El jueves presenté La disección de la rosa, mi tercera recopilación de reseñas y artículos literarios, tras De asuntos literarios y Lecturas nómadas, en la nueva sede de la Unión de Bibliófilos Extremeños. La iniciativa partió de la propia UBEx, como inicio del ciclo de presentaciones y lecturas mensuales que sus responsables quieren establecer desde ahora, a pesar de que el libro no es una novedad: lo publicó la Editora Regional de Extremadura en 2015. Pero la crítica, como todas las disciplinas del pensamiento, admite, supongo, un acercamiento público menos urgente que otros géneros literarios, como la novela y hasta la poesía (si es que la poesía es un género literario). El solo hecho de que exista una Unión de Bibliófilos en Extremadura me parece admirable, casi milagroso, y que haya sobrevivido a los avatares de la digitalización de la cultura y a los latigazos terribles de la crisis económica, además de a los índices de lectura permanentemente bajos en nuestro país, solo puede entenderse gracias al esfuerzo abnegado y altruista de un puñado de amantes de los libros. La UBEx, que ha radicado tradicionalmente en la Biblioteca de Extremadura, se ubica ahora en la calle Encarnación, también conocida popularmente por calle del Burro, una de esas vías de los cascos antiguos de las ciudades dedicadas durante largo tiempo a actividades mucho menos intelectuales que la bibliofilia, aunque muchas de ellas reuniesen el mismo sufijo. La dignificación de estos barrios menesterosos pasa, entre otras medidas, por la atención integral a las personas que los habitan y la instalación de equipamientos educativos, culturales, administrativos y policiales, como se ha hecho también en Barcelona, donde una buena porción del Raval —de siempre llamado Barrio Chino— se ha llenado, de unos años a esta parte, de facultades universitarias, centros de arte y cuarteles de policía, en extraño pero comprensible maridaje, cuyas actividades, a su vez, han convocado al comercio, la restauración y el turismo, los cuales han sustituido a las casas de lenocinio y los locales mugrientos. Cerca de la sede de la UBEx se encuentra todavía quien practica las antiguas labores —la señora P., por ejemplo, que espera, sentada en una silla de enea a la puerta de su establecimiento, a los necesitados de alivio—, o quien mercadea con sustancias que permiten otro tipo de alivio más psicológico, pero la impresión que causa el lugar no es, ni remotamente, la que dejaba en tiempos no muy lejanos. Presentaron La disección de la rosa Joaquín González Manzanares, exdirector de la Biblioteca de Extremadura y hoy presidente de la UBEx, y Manuel Pecellín, ensayista, profesor y crítico. En primera fila estaban Teresa Morcillo, la encantadora secretaria de la Unión, que tanto ha trabajado y sigue trabajando por la continuidad de la entidad; su hermana, Paloma Morcillo, concejala de Cultura del Ayuntamiento de Badajoz, asimismo decisivo para su pervivencia; y Javier Pizarro, director de la Academia de Extremadura. Me gustó compartir el momento con todos ellos y otros socios de la UBEx, así como con algunos amigos que tuvieron la amabilidad de acompañarme, como Luis Sáez, exdirector de la Editora Regional de Extremadura; Enrique García Fuentes y José Manuel Sánchez Paulete, responsables del Aula Literaria de la ciudad; y la joven escritora Anabel Rodríguez. Se habló, como era natural, de crítica literaria, una disciplina que algunos inadvertidos consideran árida, pero que es imprescindible para un tránsito cabal por el anchuroso mundo de la literatura y que puede resultar tan creativa como placentera. De hecho, una de las mayores aspiraciones de toda crítica debería ser transmitir entusiasmo por la literatura y por la obra a la que se aplica, esto es, reproducir la alegría del lector que ha renovado su fe por la palabra escrita, por la obra de arte construida con la palabra, y comunicársela a los demás. Otra, que ella misma —la crítica— sea un ejercicio inmejorable de literatura: idealmente, que esté a la misma altura de la obra reseñada. Se constata, a menudo, una desidia en el juicio y en las formas que no contribuye al prestigio de la disciplina ni tiene utilidad alguna para quien la lea (a lo sumo, la utilidad de saber cómo no hay que hacer las cosas). Aunque no sé qué es peor, si la desidia en el juicio o la carencia de juicio, otro de sus lastres más frecuentes, porque también las omisiones pesan. Los críticos descriptivos, que no se aventuran a ningún razonamiento ni penetración, sino que se limitan a un merodeo por los temas o la ordenación del libro, la vida del escritor o las circunstancias editoriales, ni siquiera impresionistas (la buena nota impresionista es muy iluminadora), coadyuvan asimismo a la inanidad de la actividad (y a la decadencia del género). La crítica literaria, tal como yo la concibo, ha de ser creadora, clarificadora, arriesgada (como la literatura misma), precisa, inquisitiva, amena y ecuánime: ha de obedecer el gusto de quien la ejerce, pero también ha de reconocer lo que, no gustándole, reúne los requisitos necesarios para tenerse por literatura y gustar a otros. No sé si fui capaz de transmitir estas ideas en la presentación del jueves, pero me satisfizo tener la oportunidad de intentarlo ante un público numeroso y, me pareció, atento. A la salida —ya era tarde—, P. no estaba en la silla de enea esperando a los usuarios, aunque sí había luz en la casa: quizás estuviera cenando. Más allá, en un bar esquinero inaugurado hace poco por un regresado de París, cenamos nosotros extremeñamente: jamón, lomo, queso, pan y vino.
Excelente artículo y muy exitosa.
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