En Ediciones la Discreta, uno de esos sellos literarios independientes que obran con tanta prudencia como finura, dirigida por el poeta y profesor Santiago López Navia, acaba de ver la luz Cartografía del fuego, un conjunto de tres poemarios —El fuego y la frontera, El vuelco de las batallas y Cualidades de la madera— del poeta barcelonés Miquel-Lluís Muntané, un acreditado autor, de larga trayectoria, en lengua catalana, con la excelente traducción de Antonio García Lorente y Silvia Rins. Estos tres títulos dan una visión sintética pero panorámica de la obra de Muntané, uno de los pocos poetas catalanes actuales que ha cultivado —con la traducción de sus libros al castellano, su presencia en el mundo cultural español y su amistad tanto con los escritores catalanes que escriben en castellano como con el resto de escritores españoles— el nexo entre la literatura hecha en Cataluña y la que se hace en el resto del Estado, un nexo que mantuvieron vivo grandes autores del siglo XX, como Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Joan Maragall y Salvador Espriu, así como la escuela de Barcelona al completo, con Gil de Biedma y Carlos Barral a la cabeza, pero que, en estos últimos y atribulados tiempos, las convulsiones políticas han resquebrajado, si no destruido.
Este es el segundo poema de Cualidades de la madera:
PIEDRA, PAPEL, TIJERA
Los tres poemarios reunidos en Cartografía del fuego reflejan una evolución que puede identificarse tanto con una parábola como con una recta. Espigados de una obra extensa y poliédrica, en la que Miquel-Lluís Muntané ha cultivado casi todos los géneros posibles, y escritos en décadas diferentes (1997, 2009 y 2016), cada uno plasma un asedio distinto a la palabra, una mirada discrepante, pero no enemiga, de su mirada anterior, un matiz esencial. El primero, El fuego y la frontera ―que es el quinto de su producción, iniciada con L’esperança del jonc (‘La esperanza del junco’), en 1980―, cuyo título recuerda al cántico de Juan de Yepes («Buscando mis amores, / yré por esos montes y riberas; / […] y passaré los fuertes y fronteras»), despliega una poesía esmerada, preciosista, de léxico suntuoso, efervescencia cromática y trepidación sensual, en la que las figuraciones oníricas se abrazan a los ecos novecentistas y el virtuosismo técnico no empaña, sino que corrobora, el significado que vehicula.
En El fuego y la frontera, el poeta atiende a los hechos de la cotidianidad, que son, a menudo, minucias, pero que él transustancia en realidad imperiosa ―en epopeya humilde― por medio de la alquimia musical: pormenores elevados a motetes. Miquel-Lluís Muntané recurre con frecuencia a la escansión para cimentar la eufonía de sus versos y, de la mano de sus diligentes traductores, no descuida aquellos mecanismos retóricos que ensanchan la sonoridad de lo escrito, como la aliteración, con la que gusta de subrayar las metálicas sibilancias de algunos fonemas fricativos: «Cuanto más huye de él, / más le azuza Luzbel»; «contornos que surcar / ―con cenefa azulada / y una pátina de paz delicada». (...). Miquel-Lluís Muntané es siempre un poeta musical, y lo es, en particular, en El fuego y la frontera. No solo habla de «compases binarios», «madrigales», «cantos» o «cantatas», sino que transforma la propia voz en madrigal o cantata: explora recurrencias melódicas, se deja acariciar por la azarosa deriva de las consonancias –y nos acaricia a nosotros con ellas– y siembra una fluidez arrulladora y arrolladora en poemas que, por otra parte, son a veces lluviosos y hasta ásperos. No hay contradicción en ello, sino simbiosis. A esta musicalidad radical contribuye también la querencia del poeta por los finales contundentes, que dibujan una suerte de fortissimo con el que cesa, y a la vez culmina, el discurrir lírico. Estas codas o remates acendran lo sugerido o murmurado y, aunque no son moralejas, participan de un cierto propósito moral.
Porque El fuego y la frontera no oculta una dimensión ética. El poema «Carta de navegar», por ejemplo, es un decálogo moral, de inspiración horaciana. Cada verso enuncia un deber, y todos esos deberes concluyen en el amor, un asunto capital en la poesía de Miquel-Lluís Muntané. (...) Es muy significativo, también, que este poema se titule «Carta de navegar», que el poemario al que pertenece incluya la palabra «frontera» en su título, y que el libro que los abarca a ambos cartografíe el fuego. (...) Todos aluden a la planimetría, a los accidentes o irregularidades encerrados en un papel, a la geografía amansada por latitudes y longitudes, a los paisajes recorridos o pendientes de recorrer. Y todos metaforizan la vida como un lugar por el que peregrinar, en una versión contemporánea del homo viator barroco, y que medir, para no extraviarnos o para recobrar el aliento y la esperanza después de habernos extraviado. Los poemas de Miquel-Lluís Muntané son breves mapas existenciales: rutas inscritas en su conciencia que despliega ante nuestros ojos como los capitanes de barco desplegaban antes los legajos que revelaban los escollos en los que se podía naufragar o desentrañaban las traicioneras corrientes marinas. (...) Uno de los sostenes de su confianza en el valor y el significado de lo vivido son sus convicciones religiosas: el poeta se define como «cristiano y de izquierdas», aunque su fe nunca se coagule en tesis, nunca, por fortuna, oscurezca doctrinalmente los poemas. (...)
El vuelco de las batallas, publicado doce años después de El fuego y la frontera, se adentra por las trochas del figurativismo, sin abandonar todavía los parajes, a la vez corpóreos e inmateriales, de su estilo pulimentado. O quizá sería mejor decir que sale de las delicadas espesuras de ese lenguaje anterior para caminar por unas llanuras indóciles, en las que se alternan roquedales y sembradíos. En El vuelco de las batallas prevalecen los recuerdos (...). El poeta evoca escenas antiguas en el pueblo y en el campo, pero también en las ciudades –en Muntané conviven el locus amoenus de la naturaleza y el tráfago de la urbe–, impregnadas de una pureza infantil ―«el paso evanescente de un espectro fugaz: / la infancia remota»― y una recia añoranza. Sus relatos –porque sus poemas también son narraciones– siguen refiriéndose, en su mayoría, a hechos cercanos, a recodos menudos de la existencia, en los que se vuelca una actitud trascendente, o de los que se extrae un aprendizaje moral: hay que soportar el disgusto y el escepticismo que suscitan los fracasos y las injurias de los días para acceder al paraíso de la ilusión, o del amor que no declina, o del humor que diluye lo amargo. (...) No obstante, y pese al amparo que ofrece el amor, la tristeza y la melancolía parecen ganar la batalla en este libro. El tiempo no deja de fluir, y ese fluir llena las riberas de cadáveres. La desembocadura de todo es la muerte, que comparece en varios poemas. (...) Pero el poeta se guarda un as en la manga: el distanciamiento irónico, un donaire elegante, muy británico ―«leve, casi piadoso», dice Eduard Sanahuja en el prólogo de la edición original―, que pretende rebajar las aristas de la muerte. (...)
En Cualidades de la madera, se completa el arco que describe la poesía de Miquel-Luís Muntané, cuya clave de bóveda ―así se titula uno de los poemas de El fuego y la frontera― es una evolución esencializadora del lenguaje. Este tercer libro de Cartografía del fuego enfrenta los poemas a una desnudez doliente. Los sucesos de la realidad y las aflicciones de la intimidad se enroscan en sí mismos y se despojan de toda galanura, para devenir ensueños tangibles, artefactos fibrosos y susurrantes. Desde cierta perspectiva, los poemas de Cualidades de la madera se acercan a lo que, en la poesía española de los últimos cuarenta años, se ha llamado «la poesía de la experiencia», por su inmersión en lo cotidiano, su afán de transparencia y su empeño transitivo. La poesía de Miquel-Lluís Muntané trasciende, sin embargo, los resbaladizos —y a veces viscosos— límites de esta aurea mediocritas para internarse en una incisiva exploración de lo sencillo y abismal. No hay mutación en los asuntos; si acaso, ahondamiento. (...) El pesimismo que ha pespunteado Cartografía del fuego desde el principio, ese reverso oscuro de una moneda cuyo anverso es la esperanza, fermenta ahora en misantropía (...). La dimensión existencial de Cualidades de la madera es ancha y poderosa, aunque los poemas sean concisos y, en apariencia, livianos. Ha crecido desde la semilla inicial de El fuego y la frontera, donde la encubría el trasiego verbal, los relumbres de la música. El paso del tiempo es ahora un paso marcial, que no deja huellas sino depresiones en el camino, y la nostalgia se recrudece hasta morder (...). [Pero] el amor sigue siendo nuestra última causa, el objetivo final de nuestro ser. Y, en efecto, en «Nieve en la luna», el poeta, pese a todas las negruras con las que ha de convivir, o precisamente por ellas, quiere, sutilmente ardiente, «recorrer con los labios / [los] puntos cardinales» de la amada; o en «Pendiente de derribo» sabe, recordando las tardes pasadas en las salas de cine, que «la lágrima clandestina, / el pulso acelerado y el temblor / de poner una mano blanca entre las tuyas, / celebrando la penumbra, / se volverán ceniza junto a ti». (...) Por fin (...) llegamos al último poema del libro, «Principio de acuerdo», en el que se cifra, tras tanto padecimiento o tanto esfuerzo por sobrellevarlo sin perder la sonrisa, el núcleo significativo de esta poesía mesurada pero inquisitiva. El poeta alcanza aquí un compromiso con la vida y consigo mismo: luego de sentir las «lenguas de fuego [que] transitan / por el vientre de la tierra», desaprender «el sutil resplandor de las palabras» y malgastar la vida «en timbas de vacío», algo sucede —un gesto, un recuerdo, un placer, una sorpresa— que nos descubre la grandeza de respirar, que nos une a la naturaleza y a nuestro propio yo; y es entonces, en uno de los finales, sobre rotundos, más conmovedores del libro —el último dístico de Cartografía del fuego—, cuando «podemos sentarnos en el pórtico de los días / ungidos de una paz que no prescribe». Así, Miquel-Lluís Muntané subvierte las premisas, pero suscribe el sentido de lo que dijo Robert Browning y después recordó Borges: «Cuando nos sentimos más seguros, ocurre algo, una puesta de sol, el final de un coro de Eurípides, y otra vez estamos perdidos».
No hay comentarios:
Publicar un comentario