sábado, 17 de diciembre de 2022

Voy a salir volando por la ventana, de Harold Norse

La joven y emprendedora editorial sevillana Hojas de Hierba, capitaneada por el diligente Antonio López Cañestro, un hombre al que basta oír hablar unos segundos para que te contagie una pasión desatada, pero también muy racional, por la poesía, acaba de publicar Voy a salir volando por la ventana. Antología poética, del estadounidense Harold Norse, preparada por el especialista Todd Swindell, y con prólogo y traducción míos. Es, a mi juicio, una gran novedad editorial: Norse, un poeta excelente, vinculado —aunque no perteneciente— a la legendaria generación beat, que tanto contribuyó a renovar la literatura contemporánea occidental, no había sido vertido todavía al español, salvo unos pocos poemas en alguna antología y un par de revistas digitales. Norse, además de un gran escritor, era un hombre con unas altas capacidades sociales: conoció a prácticamente todos los autores destacados de su tiempo en lengua inglesa (con muchos de los cuales mantuvo relaciones de amistad o sentimentales), y, expatriado quince años en Europa y África, a muchos en otros idiomas, como Pavese o Pasolini. Su vida fue una lucha constante contra la pobreza y la marginación social (y literaria), que él y muchos millones de personas sufrían, en la América puritana en la que creció, por su condición de homosexuales. Voy a salir volando por la ventana ofrece una amplia visión de su obra, que participa siempre del impulso experimental, pero que persigue una poesía hospitalaria y llena de verdad humana.

Transcribo, a continuación, algunos fragmentos del prólogo de la edición y su poema acaso más conocido, "No soy un hombre".

Harold Norse no se llamaba Norse. Se llamaba Rosen. Su apellido es un anagrama. Lo adoptó para matizar, si no rebatir, sus orígenes, pobres, casi miserables, en la Nueva York populosa y desordenada donde había nacido en 1916. Era hijo de una inmigrante lituana, judía, y de padre desconocido, aunque el poeta sospechaba, por una foto que conservaba su madre, que se trataba de un soldado americano, de origen alemán, que había combatido en la Primera Guerra Mundial. La infancia y la adolescencia de Norse estuvieron plagadas de dificultades: a las económicas —que llevaron a su familia a peregrinar de trabajo en trabajo y de piso en piso, muchos de ellos railroad flats: apartamentos cuyas habitaciones se disponían como vagones de tren, tan estrechos que para salir de ellos había que cruzar todos los demás— se sumaron el desventurado matrimonio de la madre con otro hombre, hosco y maltratador; el descubrimiento de la propia homosexualidad, que supuso el choque con una sociedad todavía encastillada en el puritanismo cerril, valga la redundancia, de los padres fundadores; y el estallido social que representó la crisis del 29 y la subsiguiente Gran Depresión, con el corolario sangriento de la Segunda Guerra Mundial. 

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A Norse suele asociársele con la generación beat, aunque sería más adecuado decir que estuvo en su órbita, pero no en su constitución ni en el núcleo de su actividad. Norse ya había publicado poemas, relatos y reseñas en revistas literarias norteamericanas y un primer libro, The Undersea Mountain, y, tras las experiencias comunes en Europa, seguiría un camino propio, con inquietudes y propósitos particulares. También tenía ya una idea clara, en 1959, de sus objetivos estéticos y de la forma de alcanzarlos. No obstante, coincidía con los beat en un inconformismo radical, en las prácticas sexuales libres, en la exploración de otras espiritualidades —sobre todo, orientales— y, literariamente, en el rechazo de la poesía académica y los esquemas métricos tradicionales, y, en su lugar, la defensa de un lenguaje coloquial, propio de la conversación, y una escritura espontánea, que se nutriera de imágenes cotidianas, nada de lo cual excluía el interés por la experimentación y la busca de nuevas formas de expresión. Los beat constituyen un ejemplo paradigmático de escuela innovadora que surge cuando la literatura en su lengua se ha esclerotizado, esto es, cuando se han solidificado las técnicas y convenciones que regulan lo que los canonizadores consideran aceptable en el arte, o el arte mismo. Norse participaba de esa rebeldía beat y, de hecho, llevaba practicándola, aunque no hubiese formado parte del grupo, desde que había empezado a escribir.

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La poesía de Harold Norse es cosmopolita y urbana. La naturaleza tiene poca presencia en ella, salvo como trasfondo que enmarca o subraya la relación humana, erótico-sentimental, aunque Norse fuera siempre muy consciente de la rapacidad del capitalismo y la importancia de preservar el planeta, y, en sus últimas décadas, abrazase decididamente la causa del ecologismo. Su estilo rehúye siempre el envaramiento erudito, la retórica acartonada u ornamental y la bonitura de la expresión, como malició Cernuda, y se mantiene fiel a una dicción fluida y natural, aunque la naturalidad en poesía sea un concepto resbaladizo, como la sinceridad. Esta coherencia expresiva no se opone a la flexibilidad de las formas ni a la amplitud de los experimentos. Como decía Ferlinghetti —que publicó en City Lights Books su Hotel Nirvana (1974)—, Norse tenía una voz original porque hacía de ventrílocuo de muchos otros poetas: podía sonar como T. S. Eliot en un poema y como William Burroughs en otro. Norse escribe piezas concisas, con pocos o ningún adjetivo, prosaicas, figurativas —bukowskianas—, pero también composiciones atravesadas por el delirio, con particiones abruptas de versos, sin signos de puntuación, pródigas en imágenes perturbadoras, a veces visionarias; composiciones en las que percibimos un rapto difícil de refrenar, un profundo desgarro emocional: «El interior de un poema es rojo», tituló Norse uno de sus poemas. En su obra, encontramos poemas contemplativos y poemas de acción, poemas enumerativos y poemas-relato, poemas sórdidos y poemas extáticos, fabulaciones históricas y exámenes interiores, baños turcos para hombres y a Santa Teresa de Ávila, el mundo moderno y el mundo clásico. Las dualidades —o, mejor, las pluralidades— conviven sin dificultad en la poesía de Harold Norse, aunque todas bajo el paraguas de un lenguaje exacto y sensual, muy vivo, muy consciente de su capacidad para zarandear los estratos más íntimos de la conciencia y despertar las emociones más arrebatadoras. Casi todos los poemas de Norse, aun los más meditativos, se disponen como escenas. Son, en este sentido, creaciones casi cinematográficas: visuales, coloristas, dinámicas. Todas se dirigen contra el espíritu gregario y alientan la rebelión individual (y colectiva), la afirmación de lo que cada cual sea y de lo que cada cual ame o rechace, aunque se despierte a veces por la noche «ahogado en el yo» y no haya forma de salir de ese yo sino muriendo, como escribe en «Cinco voces»: la convención es, para Norse, otra forma de la sumisión. Enarbolar el yo y sufrir el peso del yo es otra de sus paradojas, que se diluyen en su poesía, o que la fecundan. 

El motor más potente de la obra de Norse es el homoerotismo: la afirmación de la propia condición sexual y la multitud de experiencias amorosas a que esa cualidad le conduce. Un impulso carnal omnipresente y devorador recorre toda la poesía de Harold Norse, con el que materializa su deseo de comunión con un mundo que no le es propicio, con una realidad espinosa y fatalmente adversa. La poesía confesional, en buena medida autobiográfica, de Norse revela tanto sus aventuras nocturnas —que transcurren en los barrios canallas, con enjambres de buscones, de las ciudades en las que vivió, desde Nueva York a Tánger— como sus idilios en tres continentes con mozos de la calle o artistas en ciernes, con las que satisface el deseo y conjura la soledad, así como las relaciones que sostuvo con escritores consolidados, como W. H. Auden. Pero el erotismo de Norse también se plasma en algunas piezas insólitas, como «Husmeando por el ojo de la cerradura», el relato enloquecido, en prosa —quizá suscitado por un estado de excitación lisérgica—, de un encuentro sexual en París entre un negro muy bien dotado y una princesa rusa, y en las escenas cotidianas que nos presenta su poesía. Aparece, pues, en la descripción de alguien que lee una revista en un salón o de un adolescente que compra bolsas de patatas fritas en un supermercado, en las insinuaciones que los mayores les hacen a los chicos de la YMCA, en la tensión sexual que se genera entre un cliente y el encargado de la gasolinera en la que está repostando. También se revela en la minucia del verso: en la selección de los instantes que el poeta desgaja de la realidad para recrearlos en la página y en la selección léxica que configura los poemas: así, los gatos se aparean, los cañones eyaculan, las bengalas ascienden como gónadas astrales, un Príapo de Pompeya tiene dos falos y a un mendigo marroquí de catorce años, que duerme en la calle, le asoman unos prometedores genitales por un roto del pantalón. El homoerotismo también transpira en las traducciones de Catulo que Norse incorpora a su obra como poesía propia, y entre las que figura las del célebre poema XVI: «Os follaré y os chuparé el culo y la polla, / bujarrón Aurelio y marica Furio…», y en la atención que dedica a Federico García Lorca, que aparece en varios de sus poemas, aunque su interés por la figura del granadino no provenga solo de su trágico final —al que contribuyó su condición de homosexual, como recuerda Norse en «Nos hemos cargado a su amigo el poeta»—, sino también de las características de su poesía, musical, orgánica, plena, una de cuyas piezas, la «Oda a Walt Whitman», constituye, además, un himno a la liberación gay. (Norse también considera la poesía de Lorca intuitiva, plena de duende, pero, al hacerlo, parece desconocer las profundas raíces del autor de Poeta en Nueva York en el modernismo y las vanguardias) 

(...)

"No soy un hombre"

No soy un hombre, no sé ganarme la vida, comprar cosas nuevas para la familia. Tengo acné y una picha pequeña.

No soy un hombre. No me gustan el fútbol, el boxeo ni los coches. Me gusta expresar los sentimientos. Incluso me gusta echar el brazo por el hombro de mis amigos.

No soy un hombre. No pienso representar el papel que me han asignado, el papel creado por Madison Avenue, Playboy, Hollywood y Oliver Cromwell. La televisión no dicta mi comportamiento.

No soy un hombre. Una vez disparé a una ardilla y me juré que  no volvería a matar. Dejé de comer carne. La visión de la sangre me da náuseas. Me gustan las flores.

No soy un hombre. Fui a la cárcel por resistirme a que me reclutaran. No peleo cuando los hombres de verdad me pegan y me llaman maricón. Me disgusta la violencia.

No soy un hombre. Nunca he violado a una mujer. No odio a los negros. No me emociono cuando ondea la bandera. No creo que deba amar a los Estados Unidos o marcharme. Creo que debo reírme de ello.

No soy un hombre. Nunca he tenido gonorrea.

No soy un hombre. Playboy no es mi revista favorita.

No soy un hombre. Lloro cuando soy infeliz.

No soy un hombre. No me siento superior a las mujeres.

No soy un hombre. No llevo suspensorio.

No soy un hombre. Escribo poesía.

No soy un hombre. Medito sobre la paz y el amor.

No soy un hombre. No quiero destruirte.

                                                                   San Francisco, circa 1972




https://www.hojasdehierba.es/producto/voy-a-salir-volando-por-la-ventana-harold-norse/:

Colección de Poesía Outsiders

Traducción y prólogo de Eduardo Moga
Edición de Todd Swindell
Prefacio de Neeli Cherkovski

(120 x 180 mm)
Edición en rústica

Precio: 18 euros


2 comentarios:

  1. Enhorabuena por la publicación que ya me comentaste y felices fiestas. Un abrazo.

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    1. Gracias por tu comentario, como siempre, Diego. Norse vale realmente la pena. Y felices fiestas también para ti.

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