Transcribo a continuación un fragmento del prólogo que he escrito para el volumen:
La característica más sobresaliente del estilo de Jay Wright es la solidez y compacidad de su mundo simbólico. El poeta transita por los espacios laberínticos de otras cosmogonías y extrae de ellas las metáforas, las alegorías, de las que se sirve para construir sus poemas. Parte de uno o varios suelos culturales concretos, de unas realidades quizá alejadas pero casi siempre reconocibles, para erigir su propio cosmos en el espacio del poema, en el que esas imágenes forasteras se disponen con plena naturalidad y transmiten toda su fuerza, toda su verdad, a la realidad en la que se proyectan. Wright no da pistas de lo que significan sus símbolos: no practica la exégesis embozada que muchos poetas se sienten obligados a hacer para que el poema sobreviva. Tampoco cede al histrionismo: no hay demasía en sus imágenes. Si el huevo representa el mundo para los dogón —y dentro del huevo había un grano de fonio que estalló y produjo el universo, una explicación del origen de la vida que presenta un asombroso parecido con la teoría del big bang—, Wright trae el huevo al poema y habla de él con la misma naturalidad con la que hablaría del árbol que ve por la ventana o de la camisa que se ha puesto hoy: da por supuesto que el lector comprenderá no el significado original del mito —que no puede sino desconocer, a menos que sea un experto en religiones africanas—, pero sí su importancia embrionaria, su sentido fundacional: del huevo nace la vida; del huevo hemos nacido también nosotros. De esta coherencia en el uso de los símbolos se desprende el hermetismo del que, a veces, se ha acusado a Wright. Pero ese hermetismo —al que tan poco dada es la cultura anglosajona— no es tal, sino, una vez comprendido —y aceptado— el mecanismo de sustitución que supone, claridad cegadora. El hermetismo (o las «rarezas sintácticas» que también se le han atribuido) se desprende de los versos de Jay Wright como el olor de las cosas se desprende de las cosas. No es una pose ni una incapacidad, sino una consecuencia natural. Y las cosas no son incomprensibles, sino solo ellas mismas: seres que existen alentados por una articulación concreta de los elementos de la materia; realidades que se nos ofrecen en el mundo como encarnación del mundo.
Y este es el poema “La sintonía ritual”, del libro Explicaciones/Interpretaciones (1984):
Ahora entraré en la casa de la aflicción.Consciente del rey de todas las cosas,
vengo, regio en mi propósito,
de una ardiente oscuridad.
Acompásame ahora;
me acompaso con tu amor
y tus anhelos de muchos ojos,
con tu mirada más incisiva a la vida.
Soy las contradicciones que haces de mí.
Escalado, trepo a tus árboles.
Pongo los huevos, uno a uno,
y los amamanto.
Y en mi signo crío
la brillante semilla de mi espíritu.
Soy dos cabezas en una,
dos vidas en una.
Acabo mi vida con una doble visión.
Cuando me comáis, pasaos
esta doble acción entre vosotros.
El amor es meter en casa ajena
una criatura acuñada con el dolor más profundo de la visión.
Aquí, criatura del cielo,
te rodeo con mi signo,
y miro tu lecho conyugal,
y miro tu muerte.
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