sábado, 22 de abril de 2023

Surco

Antonio López Cañestro, sevillano, es un editor insólito: no se queja. La quejumbre es un rasgo definitorio de los editores, pero él no la practica; al contrario, siempre derrocha entusiasmo. Hablar con él, siquiera cinco minutos, es volver a creer en la poesía y en el género humano. También es raro por su origen: antes de ser editor, era un profesional del deporte, que no mantenía otra relación con la literatura que el hábito secreto de la lectura (y la escritura). Hace un par de años, Antonio cambió de vida: abandonó sus anteriores ocupaciones —“rompió el currículum”, como él mismo dice— y volvió a empezar, esta vez en el proceloso piélago de la poesía. Creó para ello una editorial, Hojas de Hierba, y una revista, Big Sur Series. Revista de Arte Underground, que se proponía convertir en una referencia de la heterodoxia literaria y la multiculturalidad en España, y que, con solo tres números, los que había planeado publicar, ha alcanzado su objetivo. No contento con ello, se lanza ahora a publicar otra revista, esta solo de poesía, titulada Surco. Cuadernos de Poesía, cuyo número inaugural acaba de ver la luz. Es reconfortante, al menos para los que nos hemos criado en una cultura libresca, que, en estos tiempos de omnipresencia —y omnipotencia— digital, alguien promueva todavía las revistas literarias duras, dedicadas a algo tan marginal socialmente como la poesía, y lo haga, además, en papel. Antonio no solo las promueve, sino que cree en ellas, y se entrega en cuerpo y alma al proyecto. Oírlo hablar de lo que Surco va a ser —o de lo que él quiere que sea, que viene a ser lo mismo— infunde más que optimismo: infunde estupor, porque uno ya pensaba que no había personas como él en nuestras letras (ni casi en nuestro mundo), creyentes absolutos en el valor de la palabra, defensores convictos de la capacidad de la poesía para albergar la pasión más arrebatada, pero también la reflexión más honda y la inocencia más invulnerable. Antonio tiene otra gran virtud: cree en los demás y busca rodearse de gente que crea en lo mismo que él. Sus proyectos son siempre colectivos: se apoya en otros, integra a otros, disfruta de los otros. Ha encontrado el camino de su vida, pero no quiere recorrerlo solo, y sus invitaciones a acompañarlo son casi imposibles de rechazar, porque las cursa no solo con alegría, sino también sin doblez, sin otro interés que el placer compartido. Por eso he aceptado figurar en el consejo asesor de Surco, en el que me alegra encontrar a buenos amigos y excelentes escritores, como Rocío Rojas-Marcos, Jonás Sánchez Pedrero, Julio César Galán y Abel Debritto. Significativamente, Surco empieza, a modo de editorial, con un poema-manifiesto radicalmente vanguardista (otra paradoja, o parajoda, que decía Cabrera Infante, reveladora del espíritu proteico el editor: Antonio, como poeta, es de estirpe figurativa), titulado “¡Que nadie duerma!”. Y este es otro motivo de felicidad: yo siempre he querido suscribir un manifiesto literario, pero nunca he podido. Los manifiestos ya hace mucho que no se estilan en el mundo literario. Antes, cuando alguien quería fundar una escuela o un movimiento, o simplemente asomar la nariz en el selvático laberinto de los ismos, lo primero (y a menudo lo único) que hacía era difundir un manifiesto. Poco importaba que lo suscribieran cinco, o dos, o solo él mismo, y que aún lo leyera menos gente (a veces, ni siquiera él): lo importante era manifestarse. Pues Antonio hace eso con decisión y rotundidad: “¡Que nadie duerma! / A la sedación de la poesía hemos / opuesto nuestro / destino / destino / SURCO celebración legado / caleidoscopio / mármol coto redil gañanía / ‘bajo qué astro conviene, Mecenas, revolver las tierras y unir las vides a los olmos, qué cuidados requieren los bueyes, qué atenciones la cría del ganado, cuánta pericia las abejas ahorrativas, desde aquí voy a ponerme a cantar’ / (a cada época su revolución / a cada revolución su temple) / ¡Que nadie duerma! / Lo increado / ha de pertenecernos continuamente / SURCO labranza cascada vanguardia / desmemoria apoplejía del ritmo. Así empieza el poema, que se extiende por siete páginas más, para concluir de este modo: “Convocada está la hoguera de la raza / hemos querido comprender a todos / deséanos Suerte / Oh! Musa”. La revista se divide en cinco secciones: “Geórgicas” (editorial), “Panorámica” (ensayo), “Quebranto” (poesía), “The Algonquin” (traducción) y “Entrada de Carruajes” (entrevistas).  En “Geórgicas” se publica “¡Que nadie duerma!”. “Panorámica” incluye un largo trabajo mío, titulado “En el otro costado: Coral Gables, la Florida”, sobre la poesía que escribió Juan Ramón Jiménez en sus años de exilio en esa ciudad floridana, y un artículo de Toni Montesinos sobre la poesía de Emerson, el filósofo estadounidense. “Quebranto” acopia poemas de la nicaragüense Yolanda Blanco, la argentina Nurit Kasztelan, la venezolana Hanni Ossott y los españoles Manuel Moya —que aporta “Tres poemas lusos”— y Miguel Labordeta, a cuyos poemas precede un artículo sobre su figura del también poeta y ensayista José Antonio Llera. En “The Algonquin”, Miguel Ángel Feria presenta y traduce al canadiense Roland Guiguère, Rodolfo Hassler al haitiano Frankétienne, Abel Debritto a los estadounidenses Natasha Trethewey y Gerald Locklin, y yo al también estadounidense Harold Norse (cinco poemas de su antología, recientemente publicada por Hojas de Hierba, Voy a salir volando por la ventana). “Entrada de Carruajes”, en fin, incluye una entrevista de Paul Geneson a Gary Snyder, uno de los escasos miembros aún vivos de la Generación Beat, si no el único, traducida por Javier Romero. Cosmopolitismo, pues, amplitud de miras, diversidad formal e idiomática (aunque con una clara propensión por la poesía norteamericana contemporánea, con Whitman siempre al fondo), interés por las figuras laterales o aún no canónicas de las literaturas occidentales y un gran cuidado formal, evidente en una revista con formato de libro (y 231 páginas) y delicadas ilustraciones, que empiezan, en la portada, con unas manos orantes de Durero y continúan, en el interior, con un búfalo de las praderas. Como dice Angus Fischer en la cita que se reproduce en la primera página de Surco, “el comienzo es siempre incierto, próximo al caos. Comenzar implica decir, de manera incierta, adiós a alguien, a algo, a algún lugar, a algún tiempo”. Todo comienzo es incierto, sí, y también es un final. Pero, si nos atenemos a la alegre determinación de su editor, a Surcos le espera —y yo así lo deseo— una brillante andadura y un final muy, muy lejano.

Este es uno de los poemas de Harold Norse que aparecen en el número 0 de Surco:


EN EL CAFÉ TRIESTE

La música de la antigua Grecia 
y Roma no ha llegado hasta nosotros 
pero esta mañana 
he leído las Églogas de Virgilio 
y me ha impresionado su profecía 
de una nueva era: 
“Empieza un gran ciclo 
de siglos. La justicia vuelve a la tierra, 
vuelve la Edad de Oro”, escribió 
30 años antes del final 
de su milenio, describiendo 
el nacimiento del niño dios, descendido
del cielo. Jesús tenía 19 años 
cuando Virgilio murió a los 89. 
¿Llegará alguna vez la Edad de Oro? 
¡Los mismos rostros surgen en cada generación, 
las mismas razas, emociones, luchas!
¡Tantos siglos, tantos países! 
¡Tantos idiomas, canciones, descontentos! 
Vuelven aquí a San Francisco 
mientras estoy en el Café Trieste. 
¡Oh recitativo de los años! 
¡Oh Paradiso! suena la máquina de discos 
mientras Virgilio y Verdi se aúnan
en esta vida para mostrar 
que esta es la única Edad de Oro 
que habrá jamás.

1 comentario:

  1. Muchas gracias, querido Eduardo. Hace poco vi en las redes la portada de esta revista de Sevilla, que no conocía. Y ahora tú sacas esta entrada.
    Me alegro mucho. A ver si nos ponemos en contacto. Un abrazo

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