Asisto a la segunda edición de Centrifugados, el encuentro literario que se celebra estos días en Plasencia. Lo hago en razón del cargo, acompañando a la Secretaria General de Cultural, Miriam García Cabezas, que interviene en la inauguración junto al alcalde de Plasencia y al organizador del encuentro, José María Cumbreño. Se me hace extraño acudir como representante oficial a un acontecimiento como este. Hasta ahora siempre lo había hecho como poeta, crítico, antólogo o traductor, o, a lo sumo, como portavoz de la fenecida DVD Ediciones, que era lo más cerca que había estado nunca de una representación, digamos, oficial, aunque se tratase de una entidad privada. En todos los demás casos, yo solo me representaba a mí mismo. Mi papel administrativo, no obstante, no resulta gravoso. De hecho, se limita al establecimiento del contacto y las salutaciones correspondientes con los representantes de asociaciones o instituciones con los que la Editora Regional de Extremadura debe mantener relación. Por ejemplo, Juan Ramón Santos, recientemente nombrado presidente de la Asociación de Escritores Extremeños. Por lo demás, el encuentro obedece, en general, a las pautas de los acontecimientos de esta naturaleza. Se celebra en el atrio del Centro Cultural Las Claras, un espacio noble de dos pisos, en cuyos perímetros se disponen los puestos de las editoriales invitadas, y en el Hotel-Palacio Carvajal Girón, y ofrece lecturas de poesía, mesas redondas, actuaciones musicales y talleres sobre el libro. La feria de editoriales independientes es amplia y reúne a un buen número de las mejores pequeñas editoriales del país. La reunión de tantos editores me depara las primeras sorpresas agradables, como ver a Luis Felipe Comendador, poeta y editor al que conozco desde hace veinte años, pero al que no veía desde hacía veinte años, que ha montado un puesto con los libros de LF Ediciones, pero también de Solidaridad Pequeñita, una organización de ayuda al tercer mundo que se financia con los ingresos de esta feria (y que son solo la voluntad: lo que los compradores quieran depositar en una breve cesta por los libros que se lleven). Luis Felipe, además de un buen poeta, es una buena persona, más aún, es un ángel sin alas, capaz de sacrificar su propio condumio por la poesía y por el prójimo. Me regala varios libros, con una sonrisa indefensa, y yo dejo un billete en el cesto. Entre los editores saludo también a Olga y Paco, los responsables de Candaya, una ya veterana y muy activa editorial en la que, hace ya una década, publiqué mi segunda recopilación de reseñas y artículos literarios, Lecturas nómadas, dos ejemplares de la cual lucen en la mesa que han dispuesto en Las Claras. No sé si alegrarme o entristecerme: celebro estar representado como autor, pero que lo esté quiere decir que la edición no se ha agotado (lo que, por otra parte, no es extraño: publicar crítica literaria es ya rarísimo en este país; que encima se venda es milagroso). Me entretengo también un buen rato en el puesto de El Gallo de Oro, la editorial vasca que gobierna, con mano certera, Juan Manuel Uría, que se ha acercado a saludarme. Y no solo me saluda, sino que me regala un impresionante poemario, en dos volúmenes, recién salido de la imprenta, La locura del cielo, de Carlos Aurtenetxe. Es un poemario exento y original, en cuya redacción Aurtenetxe —me cuenta Juan Manuel— ha dedicado, como en trance, dos años de su vida. Lo cojo con reverencia y algún temor, pero muy interesado. El libro cuenta con una frontispicio de Antonio Gamoneda, cuyos más recientes prólogos no son textos de presentación convencionales, sino composiciones híbridas, o incluso solo poemas, que revelan su relación por fortuna siempre inquieta, o incómoda, con la literatura. El solo hecho de que Antonio haya contribuido a esta obra magna es una garantía de calidad. Por último, reparo en el puesto de Ediciones La Palma, con la que nunca he tenido otra relación que la de simple lector, pero que me sorprende con una fantástica oferta: libros de una vieja colección de los años 90, en la que se cuentan autores como José Ángel Valente, Andrés Sánchez Robayna, Octavio Paz o Juan Antonio Masoliver Ródenas, a cinco euros. Me llevo, asombrado y feliz, un Paz y un Masoliver Ródenas. Además de recorrer los puestos de las editoriales —cuyas tentaciones son siempre mayores que el presupuesto y la capacidad de carga—, asisto a la mesa redonda de la tarde, "Tienes más cuento que Calleja", moderado por Olga Ayuso, y en la que participa, entre otros autores, Mercedes Cebrián, una amiga con la que he coincidido en Inglaterra y hasta participado en un acto literario en la Universidad de Leeds. Uno de los autores intervinientes sostiene opiniones de las que discrepo radicalmente, por ejemplo, que la literatura nocillera es "lúdica y recreativa": no lo es, pero, aunque lo fuera, no tendría nada de malo: la literatura es también un juego, y un juego muy serio, como han sabido Simmias de Rodas y Ramón Gómez de la Serna, Jorge Luis Borges y Georges Perec, Augusto Monterroso y Eduardo Scala; o que la primera persona en la narración es una impostura: tampoco lo es: en literatura, cualquier diegesis es un artificio, pero la primera, justamente, está mucho más cerca de la verdad, porque toda literatura es yo, más aún, porque no hay, en la literatura y en la vida, sino yo, aunque sea el yo de un escritor que habla de otros o que habla como otro. Sin embargo, no me animo a intervenir, porque no quiero significarme polémicamente desde el principio. Nadie más lo hace tampoco. En la jornada del sábado, asisto a otra mesa redonda, la protagonizada por dos viejos amigos, aunque ambos sean más jóvenes que yo: Pablo García Casado y Vicente Luis Mora, que debaten sobre los dieciocho últimos años de la poesía española, moderados por un joven autor, Urbano Pérez Sánchez. Pablo y Vicente exponen sus puntos de vista con empatía e inteligencia, como es habitual en ellos. No obstante, su intervención se centra en los aspectos sociológicos de la poesía española reciente y orilla las consideraciones estéticas. No está mal que lo hagan así —la sociología da mucha información práctica, y la gente está siempre muy interesada por asuntos como dónde publicar y cómo acceder al canon—, pero la ponencia me deja algo ganoso. En el turno de preguntas, sí les pido que sinteticen su visión de la poesía de hoy, y aprovecho para reinvindicar la poesía de riesgo, en la que ellos, por cierto, siempre han militado: una poesía inquisitiva y audaz, incluso, felizmente, temeraria. En su respuesta, que es, en efecto, un ejemplo de síntesis, Vicente dice apreciar, por lo que puedan ofrecer de interés, todas las propuestas poéticas, salvo una: la representada por autores como Marwan e Irene X, carente, en su opinión, de todo valor literario, pero feliz y acríticamente aceptada por la multitudinaria juvenilia digital. Luego, en la comida que haremos juntos, Vicente nos contará que, tras su intervención, se le ha presentado la editora de Irene X, también invitada a la feria, y deseosa de mostrarle las últimas producciones de su pupila. Así deben actuar tanto un buen crítico como un buen editor: el primero, diciendo —educada y razonadamente— lo que piensa; el segundo, insistiendo en el valor y la vigencia de la literatura por la que ha optado. Después de la charla de Pablo y Vicente, me quedo a la lectura de Víctor M. Díez, un excelente poeta leonés al que antologué, hace quince años ya, en Poesía Pasión. Doce jóvenes poetas españoles. Aunque no es solo una lectura, sino también un espectáculo, hecho de músicas, silencios y ruidos. Víctor puntea los versos con los ritmos de antiguos instrumentos populares, o con el silbido de una tubería de goma que hace girar por encima de la cabeza, o con sus propias imitaciones de sonidos. Cuando alguien pide silencio a los que charlan en el piso superior, Víctor dice que es igual, que no importa: el ruido, aclara, también es música. Y entiendo muy bien su posición: yo también prefería el silencio cuando empecé a leer poemas en público; luego entendí que, si la poesía no es capaz de sobrevivir al ruido, y hasta de integrarse en él, es que no es poesía. Aprovecho para visitar La Puerta de Tannhäuser, la gran librería de la ciudad, por la que siempre es un placer pasear, aunque no pueda saludar a sus dueños, Álvaro y Cristina, hoy ausentes. Allí compro Cien centavos, una recopilación de cuentos de César Martín Ortiz, recientemente publicado por Baile del Sol, también presente en Centrifugados. Descubrí a este extraordinario narrador, muerto prematuramente, gracias a un libro de la Editora Regional de Extremadura: Nuestro pequeño mundo, aparecido en 2000, y hoy renuevo mi interés por una figura tan sugerente como desatendida. Centrifugados, en fin, me permite saludar a otros buenos amigos, como Javier Pérez Walias, Álvaro Valverde y Elías Moro, que me regala un ejemplar de su último libro, de aforismos, Morerías, y otro, supernumerario, de La ciudad automática, el conjunto de artículos que el gran Julio Camba —del que estuvimos hablando ambos hace poco con admiración— publicó sobre Nueva York. La feria de las vanidades y el mercado de influencias que son también estos encuentros no dejan de funcionar, y uno advierte los movimientos estratégicos que muchos hacen para conocer, o saludar, o codearse con quienes les interesan (y para evitar a quienes detestan), pero descubro, con regocijo, que mi posición oficial me aísla psicológicamente de eso: yo ya no estoy aquí para intrigar, ni para medrar, ni para buscar el calor humano que compense la frialdad de las actuaciones, sino para trabajar con objetividad por algo ajeno a mí. Qué gran hallazgo y qué alivio.
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ResponderEliminarLuis Arturo Guichard Gracias por decir que lo que escribo no es poesía, Eduardo Moga: muy seguro debes estar de ti mismo para decir eso de la obra de otro. Arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Promised.
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Tu comentario, Luis Arturo Guichard, es el de un camorrista o el de un analfabeto. ¿Dónde digo, en esta entrada (o en cualquier otro sitio) que lo que escribes no es poesía? Aunque a lo mejor crees que he dicho de ti lo que no he dicho porque no te menciono en la entrada, en cuyo caso ya no solo serías un camorrista y un analfabeto, sino también un engreído; o quizá alguien te ha instigado a creerlo, con lo que sumarías a tus anteriores condiciones la de calzonazos. Siempre me ha sorprendido que haya gente como tú, que busca enemigos donde no los hay, y que hasta se atreve a amenazarlos, como haces tú al final de tu comentario. Es muy significativo que utilices una frase hecha y una palabra en otro idioma para formular tu amenaza: eso me demuestra qué original eres escribiendo y cuánto conoces y valoras el idioma en el que escribes. Ya empiezo a tener pistas sobre la calidad de tu poesía.
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