lunes, 19 de junio de 2023

Algunas palabras que me tocan las narices (o el uso que hacemos de ellas)

Histórico. Hoy cualquier cosa lo es. El lateral derecho del Villamoriscos Club de Fútbol marca tres goles en el partido contra el Somosaguas Balompié, en la disputada competición de Tercera Regional, y los periodistas decretan en la gaceta local que el acontecimiento ha sido histórico, esto es, que va a quedar registrado en los anales de la historia como un hecho trascendente y significativo. Un contertulio (no tertuliano, que era un Padre de la Iglesia) de uno de esos programas entre rosas y amarillos que inundan las cadenas de televisión privadas revela que la hija de un torero se ha hecho vegana, y todos los freaks del programa dictaminan que se trata de algo histórico (aunque no quede claro por qué, ni falta que hace). Coinciden en sus mandatos un presidente liberal de los Estados Unidos y otro socialdemócrata de un pequeño país europeo, de escasísima relevancia internacional (tanto el presidente como el país), y los portavoces de este (el otro ni se ha enterado) resuelven que nos encontramos ante una conjunción histórica, más aún, ante un alineamiento planetario que ha de dejar su impronta en la evolución del universo. Antes se reservaba el adjetivo para acontecimientos como, no sé, la toma del Palacio de Invierno, el fin de una guerra mundial o la liquidación del apartheid en Sudáfrica. Hoy se aplica a la victoria de un club de petanca sobre otro. 

Paradigma. Algo parecido le pasa a esta palabra, en particular —y casi exclusivamente— cuando sigue a la locución “cambio de”. Si Miley Cyrus deja de ser Hanna Montana y se convierte en Miley Cyrus, es que ha habido un cambio de paradigma. Igual si las encuestas descubren que los españoles han pasado a preferir las tortillas de patata con cebolla a las tortillas de patata sin cebolla. O si surgen en España varios partidos laterales y pequeños que ponen en cuestión la dominancia bipartidista, al calor del hartazgo y la indignación de la sociedad: el paradigma ha cambiado. Pero nada de esto es un cambio de paradigma. Un cambio de paradigma es, por ejemplo, el paso del pensamiento mágico al pensamiento científico: de la cosmología ptolemaica a la copernicana (eso sí que fue un giro copernicano); de la física newtoniana a la relativista de Einstein; o de la teoría del flogisto a la de Lavoisier. Y la transición del esclavismo a las relaciones de producción capitalistas (aunque algunas de ellas sigan suponiendo un modo de esclavitud). Los periodistas, sobre todo los menos letrados, se entusiasman con palabras que no entienden bien, o que no entienden nada, pero que constituyen una novedad en el rutinario flujo del lenguaje, y las adoptan, felices por el descubrimiento que han hecho, para definir situaciones cotidianas con las que no se corresponden. Así, en realidad, las ridiculizan y se ridiculizan ellos, aunque cada vez haya menos gente capaz de percibir ese ridículo: todos estamos sumidos en la niebla del lenguaje segregado por la época, fruto putativo, a su vez, del pensamiento —por llamarle algo— de nuestro tiempo, plagado de tópicos, automatismos y sumisiones.

Desde. Esta modesta preposición, que hasta hace poco había cumplido con discreción y honradez su papel, señalando el origen de las acciones que se desarrollaban en el tiempo o el espacio, se ha visto impulsada, en tiempos recientes, a un protagonismo para la que no había sido concebida, en detrimento de otra preposición, la aún más modesta con. En la actualidad, todo lo que se hace, se hace desde algún sitio (es decir, desde algún valor o característica convertidos en lugares), cuando antes se hacía con ese valor o esa característica. Así, alguien actúa desde la humildad, en lugar de con humildad; o desde el respeto, en lugar de con respeto; o desde la paciencia, en lugar de con paciencia (o pacientemente). Hacerlo así tiene, para el hablante especializado —léase periodista o sedicente intelectual—, una indudable ventaja: desde es más largo que con, y esa mayor extensión se acrecienta aún más con el artículo el o la: siete letras en lugar de tres. Queda mucho mejor, dónde va a parar. Las palabras, cuanto más largas, más prestigiosas, más persuasivas. Aunque no vengan a cuento. Aunque vayan contra la economía del lenguaje. Aunque arrumben soluciones ya existentes y más atinadas. 

Escuchar. Un noble verbo que se ha vuelto tiránico, es decir, al que nosotros, los hablantes, hemos convertido en tirano. Porque se está comiendo, o se ha comido ya, al igualmente noble, y mucho más breve, oír. Ya nada se oye: todo se escucha. Aunque no requiera de la atención de la persona, de su voluntad de captar el sonido, que es lo que caracteriza a escuchar. Así, se escucha un disparo, un trueno, el despertador; se escucha el frenazo de un autobús, o los petardos en San Juan (que pronto van a empezar a crucificarnos), o las campanadas de la iglesia; y se le reprocha a un orador que no se oigan sus palabras (“¡Más alto! ¡Que no se escucha!”). Oír está en trance de desaparecer, devorado por una palabra que cuenta con la indudable superioridad de tener nada menos que una sílaba ¡y cinco letras más! El pobre oír no tiene nada que hacer. Los polisílabos son una plaga promovida —o sembrada— por la necesidad de que el lenguaje transmita la idea de que el emisor del mensaje tiene un mayor conocimiento de lo hablado que el receptor; una necesidad especialmente acuciante en todos aquellos oficios que se caracterizan por su saber técnico, empezando por el periodismo. Y ahora temo que esta plaga de langostas se extienda a otros binomios que hasta ahora han enriquecido el lenguaje, introduciendo una sutileza: el factor de la voluntad —o su ausencia— en la percepción. Como la dupla mirar y ver, en la que ver parte con desventaja: dos letras menos son muchas letras menos. De hecho, el otro día ya vi en los subtítulos de una canción en inglés (toda ella pésimamente subtitulada) que la expresión we look upon (‘miramos’) se traducía por ‘vemos’. La cacería de ver ha empezado.

Cita previa. Me repito, ya lo sé, pero es que este previa adherido a cita me sulfura, aunque no me va a quedar más remedio que tranquilizarme, porque, tras una pandemia devastadora que ha generalizado la expresión, no tiene visos de desaparecer. Me temo que, a partir de ahora, las citas siempre van a calificarse de previas. Aunque ahí está el quid de la cuestión: si es cita, es previa, porque se establece necesariamente antes del hecho que se piensa realizar. La previedad del acto es consustancial a este. Llamar previa a una cita es como llamar acuática al agua o letal a la muerte. Ah, qué tiempos aquellos en que, cuando ibas al notario o al dentista, la secretaria que te recibía, te preguntaba: “¿Tiene Ud. cita?”, y uno respondía triunfalmente “sí” antes de pasar a la sala de espera, sin echar en falta —ni la secretaria ni uno— ese adjetivo superfluo, innecesario y redundante, aunque, claro, también conformador de una expresión más compleja —y, por lo tanto, aparentemente más prestigiosa— que la simple cita: dos palabras en lugar de una, qué barbaridad. Parece como si una cita fuera más cita si es previa. Pero no, no lo es. Como una democracia no es más democracia por ser orgánica o socialista, ni un retraso, más retraso por ser posterior.

Esperar por. He empezado a ver esta aberración hace algunos meses. Ver que se comienza a utilizar un engendro en los medios de comunicación es muy mala señal: quiere decir que los periodistas lo han hecho suyo ya —superando las frágiles barreras de los libros de estilo y las normas de la RAE— y que pronto se oirá en la calle. Esperar por es un anglicismo: un calco de wait for, que se traduce, simplemente, por ‘esperar’. El verbo en inglés requiere de una preposición, pero en español no. Aunque uno puede esperar por alguien, cuando espera en lugar de alguien, por ejemplo, ocupando su lugar en una cola. No es es el caso cuando esperamos el autobús, o que nos toque la lotería, o a un amigo. Añadir por (ay, las preposiciones, cuántas barrabasadas cometemos con ellas, tan frágiles, tan indefensas) es, una vez más, alargar innecesariamente la expresión, enrevesarla, sumar algo que en realidad resta. En el inglés tienen una gran importancia los phrasal verbs, los verbos con partículas, una forma léxica dual que, precisamente, suele darnos a los hispanohablantes muchos problemas. No tenemos por qué importarlos a nuestro idioma, que no los necesita, ni están en su ADN. Pero, claro, para muchos utilizar dos palabras cuando puede emplearse solo una es casi una obligación.

Inaudito. (RAE: 1. adj. Nunca oído. 2. adj. Sorprendente por insólito, escandaloso o vituperable). Hace cinco días, en las Cortes de Castilla y León, el diputado popular José María Sánchez Martín reprochó a Francisco Igea, de Ciudadanos (el único miembro verdaderamente valioso de Ciudadanos en toda su historia), que hubiera tildado una iniciativa parlamentaria del PP y VOX de “inaudita”, porque pretendía regular algo que ya estaba regulado desde 2013, una razón que parece suficiente para calificarla de inaudita. Pero lo que la hacía reprochable para Sánchez Martín era que se tratase de un insulto, como lo había sido que Igea los hubiera llamado “fascistas” una semana antes en otro rifirrafe parlamentario (otro término, aplicado a VOX, perfectamente adecuado, a mi juicio). Sánchez Martín se ha ganado el derecho a figurar en la antología del vocabulario alternativo en España, de la que ya forman parte, por méritos propios, Juanito, aquel inolvidable jugador del Madrid, que, preguntado si prefería tirar los córneres desde la derecha o la izquierda, contestó que le era inverosímil, o aquella mujer que, cuando el juez quiso saber si había recibido una puñalada en la reyerta, respondió que en la reyerta no, sino entre el ombligo y la reyerta.

3 comentarios:

  1. Querido Eduardo, me sorprende que hayas silenciado algunos palabros capitales (por merecedores de pena capital, digo): empoderar, mandado, icónico, inclusivo, circular (empleado como verbo transitivo), comprensivo (cuando lo cuelan por "integral"), etc.

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    1. Todo llegará, querido anónimo, todo llegará. La lista de palabros infames es numerosísima: están los que tú indicas, en efecto, pero también muchos más, como ordenar (por pedir), aplicar (por solicitar), resiliencia y un largo etcétera. Pero ni las entradas pueden ser kilométricas ni yo tengo fuerzas para que lo sean. En el futuro quizá cuelgue continuaciones de este post.

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  2. Puedes añadir el "sufragar" que empleó ayer Yolanda Díaz como si quisiera decir "responsabilizarse de". Ay, Yolanada...

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