domingo, 13 de julio de 2025

Jade helado tigre blanco

La editorial catalana Libros de Aldarán, capitaneada por su fundador, el poeta y pintor Christian T. Arjona, acaba de publicar el poemario Jade helado tigre blanco, de la escritora gallega Ana María González (Bochum, Alemania, 1975). La poeta vive en Pekín (lo siento: no me acostumbro a llamarla Beijing) desde hace muchos años, y allí profesa en varias universidades: la de Estudios Internacionales y la de Comunicación de China. Con Jade helado tigre blanco culmina un poderoso ejercicio erótico y lírico, y revela un texto fértilmente atravesado por múltiples tradiciones literarias, entre las que destaca, como es natural, la china. Este es el prólogo que he escrito para el volumen:

Jade helado tigre blanco, explosión del deseo: narración del deseo. Del deseo femenino y también del deseo existencial: del deseo angustioso de vivir, que se nos escapa a cada segundo, y que intentamos atrapar —retener— aferrándonos a la carne que amamos o queremos amar, a la pasión por el cuerpo y la palabra, a la eclosión del semen y la saliva, que abrazamos como náufragos arrojados a un islote deshabitado. Jade helado tigre blanco, arrebato sensual, anhelante, solar, donde el yo se viste de desnudez; donde busca y recibe el derramamiento del tú, que lo consuela y engrandece; donde el cuerpo cobra una dimensión íntima y monstruosa a la vez: llena y llaga, pacifica e incendia; donde el amor supura piel y dice nombres que nos crean. Jade helado tigre blanco, garcilasiano aquí, lorquiano allá, quevediano más allá, irónico y superreal, anfitrión de la busca y la entrega: de cuanto alcanzamos hundiéndonos en la carne deseada y abriéndonos sin tregua a que la carne deseada se hunda en nosotros. Jade helado tigre blanco, en el que hasta la gramática se erotiza —«ojos que los sinalefen/ que les metan mano/ y les desabrochen los sujetos/ los empotren los predicados…»— y los tachones no ocultan, sino que desvelan el doble discurso presente en el amor: uno explícito, ideal, y otro silenciado, compuesto de aullidos y labios y llanto y olor y secretos e indecencia. Jade helado tigre blanco, cuya furia amorosa empuja al verbo al frenesí, y allí procrea y se multiplica: el neologismo —la lengua «se deslengua/ (…) cuando a tu lengua entregada se ameba»— inventa lo que no puede decirse, dice lo indecible del tacto, declina el rapto, conjuga el orgasmo; la aliteración —«torbellinos torniquetes tornados torpedos»— tatúa en la piel del lenguaje los sonidos suscitados en la piel del cuerpo: la música que despierta la lengua que recorre los surcos ansiados, como una aguja blanda en una superficie labrada; la paronomasia —«famélica inánime anémona/ ánima»— refiere la gozosa confusión de la lengua, perdida en los pliegues del cuerpo, en sus rincones salobres, en los dedos de los pies y las axilas hospitalarias; la omisión de los signos de puntuación, elocuentemente visible en el título, transcribe la omisión de las jerarquías y los códigos que experimentan los cuerpos empastados, los cuerpos fluyentes, los cuerpos que no conocen pausas ni ordenaciones ni telegrafías; las repeticiones, en fin, bombean el mismo latido de los dos cuerpos unidos, o de un solo cuerpo deseoso. Jade helado tigre blanco desviste las metáforas como se desvisten los amantes, empotra las metáforas como se empotran los seres, proyecta las metáforas como proyectan sus humores los enamorados: en Jade helado tigre blanco, todo es otro decir para decir lo que tenemos entre las manos o entre las piernas; todo cambia para que todo sea lo que es. Jade helado tigre blanco abarca también la ausencia y la indiferencia —la refutación del deseo— y nos asoma el baldío de la nada, donde los cuerpos granan en desesperación. (My dear/ I miss the joy of your flesh, dice Jade helado tigre blanco). Pero esta es una desesperación distinta: no la signa la exaltación ni la cincela la impaciencia, sino que proviene de la raíz de lo humano: la soledad. Jade helado tigre blanco —símbolos en la cultura china de las sexualidades masculina y femenina— oblitera la soledad con el bramido persistente del deseo, con el «vientre abierto en carne viva/ esdrújulo tórrido y frenético vértigo». Ana M. González ha construido en Jade helado tigre blanco una erupción y un refugio, una obra impura y sanguínea, un lugar felizmente violento donde descansar de la violencia de una vida sin alegría.

Y este es el poema “Amantes” del libro:

amantes los que aman
los que desnudan y besan
los que convierten en tatamis las camas
la impúdica plusvalía de caricias
en un sudario que es resurrección y muerte
y vuelta a empezar
porque no hay sepulcro ni lacre que extinga
las llamas que la ventolera aviva
desnudez hecha pantagruélica barra libre
que ni así sacia la insaciable sed de las manos
de los miembros famélicos el hambre dolorida
el agónico vacío cósmico que los muslos cabalgan

amantes los que ponen erecta el alma
en el paroxismo apátrida
de ese empotre despiadado que nos funde en uno
borra difumina condena a karma
sofá cama pared pasillo
pasillo pared cama sofá

amantes los que como polillas
devoran calendarios y rutinas
prenden incienso agasajan con lascivia
    I missed you so much
el kamasutra la ley que abrazan
    honey so hot
rompen no contemplan lencería desgarran
    my dear so high
    my dear so sweet
    go on baby go

gracias por el funambulismo
en alambres incandescentes
sobre riadas de lava y vahídos
sábanas perfumadas de almizcle
licores añejos a tragos
paroxismos que de impostados
cobraron realidad
tantas veces y así olvidar
a quien mucho se le ama
pero poco se le folla

gracias por enseñar a mi piel
cuántas primaveras
en sus escalofríos caben
por las clandestinas adormideras para el alma
por el deseo profesado
por el deseo ejecutado
por las mentiras        por las verdades

muerdo la almohada y siento el rugir de los océanos
me aparto el pelo
me muerdo los dedos
no sé si finjo o apostato
hibernado el corazón sobrevivo
encarnada encendida en el filo
estado líquido forense de mi carne
    qué me haces no pares
auroras boreales diviso

no recuerdo vuestros nombres pero extasiados
entre mis pechos
rugiendo por el aire que falta
me hacéis inmortal
    olvido y vivo

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