jueves, 18 de mayo de 2023

En la Florida (y 4): Villa Vizcaya

Villa Vizcaya es una de las grandes atracciones de Miami, que compite sin complejos con otras, más populares, como Miami Beach o Coconut Grove. Es una villa en estilo neorrenacentista italiano, construida entre 1914 y 1916 por el multimillonario James Deering, que, con una salud precaria, necesitaba un clima cálido para seguir disfrutando de sus millones. Estados Unidos está lleno de lujosas mansiones, edificadas por empresarios a los que les salía el dinero por las orejas y que, a falta de una tradición propia, reproducían los estilos arquitectónicos europeos, la mayoría en la llamada «Edad de Oro», entre el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX, cuando el país pasó de ser un mundo nuevo en construcción –es decir, en expansión: frente a indios, mexicanos y antiguos imperios en decadencia, como España– a primera potencia planetaria, cuajada de oro, energía y desigualdades.

Villa Vizcaya es un lugar fastuoso, cuya opulencia solo se ve discutida, aunque muy gravemente discutida, por la naturaleza en la que está enclavada. Porque la Florida, y en especial el sur de la Florida, no es el mejor sitio para albergar monumentos históricos: su clima, subtropical, es decir, húmedo y lujuriante (quién me iba a decir que la lujuria, en cualquiera de sus formas, sería nociva), los amenaza fatalmente. Villa Vizcaya está construida con piedra coralina y piedra caliza, esta última sensible a todo: a los vientos, al agua, al salitre. Y de vientos, agua y salitre Florida está sobrada, también en sus manifestaciones más destructivas: temporales y huracanes. El deterioro de sus formas y relieves –de las estatuas de dioses y otros personajes mitológicos que jalonan los jardines: Leda y el cisne, Ganímedes y el águila, Moisés; de los alares, ángulos y gárgolas de sus muros y tejados, por los que campan las iguanas; de los dinteles de las puertas, a menudo ricamente labrados–, comidos por la erosión del aire y del mar, es dolorosamente perceptible, pese a lo mucho que invierte el gobierno del estado en su conservación. El rompeolas de la Villa, una imponente carabela de piedra, es un buen ejemplo de la disolución de la obra en el caldo de la naturaleza: sus perfiles, desdibujados, la asemejan a una masa informe y gris, devorada inexorablemente por una atmósfera y un mar corrosivos (pronto será una calabera). La carabela es uno de los símbolos de Villa Vizcaya; el otro es el caballito de mar. Deering prefería el barco; el decorador de la Villa, Paul Chaflin (un artista que vivia en una casa flotante, El perro azul, cerca de allí), el hipocampo. Como no se ponían de acuerdo, decidieron adoptar los dos, aunque Deering se llevó el gato al agua, y nunca mejor dicho, con el rompeolas. El dictum de Horacio que acompaña al reloj de sol de la fachada posterior de la casa, frente a la carabela, dona praesentis cape laetus horae ac linque severa, ‘acepta el regalo del placer cuando se presente y deja lo serio a un lado’, insta a disfrutar de la belleza que ofrece la Villa y a despreocuparse de su destino, pero la preocupación está más que justificada, porque si el hombre no interviniera en estos muros, la naturaleza acabaría con ella –la deglutiría como una ameba– en un abrir y cerrar de ojos. Villa Vizcaya no solo está comprometida por su débil constitución y la humedad ambiental, sino también cercada por los manglares, que conforman inextricables dédalos vegetales, y cuya presión contiene la piedra a duras penas. Pero el hombre no es solo víctima aquí; también es culpable. Esos mismos manglares que ahogan a la Villa aparecen sembrados de plásticos y desechos, que provienen de los barcos que navegan por la bahía y acaban entre sus ramas, empujados por las corrientes.

Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, que vivieron exiliados en la cercana Coral Gables entre 1939 y 1942, visitaron varias veces Villa Vizcaya, pero no como turistas, que es como lo hace hoy el común de los mortales, sino como invitados de la familia Deering, que los tenía por amigos. Aquellos eran buenos tiempos para los poetas, pese a las desdichas que sufrieran (y los Jiménez-Camprubí sufrieron muchas): por serlo, eran acogidos por los privilegiados y poderosos, que aún veían en la poesía una fuerza espiritual digna de integrarse en la vida mundana. Juan Ramón conoce Villa Vizcaya y la funde en el recuerdo —el recuerdo de España que lo persigue en el exilio— con otra noble mansión, Maricel, en Sitges, empinada sobre otro mar: el Mediterráneo, semejante en luz y color al contemplado en la Florida. El mar, una presencia constante en su obra desde su infancia en Moguer, y que constituye asimismo un personaje esencial en su primer libro americano, Diario de un poeta recién casado, ese mar ahora doble, bífido, único, español y floridano, es cantado al principio del fragmento tercero de Espacio: «¡Qué estraño es todo esto, mar, Miami! No, no fue allí en Sitjes, Catalonia, Spain, en donde se me apareció mi mar tercero, fue aquí ya; era este mar, este mar mismo, mismo y verde, verdemismo; no fue el Mediterráneo azulazulazul, fue el verde, el gris, el negro. Atlántico de aquella Atlántida. Sitjes fue, donde vivo ahora, Maricel, esta casa de Deering, española, de Miami, esta villa Vizcaya aquí de Deering, española aquí en Miami, aquí, de aquella Barcelona. Mar, y ¡qué estraño es todo esto! No era España, era La Florida de España, Coral Gables…» (Tiempo y Espacio, edición de Arturo del Villar, Madrid, EDAF, 1986).

Uno de los muchos jardines que rodean la propiedad es el Jardín Secreto. Rodeado de robles bicentenarios, de los que cuelgan espesas matas de musgo español, y de banianos, cuyas ramas se entrelazan caóticamente, este delicioso rincón fue concebido para albergar orquídeas. Pero las orquídeas, tan delicadas, no resistieron el apabullante clima subtropical y perecieron. Hoy han sido sustituidas por una amplia colección de suculentas, que lucen pimpantes y voluminosas. Las suculentas, ya se sabe, aguantan lo que les echen.

[Este artículo se publicó en La Sombra del Ciprés, suplemento cultural de El Norte de Castilla, el 28 de abril de 2023]

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