sábado, 11 de marzo de 2023

De la izquierda al neofascismo

La deriva ideológica de muchos intelectuales españoles —y de todas partes, en realidad— siempre me ha llamado la atención. Personas que destacaron, en su juventud, por un pensamiento (y una práctica) de izquierdas se convierten, cuando alcanzan la edad madura o, más frecuentemente, la edad senecta, en conservadores acérrimos e incluso en pugnaces adalides de la reacción. El ejemplo más visible de esta tenebrosa evolución es Fernando Savater, que ha mudado del pensamiento libertario —expuesto con admirable contundencia en títulos tan elocuentes como La filosofía como anhelo de la revolución o Para la anarquía y otros enfrentamientos— a militar en UPyD, aquel engendro de la exsocialista Rosa Díez, y a pedir después el voto para la cognitivamente limitada y dudosamente ácrata Isabel Díaz Ayuso (a la que teledirige el faccioso Miguel Ángel Rodríguez) en las páginas de El País (un medio socialdemócrata que admite como colaboradores a reaccionarios sobrevenidos como el propio Savater o, quién nos lo iba a decir, el mismísimo Juan Luis Cebrián, director muchos años del periódico). Savater, que, a pesar de su mudanza, ha conservado siempre un fondo de racionalidad, tuvo la objetividad de reconocerla y la gentileza de anunciarla. En La tarea del héroe, escribe: «He sido un revolucionario sin ira; espero ser un conservador sin vileza». Y cuando alguien le ha reprochado su tránsito (intelectual e intestinal) a la derecha, él ha respondido así: "Si la realidad cambia, mis ideas también. ¿Las suyas no?". O algo parecido. Que haya obrado en dicha defección con vileza o no es asunto debatible. Pero su reciente propensión a secundar las posiciones más radicales y sectarias de la derecha patria lo acerca, no sé si a la vileza, pero sí al energumenismo. Hay otros casos insignes de derechización política y existencial. El de Federico Jiménez Losantos —este sí, instalado desde hace décadas en la iracundia más enloquecida y, cabe decir, en un neofascismo perentorio: era VOX antes de VOX— sobresale también por la virulencia de su mutación: de la maoísta Organización Comunista de España (Bandera Roja) al nacionalismo mussoliniano (español, por supuesto) y el insulto permanente de cuanto esté más allá de la facción más conservadora del PP. Más ejemplos. Pío Moa, hoy sedicente historiador, fue uno de los fundadores de la organización terrorista marxista-leninista GRAPO y participó en varias de sus acciones, como el atraco a un banco en el que un policía fue asesinado por otro de los asaltantes, y el secuestro del teniente general Emilio Villaescusa. Luego, el poco pío Pío dio un giro copernicano y se convirtió en hagiógrafo de Franco y corifeo de su dictadura, y ahora anda investigando la Reconquista, el momento seminal del nacimiento de ese gran país, de ese país inigualable —y que tantos grandes hijos, como él mismo, ha dado— que es España. Jon Juaristi, pésimo poeta (también escribe versos Jiménez Losantos, aunque los suyos, por increíble que parezca, no son malos), se inició también en la política militando en organizaciones terroristas, en su caso, ETA. Luego, según se iba de(sen)cantando de unos y otros, ha pasado por ETA-VI Asamblea, una escisión obrerista de la organización; la trotskista Liga Comunista Revolucionaria, con la que ETA-VI Asamblea se fusionó; el Partido Comunista de Euskadi (PCE-EPK); Euzkadiko Ezkerra, con el que se fusionó el PCE-EPK; el Partido Socialista Obrero Español; y, desde 2006, es miembro del Patronato de Honor de la Fundación DANAES, cuyo objetivo, el faro que guía su impagable labor, es "la defensa de la Nación Española", una organización simbiótica con VOX. Albert Boadella, ese caricato hiperventilado que se ganó la fama con La Torna, una brutal sátira del Ejército, que le valió un consejo de guerra en 1977, entre otras comedias críticas con Franco y su dictadura sanguinaria, renunció a su constante oposición al poder, de la que tanto blasonaba, cuando aceptó ser director artístico de los Teatros del Canal entre 2009 y 2016, es decir, cuando se hizo paniaguado de Esperanza Aguirre, madre putativa de Isabel Díaz Ayuso y su casticismo pijo-facha (a cuyo lado se deja ver con una sonrisa dentífrica y muy sentidos vivas a España). Ramón Tamames, pese a sus 89 años, es el más actual de estos intelectuales (o no) tránsfugas de la izquierda. Militante muchos años del Partido Comunista de España, de cuyo Comité Ejecutivo fue miembro, y partícipe luego en la fundación de Izquierda Unida, en 1989 dio un salto mortal hasta el Centro Democrático y Social, el agónico invento de Adolfo Suárez para sobrevivirse, y poco después abandonó la política. Hoy, ataviado con fulares chillones e inverosímiles camisas (a las que también es aficionado Fernando Savater: debe de ser un rasgo común a los desertores de la izquierda), resurge de la mano de VOX para encabezar la charlotada de la moción de censura que este partido ha presentado contra el gobierno socialista. Hay muchos más ejemplos: Félix de Azúa, que ha dicho que votará a Ciudadanos hasta la muerte, incluso aunque el partido haya desaparecido (de hecho, el partido ya ha desaparecido); Fernando Sánchez Dragó, el autor del magnífico Gárgoris y Habidis, hoy feliz adlátere de Santiago Abascal; o Hermann Tertsch, militante del Partido Comunista de Euskadi en su juventud y colaborador muchos años de El País, y en la actualidad diputado colmilludo de VOX en el Parlamento Europeo (aunque, en este caso, de casta le viene al galgo el ser rabilargo: Tertsch es hijo de un nazi austríaco).
    Mucho menos frecuente es el viaje contrario: de la derecha recalcitrante a la izquierda más pétrea. Yo solo conozco un caso: el de Jorge Verstrynge (otro hijo de nazis, por cierto: su padre fue seguidor del hitleriano belga Leon Degrelle), que de joven estuvo vinculado a grupos neonazis y los Guerrilleros de Cristo Rey, luego se afilió a Alianza Popular, de la que fue diputado varios años y secretario general entre 1979 y 1986, y por fin, tras un breve paso por el Centro Democrático y Social, saltó cada vez más a la izquierda: PSOE, PCE, Izquierda Unida y, hoy, Podemos. Hay otro ejemplo, este de carácter histórico: el de Dionisio Ridruejo, excelente poeta, pero también fascista y falangista redomado, divisionista azul por convicción y jefe de la propaganda franquista durante la Guerra Civil, que rompe con el Régimen poco después de su triunfo y progresa, en un tránsito muy prolongado pero inequívoco, hasta la socialdemocracia. A título personal, conozco otro caso de mudanza político-vital del conservadurismo al progresismo: un buen amigo mío, cántabro y asimismo poeta, hijo de una influyente familia altoburguesa de Santander, licenciado en Derecho, militante del Partido Popular y católico, que, joven todavía, abandona la derecha con armas y bagajes y transforma su vida: sale del armario, se da de baja del PP y de alta en el PSOE, se quita de la Iglesia y abandona el Derecho, para hacerse músico y bibliotecario, además de poeta.
    La evolución ideológica no es un delito ni un pecado. Todos tenemos derecho a cambiar de opinión. Es más, hacerlo puede ser necesario si, en efecto, las circunstancias han dado un vuelco total o uno mismo pasa a experimentar la vida de una forma distinta a como lo ha hecho hasta cierto momento, y eso requiere una adecuación del pensamiento a los nuevos valores que lo animan. Sin embargo, lo que sorprende de los casos de izquierdistas vueltos derechistas antes mencionados (y de Jorge Verstrynge) es su radicalidad: el hecho de que ese cambio se haya producido de un extremo del arco político, caracterizado por su ferocidad reivindicativa y su pensamiento totalitario, al otro, caracterizado por una ferocidad reivindicativa aún mayor y un pensamiento no ya totalitario, sino abiertamente fascista. Parece como si el problema no estuviera en el contenido de las ideas que defienden, sino en la propia mente de quien las defiende; como si esa mente necesitara un molde absoluto, un sostén inflexible, la negación absoluta de la incertidumbre que esa ideología supone. Es llamativo también que, habiéndose dado cuenta de lo equivocado y arbitrario que era el totalitarismo que suscribían, practiquen ahora otro con idéntica o aún mayor ferocidad; que aquella antigua radicalidad no los haya vacunado contra la nueva; que se hayan olvidado de la ceguera con la que vivieron su primera experiencia (cuando estaban convencidos de estar en posesión de la verdad y dispuestos a enfrentarse hasta físicamente con quien no la compartiera) y vuelvan a mostrarse ciegos en la última; que no sospechen que la certeza abrasadora con la que abrazan ahora sus verdades diestras es tan falsa como la que sintieron cuando, jóvenes, felices e indocumentados, abrazaron las verdades siniestras. Todos se comportan con una violencia corregida y aumentada: haberse caído del caballo, como San Pablo, no los disuade de montar otro caballo aún más desenfrenado ni los persuade de que, a lo mejor, la causa de semejante desenfreno —y de la caída— no son los caballos, sino ellos mismos: su propio cerebro, ávido de seguridades, de rotundidades, de infalibilidades, que los eximan de razonar y, aún más importante, de dudar; que los eximan del miedo.

4 comentarios:

  1. Suscribo, Eduardo. Un abrazo fuerte.

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  2. Suscribo, por supuesto y añado:
    Así vamos. Vergüenza ajena.
    Un abrazo lleno de cariño y esperanza.

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  3. El Sr Tamames se atribuye en solitario el Plan de Reestructuración Económica, Alberto Ullastres, Mariano Navarro Rubio y Joan Dexeus eran unos monigotes que pasaban por allí. Un saludo.

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  4. Eduardo, los que tenemos memoria histórica, y somos de tu misma generación, esto lo vemos con estupefacción. En algunos de los casos mencionados, si no en todos, uno se asombra del "cambio radical de chaqueta", y tu puntualización sobre la "radicalización" me parece muy acertada. Comparto plenamente tu opinión. Un saludo.

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