jueves, 27 de julio de 2023

Libromundo: Circular 22, de Vicente Luis Mora

Circular 22, de Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970), constituye un acontecimiento literario, y, si España no sestease en brazos de la inercia y la mediocridad, así se reconocería. En 2021, se publicó otro libro de características parecidas, La pasión de Rafael Alconétar, de Mario Martín Gijón, desbordante de ambición, inteligencia y pasión lingüística. En la historia literaria española, y en la de cualquier otro idioma, de vez en cuando aparecen libros que aspiran a sintetizar la totalidad, que ya no desean subvertir la forma en la que se representa la realidad ni se formula la literatura, sino ahondar en sus modos predominantes de expresión, desentrañar —y exponer— las raíces de los mecanismos aceptados de reproducción simbólica. No son, pues, revolucionarios, sino abarcadores y enciclopédicos; o sí son revolucionarios, pero no por vulnerar lo acostumbrado, sino por profundizar hasta la última sima de lo acostumbrado, por abrir en canal su médula e iluminar su vastedad.
    En Circular 22, Vicente Luis Mora culmina un proyecto nacido en 1998 y que ha conocido dos publicaciones parciales: Circular (2003) y Circular 07. Las afueras (2007). Es, pues, el libro de una vida, aunque de la fecundidad de Mora, demostrada en muchos géneros —novela, ensayo, poesía, aforismo, crítica—, cabe esperar nuevas y hasta más altas entregas. En el «Prefacio de los autores» —el autor es solo uno, claro: Vicente Luis Mora; pero también las muchas personas que ha sido a lo largo de los cuarenta años que ha necesitado para escribir el libro: ellas son las que nos hablan aquí y en todo Circular 22; el yo contemporáneo es poliédrico y fluido—, califica las primeras versiones de Circular de libro-urbe y esta última y (aparentemente) definitiva, de libromundo. (Mario Martín Gijón considera su libro una novelaberinto; urbe, mundo, laberinto: sinónimos). Y, en efecto, la impresión que uno recibe al sumergirse en sus páginas es la de adentrarse en un mundo entero, cuya metáfora es la ciudad: la ciudad como absoluto; la ciudad como ente que lo absorbe y lo proyecta todo; la ciudad como alegoría del ser humano, de la efervescencia de su pensamiento y la zozobra de su alma.
    Pero este propósito totalizador no se realiza unitaria o linealmente, como esas esculturas que surgen de un solo bloque de piedra, sino de la simbiótica unión de dos opuestos: el círculo y el fragmento. Vicente Luis Mora traza su circunferencia encadenando escenas diversas, casi infinitas; el camino que construye, lo construye con saltos e interrupciones y fisuras y elipsis. Pero esa pluralidad mosaica, que incorpora las muchas ciudades que hay en (y en que se convierte, con el tiempo) una ciudad, y también los muchos yos —los «autores» del prefacio— que viven en esa ciudad, alcanza la unidad: una unidad multifacetada e inconclusa, una unidad permeable y contradictoria, pero cuya indefinición perfila estrictamente el alboroto social y la angustia existencial. En las cuatro partes del libro —«Las afueras», cuyo título remite al poemario homónimo de Pablo García Casado, publicado en 2007: poesía objetiva, es más, objetual; «El Paseo»; «Centro»; y «Derb»—, Mora suma capítulos (o viñetas, o episodios, o cuadros), todos encabezados por el nombre de una calle o rincón de alguna ciudad del mundo, y casi sin excepción precedidos por una o varias citas de la literatura universal, que son relatos (y microrrelatos), o breves ensayos sobre asuntos literarios, estéticos o sociales, o poemas. Muchos son dialogados; otros, enumerativos; algunos, «bibliomaquias»: meras relaciones de citas de otros autores. En todos se revela el cosmopolitismo, fundado en una actitud nómada, del escritor: cuanto hay en la Tierra, y cuanto el hombre ha creado, merece experimentarse, y de todo cabe apropiarse. Circular 22 incorpora también cuadros sinópticos e imágenes: fotogramas de películas, fotografías, reproducciones de textos. No todos los capítulos del libro son independientes entre sí. Varios se entrelazan y desarrollan una historia singular, como la de la joven que, como no puede pagar el alquiler de un piso en Madrid, pasa las noches y algunos días en los apartamentos que le permite ocupar un amigo que trabaja en una agencia inmobiliaria. En algún lugar del volumen se dice que estas tramas relacionadas son diecinueve. Su presencia acredita el contrapunto rítmico y estructural que persigue siempre Mora: el cordobés inyecta dinamismo a la obra simultaneando lo uno y lo otro, lo uno y su contrario, lo uno y lo mucho. En este caso, la vigencia rectora del fragmento y, a veces, como su negación vivificadora, la insurgencia de un argumento, de una sucesión ordenada de hechos, de un —lo más arcaico puede ser lo más novedoso— nudo, un planteamiento y un desenlace.
    En Circular 22, todo lo homogeneiza la voluntad globalizadora del autor —que también podría calificarse de fagocitadora— y un estilo (o muchos estilos) del que han desaparecido las excrecencias retóricas, en particular aquellas que buscan dar al texto una factura reconociblemente literaria. Mora quiere —y consigue— que Circular 22 sea literatura —alta literatura— sin el concurso de muletillas estetizantes, de tropos con los que uno tropieza, de un léxico abstruso o jergal. De nuevo, se funden los contrarios (algo, como toda paradoja, radicalmente poético): el carácter épico del libro, alimentado por la multitud de voces que lo integran y la permanente brega de su autor por abarcar la plenitud de la aventura humana, se construye con un lenguaje llano y fluido, culto pero no culturalista, a veces eléctrico, pero siempre limado de grandiosidad.
    «Derb», la cuarta parte del libro, constituye un libro dentro del libro: «un experimento literario de escritura en tiempo real, llevado a cabo en el año 2010», coincidiendo con el inicio del desempeño del autor como director del Instituto Cervantes de Marrakech, que consiste en «una escritura discontinua», durante un mes, que recoja el presente, «lo que está sucediendo en el tiempo en que se escribe», y que «se puede corregir, pero no retocar». Mora —que, además de polígrafo, es licenciado en Derecho— formula aquí la sugerente teoría de los derechos de los textos, que es coherente con un mundo cambiante, en el que los derechos ya no solo asisten a los seres humanos, que son quienes los han creado y sus titulares imprescriptibles, sino también a los animales y hasta a las realidades inanimadas, como la Manga del Mar Menor. ¿Por qué no, pues, atribuírselos a los objetos y las obras literarias? En «Derb», estructurado como un diario, prosigue la andadura fragmentaria de Circular 22, aunque ahora basada en la autoficción: el yo del autor es quien nos habla, pero también de quien se nos habla: un personaje que vive situaciones reales o fabuladas, y que practica eso que también Jorie Graham o John Ashbery han procurado: la traducción inmediata del tiempo a lenguaje, la conversión fulminante de lo que pasa en lo que se dice, y que revela la naturaleza esféricamente lingüística de Circular 22 y de toda la obra de Vicente Luis Mora: el lenguaje es el todo y lo único, el cuerpo y el alma, la sola certeza, la infinita realidad.
    De esta convicción hay otra prueba en Circular 22: la edición a cargo de una dudosa Monika Sobolewska, profesora de la universidad de Lodz, que firma un «epílogo crítico». Uno sospecha que Vicente Luis Mora se ha envuelto en su piel para aportar sus propias explicaciones teóricas, no exentas de humor, de Circular 22. No es la primera vez que hace algo así: en 2010, él solo compuso el número 322 de la revista Quimera, de la primera a la última línea: otra espléndida humorada. La apócrifa Dra. Sobolewska revela, una vez más, la voluntad omnicomprensiva de Mora, su empeño por ocupar con palabras —y con las ideas que esas palabras vehiculan— todos las facetas de la realidad, y también, o sobre todo, la faceta de los otros, que en su caso no son el infierno, sino el pretexto para que el lenguaje se expanda, para que siga nutriéndonos de vida.
    Circular 22 es un libro gozoso y descomunal, cuyas 636 páginas parecen pocas: uno desearía que no se acabara nunca, como desearía que no se acabara nunca la vida, como desearía que nunca dejase de haber lenguaje.

[Este artículo se publicó en Letras Libres, nº 261, junio de 2023, pp. 50-51].

3 comentarios:

  1. Estimado Eduardo: gracias por difundir la buena literatura. Espero que tengas unas buenas vacaciones. Recibe un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por tu comentario. Hacía tiempo que no te veía por aquí. Me alegro de que hayas vuelto. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. No me fui. Sigo tus entradas. Sólo que poco tengo que aportar.

    ResponderEliminar