesperada se convirtió, felizmente para los lectores, en rapto y autenticidad.
He introducido muy pocos cambios —solo cuestiones de detalle— en la traducción que ahora se republica y en el prólogo que la acompaña. Me habría gustado que el libro fuera bilingüe, pero, dada su extensión, habría encarecido mucho la edición y dificultado el manejo del volumen. Tampoco la de DVD ediciones lo fue. Transcribo a continuación uno de los poemas más famosos del libro, "The bluebird", en la versión original y en la traducción que sale nuevamente al mercado.
THE BLUEBIRD
there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I'm too tough for him,
I say, stay in there, I'm not going
to let anybody see
you.
wants to get out
but I'm too tough for him,
I say, stay in there, I'm not going
to let anybody see
you.
there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I pour whiskey on him and inhale
cigarette smoke
and the whores and the bartenders
and the grocery clerks
never know that
he's
in there.
there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I'm too tough for him,
I say,
stay down, do you want to mess
me up?
you want to screw up the
works?
you want to blow my book sales in
Europe?
there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I'm too clever, I only let him out
at night sometimes
when everybody's asleep.
I say, I know that you're there,
so don't be sad.
then I put him back,
but he's singing a little
in there, I haven't quite let him
die
and we sleep together like
that
with our
secret pact
and it's nice enough to
make a man
weep, but I don't
weep, do
you?
EL
PÁJARO AZUL
tengo un
pájaro azul en el corazón que
quiere salir,
pero soy
demasiado duro para él.
le digo:
quédate ahí, no dejaré
que nadie te
vea.
tengo un
pájaro azul en el corazón que
quiere salir,
pero lo
empapo de whisky y me trago
el humo del
tabaco
y las putas y
los camareros
y los
empleados de las tiendas
no se enteran
de que
está
ahí.
tengo un
pájaro azul en el corazón que
quiere salir,
pero soy
demasiado duro para él.
le digo:
no te muevas,
¿quieres
fastidiarme?
¿quieres
joderlo
todo?
¿quieres
cargarte la venta de mis libros en
Europa?
tengo un
pájaro azul en el corazón que
quiere salir,
pero soy
demasiado listo: solo lo dejo salir
a veces por
la noche,
cuando todos
están dormidos.
le digo: sé
que estás ahí,
no te
aflijas.
luego lo
devuelvo a su lugar,
pero se pone
a
cantar: no lo
he dejado
morirse
y dormimos
juntos
así
con nuestro
pacto secreto,
y es muy
agradable,
tanto como
para hacer llorar
a un hombre,
pero yo no
lloro,
¿y tú?