El 14 de julio de 1789, mientras las turbas asaltaban la Bastilla, el último rey de Francia (y de Navarra), Luis XVI, anotó en su agenda personal: "Nada". Se refería al resultado de su día de caza, a la que era muy aficionado: ninguna pieza cobrada. El 2 de agosto de 1914, Kafka escribió en su diario: "Hoy Alemania le ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde he ido a nadar". Salvando las enormes distancias, tanto en lo que respecta a los sucesos referidos como a quienes los consignan, algo parecido podría decir yo de estos días de violencia en Barcelona. Por ejemplo, "anoche se quemaron docenas de contenedores y algunos coches; esta tarde he ido a nadar". De la violencia he sabido, como casi todo el mundo, por las noticias de la prensa y la televisión. En mi vida cotidiana, como en la de la inmensa mayoría de catalanes, la reacción del independentismo a la reciente sentencia del Tribunal Supremo no ha tenido ninguna incidencia. Más aún, en estos días agradablemente soleados, los lugares por los que suelo moverme —de Sant Cugat a la plaza de Cataluña— me han parecido más apacibles que de costumbre. Hoy mismo, la huelga general convocada por los sindicatos indepes ha supuesto que, a diferencia de lo que sucede en los días normales, cuando viajamos todos apretados como arenques, haya llegado al trabajo en un vagón semivacío. (Las huelgas, cuando no nos afectan directamente, son una delicia: las masas se diluyen; los otros, que son siempre el problema, desaparecen). Todo lo cual no significa que la violencia no haya existido. Lo ha hecho, y en algunos momentos con lamentable intensidad. Pero su difusión constante y exclusiva por los medios de comunicación ha transmitido la idea de que Barcelona ha vuelto a ser la "rosa de fuego" de los años 20, cuando anarquistas y revolucionarios de toda laya se enfrentaban, a bombazos, a empresarios y gobernadores militares, y de que en Cataluña está a punto de estallar una guerra civil. Siempre es así: sucesos desgajados de su todo, y presentados absolutamente, contaminan al todo y lo vuelven absoluto. Ayer pasó por debajo de la oficina donde trabajo, en pleno centro de Barcelona, una manifestación de estudiantes contra la sentencia del Tribunal Supremo y a favor de la independencia. Desfilaron ordenada y ruidosamente, todos muy contentos por participar en algo que se parece mucho a una fiesta: no van a clase, pasean, se hacen notar, se toman una cervecita o un helado por ahí, y hasta ligan. Vi por la tarde algunos grupitos de manifestantes deshilachados de la mani. Muchos llevaban esteladas a modo de capa de Supermán anudadas al cuello. Pensé en cuánto han cambiado los ideales de la juventud, si es que lo que defienden estos chicos puede considerarse un ideal. Cuando yo tenía su edad (ay, qué viejo sueno ya), luchaba —luchábamos— por el socialismo o, lo que era lo mismo en aquellas circunstancias, por una sociedad igualitaria y una Cataluña y una España democráticas. Hoy se pelea por la identidad. Ya no se es tanto de derechas o de izquierdas, rico o pobre, ateo o creyente, culto o ignorante, como catalán o español. La pertenencia a la tribu determina la posición social; acogerse a una patria y a su manifestación en la tierra, una nación, parece ser el anhelo de los jóvenes y de muchos que ya no lo son, sin que sea relevante que el estado-nación constituya un invento de hace siglos que, tras algunos beneficios e innumerables desastres, parece ya amortizado. Mientras veía a los adolescentes protestones (que no son, en cualquier caso, los encapuchados que queman contenedores o echan ácido a los mossos por las noches), reparé en una valla publicitaria en la que se leía: Feel the embrace of Barcelona. Es un lema pintiparado para estos días: el abrazo de Barcelona es más cálido que nunca. También leí el que figuraba en la camiseta de un gordo que pasó a mi lado: Real is rare, cuya mejor traducción sería 'lo verdadero no abunda'. Pero una lectura apresurada puede llevar a creer lo contrario de lo que pienso yo: que la realidad existe y que está por todas partes; que la realidad, inmisericorde, nos abruma; y que es imprecindible luchar todos los días contra el exceso de realidad. Barcelona, en cualquier caso, sigue manifestándose: lo hacen los estudiantes, los anuncios y los gordos en camiseta; también los mendigos, uno de los cuales, en el paseo de Gracia, ha puesto delante del colchón de gomaespuma en el que languidece todos los días, rodeado de mugre e indiferencia, un cartón que dice: Life is beautiful. A su lado, un grupo de encorbatados testigos de Jehová monta guardia junto a varios carteles que proclaman su fe inextinguible, uno de los cuales reza: "¿Qué sentido tiene la vida?". Si uno acepta la pregunta, puede responder que hipotecarla en defensa de un Dios inexistente, creador de la muerte y del infierno, no tiene ninguno. Pero también se puede rechazar el marco mental que supone y contestar que no tiene sentido preguntar por el sentido de la vida. Sentido tiene una frase o una fórmula matemática, pero no la realidad biológica (y espiritual) de la existencia. Aunque no pienso perder el tiempo argumentando tantas obviedades con un pelotón de retrasados. Lo que sí me decido a hacer es comprar un inverosímil cucurucho de castañas en el primer puesto de castañas que veo este año. Antes, las castañas y boniatos señalaban la indefectible llegada del frío. Hoy los compramos en pantalones cortos, con sandalias y bajo un sol, como el de hoy, casi abrasador. El cambio climático forma parte de la realidad, excesiva, que nos rodea. Muchos estudiantes se manifiestan también en el mundo contra ese hecho ominoso. Esa sí es una causa que merece la pena apoyar.
Me alegro que las manifestaciones de esos bárbaros no te afectara.Me alegro que incluso te vieras beneficiado al poder ir tranquilo a tu trabajo. Yo, y muchas personas como yo, temíamos por no llegar al hospital para que nos pusieran nuestro chute de vida.Será que cada uno se encuentra lo que se merece, o que los enfermos atraemos a los enfermos.La tarde anterior no sabía cómo llegar a Barcelona para ponerme el tratamiento. El sufrimiento que esa gentuza nos hizo pasar no tiene perdón de Dios, ese Dios que tanto odias y que ayuda a tantas personas a llevar su vida con menos peso, con una ilusión, con una esperanza.No me acuerdo quién decía: 《 Dime que me quieres aunque sea mentira》, todo lo que ayude, que sume a nuestro bienestar emocional, bienvenido sea.Algunos se agarran a la escritura, otros, como yo, a la lectura...Al fin pudimos los enfermos llegar al destino y poder volver mirando constantemente ( por parte de los taxistas) en qué lugares estaba despejada la zona. Nos vimos obligados a salir de casa a unas horas en que las calles están por poner y volver cuando y por donde los " indepens " nos dejaban circular. Un apunte: los taxis que llevan a gente enferma tienen un distintivo en el cristal delantero, aún así, esa gentuza no los dejaban pasar al igual que al transporte especial.Eduardo,nos queman Barcelona. Eduardo, no nos dejan pasear tranquilos por Barcelona. Eduardo, estamos hasta los mismísimos de esa gentuza y todos lo consienten. En nuestro tiempo luchábamos unidos por la libertad, la Democracia, l' estatut. Que volen aquesta gent. Estoy indignada. No se actúa al respecto y, somos muchos afectados y afectadas.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Querida Blanca:
ResponderEliminarSiento mucho las dificultades por las que tuviste que atravesar estos días pasados para recibir la atención médica que necesitabas, y entiendo tu indignación. Ha sido, en efecto, una semana de muchos problemas para mucha gente, ocasionados por los manifestantes indepes. Así lo reconocía yo en mi crónica, donde digo que, aunque yo no me haya visto personalmente afectado, violencia ha habido y "en algunos momentos" (que han sido muchos, demasiados), "con lamentable intensidad". Pero uno no puede decir sino lo que conoce, lo que ha vivido, y, al igual que tú expones cuánto te afectó la actuación de los independentistas, yo solo puedo reconocer que, en mi caso, como en el de mucha otra gente, pasó de refilón. Por otra parte, y por mucho que nos perturben o incluso nos indignen las manifestaciones y huelgas convocadas por otros, constituyen el ejercicio de sendos derechos reconocidos por la Constitución, fundamentales en las sociedades democráticas, y que nos amparan a todos. Todos podemos acogernos a ellos cuando lo consideremos conveniente para defender nuestros intereses legítimos. Lo cual no justifica ningún comportamiento violento o ilegal. Solo significa que los indepes tenían derecho a manifestarse, pacíficamente, como todo el mundo. En la medida en que desbordaran ese derecho pacífico, merecen todo nuestro reproche y la sanción que corresponda, de acuerdo con la ley. Pero que salieran a la calle para gritar su desvarío, y que ello conllevara una cierta alteración del orden público, no debe escandalizar a nadie.
En cuanto a Dios, no lo odio: simplemente, creo que es una dañina invención humana. Creer en algo como la divinidad -que nos trae a este mundo sin pedirnos permiso, se nos lleva de él contra nuestra voluntad y nos condena al dolor, la enfermedad y la vejez- para encontrar consuelo es como creer en el alcohol o la heroína porque también nos da consuelo, también suma a nuestro "bienestar emocional", al menos mientras dura el efecto de la droga. Al bienestar emocional suman la razón, el sentido del humor, los placeres del mundo, la humanidad, la empatía, el diálogo, la armonía con la naturaleza, pero no Dios, el gratuito inventor de la muerte, el jefe invisible de un universo que no lo necesita, el patrocinador de verdades absolutas y, en consecuencia, odios infinitos.
Y quien dice "miénteme: dime que me amas" es Johnny, el personaje representado por Sterling Hayden en "Johnny Guitar", la legendaria película de Nicholas Ray, de 1954. Se lo dice a Vienna, la mujer de la que está enamorado, aunque no exactamente así. Este es el diálogo: "JOHNNY: Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. VIENNA: Te he esperado todos estos años. JOHNNY: Dime que habrías muerto si yo no hubiera vuelto. VIENNA: Habría muerto si tú no hubieras vuelto. JOHNNY: Dime que me quieres todavía, como yo te quiero. VIENNA: Te quiero todavía, como tú me quieres. JOHNNY: Gracias. Muchas gracias". Es uno de los mejores fragmentos de la historia del cine.
Muchos besos.
Eduardo.
Eduardo,me rindo ante tus argumentos. Gracias por contestarme.
ResponderEliminarUn beso de corazón.