sábado, 15 de abril de 2017

Selected Poems: una antología en Inglaterra

Así se titula el libro que acabo de publicar en Inglaterra: Selected Poems. Es una antología de todos mis poemarios, que aparece en Shearsman, la única editorial británica, que yo sepa, que presta atención a la literatura en español, tanto española como hispanoamericana, y eso porque su editor, Tony Frazer, vivió cuatro años en el Perú y le cogió gusto a la poesía en nuestro idioma. En su catálogo encontramos, en feliz amalgama, títulos de Gustavo Adolfo Bécquer, María Baranda, Antonio Cisneros, Elsa Cross, Pablo de Rokha, Luisa Futoransky, Fernando de Herrera, José Kozer, Pura López-Colomé, Antonio Machado, Víctor Manuel Mendiola, Eduardo Milán, Aníbal Núñez, Claudio Rodríguez y Andrés Sánchez Robayna, entre otros, además de varias antologías de poesía española clásica y contemporánea. También abundan los autores gallegos, como Rosalía de Castro, Chus Pato y María do Cebreiro. Muchas de estas traducciones tienen un denominador común: Luis Ingelmo, el escritor palentino que lleva años proporcionando a Shearsman nombres y libros dignos de conocerse en el Reino Unido, que el mismo traduce, en solitario o en colaboración, a veces con el propio Frazer. Luis fue quien le recomendó, hace cuatro años, poco después de que me instalara en Londres, la publicación de esta antología, aunque las cosas poéticas, como las de palacio, van despacio, y ha sido necesario todo este tiempo para que su iniciativa diera fruto. En estos Selected Poems figura como editor, lo que por derecho es: no solo le pertenece la idea, sino que también es suya la selección de los poemas y la nota crítica de la contracubierta. Ambos, Tony Frazer y Luis Ingelmo, se merecen un homenaje, o que les pongan sus nombres a sendas calles, o, mejor, que les erijan una estatua: mucho más, desde luego, que los responsables del Instituto Cervantes en Londres, a los que no se les conoce ninguna iniciativa de promoción y difusión de la poesía española en la Gran Bretaña equiparable a esta; de hecho, ni equiparable a esta ni nada: sencillamente, no se les conoce ninguna iniciativa de promoción y difusión de la poesía española en la Gran Bretaña. Otra pieza capital para que el libro haya visto la luz ha sido Terence Dooley, al que conocí en un translation slam en 2013, y que ha vertido los poemas, con una diligencia admirable, a un inglés fluido y riquísimo, que no se arredra ante las dificultades (y acaso incoherencias) del original. Y, como un enriquecimiento más proporcionado por la literatura (para que luego digan que no sirve para nada), Terence se ha convertido en un buen amigo, uno de los pocos que conservo tras mi paso por aquellas tierras. También Frazer lo es, aunque lo haya visto poco: recuerdo un encuentro ajetreado en Londres: acabamos chupando cerveza en una terraza de Somerset House, tras escapar de una multitudinaria manifestación en la plaza de Trafalgar, donde nos habíamos citado, que defendía alguna de las miles de causas que defienden siempre los británicos en las calles (ahora andan pidiendo un segundo referéndum sobre el bréxit, pero lo tienen crudo: es inimaginable que los políticos de su país no cumplan la voluntad mayoritaria manifestada en las urnas, por escasa que sea la diferencia con que se haya impuesto). Estoy muy satisfecho del resultado final del trabajo de todos ellos: el libro recoge poemas de todos mis libros, desde Ángel mortal hasta Muerte y amapolas en Alexandra Avenue, que, por cierto, está a punto de aparecer en Vaso Roto: mis dos libros ingleses, pues, verán la luz casi al mismo tiempo, una feliz coincidencia, aunque se produzca cuando yo ya haya vuelto a España. Y lo hace en un volumen que exhibe la proverbial sobriedad y elegancia tipográfica inglesa. La ilustración de la cubierta, colorista y abstracta, reproduce Construcción pictorial, un óleo de 1920 de la soviética Liubov Popova, influida por Malévich y Giotto, y muerta de escarlatina a los 35 años. Mi satisfacción es aún mayor, si cabe, porque Selected Poems aparece en un país anglosajón, donde la atención a las literaturas traducidas, y, en particular, a la poesía española, es muy escasa. Cuando visitaba las librerías de Londres, y con la excepción de los autores aportados por Shearsman, en los anaqueles dedicados a la literatura española el poeta más actual que encontraba era García Lorca (o Antonio Machado). Conmigo también se incorpora al catálogo de Shearsman, y a los plúteos londinenses, Jordi Doce, con su antología Nothing Is Lost ("Nada se pierde"), traducida por Lawrence Schimel: una alegría adicional. 



La información de Shearsman sobre el libro se encuentra en el siguiente enlace: http://www.shearsman.com/ws-shop/product/6411-eduardo-moga---selected-poems.

A continuación, transcribo el poema XX de Las horas y los labios incluido en Selected Poems, con la traducción de Terence Dooley:

Ha venido la muerte: era una furgoneta o un gorrión. Un sudor blanco ha encendido la piel donde se resquebrajaban las horas, la barba constelada de silencio, los cuchillos con que inscribía mi desaparición en la corteza del sueño.

Le he chupado la lengua a la muerte: es áspera y morada. Mis papilas han tejido con sus papilas un cañamazo de sombras. He dejado en la mesa el lápiz, el cuerpo, lo que tuviese en los ojos, para abrazar con más fuerza su helado fulgor. Y he sentido miedo.

La muerte comparece siempre que paseo, que mastico, que copulo, que llamo por teléfono, que muero. La muerte tiene treinta y ocho años y las manos con que hago la cama, con que me lavo los dientes, con que doy cuerda al reloj, con que ordeno mis libros, con que escribo, en este instante, las palabras del poema. La muerte me respira cuando hurgo en las ingles tibias y anochecidas. La muerte habla el idioma de las células y los planetas. La muerte vacía los espejos e interrumpe los huesos. La muerte, como una flecha disparada contra un agua infinita, atraviesa el bosque de las cosas y se clava en la irrealidad de las cosas. La muerte bautiza a los hijos y devora sus nombres. La muerte se llama Eduardo.

Me acuesto. Oigo el oxígeno, que resuena como una chapa golpeada por las sombras. La respiración habla, como la piel, y ocupa el espacio en que me desvanezco. El corazón habla, también, y respira, flor encarcelada, con apenas esa pausa de silencio que sutura el redoble interminable, la sepultura interminable. Lo sé ahí, en la cripta de la carne, bajo la techumbre ósea, alimentando este extravío, el letargo que nos mueve, el gélido adentrarse en la noche del tiempo; me insta a seguir, pero me recuerda que me disipo. Y me asombra que exista, su luz inaccesible y mansa, su oscuridad febril, el ritmo que es sólo e insólitamente ritmo; y me asombra existir: este mecanismo triste, pero entregado, sin porqué, al mundo.

Nacen, de pronto, los muertos: en la mesa del restaurante, en el escarabajo que se esconde entre las raíces de un árbol, en el perro que defeca junto a una tapia casi vencida, en el cielo. Y me miran, como si quisieran conducirme al fuego exhausto en el que reposan. Me mira el padre, cubierto por la hiedra de la fragilidad, cuyos ojos son pelotas de dolor que arriban, descabaladas, a mis manos. Me miran quienes confiaron en mí y fueron traicionados, quienes me vieron plantar la semilla de la ira y me entregaron después el fruto de la ira, quienes consumieron su amor en mis hogueras. Me miran hombres y mujeres convertidos en pájaros negros que atraviesan un aire negro. Me miro yo, desde el barro de mí, arrasado de perecimiento, carne en lo que carece de carne, corazón azotado por la conciencia, consumido, por el miedo, hasta la desencarnadura. Mis ojos serán también un destello lúgubre cuando otros caminen por estas calles que me impregnan de polvo y obscenidad, o cuando se pregunten por qué arde el sol o por qué nos baña el tiempo o por qué olvidamos a quienes hemos amado. Mis ojos, talados, mirarán a los vivos y harán más exactos su náusea y su latido.

La muerte es el pájaro que se posa en la rama, la mano del niño sin el niño, las pupilas abrasadas por la nieve, el exilio del oro, el oro languideciendo en un turbión de labios y explanadas, lo incomprensible.

La muerte es una rosa triste en el centro de la sangre.


*****

Death came, like a delivery-van, like a sparrow. White sweat lit up my skin where hours shattered, my beard constellated with silence, and the knives I used to carve my epitaph into the bark of sleep.

I sucked death’s tongue: it’s rough and purple. My taste-buds wove with his taste-buds a canvas of shadows. I set down my pencil, my body and whatever was in my eyes, the better to embrace his icy glow. And I was afraid.

Death appears whenever I walk, chew, copulate, ring someone up, die. Death is thirty-eight years old, and his hands are my hands when I make my bed, brush my teeth, wind my watch, tidy my books, write this poem. Death inhales me when I caress your warm dark sex. Death speaks the language of cells and planets. Death empties mirrors and breaks into bones. Death, like an arrow shot at an endless ocean, slices through the forest of things and penetrates the unreality of things. Death christens children and devours their names. Death’s name is Eduardo.

I get into bed. I hear oxygen, tolling like sheet-metal struck by shadows. My breath speaks, so does my skin, and they fill the space I vanish into. My heart speaks too, and it breathes, a locked-up flower, barely pausing for the brief silences that suture the never-ending drum-roll, the interminable tomb. I feel it here in the crypt of flesh, under the bony roof, feeding this lostness, the lethargy shifting us, the frozen entrance into the night of time; it urges me on, but reminds me I’m wasting away. And its existence, its mild inaccessible light, its febrile dark amazes me, its rhythm which is only and strikingly rhythm; and that I exist amazes me: this sad mechanism, for no good reason, committed to the world.

Suddenly, the dead live: in a restaurant table, in a beetle hidden among tree-roots, in a dog crapping by a toppling wall, in the sky above. And they gaze at me as if they wanted me to follow them, into the quenched fire where they rest. My father stares at me, overgrown with the ivy of frailty, and his eyes are balls of pain; they plummet into my hands. Those who trusted me, whom I betrayed, those who saw me plant the seed of wrath, and handed me the fruit of wrath, those whose love was consumed in my flames, gaze at me. Men and women, become black birds flying through black air, gaze at me. I gaze at myself, from the clay of myself, smooth with extinction, fleshless flesh, heart besieged by conscience, consumed, by fear, flayed bare. My eyes will be dark lightning when others walk down these streets that marinate me in dust and obscenity, or when they wonder why the sun burns, why we slosh about in time, why we forget people we once loved. My severed eyes will gaze at the living and exacerbate their nausea and heartbeat.

Death is the bird alighting on the branch, the child’s hand minus the child, eyes scorched by snow, migrant gold, gold languishing in a whirlwind of esplanades and lips, death is unfathomable.

Death is a joyless rose in the epicentre of blood.

6 comentarios:

  1. Enhorabuena! La cubierta es preciosa y la traducción promete.

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  2. Gracias, José Luis. Yo creo que la traducción de Terence es excelente: está convencido de que en un poema traducido lo único que no se ha de notar es que está traducido, y eso me lleva a ser optimista sobre el resultado de su trabajo.

    Un abrazo.

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  3. Enhorabuena por el nacimiento de tu hijo inglés. Estás imparable. Me gusta que en las portadas de los libros se reproduzcan obras de arte y este cuadro, representante del Constructivismo ruso, es magnífico. Lo dicho: felicidades.

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  4. Congratulations, Eduardo! Me gusta muchísimo la cubierta. Además, la pintora busca ese poder significativo y emocional de los materiales (la línea, el color...) al margen de lo figurativo; también tú buscas con las palabras construir un sentido lejos del referente; que las palabras en la página (tus materiales) sean el referente.

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  5. Me voy a arruinar. Ya tengo pedido tu libro,y otros más que has dedicado tu tiempo aquí. Será un Sant Jordi, para mí, de lo más gratificante. Igual me quedo sin rosa,me falta mi padre, pero libros, te aseguro, no me van a faltar.

    Besos, Eduardo.

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  6. ¿Una antología?, ¿de poemas?, ¿y en inglés? Eso es como subir al Everest sin oxígeno y por la cara difícil, ¿no? Muchas enhorabuenas. (Y bonita portada, sí señor)

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