lunes, 14 de abril de 2025

Gesto, número 4

Acaba de publicarse el número 4 (marzo, 2025) de Gesto. Revista de Literatura, Arte y Pensamiento, bajo la infatigable dirección de Juan Luis Calbarro. Esta nueva entrega confirma lo que ya demostraron los tres primeros números, y que no deja de sorprender a la muy minoritaria grey poética: ya no se hacen revistas como esta. En España, solo Surco, dirigida por el sevillano Antonio López Cañestro, está a esta altura. Gesto combina un cuidado formal exquisito con una atención igualmente esmerada a los contenidos. La cubierta de este número impresiona: el Hombre leyendo de Albert Anker, una acuarela de 1909, protagonizada por un anciano abismado en un libro, describe un ideal que se nos escurre entre los dedos, o que se nos desmorona ante los ojos, pero que sigue constituyendo, para una inmensa minoría, un ideal, una quimera posible, una necesidad existencial. Abre la revista, en el apartado de “Poesía”, una foto de los tres poetas que llevan años enarbolando en Tarragona la bandera de la mejor poesía en castellano (y también en catalán: dos de ellos han publicado asimismo en esta lengua): Alfredo Gavín Agustí, Juan López-Carrillo y Ramón García Mateos. Llamativamente, tanto los poemas de García Mateos como los de Alfredo Gavín son enumerativos: largas retahílas que ilustran o ejemplifican una idea o un deseo. Las piezas del primero, perequianas, se fundamentan en sostenidas anáforas: “me gusta...”, “no soporto...” y “si volviera a nacer...”, cuyo desarrollo resulta provocativo y vitalista, agridulce y ferozmente humano; y las del segundo incorporan también listas: en “Su intención es destruirte”, se enumeran los seres o las cosas que abrigan esa intención, y en “Ya me dirás quién te ama”, se consigna aquello que nadie hará por uno, porque, como sugiere la ironía del poema, nadie nos ama: “Ya me dirás quién te ama a ti/ (...) quién te dice palabras fértiles/ quién escoge tu ropa oscura,/ quién corre alegremente a verte,/ (...) quién te ofrece sus donuts gratis,/ quién te cede la entrada al cine/ quién se baja sus bragas fáciles...”. López-Carrillo, por su parte, aporta dos poemas breves en los que brillan, una vez más, su acreditada capacidad autoirónica y sus hechuras de moralista bienhumorado, valga la paradoja: “Mi cena de ayer, amigo Carlos,/ consistió en un par de huevos fritos/ con pimientos del piquillo./ En el aceite antes freí una cabeza de ajos,/ ajos que, como es menester, esparcí por el plato./ La cena resultó deliciosa,/ exquisita si hubiera añadido una de esas morcillas./ De todo esto, amigo mío, saco una conclusión:/ morirse es una mierda”. En esta primera y más importante sección poética, encontramos asimismo trabajos de los españoles Marisa López Soria, Ángel Fernández Benéitez —con un poema de corte clásico y espíritu desengañado en forma epistolar—, Anxo Pastor —cuyos dos poemas se publican, mecanografiados, en la hoja original en que fueron escritos; Pastor, que también es pintor, añade a ellos un precioso dibujo, “Durmintes” [‘durmientes’], de figuras filiformes y ondulantes—, José Luis Martínez Valero y Fulgencio Martínez; de la dominicana residente en Nueva York Yrene Santos; y de la mexicana Ana Santos Ortuño, que practica una literatura neovanguardista, fracturada y palpitante, como revela el breve poema “El viento”: “Algo que me nombraba a mí,/ no a mí, al viento/ que nombra el viento,/ no, a mí;/ algo/ que nombra viento/ y que se llama el vientre”. En la sección de narrativa, se recogen dos relatos del libro inédito Cuentos desobedientes, de Josefina Martos Peregrín: ”Folías impúdicas” y “Nadie ha vuelto...”. En la de ensayo, José María Castrillón colabora con una espléndida lectura de la poesía de Antonio Gamoneda, Christian T. Arjona analiza el poema “Para romper hay que romperse”, de mi libro Hombre solo, y Sebastián Gámez Millán celebra la reciente salvación del derrumbe y la ruina de la casa de Vicente Aleixandre —el famoso caserón de la calle Velingtonia, infaustamente abandonado durante años— y la influencia del autor de La destrucción o el amor en un poema de juventud dedicado a su madre, “Elegía a unos brazos”. Como Gesto también está abierto al olvidadísimo género del teatro escrito, Teresa Domingo Catalá, otra escritora tarraconense, aporta una suerte de paso contemporáneo, esperpéntico y descacharrante, lleno de referencias sexuales y no lejano al teatro del absurdo, en el que dialogan un hombre, funcionario de la Seguridad Social, y una mujer que le hace preguntas. La sección de traducción se compone de una amplia selección de poemas del francés Maurice Rollinat, a cargo de Pedro José Vizoso, que también suscribe un esclarecedor artículo introductorio (Vizoso lleva años descubriéndonos la interminable galaxia de los poetas simbolistas franceses, del que Rollinat es el último astro, de momento); del capítulo 13 de Memorias de un ángel bastardo, una autobiografía de juventud del estadounidense Harold Norse, traducido por un servidor (el libro se ha publicado en 2024 en Hojas de Hierba; di cuenta de ello en este blog: https://eduardomoga1.blogspot.com/2024/11/memorias-de-un-angel-bastardo.html); y de cuatro poemas de la poeta china Yu Xiuhua, cuya versión al español y nota introductoria corren a cargo de Yu Hongting. Las traducciones de Rollinat y Xiuhua son bilingües: los textos originales del primero van a pie de página y los de la segunda, acaradas; y estas, con sus ideogramas en tinta dorada, golpean feliz y enigmáticamente los ojos. Finalmente, en la sección de crítica, titulada “Puntos de vista”, ven la luz sendas reseñas de Condición de los amantes, de Juan Vico —un novelista que no renuncia a su esencial condición de poeta—, firmada también por un servidor (una reseña que, por una de esas malandanzas tan características del mundo editorial poético, ha tardado tres años en aparecer), y de Las fuerzas débiles, de Adalber Salas y Elisa Díaz Castelo, a cargo de José Luis Gómez Toré. 

Reproduzco a continuación la reseña de Condición de los amantes con la que he contribuido a este número de Gesto:

Juan Vico (Badalona, 1975) es un poeta que escribe novelas, por ejemplo, Los bosques imantados y El animal más triste, ambas publicadas por Seix Barral. Pero empezó siendo un poeta que escribía poemas, como los reunidos en —y hermosamente titulados— Víspera de ayer, que vio la luz en Pre-Textos, o La balada de Molly Sinclair. Vuelve ahora al verso, aunque en realidad nunca lo haya abandonado, con Condición de los amantes [La Isla de Siltolá, 2021], que documenta una historia de amor, uno de los asuntos inevitables de la literatura. Pero lo hace cumpliendo algunas de las condiciones, o más bien exigencias, de la posmodernidad: sin énfasis, con desapego y algo de ironía, buscando la emoción con delicados jabs verbales, que minan y, por fin, noquean. Si lo pensamos bien, eso tan posmoderno es muy clásico: «Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala», decía Cervantes por boca de maese Pedro. En muchos poemas, Vico le habla a la amada, como en el trovadoresco «Tema libre»: «La mano saciando la sed. La sed vaciando la mano. / Cortinas ondeando en la habitación / sin la habitación. / Y entonces tú, gacela insomne, / dime dónde temblarás / cuando toda esta noche / haya ardido». En otros, como «La fiebre», recuerda a la contadora de historias que la amada ha sido, y en «Ciencia infusa» canta «el delirio de [su] carne resurrecta». Pero este relato erótico se desgrana con una voz asordinada, que persigue un ritmo despojado, una dicción que suscite otra escucha y, en consecuencia, otra comprensión, más íntima, más entrañada. Su voz atiende a las pequeñas cosas, a todo eso que, en la vida cotidiana, queda enterrado bajo el peso de lo importante, o de lo que intentan convencernos que es importante, y comunica la fragilidad de todo, la ruptura de todo, la descomposición de todo. En Condición de los amantes se denuncia la impostura o insustancialidad de tantas cosas y se transparenta la propia falsedad del tiempo, en el que flotan los pecios de la realidad y donde los amantes luchan, a sabiendas de que es una batalla perdida, por erigir el quebradizo monumento de su amor. Trasunto de este deshilachamiento y este vacío, algunos poemas no se rematan: quedan inacabados, como, precisamente, «Retrato inacabado», que se cierra —pero no se cierra— con dos puntos a los que no sigue nada, o el ya mencionado «La fiebre», cuyo último verso dice «como», sin más. Se trata de representar «el modesto drama de seguir / siendo uno mismo», como precisa Juan Vico en «Delectatio amorosa», y no es pequeña tarea, aun siendo modesta. Pero que la voz sea baja y el tono, desengañado, no significa que los poemas sean grises. En este camino de reconocimiento —e impugnación— de la superchería de todo o casi todo, salvo el amor, Condición de los amantes luce un vigor metálico, en el que estallan imágenes abrasadoras: en «Ruego», hay un «desdén de algodón y consonancias», y los adoquines de la calle son «traslúcidos», y la tarde desvela, aliterativamente, «la razón de su ritmo mamífero». Otros dos rasgos contemporáneos singularizan este poemario singular: el interés metapoético, que se plasma en incisivas reflexiones sobre la propia literatura —y también en técnicas que denotan el placer del lenguaje por el lenguaje, como los juegos de palabras, los poemas casi caligramáticos, los homenajes a George Perec y las piezas urdidas con textos que no nacieron poéticos, como los grafitis de las paredes de Bolonia—, y el interés cinematográfico, que cuaja en composiciones muy visuales, de textura fotográfica, con sutiles remisiones a clásicos como Johnny Guitar: «Miénteme así:» —escribe Vico en «Mitología personal»— «déjame creer / que un himno es apenas una naranja / y que esta alabanza esculpe piedras / sin peso».




5 comentarios:

  1. “Mi cena de ayer, amigo Carlos, consistió en un par de huevos fritos con pimientos del piquillo. En el aceite antes freí una cabeza de ajos, ajos que, como es menester, esparcí por el plato. La cena resultó deliciosa, exquisita si hubiera añadido una de esas morcillas. De todo esto, amigo mío, saco una conclusión: morirse es una mierda”.

    Me pregunto dónde está la poesía en ese texto de prosa anodina de Juan López-Castillo. ¿Es el hecho de cortarlo en renglones cortos lo que lo convierte en un texto poético?

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  2. El prosaísmo que denuncias, Agustín, es característico de la poesía de Juan López-Carrillo desde sus mismos inicios hasta hoy. Un prosaísmo que se identifica con una poesía seca, objetiva, irónica, secretamente angustiada y decididamente burlona. Por eso -porque mezcla el placer y la tristeza, la socarronería y la náusea- hablaba yo de un “moralista bienhumorado”. Juan huye del lirismo más o menos convencional y se refugia en unos versos astringentes, de pocos adjetivos, menos imágenes y ninguna delicuescencia. Por último, para tener por poesía la poesía de Juan López-Carrillo no hay que desatender hoy el hecho de que él la considere así y la publique en la sección de poesía de la revista.

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  3. Agustín Villalba15 de abril de 2025, 2:36

    Defiendes muy bien a López-Carrillo, pero yo sigo preguntándome dónde está la poesía en el texto citado. Si hacemos leer se texto, en prosa y sin firma, a mil aficionados a la poesía, creo que ninguno lo consideraría como un poema. El hecho de que su autor lo considere como tal y se publique en una sección de poesía de una revista literaria, no puede bastar para convertir, milagrosamente, prosa en poesía. Porque si fuera el caso, ello significaría que la poesía reside fuera de los textos, en las circunstancias que los "rodean", que la calidad de un texto poético depende de su contexto.

    Es como esas "obras de arte" que consisten en un conjunto de palos amontonados en el suelo ; el mismo montón encontrado en el campo, por ejemplo, no sería más que leña ; colocado en el suelo de una galería de arte o en un museo, se convierte milagrosamente en arte, sin que nadie explique el "milagro", la capacidad que tiene un espacio determinado para convertir palos en arte. Y sobre todo cómo es posible que el arte resida fuera del objeto artístico y "entre" y "salga" de él según el lugar en el que se encuentre.

    Si la poesía y el arte son subjetivos, todo puede ser poesía y arte, cuando todos sabemos, por experiencia propia, que ambas cosas son rarísimas y muy difíciles de obtener. Si la poesía es subjetiva, nadie puede afirmar que en el "Cántico espiritual" haya mucha más poesía que en el texto citado de López-Carrillo.

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  4. La prueba que propones es falaz: “Si hacemos leer ese texto, en prosa y sin firma...”. Porque ese texto es poesía: así lo siente y quiere el autor, y, aún más importante, así quiere que lo sienta el lector. Si lo das a leer en prosa, ya no estás juzgando lo mismo: lo has manipulado a tu favor. Y por supuesto que el hecho de que su autor lo considere poesía y se publique en una sección de una revista literaria, lo convierte en poesía, aunque no milagrosamente, sino por la muy mundana razón de que el autor ha alumbrado una experiencia poética y quiere que los lectores accedan a ella también poéticamente, que es un modo de experimentar el texto muy distinto de la prosa: no atento a la información, a la historia que se cuenta, a su dimensión funcional, por bellamente que esté constituida, sino a la propia médula del lenguaje y a su conexión con una conciencia viva y, en buena medida, desconocida y contradictoria. La calidad de un texto poético, o de cualquier otro género (si es que la poesía es un género), no depende solo de su contexto, pero también depende de su contexto. De hecho, en la contemporaneidad, todo arte depende de su contexto. La literatura no existiría sin contexto: sin el de las circunstancias vitales de quien la crea, el de la sociedad que la recibe y el del medio en el que circula, entre muchos otros. Por eso Duchamp creó arte cuando expuso un urinario en un museo. Fuera del museo, aquel urinario solo era un urinario. Y por eso los poetas objetivistas estadounidenses (o autores como Pablo García Casado en España) hacen poesía cuando publican, en una revista literaria o una colección de poesía, poemas como este, de Charles Reznikoff: “Cinco judíos polacos consiguieron una pequeña carreta/ y contrataron a un polaco para que los condujera hacia el Este/ y escapar de los SS que habían ocupado la ciudad./ Pero de pronto, después de haberse alejado de la ciudad,/ vieron a los SS esperando a los judíos/ que trataban de escapar”. ¿También te parece prosa, incluso “prosa anodina”? Salvando el grave asunto del que habla el americano -el holocausto-, tanto este poema como el de López-Carrillo, mucho más jocoso, pero asimismo de corte existencial, comparten un espíritu objetivo: se trata de crear artefactos que nombren, despojados de alharacas, fiados a su propia sequedad enunciativa para suscitar una suerte de música inversa, de música callada, y, en definitiva, mayor significado. Si esto no se capta, me temo, querido Agustín, que el problema no radica en la falta de sensibilidad del autor, sino en la del lector.

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  5. Posdata: Te recomiendo muy vivamente un libro: "Poemas plagiados", del argentino Esteban Peicovich. Ahí comprobarás, estoy seguro que con placer, hasta qué punto la poesía depende del contexto. El autor arranca frases y fragmentos de una serie de textos (anuncios, manuales de instrucciones de electrodomésticos, normas jurídicas y un largo etcétera), sin ocultar su origen, les pone un titulo y los agrupa en un libro, que publica en una editorial de poesía. El resultado es un extraordinario volumen de poemas, hondo, divertido e iluminador. No otra cosa hacían también los surrealistas con sus "objets trouvés".

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