viernes, 29 de junio de 2018

Subir al origen

Antologar es muy saludable. Antologar establece relaciones insospechadas y, por lo tanto, descubre aspectos de la realidad ocultos hasta ese momento, traba nuevas redes de semejanzas y desemejanzas, clarifica lo oscuro (u oscurece lo claro, lo cual es también muy necesario: a menudo se ve mejor en penumbra), ilumina rincones apartados de lo que existe, nos ayuda a comprender y a comprendernos. Es, pues, un ejercicio de inteligencia. Quizá su función menos importante sea la de decantar el canon, aunque también resulta útil para que el único patrón no sea el del mercado, sino también el del gusto y la razón. Que la comunidad literaria y el estado de la cultura en una sociedad determinada alumbren antologías, abre conductos de ventilación y oxigena el ambiente: quiere decir que las sensibilidades están vivas, y que la voluntad de acotar el mundo en espacios inteligibles sigue moviendo a las personas, y que las sinapsis estéticas no han perecido bajo la costumbre, la tradición, la irrelevancia, la censura o el tedio. Que haya muchas antologías en un medio poético es como que haya muchas nutrias en un río: la prueba de que las aguas están limpias. (Y como las antologías, los libros raros, los proyectos insólitos, los lenguajes disparatados: todo cuando ensancha y ahonda, a un tiempo, el lugar de la palabra). Como un ejemplo de esta vis antologadora, acaba de aparecer en Trea Subir al origen. Antología comentada de poesía occidental no hispánica (1800-1941)del poeta, profesor y crítico literario asturiano José María Castrillón, una selección que reúne, a la vez, rigor y singularidad. El propósito central de su propuesta no es otro que ofrecer a los legos en poesía pero sin renunciar a que los versados en ella disfruten del compendio un recorrido por el espinazo de la lírica occidental, excluidos los autores españoles e hispanoamericanos, desde el Romanticismo hasta mediados del s. XX. Y para ello recurre a un neoclásico español, Gaspar Melchor de Jovellanos, que le da el título y el impulso ascensional que anima al libro: "El universo / es un código; estúdiale, sé sabio. / Entra primero en ti, contempla, indaga / la esencia de tu ser y alto destino. / Conócete a ti mismo, y de otros entes / sube al origen", escribe el ilustrado en uno de sus poemas epistolares. La antología se inicia con William Wordsworth, nacido en 1770, y acaba con Anna Ajmátova, nacida en 1889 (y muerta en 1965). Entre ambos, Novalis, Leopardi, Keats, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Whitman, Dickinson, Mallarmé, Rilke, Yeats, Cavafis, Apollinaire, Pessoa, Eliot, Perse, Stevens, Éluard, Montale y Benn. Predominio, pues, de los autores en lengua inglesa y francesa (7 cada una), seguidos por alemanes (3) e italianos (2); una rusa, un griego y un portugués completan la nómina. Como es inherente a toda antología, no habrá conocedor del género si es que la poesía es un género, y si es que tiene conocedores que no eche en falta algunos nombres y discrepe de otros, aunque no creo que haya muchos que consideren que alguno de los que figuran en Subir al origen no merezca formar parte de la selección. Distinto es el caso de los ausentes, de cuya multiplicidad el propio Castrillón se hace eco. El epílogo de la antología se titula "Otra antología" y es justamente eso: una segunda selección de autores fundamentales, nacidos antes de 1900 (aunque quizá ligeramente menos fundamentales que los de la primera), integrada por Hölderlin, Heine, Coleridge, Byron, Shelley, Blake, Nerval, Hopkins, Laforgue, Poe, Pound, William Carlos Williams, Mariane Moore, Frost, Crane, Valéry, Ungaretti, Trakl, Mayakovski, Breton, Tzara y Tsvetáieva, y que refuerza el peso anglo-francés de la antología. En este equipo B contamos once poetas en lengua inglesa, cinco en lengua francesa, tres en lengua alemana, dos rusos y un italiano. Esta duplicación de la nómina de antologados demuestra la voluntad abarcadora de Subir al origen: el libro no se limita a la enumeración más o menos escueta, más o menos justificada, de un canon personal o de unas preferencias personales; Castrillón afirma no haber querido nunca establecer un canon, aunque toda antología lo implique, sino que aspira a ofrecer una visión panorámica, multilateral, del objeto analizado. El prólogo constituye una ceñida crónica del devenir de la poesía desde los albores de la modernidad, es decir, desde la ruptura romántica, que vierte la conciencia individual y el germen de la irracionalidad en todos los resquicios de la literatura, hasta casi nuestros días. De cada uno de los poetas se incluye luego una presentación, que no es nunca un mero estudio teórico, y mucho menos un árido apunte biobibliográfico, sino propiamente una semblanza literaria, plena de ritmo y vigor expositivo, que no renuncia a contener la información necesaria sobre la obra y la concepción estética del autor; una selección de poemas traducidos al español, cada uno de los cuales va, a su vez, precedido por una pequeña introducción contextualizadora; y, por último, una aportación singular: un "homenaje en la poesía hispánica", constituido por un poema, o fragmento de poema, que refleja la influencia de ese poeta en las letras de España e Hispanoamérica. Esta última sección tiene un interés particular, porque revela que la poesía está permanentemente viva, que es arborescente y se enmaraña como las lianas, que se multiplica en resonancias y legados, sean cuales sean los idiomas y los lenguajes en que se exprese. Entre los autores españoles e hispanoamericanos cuyos poemas son eco o agasajo de los antologados, se cuentan algunos de los mejores poetas de nuestros días, y sus piezas permiten comprobar el tránsito, franco u oblicuo, recto o sinuoso, que ha seguido la voz tutelar hasta su plasmación actual. Jordi Doce, Antonio Colinas, Juan Carlos Mestre, Leopoldo María Panero, Juan Andrés García Román, Andrés Sánchez Robayna, José Ángel Valente o Javier Pérez Walias, entre otros, se revelan aptos herederos de los grandes de nuestra época. Hay que subrayar que Subir al origen no es una edición bilingüe: los poemas aparecen solo en castellano. Pero esta ausencia no es una amputación, sino un paréntesis práctico: Castrillón encabeza todas las composiciones con el primer verso en su lengua original, de forma que sea fácil encontrarlas con los buscadores de la Red. Además, ha abierto una página web, subiralorigen.es, en la que se encuentran todos los poemas originales del libro, amén de enlaces de interés, como la única grabación que se conserva de Walt Whitman, leyendo el poema "América", de Hojas de hierba. La tecnología digital, pues, aparece aliada con el producto de papel, ampliando y prolongado su contenido, como debería ser siempre. El volumen se completa con una bibliografía básica, tanto de los autores de la primera como de la segunda antología, aunque, en el caso de estos, se limita a un título fundamental. Mi contribución a Subir al origen ha sido triple, gracias a la generosidad de su antólogo: la traducción de "El barco ebrio", de Rimbaud, que publiqué en la Obra poética completa del francés en DVD en 2007; cuatro poemas y un fragmento de un quinto del "Canto de mí mismo", de Walt Whitman, que vio la luz en mi edición de Hojas de hierba en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores en 2014; y el poema XIV de Bajo la piel, los días, publicado por Calambur en 2010, como homenaje a Saint-John Perse, uno de mis incontestables maestros. Subir al origen es, en definitiva, una iniciativa poderosa y excepcional, que aúna la voluntad divulgativa y hasta didáctica con la riqueza de la especulación teórica y la atención a la poesía reciente, depositaria de las voces, las inquietudes y las fabulaciones de estos 22 maestros contemporáneos.

Transcribo la sección "Los otros" del prólogo de Subir al origen, de José María Castrillón:


Los poetas expresan de manera bien diferente las relaciones con sus semejantes. Su actitud fluctúa entre la desconfianza más absoluta y el llamamiento a formar una comunidad fraternal.
    Whitman es, sin lugar a dudas, el poeta más abierto, el poeta que nos invita al amor universal, el poeta que llama "camaradas" a sus semejantes y les invita al solidario hermanamiento que, décadas más tarde, César Vallejo retomará en sus Poemas humanos (1939). Baudelaire, y más tarde Verlaine y Rimbaud, se mueven entre el más rotundo desprecio a la hipocresía burguesa y la mirada compasiva, de algún modo fraterna, hacia los desheredados, aunque no deje de percibir en ellos todo tipo de miserias morales.
    Sin embargo, impera la desconfianza hacia los grupos humanos: Emily Dickinson se enclaustra en su habitación huyendo definitivamente de los intercambios sociales; Eliot expresa el caos social y la vulgaridad de su tiempo; Montale encara el destino humano desde la desorientación individual; Gottfried Benn no abandonará su ceñuda y aristocrática desconfianza hacia el ser humano. Naturalmente, se dejarán resquicios para el amor, a veces secreto por distinto (Cavafis), pero la confianza en el otro y en la comunidad humana tan solo penetrará decididamente en la poesía contemporánea al final del ciclo que hemos acotado, y ello de la mano de las aspiraciones políticas del comunismo y, simultáneamente, como reacción de solidaridad ante sus atroces excesos. Porque si bien Mayakovski o Paul Éluard cantan al hermanamiento en la revolución, Anna Ajmátova pondrá la voz solidaria con los sufrientes, con los exiliados, con los deportados, con los ejecutados por el régimen estalinista. Aunque toda poética es una política, será tras la Segunda Guerra Mundial cuando se agudicen los tonos reivindicativos y sociales en buena parte de la poesía occidental.
    Por supuesto, el recelo hacia los otros vendrá mediatizado no ya por la desconfianza en los individuos, sino por el rechazo de las estructuras y comportamientos sociales en los que parecen vivir cómodamente. Es en este sentido en el que cobran valor los polos temáticos de la ciudad y del viaje.
    Baudelaire plasma de manera reconocible el latido de la ciudad (en este caso, París) con sus calles donde confluyen la pestilencia de los albañales y los perfumes exquisitos de la sociedad elegante. Rilke entrevé al hombre nuevo de las ciudades: "Dan vueltas, degradados por el esfuerzo / de servir sin coraje a cosas sin sentido". De ese horror y de esa belleza beben poetas españoles: Juan Ramón Jiménez en Diario de un poeta recién casado (1917) y Federico García Lorca con Poeta en Nueva York (compuesto entre los años 29 y 30). La ciudad irá mudando su carácter conflictivo, y en un poeta posterior como W. H. Auden (1907-1973) la ciudad se asume como hábitat natural sin abrir contradicciones en el espíritu del poeta.
    La idealización del viaje busca aliviar la sensación de ahogo. De nuevo Baudelaire se convierte en referente. Sus invitaciones al viaje, tal vez más literarias que íntimas, preludian no solo una búsqueda del exotismo en otras culturas, sino la angustia de unos seres que comienzan a acusar el impacto de la masa como fuerza ciega y, en demasiadas ocasiones, domesticada por los códigos conservadores de la burguesía. Sin conocerlas, Rimbaud y más tarde, con plena conciencia, Saint-John Perse llevaron hasta sus últimas circunstancias biográficas las invitaciones de Whitman a lanzarse al camino como un rencuentro con las formas más inocentes (y salvajes) de la existencia. Cavafis, en fin, elevó el viaje en su memorable "Ítaca" a la más hermosa metáfora de lo que habrían de ser nuestras vidas. Más allá de este siglo y medio que nos concierne, los poetas norteamericanos de la generación beat retomarían el impulso y harían del viaje su compromiso ético y literario más recordado.
    Al final del viaje están los otros, no únicamente los que no son yo, también los que no son nosotros. Tiempo de grandes viajeros, sus relatos traen a la sociedad occidental muestras de una literatura distinta. Ezra Pound adapta a sus convicciones vanguardistas los textos de Li Po (Cathay, 1915); y muy pocos años después el poeta mexicano José Juan Tablada condensa en el breve haiku japonés la aspiración de la poesía moderna a la imagen y la sorpresa.

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